Treinta y siete

El trayecto hasta la habitación de Sebastián es un suplicio para ellos, para mí se reduce en un intento por llegar a una puerta imaginaria porque tengo conocimiento de un suceso que nadie puede saber o al menos eso dice la voz: "Sabes el secreto, no puedes vivir". Una risa macabra capaz de helarme la sangre me obliga a centrar mi objetivo en escapar. Por momentos escucho las palabras de Dalia, los bufidos de Sebastián y la respiración de Pavel, pero una parte de mí está muy lejos de ahí, se aferra a quedarse en una pesadilla.

Muy por lo bajo, escucho la melodía familiar que me acompaña desde hace un tiempo, los tonos graves y suaves me arrullan, me anclan a la realidad. Quisiera hacer mía ese tarareo, hundirme en el sonido, embargarme de la tranquilidad que transmite; es tan hermosa, sé que puedo confiar.

Hay algo que no cuadra en la maqueta y es que, si el acosador la hizo, ¿cómo iba a saber que uno de los cinco se separaría? La figura de cristal del centro parecía tranquila, como si
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