Capítulo 2
Adriana se sentía demasiado triste y estaba a punto de llorar.

La mujer que Daniel amaba, siempre era correcta, mientras que ella, que había estado casada con él por tantos años y lo trataba con cariño y respeto, la consideraba una metiche.

—¡Vaya! La auténtica señora Kash mucho más digna que yo. Lo sé, no lo merezco. Pero, ¿sabes qué?, no quiero ser esa señora. ¡Ya no aguanto más!

—Entonces, ¡vete! —dijo Daniel, riendo con desdén, sin tomarla en serio.

—Perfecto, pienso lo mismo. Cuando estés libre, vamos al Registro Civil y nos divorciamos.

Al ver el rostro tranquilo de Adriana, Daniel se quedó congelado por un segundo y luego se burló:

—Adriana, sí que estás loca, vete al hospital. ¡No me molestes!

Después de aquello, Daniel dio media vuelta y salió de la oficina.

Adriana se quedó inmóvil y no supo qué hacer. Nunca se había imaginado que sería ella quien tomaría la iniciativa de pedirle el divorcio a Daniel. Sabía claramente que a Daniel le gustaba Paula, aunque esta lo había abandonado, y, pese a eso, aún albergaba la esperanza de que él cambiara de actitud y la amara a ella.

En ese día, al enterarse de que estaba embarazada, Adriana se había sentido sumamente feliz, e, incluso, había esperado que la relación entre ellos pudiera mejorar.

Pero todo aquello no había sido más que una ilusión. Con el bebé que venía en camino, Daniel solo la odiaría más y creería que era una desvergonzada.

«¡No quiero engañarme más!», pensó, mientras volvía a casa y comenzaba a preparar las maletas.

Llevaba tres años viviendo allí y el único recuerdo que tenía era de ella en soledad.

Cuando abrió el cajón, vio tres lindas cajas que había preparado para el cumpleaños de Daniel, uno por cada año; pero él nunca las había abierto.

En ese momento, la alegría por hacerle un regalo se convirtió en tristeza. Al final, sin vacilación ninguna, Adriana las tiró a la basura, y, tras tomar sus maletas, se encaminó hacia el coche...

Una hora después, el coche se detuvo en un barrio de lujo.

Acababa de bajar, cuando Adriana vio que una persona se acercaba y decía con enojo:

—¡Maldito Daniel! ¿Te echó de casa?

Se trataba de Carmen Ruiz, una buena amiga de Adriana. Debido a la caída de la Familia Jiménez, los amigos de Adriana se habían alejado de ella, excepto Carmen, y Adriana se sentía afortunada de contar con su apoyo y su compañía.

—Primero, entremos. Luego te lo contaré todo —respondió Adriana con tranquilidad.

Cuando ambas mujeres llegaron al segundo piso, Adriana suspiró y, con tranquilidad, le contó todo a su amiga.

Al escucharlo, Carmen frunció el ceño, se fijó en la barriga de Adriana y preguntó:

—¿Estás segura de que no le dirás a Daniel que estás embarazada?

—¿Sabes qué? —respondió Adriana—. El que quiere la col, también debe querer las hojas de alrededor. Ya que me odia tanto, es imposible que quiera al bebé.

Si esa era la verdad, Adriana prefería que Daniel nunca supiera de la existencia de bebé.

Sin embargo, Carmen se veía un tanto enojada.

—¿Cómo se atreve a tratarte de esta manera? ¿Acaso cree que tu sinceridad es menos valiosa que la falsedad de esa mujer?
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