Capítulo 6
—¿Por qué debería confesar algo que no hice?

Adriana apretó los puños para controlar su emoción. Desde que se había casado con Daniel, él la había considerado una mujer astuta y que buscaba aprovecharse de él, aunque nunca lo había hecho en esos años. No la tomaba en serio y no le tenía ni la más mínima confianza.

Pese a que Adriana se sentía afligida, aguantaba el dolor de su corazón, de manera estoica, y se mantenía firme, como si nada pasara.

Por un momento, Daniel pareció ver su tristeza, y pensó:

«¿Una mujer como Adriana, también podrá estar triste? ¡Pura mentira!», pensó Daniel, al notar su tristeza, por lo que mostró desprecio.

—¿Algo que no hiciste? ¡Qué sinvergüenza!

—Piensa lo que quieras, no pretendo explicártelo —respondió ella con tono indiferente.

Tras decir eso, Adriana abrió la puerta del coche y se marchó, sin más.

No estaba segura si era producto de las emociones, pero, en cuanto se apeó del coche, le sobrevino un intenso y repentino dolor en el vientre.

Adriana se puso nerviosa y se apresuró a pedirle ayuda a Daniel:

—Daniel, me duele la barriga, ¡por favor, llévame al hospital! —exclamó con la voz entrecortada, al sentir una puntada aún más fuerte. Pensando en el bebé, el miedo la invadió, por lo que continuó—: ¡Por favor, Daniel, ayúdame! Me duele mucho…

—Adriana, ¿no te cansas de tus trucos? —preguntó Daniel, mirándola fríamente con los brazos cruzados.

En vistas que se encontraban a las afueras de la ciudad, donde casi no circulaban vehículos, la única esperanza que tenía de salir de aquel apuro era Daniel, por lo que a Adriana no le quedó más remedio que suplicarle:

—¡No estoy bromeando, de verdad! Te suplico que me ayudes, ¿sí? Me duele mucho la barriga. Por favor, llévame al hospital. Te lo ruego...

—¡Deja de fingir! Adriana, aunque mueras delante de mí, me tiene sin cuidado —respondió Daniel con total indiferencia y se marchó.

—¡Daniel! ¡Daniel! —exclamó Adriana, intentando detenerlo.

Sin embargo, de pronto, perdió la fuerza de sus piernas y no le quedó más remedio que arrodillarse en el suelo.

...

Una hora más tarde.

—Aunque ya tienes solo tres meses de embarazo, no puedes tomártelo a la ligera. Después de todo, no tienes tan buena salud, así que necesitas descansar bien. Además, deberías controlar tus emociones —le recomendó el médico, quitándose el estetoscopio.

—Gracias, doctor.

—Cuando se acabe el suero, puedes irte —añadió el médico, antes de salir de la sala de urgencias.

Cuando Carmen se sentó junto a su amiga, Adriana se veía sumamente pálida.

—¡Maldito Daniel! ¡Qué ser tan despreciable! Menos mal que me llamaste a tiempo, si no...

—No hablemos de esto, no quiero siquiera mencionarlo.

Carmen suspiró y guardó silencio.

—¿Tienes alguna noticia sobre lo que te pedí? —preguntó Adriana, luego de unos minutos de descanso.

—¡Ay, casi me olvido! —Carmen se rio, sacó una tarjeta de visita de su bolso, y se la entregó a Adriana—. Es del director del Grupo Soler, se llama Alfonso y está a cargo de organizar el Concurso de Diseño Luminoso. Mañana por la noche asistirá a una gala benéfica, así que puedes ir e intentar presentarte.

El Grupo Soler era una empresa de la construcción muy conocida en la ciudad, por lo que tenía un alto estándar para contratar arquitectos.

Adriana había hecho creado varios diseños destacados, pero los había vendido todos para liquidar sus deudas. Por lo tanto, estos reconocidos diseños ya no le servían en lo absoluto.

Pensando en esto, había llegado a la idea de que la única forma que tenía de trabajar en el Grupo Soler era conseguir un buen puesto en el Concurso de Diseño Luminoso. Sin embargo, participar en dicho concurso no era tarea fácil, ya que se necesitaba ser recomendado por alguien.

Adriana tomó la tarjeta de visita y pensó:

«Tengo que ganar dinero cuanto antes para mantenerme a mí y al bebé. No tengo tiempo que perder, debo conseguir el trabajo en el Grupo Soler».

...

Daniel condujo de vuelta a la empresa y asistió a varias reuniones que tenía programadas, una tras otra. Cuando terminó todo, se sentía sumamente agotado.

Acababa de sentarse, cuando su teléfono móvil comenzó a sonar.

Era su abuelo.

Ya sabía qué quería con aquella llamada, pero no tuvo más alternativa que responder:

—Abuelo.

—¡Convence a Adri para que vuelva! Si no, ¡no me llames abuelo!

—Abuelo, ¿en serio crees en la palabra de Adriana?

—¡Cállate! Sé que Adri ya se mudó, así que escúchame bien: si no la convences para que regrese, ¡no vengas a vernos!

Tras decir esto, Javier cortó la llamada de manera abrupta.

Daniel suspiró con cansancio y pensó:

«¿Me pidió que convenciera a Adriana de que regrese? ¡Ni pensarlo! Estoy seguro de que está planeando algo malo, una de sus trampas. ¡No le daré la oportunidad de que vuelva a reírse de mí!»

Después de ocuparse de los asuntos de la empresa, volvió a la mansión en la que vivía.

En los últimos tres años, Daniel había regresado a allí muy pocas veces. Incluso, cuando el ama de llaves le vio, se quedó helada por un momento, sorprendida de verlo en la vivienda.

Daniel miró inconscientemente la escalera, de la que normalmente, Adriana siempre bajaba para recibirlo. Sin embargo, aquel día, la casa se encontraba extrañamente tranquila.

—¿De verdad se ha mudado? —preguntó Daniel con serenidad.

El ama de llaves asintió.

—Sí, señor. Y tengo algo que decirle. Cuando estaba limpiando, me encontré en el basurero con tres cajas exquisitamente empaquetadas. Me temo que es algo valioso, por eso no las tiré y las puse en el armario del dormitorio.

—Está bien —respondió Daniel, lacónicamente, antes de dirigirse al piso superior, directo al dormitorio.

Al abrir la puerta de la habitación, involuntariamente, Daniel frunció el ceño con fuerza.

«¿Por qué la casa me parece tan vacía? ¿Acaso echo de menos a Adriana?», se preguntó.

«No, no puede ser», se respondió automáticamente. «Debería estar feliz ahora que se ha marchado…»

Daniel se acercó al armario y notó que, tal y como le había mencionado el ama de llaves, había tres cajas exquisitamente empaquetadas.

Al ver una de ellas, no pudo evitar recordar algo.

Uno de los paquetes, parecía ser el regalo que Adriana le había preparado hacía tres años, por su cumpleaños y que él había ignorado olímpicamente. Sin embargo, durante los siguientes dos años, hasta la fecha, ni siquiera se había dignado a regresar a la mansión, por lo que nunca había imaginado que ella se hubiera ocupado de prepararle un regalo, uno por cada año.
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