Capítulo 29
Daniel, sin embargo, seguía ignorando a Adriana, quien se sentía un tanto ansiosa:

«¡Diablos! Daniel ya decidió ponerme en un aprieto».

—No digas tonterías. Date prisa, ya te toca. —Daniel señaló las cartas, mientras exhalaba el humo lentamente.

Para él era como si Adriana no existiera, aun cuando estaba a su lado.

—Señor Daniel, puedo esperar —repuso Adriana con una gran sonrisa, tan terca como siempre—. Hablaré con usted, cuando tenga tiempo.

Ninguno de los presentes había esperado que aquella muchacha se mantuviera tan firme.

—¡Vaya, Daniel! ¡Cautivabas a tantas mujeres! ¿Nuestra cuñada lo sabía? —bromeó uno.

La mirada de Daniel cambió por un instante, pero nadie se dio cuenta, por lo que el hombre continuó riéndose:

—¿Cuñada? ¿Esa mujer es digna de tal título? No es más que una basura. Seguramente, Daniel la desprecia, ¿verdad?

Aquellas personas no podían imaginar que la mujer que habían catalogado como basura, en ese momento, se encontraba junto a ellos y que, además,
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