Cuatro

Uso cada gota de autocontrol disponible en mi organismo para evitar ponerme a gritar como si la vida se me fuera en ello, porque sí, esto se está poniendo peor de lo que imaginé. Ventura Diener está frente a mí, él sexy hombre está viéndome y yo ni siquiera puedo pensar bien.

A ver, en total fueron siete: Los dos de la cocina que estaban muertos, Raquel y el otro del baño también murieron, es seguro. Neli Torres estaba sentada en la silla del comedor, Pavel la revisó y dijo que estaba muerta. Por último, tenemos a los de la sala, éramos tres, pero fui la única que se despertó. No revisé al del otro sofá ni al del suelo porque creí que estaban dormidos, pero Pavel dijo que estaban muertos. ¿Revisó a ambos? Tal vez solo vio a uno muerto y pasó del otro. La única forma de averiguarlo es preguntándole.

―Es terrible ―me lamento lo mejor que puedo―. Pobres chicos y pobre de sus familias.

Ventura vuelve la vista a su teléfono mientras no hago más que imaginar lo mucho que se estarán esmerando los policías para resolver el caso. No dejo de pensar en el maldito vidrio que olvidé recoger y en lo mucho que nos va a afectar. No hay de otra, tengo que buscar a los otros y confesarles mi tontería, decirles que desapareció un muerto (o que tal vez nunca estuvo muerto) y que alguien me está acosando.

―No pusieron los nombres de los compañeros ―uh, oh, si supiera que una de ellas es la novia de su hermana, no estaría tan tranquilo, creo―. Tal vez salga en otra noticia. Es una tragedia, se pondrá feo.

No conozco al padre de Raquel, apenas lo mencionó un par de veces y me mostró una foto, ahora el señor se ha quedado sin hija porque un loco la colgó en el baño; además por acción del peso, su cuerpo cayó sobre el lavabo. Oh, puta madre, concuerdo con Ventura, las cosas se pondrán horribles.

―Scheiße! ―exclama Ventura y hace que pegue un brinco―. Neli es una de las víctimas... Tengo que ir con mi hermana, lo siento.

¿Lo siente? ¿Por qué? Que vaya con Marlene, yo aquí tengo otras cuestiones por resolver y su presencia lo que provoca es que quiera mirarlo hasta perderme en su mirada color esmeralda. Antes de que se aleje, un foco imaginario se prende en mi mente.

―Espera ―se detiene y me mira de nuevo―. ¿Conoces a Pavel? Es jugador de soccer.

―¿Pavel Navarro? ―pregunta extrañado―. Es delantero, muy bueno, por cierto. Creí que todos lo conocíamos.

Ahí se equivoca, todos conocen a los Diener, o sea a él y sus hermanos. O sea, los conocí el primer día que pisé este endemoniado lugar. A Pavel lo conocí la fatídica noche del asesinato.

―No soy quién para decirlo, pero no es el mejor partido ―Ajá, ¿y quién se supone es buen partido?

¿Él?―. Pero estará en las canchas.

Me lanza una última mirada indescifrable antes de irse. Inconscientemente, lo observo hasta que dobla en la esquina y desaparece de mi vista. Bien, ya fue demasiado, debo concentrarme, no es momento de admirar hombres.

Primero tengo que limpiarme estas horribles heridas pues no son aparatosas, pero tampoco son hermosas y aunque Ventura limpió la sangre, las cortadas no están cerradas. Me lavo con agua y jabón, lo que menos quiero es tener una infección. Por suerte para mí, la herida de la mejilla es una fina línea que se verá mal por una semana o dos cuando mucho y después quedará como si nada. Si me queda una cicatriz, me voy a enojar mucho, ¿en la cara? ¿Enserio acosador? Como si tomarme fotos dormida no fuera suficiente.

Para cubrir la de la clavícula uso una gasa, pero se verá muy extraño que lleve un trozo de tela blanca en la cara además ya no está sangrando, creo que sobreviviré.

Camino con la cara en alto y una seguridad que estoy infinitamente lejos de sentir. Voy a portar mi herida con orgullo, si finjo que todo está bien, que los problemas no existen y que estoy en perfecto estado de ánimo, podré terminar por creérmelo. Lo que menos necesito es perder la cabeza cuando más requiero de mi cordura.

El sol pega fuerte, m*****a sea, debí ponerme una gorra. Ahora que es más tarde, encuentro el patio principal concurrido, están los deportistas, los estudiosos, los que irán por un buen desayuno para contrarrestar la cruda y algunos solitarios cuyos objetivos desconozco. Creo que pocos se han enterado de la noticia porque todo parece tan en calma que...

―¡No te pases de verga!

...no parece que se avecine una tormenta.

―¡Mataron a seis! ―informa una chica que se reúne con dos amigos―. Qué pitos con esto...No inventes, ve las fotos.

Si no estuviera apurada y asustada, les haría frente. ¿Ya no hay respeto? Es impactante la noticia de la masacre por sí sola, ver las fotos ya es morbo. Como no lo vivieron en carne propia no tienen la más mínima idea del horror que se vivió, de lo terrible que es despertar con un espectáculo carmesí frente a ti.

Llego a las canchas para enterarme de la increíble noticia de que uno de los jugadores de americano fue una de las víctimas de la masacre. Veo a varios charlando en grupos, las porristas parecen escandalizadas, incluso unas lloran. Hay una chica cuya actitud parece indicar que está sufriendo un ataque de pánico o al menos está histérica. Llora, grita, se lamenta, dos chicas la intentan tranquilizar, pero sus intentos son fallidos. Veo como se acerca un jugador y le dice algo, pero la porrista cae al suelo duramente mientras suelta un grito desgarrador.

Algo se remueve en mi interior, los ojos me escocen y trago saliva. Imaginar cómo será la vida sin ellos no se acerca ni remotamente a lo que realmente es. Y esto solo es una probada. Me pregunto si a Pavel también lo habrá acosado el misterioso personaje; de todos, él es el más fuerte, quiero pensar que puede hacerle frente a... ¿Los malos? En caso de que se diera la situación.

Y entonces ocurre lo que menos necesito en este momento.

―Sigue caminando, finge que no estoy a tres pasos de ti.

Dalia, quien se cubre con una sudadera color amarillo fosforescente, mira hacia el suelo. Si su objetivo era pasar desapercibida, me temo que no lo está cumpliendo. ¿Con sudadera bajo este sol infernal? ¿Y color amarillo fosforescente? Creo que hace todo lo contrario. Camina a dos metros de mí, justo a mi lado, cualquiera pensaría que venimos juntas. Por el puto infierno, esto va de peor en jodido.

―Si crees que estás siendo discreta ―digo lo suficientemente alto para que me escuche―, estás muy equivocada.

Un segundo de silencio durante el cual mis ojos se detienen en una persona que desearía poder golpear hasta hacerlo sangrar. ¿Espera qué? No, o sea sí quisiera lastimarlo, pero no hasta tal punto. Pensaba más bien en algo emocional.

―¿Es porque soy negra? Eso es racista ―finge estar sentida―. Y tú no eres muy europea que digamos.

Hoy por la madrugada que conocí a Dalia, supe que no era exactamente el tipo de chica con la que me llevaría de maravilla, pero utilizar su color de piel para hacerme sentir mal es un golpe bajo. ¿En serio no se da cuenta del color de la sudadera?

―Lo dije por tu sudadera ―murmuro exasperada―. Es color chíngame la pupila, no jodas.

―Esto es serio, Kendra ―y todavía se enoja la diva―. Tengo que decirte algo.

―Este no es un buen momento para hablar...

Uh, oh, hablé un poco más fuerte de lo planeado. Y justo cuando voy pasando al lado de Juan Pablo, la traidora de Dalia se aleja lo más posible y finge estar buscando a alguien por allá. Mi ex voltea demasiado rápido como para escabullirme, está con los mismos con los que lo vi el primer día.

―No es un buen momento, tienes razón.

Me responde cortante, su mirada está cargada de indiferencia, ¿o es irritación? Imposible saberlo cuando el sol me pega de frente y tengo que cerrar los ojos.

―En tal caso, ya me voy.

Camino rápido para evitar que vea la cicatriz en mi cara. Eso terminaría por avergonzarme, suficiente oso fue que pensara que quería hablar con él.

―¡Oye! Tú fuiste a la fiesta de los Diener, ¿no?

Debí imaginar que el poder escapar con mi dignidad intacta sería imposible. El punto positivo es que la voz es de chica. Me doy la media vuelta para encontrarme de frente con la chica morena a la que vi en El Queso, si me pidieran opinión, prefiero que ande con esta chica antes que con Marlene Diener; pero nadie me está preguntando. Simple aportación.

―¿Por qué la pregunta?

No quiero ponerme a la defensiva, pero después de ser atacada por un sujeto misterioso y sobre todo de haber visto cosas que quisiera borrar de mi cabeza, necesito protegerme. Quién sabe si hay a oídos indiscretos por aquí.

―Te vi en la historia de Ramiro ―quisiera volverme etérea y disolverme en el aire, en serio―. Mira, por eso pregunto, es que después de la noticia todo es tan confuso.

Reproduce, en la pantalla de su teléfono, una historia cuyo horario data de las once cincuenta y dos de la noche. Eso es 13 minutos antes de la llamada perdida de Raquel, no sé si es relevante, pero el dato me parece necesario. Si no tuviera el teléfono casi rozando mi nariz y mi atención no estuviera centrada en el video, probablemente me habría perdido varios detalles.

Un escalofrío me recorre de pies a cabeza cuando reconozco a uno de los tres protagonistas de la historia; es el de ojos azules que tenía los brazos rajados. Si lo veo desde aquí, su mirada es bobalicona, su sonrisa floja y parece estarlo pasando en grande, aunque se nota que está ebrio. Ríe junto con otras dos chicas quienes bailan lascivamente. Como música de fondo; escucho reggaetón. No tengo idea de lo observadora que tiene que ser la chica esta porque si yo a duras penas alcanzo a ver lo que hay detrás de esas tres personas sonrientes y eso que me lo muestran... Oh, no. Esto es malo.

―Sí fui a la fiesta, así como cientos de estudiantes más ―digo tranquilamente―. Me siento mal por lo ocurrido, pero soy nueva, no conozco a nadie. ¿Tú no fuiste?

Creo que soné muy a la defensiva, pero no mames, en la m*****a historia aparezco junto a una estatua en forma de ángel y estoy viendo fijamente al tal Ramiro; parezco poseída. Definitivamente estoy ebria como una cuba. Y entonces se acerca alguien de saco negro cuyo rostro es imposible de ver nítidamente y comienzo a charlar animadamente con él. Genial, se me salió el chamuco y parezco una chica normal. ¿Qué m****a? Extiendo la mano hacia él y entonces se cruza el rostro extasiado de Ramiro para decir que es la mejor fiesta del mundo.

Sí, bueno, estuvo tan buena qué en lugar de quedarse, se fue, pero del mundo de los vivos. Oh, por dios, no acabo de tener ese pensamiento. En serio no.

―Claro que no ―dice la morena con desagrado―. Son los Diener, qué asco. Hicimos nuestra fiesta casera ―le lanzo una mirada a Juan Pablo, parece avergonzado―. Igual se descontroló.

¿Juan Pablo no fue a la fiesta? No, eso no es posible. Si el viernes en clase de diseño se veía enamorado de Marlene. Trato de recordar, lo debí haber visto en algún momento, pero creo que no fue así. Llegué con Raquel, bebí, fui al baño, bebí, bailamos Tusa (me quedó perfecta la canción), bebí, le dije a Raquel que nos teníamos que ir. Sí, jamás me topé con Juan Pablo. Idiota de mí, solo fui a la fiesta por él, para vigilarlo y ni siquiera estuvo.

―Vale, pues, un gusto hablar contigo ―hago una pausa, los de soccer se están dispersando―. Pero tengo prisa.

Me alejo, necesito darme un respiro. ¿Quién es la persona con la que me puse a platicar? Oh, m****a, no recuerdo nada de eso. Ver a Ramiro vivo, aunque fuera en video, fue una puñalada helada. Se veía tan feliz, tan despreocupado, tan joven. Oh, santa m****a, otra vez veo la imagen de Raquel con la soga al cuello.

Llego hasta el campo de soccer y veo a un jugador sudoroso que abraza a una chica vestida de negro. ¿Está de luto? A un par de metros de allá, diviso a Pavel, aun estando lejos lo reconozco. Se encuentra entre un grupo de cuatro universitarios que discuten acaloradamente, Pavel parece distante, sus ojos ven más allá de sus amigos, más allá de la portería, me ve a mí. Y entonces me reconoce.

Se tensa de hombros y las venas de su cuello se marcan con fuerza, pero no parece enojado. Me contengo de alzar la mano y saludarlo como si esto se tratara de una puta reunión de amigos. Trago saliva, le lanzo una última mirada y me siento en una banca incómoda.

A los tres segundos, alguien toma asiento a mi lado, no tan cerca para no levantar sospechas. Por un demonio, que se quite la m*****a sudadera.

―¿Qué te pasó en la cara?

Una parte de mí tenía la esperanza de que Juan Pablo lo notara. La parte racional que se supone es la dominante, quería que mi ex se preocupara un poco. Pero no, es Dalia quien pregunta. Medito muy bien mis palabras antes de hablar, esta chica es de las que entran en pánico fácilmente.

―Estamos en público, hay que ser discretos ―utilizo una voz pausada y despreocupada―. No es para asustarse, pero alguien me atacó en la mañana.

Y me robó la bolsa que contenía la ropa con sangre y mi ADN.

―¡¿No es para asustarse?! ―se abanica la cara con las manos―. ¿Quién era? ¿Qué te hizo? Si quieres ir a denunciar, puedo acompañarte.

Esta chica no entiende. Y su voz chillona comienza a exasperarme. Me debato entre mostrarle el mensaje o no, por lo que ha dicho, a ella no la han acosado, nadie le mandó fotos de ella dormida ni la atacaron a plena luz del día. Si eres la única persona a la que le ocurren cosas "raras", es normal que piensen que escondes algo, algo más incluso que despertar con muertos. Y a juzgar por la actitud de Dalia, pensará que tengo algo que ver.

―Díganme que tampoco durmieron una m****a ―Pavel toma asiento entre las dos, adiós discreción―. Cada vez que cerraba los ojos veía la garganta rajada del tipo del sillón. Opté por no cerrar los ojos.

―Dijiste que había muertos en la sala ―Pavel se cruza de hombros cuando le pregunto―. ¿Viste a los dos?

Pavel niega lentamente con la cabeza.

―El pendejo escuálido salió de la nada antes de que pudiera revisar al otro ―a lo lejos veo una sombra, parpadeo y ha desaparecido―. Pero estaba muerto, si no, habría despertado.

No a fuerzas, tal vez estaba muy drogado o muy ebrio o ambas. Hicimos ruido cuando limpiamos, también cuando Sebastián y Pavel pelearon, pero si estás noqueado, no te despiertas.

―Es que hay seis muertos.

Pavel no cree hasta que le muestro la noticia; Dalia, como era de esperarse, se abraza a sí misma y se hace bolita en la banca. Estoy segura de qué de haber estado en un lugar un poco más privado, Pavel habría mostrado su repertorio de groserías sin dudar, ahora solo maldice mientras jura que daría una pierna por volver el tiempo para evitar ir a la fiesta.

Mete la mano en la mochila y saca una botella de agua. Nada raro, ¿cierto? Excepto porque el líquido es rojo y espeso. Pavel, asustado, la aviente de regreso a la mochila. Miro alrededor, pero creo que nadie vio. Unos jugadores bromean más allá, dos porristas se abrazan, un entrenador habla con un chico.

―¿Era sangre?

Dalia chilla al hacer la pregunta, joder, me pegó un susto. Pavel se mira las manos como pensando si acaso se ha manchado, luego se levanta de un salto.

―Juro que no es mío ―balbucea nervioso―. La botella sí, pero no le metí eso.

―No sabemos si es sangre ―me va a dar un ataque o algo―. Es rojo, viscoso... Pero podría ser de animal.

O de humano, claro ¿de alguna víctima muy reciente? Espero que no. Vale, esto me da un poco de esperanza porque no soy la única a la que le ocurren cosas.

―¿De quién m****a es esto?

Ya. No más sorpresas por favor. Pavel alza una tanga color rosa y la mira con una mezcla de impresión y asco. No entiendo el por qué hasta que noto unas manchas de sangre. Dalia brinca desde su lugar, toma la tanga, la arruga y la mete en el bolsillo de la sudadera.

―¿Es tuya? ―cuestiona Pavel, impactado?―. ¿Qué hacía en mi maleta?

―Yo, es que...Era...

Y solloza.

―¿La metiste en su maleta? ―Dalia niega ante la pregunta― Entonces fue alguien más, ¿te atacaron y te la quitaron? ―se limpia las lágrimas, pero niega― ¿Alguien la tomó de tus pertenencias mientras no estabas?

―No quiero que me juzguen, pero... ―Amiga, nadie está para juzgar a nadie, nos metimos juntos en esto― es que... Fue un jugo idiota con alguien que vería en la fiesta, pero nunca llegó. Cuando desperté... Aun la tenía. Fui a mi cuarto después, mi compañera no estaba, me cambié de ropa, iba a lavar la tanga y... Escuché un ruido. Salí corriendo de ahí y me quedé con otra amiga.

―¿El ruido fue de adentro de la habitación?

Dalia asiente y ahora sí se suelta a llorar. Si eso me hubiese pasado a mí, me muero del susto (literalmente). Creo que ahora se ha ganado más respeto de mi parte.

―Esto está de la m****a ―dice Pavel―. Hay un muerto desaparecido, tú ―me señala―, insistes en que está vivo, pero lo dudo, creo que desapareció un cadáver. Y ahora alguien se mete a tu cuarto, te roba la... Ropa íntima y a mí me meten una botella con sangre.

No estamos seguros de si es sangre, algo me dice que el desaparecido nunca estuvo muerto y aparte un misteriosos tipo me ataca. Esto está peor que la m****a.

Estoy por decir que tenemos que buscar inmediatamente a Sebastián porque podría estar en peligro, o tal vez a él también lo están acosando, cuando un grito surca el aire y atraviesa el lugar. Antes de voltear la cabeza, se me eriza el vello de la nuca y el aire se vuelve más pesado.

Alguien está en el piso, no alcanzo a ver bien porque la gente se arremolina alrededor. Están junto a uno de los edificios.

―¡Se lanzó! ―grita alguien―. Se subió al borde, dio un paso y se aventó.

La cabeza me da vueltas, mis extremidades pierden fuerza, escucho a Dalia chillar algo, un brazo me toma de la espalda y entonces dejo de ver.

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