Capítulo 4
Era comprensible que, la noche anterior, Paula lo hubiera llamado para agradecerle por las rosas.

—Retira a esa ayudante —dijo Daniel con indiferencia.

Diego se quedó atónito, antes de obedecer y marcharse, justo en el momento en el que celular de Daniel comenzaba a sonar.

Daniel miró el nombre que figuraba en la pantalla, pero no contestó.

Sin embargo, Adriana era demasiado terca, por lo que lo llamó una y otra vez, hasta que, por fin, Daniel, furioso, tomó la llamada.

—¡Adriana Jiménez, ya basta, deja de molestarme!

—¿Cómo? —preguntó Adriana, con suavidad, tras hacer una breve pausa—. Me fui, tal y como me pediste, ¿acaso no estás satisfecho?

—Perfecto. Ya no eres la misma que hace tres meses. Me tendiste una trampa para que me acostara contigo, ¿y ahora me sales con que quieres divorciarte? ¿Me intentas tomar por idiota?

—Daniel...

—¿Qué? ¿Ya has preparado un nuevo truco para mí? —la interrumpió Daniel con desdén—. ¿Crees que podrás engañarme de nuevo? ¡Ni lo pienses!

Tras decir esto, Daniel cortó la comunicación de inmediato, sin dejar que Adriana pudiera explicarse.

Adriana se burló de sí misma. Había sido una estúpida al creer que Daniel la dejaría acercarse a él. Después de todo, él la odiaba profundamente.

Hacía tres meses, Adriana se había sentido sumamente desilusionada y deprimida por su matrimonio, cuando de pronto la idea de tener un hijo le hizo creer que su relación podría mejorar.

Después de pensarlo todo el día, hasta prácticamente volverse loca, había decidido tenderle una trampa, imprudentemente.

«Si pudiera retroceder el tiempo, nunca me habría casado con ese tipo. Pero este bebé..., efectivamente, es una hermosa sorpresa», pensó Adriana, mientras se acariciaba el vientre.

...

El sonido de su celular interrumpió sus pensamientos. Al ver que se trataba de Daniel, Adriana pensó que le permitiría el divorcio, por lo que se apresuró a contestar.

—¿Cuándo vamos al Registro Civil? —preguntó, sin perder tiempo.

—¿Dónde estás?

—¿Vendrás a recogerme para ir allá?

—Adriana, no lo menciones más, ¡o te mataré! —exclamó Daniel, perdiendo la paciencia—. Mi abuelo me llamó y nos pidió que viniéramos a cenar.

Adriana se quedó aturdida por un momento.

—Estoy en el barrio Arco, ven a recogerme —respondió, después de unos segundos.

Sinceramente, Adriana trataba al abuelo de Daniel con respeto y gratitud.

Hacía tres años, cuando la Familia Jiménez había estado en apuros, fue Javier quien había llegado a tiempo para ayudarla y resolver muchos de sus problemas. Sin su ayuda, no tenía ni la menor idea de qué hubiera sucedido.

Por esto, ya que había decidido divorciarse de Daniel, sabía que debía hablar con sus abuelos.

Una hora más tarde, el coche se detuvo frente a una sencilla mansión.

Los abuelos eran discretos, por lo que preferían vivir en la vieja y pequeña mansión antes que en la que estaba repleta de lujos. Sin embargo, aunque no era grande, estaba muy bien decorada, y solo contaban con una única criada que se encargaba de los dos.

Al verla llegar, los abuelos se sintieron muy entusiasmados.

—Adri, ¿por qué adelgazaste tanto? —preguntó la abuela, visiblemente preocupada—. Vuelve a vivir aquí con nosotros, haré que Ana cuide bien de ti. ¿Te parece bien?

—Exacto. Ese mocoso de Daniel, ¡no sabe cómo cuidar de ti! No te preocupes, más tarde me encargaré de él.

Al escuchar sus palabras, Adriana se sintió sumamente feliz. No importaba cuánto la odiara Daniel, sus abuelos eran sinceros con ella y la querían.

—¿Cómo que adelgazó? —preguntó Daniel, repentinamente molesto—. Yo veo que ha engordado un poco. Pero bueno, es normal, después de todo, se pasa todos los días en casa, sin hacer nada.

—¡Daniel, cállate! —exclamó el abuelo, al tiempo que le picaba la pierna con su bastón.

—¡No digas tonterías! —repuso la abuela mientras le lanzaba una mirada afilada, antes de volverse hacia Adriana y consolarla—: Adri, ¡no lo tomes en serio! El abuelo le dará una lección.

Adriana se rio, pero no le fue fácil calmarse. Los abuelos querían que ella fuera a vivir con ellos, y por eso buscaban la excusa de que había adelgazado. En realidad, desde que se había quedado embarazada, había ganado un poco de peso, pero no había esperado que Daniel se diera cuenta de eso, lo que le hacía pensar que ocultar el embarazo sería mucho más difícil.

Durante la cena, Adriana estuvo un poco distraída, sin prestar demasiada atención a lo que sucedía en la mesa.

—Adri, hoy les invitamos a cenar porque hay una cosa muy importante que les queremos decir —repuso el abuelo, alegremente, después de terminar de comer, yendo directamente al grano.

—¡Sí! ¡Hemos estado pensando en ello durante bastante tiempo! —exclamó la abuela, con una amplia sonrisa.

Los abuelos se sentaron en el sofá, junto a Adriana, sin hacerle caso a Daniel.

—Abuelos, ¿qué sucede? —preguntó Adriana, sintiéndose un poco confundida.

—El tercer aniversario de tu matrimonio con Daniel está cerca, ¿verdad?

Adriana recordaba perfectamente el día en que lo había conocido, pero él ni siquiera le había prestado atención.

—Sí, serán tres años —confirmó Adriana, un poco deprimida.

—Pues, bien, pensamos en organizar un banquete para celebrarlo.

Al escuchar aquello, Adriana se quedó sin palabras.

—Tu abuelo y yo ya preparamos todo —continuó la abuela—. No tienen que preocuparse de nada, solo asistir ese día.

Adriana quiso decir algo, pero no encontraba las palabras para hacerlo.

«Ay…, ya está todo dado para que Daniel y yo nos divorciemos, pero quieren celebrar un banquete por nuestro aniversario», pensó Adriana, sin saber qué hacer.

Inconscientemente, miró a Daniel, quien, después de permanecer en silencio por un momento, suspiró y dijo con frialdad:

—No es necesario.
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