Miguel tomaba a Renata con desesperación y con un profundo miedo recorriéndole el cuerpo; miedo de perderla, de que olvidara sus besos, su cuerpo, de que lo olvidara a él para siempre. Los celos nunca habían formado parte de su vida, pero esa pelirroja lo tenía trastornado. Al principio creyó que podría soportarlo, pero a medida que pasaban las horas y los días, todo fue un calvario.
A las seis en punto llegó al hospital, la operación que tenía programa sería hasta dentro de una hora, la enfermera Sonia le entregó papeles a firmar y fue entonces cuando se le ocurrió no firmar algunos. Así tendrían que llamar a Navarrete para interrumpirle su almuerzo, sabía que estaba actuando como un adolescente, pero era incapaz de reconocer que estaba enamorado.
Recién terminaba de operar, cuando su guardaespaldas de confianza le mando una foto de
Miguel —¿Estas enfermo? Si quieres lo dejamos para mañana. —Creo que tengo algún virus —respondió Miguel bebiendo más agua, quedándose a mitad de la pelea al sentirse mareado —, es eso o estoy comenzando a padecer de presión arterial alta o hipotensión —comenzó a reír. —¿Por qué crees que es un virus? —preguntó Armando. —Pues porque he sentido nauseas, mareos y dolor de cuerpo. —Suenas como embarazado. —Si no fuera hombre, creería que sí —dijo sin importancia. —¿Ya te hiciste exámenes? —Mañana ten
Pasó una semana, Miguel no volvió a buscar a Renata, así que ella dedujo que todo había acabado por completo. Tendría a su hijo o hija sola, estaría rodeada muchas personas que lo amarían y eso le daba ánimos para enfrentar la vida sin él. Iban de camino con Edith al hospital, Renata no quería que su ginecólogo fuera de ahí pues era más fácil que Miguel se enterara y, si pensaba ocultarlo no era una buena idea que su médico fuera de ese hospital. Pero su terca amiga Edith insistía que era en ese hospital donde estaban los mejores médicos, pues no quería ni imaginar si le pasaba algo como lo que le pasó a ella cuando tuvo a sus gemelos, si iba a una clínica cualquiera. Edith no lo iba a permitir, sabía que Renata no podría negarse y en el fondo tenía razón. Entraron al hospital con sigilo, no se encontraron a nadie conocido, sonrieron cuando por fin estaban dentro del consultorio de la d
—¡Bien! ¡Espera! Déjame hablar antes con mis padres, no puedo desaparecer así nada más —él la coloco en el suelo. —No haríamos tal cosa, pensé que estarías lista y luego iríamos juntos a hablar con ellos —ella se sorprendió. —Dame 15 minutos —entró al apartamento, Miguel iba detrás de ella. Velozmente preparó una pequeña maleta con todo lo básico y fueron a casa de sus padres —. Déjame decirles lo del bebé primero —Miguel asintió. Sus padres estaban felices de verlos juntos, desde que Renata se lo presentó a toda su familia, él les agradó. Miguel volvía a ser el mismo de siempre con ellos, el padre de Renata reía con sus bromas. —Sabes hijo me tenías preocupada, pensé que habían terminado pues hace rato que no venias por acá
En sus brazos me sentía otra, el miedo se esfumó en cuanto sus manos me tocaron con amor, aun podía percibir su dolor, pero sobre todo su necesidad de estar conmigo. Ahora lo comprendía, él estaba roto por dentro con miedo de amar, no es fácil perder a las personas que piensas que siempre estarán a tu lado; le hago saber con mis besos que no voy a irme de su lado. Miguel toma mi cuerpo sin reservas y me besa apasionadamente, aunque el clima es fresco los dos estamos sudando, tiemblo como antesala al inminente orgasmo. —No cierres los ojos, mírame —sonó como un ruego, en vez de una orden. Me pierdo en sus hermosos ojos esmeralda. Él aprieta mis glúteos y se introduce en mí más fuerte, yo siento morir por el contacto piel a piel. Pasa su lengua mojada por todo mi cuello hasta llegar a mi boca, me muerde y hala el labio inferior.
Le dolían los pies horrores. ¿Por qué no se vistió deportiva? Es que amaba tanto los tacones, pero por primera vez comenzaba a odiarlos, llevaba más de una hora deambulando por calles desiertas, el frio era terrible, sentía que moriría de hipotermia. Deseaba estar con Miguel, abrazarlo y besarlo, eso la hizo recordar el primer beso con él. "Flashback" Entre más lo veo y platico con él, más aumentan mis ganas de querer besarlo. Esta es nuestra tercera cita, aún sigo sin saber nada de su vida, siempre que le pregunto tengo la mala suerte de que le cae una llamada del hospital o él hábilmente cambia de tema. Ya casi llegamos a mi apartamento, se puede percibir la fuerte atracción que hay en ambos, yo intento concentrarme viendo el camino. —¿Te gustó la cena pequitas? —pregunta con su sexy su voz grave y tan masculina. —Mucho, ¿y a ti? —esboza una media sonrisa. —Me gustó más tu compañía y m
Nuevamente, el sentirme sola hizo que me despertara, él no está a mi lado. Recuerdo que puso su cabeza en mi estómago, lo acaricié y luego debí quedarme dormida. Me levanto a asearme y colocarme mi pijama; un short de seda corto y una camisa de tirantes, después de cepillarme los dientes voy a buscarlo a su despacho, cuando estoy cerca disminuyo el paso al escuchar una voz de mujer. —¿¡No entiendo qué ha cambiado!? —se escucha molesta. Me acerco a la puerta un poco para escuchar mejor. —No hay nada que entender, siempre he sido claro contigo. —No me refiero a eso Miguel, yo siempre he sabido que te compartía y nunca te exigí nada. Te perdías por meses y yo siempre te esperaba, ¿qué ha cambiado? —Es mejor que te vayas, ya es muy ta
—¿Por qué me ves así mi Mérida? —dice divertido el muy cabrón. —Por nada —contesto con valentonería, sin darme cuenta de mi gran error, mi clítoris comienza a vibrar fuertemente. Me muerdo el labio aguantándome los gemidos y cuando estoy a punto de correrme, él se detiene nuevamente. Lo miro con frustración y odio. —Vámonos —me toma de la mano y salimos casi corriendo del restaurante. Subimos al coche ante la mirada de algunos, arranca rápido el coche y me mira de reojo de vez en cuando, de nuevo activa el maldito vibrador y yo me agarro del asiento del coche, pero esta vez gimo para torturarlo; escucho como su respiración se vuelve más pesada y la manera que me ve con ganas de poseerme. Cuando estoy a punto del orgasmo, otra vez para y me acalambro sin poder terminar, un leve dolor
Flashback Su sonrisa es tan arrebatadora que me contagia, cada rasgo de su rostro me encanta; sus largas cejas gruesas, esas pestañas tan interminables que adornan sus hermosos ojos oscuros y su nariz pequeña que provoca siempre rozarla con la mía, imposible describir sus labios pues son una verdadera obra de arte y casi siempre termino contando cada peca de sus mejillas. El viento de la terraza mueve su largo cabello rojo, ella definitivamente es mi sueño hecho realidad. —¿Por qué me ves así? —sonríe, iluminando aún más la hermosa tarde. —¿Cómo te veo, pequitas? —se sonroja ante mi mirada. —Se me notan un poco —toca sus delicados pómulos. Me acerco y con mi dedo toco una a una sus pecas.