Capítulo 3
—No soy la mujer con la que Daniel quiere estar casado. Siempre ha creído que me casé con él por el poder de la Familia Kash —dijo Adriana con tono burlón.

Lo que Daniel no sabía era que, en los tres años que llevaban casados, ella nunca había utilizado ni un céntimo del dinero de su familia. Incluso cuando la familia Jiménez cayó, ni siquiera le había pedido que ayudara a sus padres.

Adriana se había casado con él para cumplir su propio sueño y nada más. En algunas ocasiones, se había encontrado pensando que, si Paula no se hubiera marchado al extranjero, dejando a Daniel sumido en la depresión, su abuelo, Javier Kash, no le habría permitido que se casara con él, con el fin de que lo ayudara a olvidar el dolor de aquella triste ruptura amorosa.

Sin embargo, Javier se había equivocado.

Al principio del matrimonio, Adriana era realmente apasionada, pero, ahora, toda su pasión por Daniel había desaparecido por completo.

—Bueno, y, entonces, ¿qué vas a hacer? —preguntó Carmen, tras suspirar ligeramente.

—Quiero ir a trabajar al Grupo Soler —respondió Adriana, acariciando su vientre—. Debo ser fuerte, por mi bebé.

Después de casarse, se había dedicado por completo a Daniel, por lo que no había trabajado. Sin embargo, nunca había abandonado la arquitectura, aunque solo vendía sus bocetos y planos a otros diseñadores. Y era por esto, que en ese momento, estaba decidida a llevar a cabo su sueño en su propio nombre.

Carmen, totalmente de acuerdo, palmeó el hombro de Adriana y dijo:

—¡El amor no sirve de nada, el dinero es lo que cuenta! Así que, ¡a trabajar! En cuanto a Daniel, ¡qué se vaya al diablo!

...

A la mañana siguiente, el ama de llaves había llamado a Daniel para comunicarle que Adriana se había marchado con sus pertenencias.

—Señor, llamó la señorita Adriana —dijo Diego con cautela, al ver el rostro serio de su jefe.

La llamaba «señorita Adriana», ya que cuando la conoció y se refirió a ella como «la señora Kash», ¡casi fue enviado a trabajar a África! Desde entonces, Diego no se había atrevido a referirse a ella de aquella manera.

—¿Qué pasó con ella? —preguntó Daniel, despreocupadamente.

—Vino a preguntarme cuándo estaría libre usted, y me pidió que le recordara sobre el divorcio.

—Se esforzó tanto para casarse conmigo, pero ahora dice que quiere divorciarse. ¿Qué demonio quiere? —se burló Daniel.

Diego se puso nervioso, se quedó inmóvil y no se atrevió a responder.

—No le haré caso —dijo Daniel, con indiferencia, sintiéndose enojado al pensar que Adriana acababa de marcharse.

Diego se sintió aliviado, por lo que cambió de tema:

—Hace un momento, llamó la secretaria del presidente Sergio, diciendo que el recital de anoche fue perfecto. Me dijo que le diera las gracias por su amabilidad y nos pide que acordemos la fecha para firmar el contrato.

En el último tiempo, Daniel se había puesto en contacto con un grupo multinacional para cooperar. Al enterarse de que al presidente de la otra parte le gustaban los recitales, había encargado que prepararan un recital de piano, especialmente, para Sergio. Y, por casualidad, la pianista de la noche anterior había sido Paula.

—Ya averigüé lo que me pidió esta mañana —añadió Diego—. Las rosas que le enviaron a la señorita Paula fueron encargadas en privado por la ayudante encargada de hacer las reservas.
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