El sábado llega pronto, nerviosa comienzo a buscar que ponerme. Es difícil encontrar algo que me quede bien, pues tengo caderas grandes y piernas gruesas; no tengo cuerpo de modelo, aunque mi amiga Edith diga que mi cuerpo es muy bonito, que tiene la forma de un reloj de arena y que estoy bien proporcionada por todas partes, yo más bien diría que estoy algo gordita, pero como dice mi madre "lo importante es estar sana". Como la mayoría de las mujeres tengo celulitis y evito usar shorts a menos que vaya a la playa, mi estatura no ayuda mucho, mido 1.58 cm y por eso me encanta usar tacones.
No debería quejarme de mi cuerpo porque no soy fan de vivir metida en un gimnasio, me gusta más caminar o hacer yoga, pero lo hago muy de vez en cuando. Tengo poco busto por no decir nada, las describiría como dos naranjas pequeñas, pero en comparación con otras mujeres, soy copa 34 afortunadamente; ni grandes, ni pequeñitas y gracias a eso puedo usar muchas camisas escotadas sin miedo a que se me salga una bubi.
Después de un buen rato midiéndome mucha ropa, finalmente me decido por mi jean favorito, un leotardo negro manga larga algo transparente del pecho, con una chaqueta roja encima y sandalias tacón aguja negras. Maquillaje natural y mi cabello rebelde lo dejo suelto, sí hay algo que amo de mí, es mi cabello, me aplicó sutilmente perfume y tomo las llaves de mi auto mientras le envió un mensaje a Beto de que voy saliendo.
Aparco el auto y mi corazón está más acelerado que nunca, leo las indicaciones que él me mando; lo único que tengo que decir es su apellido al mesero. Estoy ansiosa, Beto ya está adentro comiendo en una mesa, esta solito, ¡es un bello! Un hermano para mí. Sólo espero que mi admirador no sea un viejito, meto mi gas pimienta en la bolsa y salgo determinada, no me voy a quedar con la duda de saber quién es.
El mesero me lleva a una mesa privada con una vista preciosa al bosque. No sabía que este restaurante tenía esta terraza, he venido varias veces y lo ignoraba, tomo asiento y el mesero me pone una copa de vino blanco. Le mandó un mensaje a Beto indicándole en que parte estoy, y le comento que todavía él no ha llegado; primer punto en contra, odio que me hagan esperar y si en cinco minutos no está aquí, yo me largo.
Escucho unos pasos acercándose a mi espalda, pero no volteo, la piel se me eriza cuando se detiene a la par mía y gira hasta quedar de frente. Mi mirada se posa en sus pies; observo sus botas de amarrar color café, poco a poco voy subiendo la mirada, el jean azul oscuro le queda muy bien, ¡Vaya piernas! Una faja gruesa de cuero del mismo color que sus zapatos adorna su cintura delgada y un sweater blanco de tela fina marca sus músculos, pero bueno este hombre sí que es alto... casi me muero de un infarto al ver que es el doctor Miguel ¡La cena de la asociación! Él me dedica una sonrisa genuina al ver mi cara de asombro.
—No me mires como comida pequitas —su comentario me saca de mis pensamientos y me pongo de pie brindándole mi mano.
—No es para tanto doctor Miguel, lo que sucede es que no esperaba que fuera usted —él entrecierra sus ojos y estrecha mi mano, me siento y él también toma asiento.
—¡Ah sí! ¿Y a quién esperabas? Espero no decepcionarte —ríe, es un engreído, como si no hubiera nadie mejor que él.
—Puede que tuviera varias opciones en mente, pero jamás usted. Esta es la segunda vez que lo veo —estiro la servilleta de tela en mis piernas, segura como una diosa.
—Tienes razón —me mira directo a los ojos y eso me da la oportunidad de ver bien su rostro. No es que en la fiesta no lo haya visto, pero es que, con las copas de vino olvidé sus facciones.
Su piel es clara, tiene rasgos bien marcados pareciera que alguien lo hubiera dibujado; cejas tupidas y largas, ojos verdes con lindas pestañas largas, nariz respingada y boca grande, sus labios son gruesos y rosados. Trago saliva, no tiene barba, luce recién afeitado dejando ver una mandíbula un poco cuadrada sexy, carraspeo y miro el menú.
—¿Qué me recomendarías? Es la primera vez que vengo aquí.
—¿Te gustan las pastas? —lo he tuteado, rápidamente intento enmendar la situación, es decir, lo vengo conociendo —Perdón, quise decir ¿le gustan las pastas? —él comienza a carcajearse. Como odontóloga no puedo evitar ver sus dientes, son grandes, bonitos y blancos, su risa es contagiosa y me hace reír sin poder evitarlo.
— Sí, me gustan. Puedes tutearme sin problema, no te disculpes ¿o acaso me veo muy viejo? —acomodo mi cabello y deja de reír mirando cada movimiento que hago.
— Para nada, es que en nuestra cultura acostumbramos a tratar de usted a la gente que recién conocemos, por la confianza y respeto. También a la gente que es mayor, te traté de usted porque casi no te conozco —él asintió, el mesero regresó para tomar nota.
—Dos espaguetis verdes carbonara —el hombre anota y sirve el vino blanco a Miguel para luego retirarse.
—¿Cuántos años tienes?
—28, ¿y tú? —bebo un poco de vino.
—34, cuéntame un poco de ti —me observa con atención.
—Soy odontóloga, pero eso ya lo sabias. Me encanta cocinar, comer, leer y amo los animales, trabajo como voluntaria en un refugio para animales —su celular comienza a timbrar y se queda ido por unos segundos viendo la pantalla.
—Debo atender, es del hospital —asiento comprensiva —dime Navarrete —no se levanta de la mesa —. ¿A qué hora ingresó?
Aprovecho para mandarle un mensaje a Beto, le explico que no hay nada de qué preocuparse, que es alguien conocido y que le llamaré en cuanto llegue a casa. Me responde con la palabra "frambuesa" que es nuestra palabra clave y yo respondo "Limón", si hubiera respondido otra cosa, él ya estaría aquí poniéndome a salvo.
—Muy bien, has todas las revisiones pertinentes y cuando hagas el TAC craneal me envías los resultados al correo, vigilen la PCO2, debe mantenerse entre 25 y 35 mm Hg —¡Eso sí que fue extremadamente sexy! Me encanta que sea médico.
—¿Tienes que irte?
—No aun, es un paciente con traumatismo, me enviarán los resultados y evaluaré si necesita cirugía. Si es grave tendré que ir, igual se demorarán un poco en enviármelos, así que, podremos comer tranquilos —él mesero llega con los platillos y los coloca.
— Eres cirujano, cierto. ¿Cuál es tu especialidad?
—Soy neurocirujano y también especialista en cirugía reconstructiva —me quedo con el bocado a medio camino.
—¿Dos especialidades? —asiente divertido.
—¿A qué edad empezaste? ¿A los ocho años? —el ríe divertido.
—No pequitas, desde los 16 —lo miro como si fuera alguien raro.
—Aun así, la medicina es larga por no decir eterna, más para las especialidades que elegiste —él come feliz.
— Bueno, me tardé la mitad de tiempo que una persona común.
—¿Eres superdotado?
—Lo dices como si fuera un extraterrestre —comenzaba a serlo para mí, es demasiado joven.
—Bueno, algo así... es bueno tenerte en nuestra ciudad y nuestro país, estamos necesitados de gente como tú. ¿Te ha gustado la pasta?
—Está muy buena —lo devoramos todo muy rápido.
No dejábamos de vernos, yo quiero saber más de él, pero me conozco y puedo ser imprudente, así que mejor trato de quedarme callada y no decir lo primero que se me viene a la mente.
—¿Tienes novia? ¿Divorciado? O en el peor de los casos, ¿casado? —él se atraganta con la comida.
—Ninguna de las tres. ¿Cómo puedes pensar que, si tuviera novia o fuera casado, te invitaría a salir? —ahora quiere tirárselas de digno conmigo.
—Créeme, eso es muy común en las personas y la verdad prefiero preguntar, no quiero ese tipo de sorpresas después.
—Entonces, estas dispuesta a verme nuevamente...
¡Que metida de pata la mía! Va a pensar que soy facilona y no, trato de pensar en algo para resarcir la situación.
— ¡Tranquila pequitas! Yo también quiero verte nuevamente.
—No vas a preguntarme si estoy casada, con hijos o novio quizás —levanto una ceja.
—Sé que no lo estás —su seguridad me pasma.
Su celular vibra muchas veces: él lo abre, mira un par de imágenes, aprieta los labios y sus ojos se achican. Está preocupado y emocionado, tengo una habilidad para leer los gestos de la gente.
—Pequitas —dice mientras guarda el celular en su pantalón —para mi mala suerte tengo que irme, discúlpame, pero debo operar a alguien.
—Comprendo, no te preocupes —Llama al mesero y paga la cuenta. Caminamos juntos hacia el estacionamiento.
—¿Vienes en coche?
Asiento y me acompaña hasta mi auto. Antes de abrir la puerta se acerca a mí, su olor me excita ¡Dios aleja esos pensamientos de mí! Alzo mi rostro para verlo.
—Renata, ha sido un verdadero placer comer contigo. Antes de irme quiero ser del todo honesto, como tú lo has sido conmigo —aquí viene lo malo, sabía que tendría algo malo —. Mi intención al conocerte no es tener un noviazgo, nunca lo he tenido y no tengo idea de lo que significa. Pero tengo claro tres cosas: me encantas, me atraes y si por alguna loca razón quieres seguir viéndome, me gustaría llegar a tenerte entre mis brazos —me quedo aturdida, no lo dijo nervioso, ni inseguro.
—Es la declaración más delirante que me han hecho, pero también la más sincera. Lo pensaré, ¿de acuerdo? —él sonríe, se acerca un poco más y me quedo inmóvil. Se agacha, deposita un beso en mi mejilla de una manera tan lenta, que parece que el tiempo se detuvo. Cierro los ojos ante la sensación de sus labios cálidos.
—De acuerdo —responde separándose de mí y diciéndome adiós con la mano. Entro al coche y el corazón se me quiere salir del pecho, esto es extraño. Ya he tenido amantes, pero esta sensación es completamente nueva.
Fin del flashback
De haber sabido que a partir de esa noche él se robaría mi corazón para pisotearlo, jamás lo hubiera vuelto a ver. Estoy terminándome de desenredar el cabello y escucho el sonido de un mensaje, abro mi W******p, es Ricardo Navarrete recordándome de nuestro almuerzo de mañana.
Navarrete: ¡Hola!¿Lista para mañana?
Yo: lista 😁
Navarrete: 😘
¿Y ahora qué haré? Acepté salir con él porque estaba furiosa con Miguel, yo no soy ese tipo de mujer que utiliza a los demás para olvidarse de otro. Mañana hablaré con él y seré sincera, aunque él es un hombre maduro y guapo, no estoy lista para estar con alguien.
El domingo al mediodía me encuentro esperando a Ricardo. Pasa por mi muy puntual, es un caballero y sus pláticas para nada aburridas, lo que me hace sentir relajada. De repente le cae una llamada a su celular y contesta con el bluetooth del coche.
—Doctor Navarrete, necesitamos una autorización suya urgente —informa una voz un poco estresada.
—No entiendo Sonia, ¿el doctor Hunt no la puede autorizar? Él es el jefe y está de turno hoy —sólo de escuchar su apellido me tiembla el cuerpo.
—Él está en una operación delicada, lleva más de seis horas en el quirófano y no sabemos a qué hora terminará. Si esperamos, todo se podría complicar con cuatro pacientes —Ricardo suspira molesto.
—Estoy ahí en cinco minutos —cuelga la llamada.
—Tranquilo ve y firma lo que necesitas, yo te esperaré —él sonríe.
—Gracias Renata, prometo que solo serán unos minutos —asiento.
Al llegar, me pide que baje con él y que lo espere en su consultorio, no quiere que espere en el auto. Al principio me niego pues no quiero encontrarme con Miguel por ningún motivo, pero luego, después de pedírmelo dos veces más, cedo. Voy bajando todos los santos para que me hagan el milagro, me tranquilizo cuando recuerdo que él está operando. Entramos al hospital y llegamos al consultorio, me abre la puerta y paso a sentarme en la cómoda silla: es muy bonito todo, el escritorio, las paredes color verde pastel y los detalles finos.
—¿Quieres café? —pregunta atento.
—Agua —saca de un mini refrigerador una botella con agua.
—Regreso pronto —sale y cierra la puerta.
Me quedo contemplando el lugar, veo todos los reconocimientos de Ricardo, es un excelente neurocirujano; estudió en Canadá, aunque es mucho mayor que Miguel, le llevará unos 8 años. La puerta se abre y entra Miguel para luego cerrarla con llave.
Me ve con rabia, con deseo y con lo que pareciera amor. Luce como un lobo herido y yo respiro agitada. ¿Y ahora qué hago? Intento articular palabra, pero es tarde; Miguel se abalanza sobre mí y me besa sujetándome con fuerza, trato de no sentir sus labios calientes intentando comerse los míos y lo separo con toda la fuerza que tengo, para para darle una cachetada que hace que voltee la cara hacia un lado.
Me ve y el deseo en sus ojos es más fuerte, y yo... yo me muero por él, trato de irme, pero me toma nuevamente y vuelve a besarme. Me resisto dándole algunos golpes en el pecho, pero bastan unos segundos para que mi corazón me traicione y comienzo a corresponderle, no soy dueña de mí y me pierdo en su boca.
"Podrías haberme preguntado por qué rompí tu corazón. Podrías haberme contado que te derrumbaste, pero pasaste caminando a mi lado, como si yo no estuviese allí, y simplemente hiciste como que no te importó..." Canción Save your tears, The Weeknd.
Miguel tomaba a Renata con desesperación y con un profundo miedo recorriéndole el cuerpo; miedo de perderla, de que olvidara sus besos, su cuerpo, de que lo olvidara a él para siempre. Los celos nunca habían formado parte de su vida, pero esa pelirroja lo tenía trastornado. Al principio creyó que podría soportarlo, pero a medida que pasaban las horas y los días, todo fue un calvario. A las seis en punto llegó al hospital, la operación que tenía programa sería hasta dentro de una hora, la enfermera Sonia le entregó papeles a firmar y fue entonces cuando se le ocurrió no firmar algunos. Así tendrían que llamar a Navarrete para interrumpirle su almuerzo, sabía que estaba actuando como un adolescente, pero era incapaz de reconocer que estaba enamorado. Recién terminaba de operar, cuando su guardaespaldas de confianza le mando una foto de
Miguel —¿Estas enfermo? Si quieres lo dejamos para mañana. —Creo que tengo algún virus —respondió Miguel bebiendo más agua, quedándose a mitad de la pelea al sentirse mareado —, es eso o estoy comenzando a padecer de presión arterial alta o hipotensión —comenzó a reír. —¿Por qué crees que es un virus? —preguntó Armando. —Pues porque he sentido nauseas, mareos y dolor de cuerpo. —Suenas como embarazado. —Si no fuera hombre, creería que sí —dijo sin importancia. —¿Ya te hiciste exámenes? —Mañana ten
Pasó una semana, Miguel no volvió a buscar a Renata, así que ella dedujo que todo había acabado por completo. Tendría a su hijo o hija sola, estaría rodeada muchas personas que lo amarían y eso le daba ánimos para enfrentar la vida sin él. Iban de camino con Edith al hospital, Renata no quería que su ginecólogo fuera de ahí pues era más fácil que Miguel se enterara y, si pensaba ocultarlo no era una buena idea que su médico fuera de ese hospital. Pero su terca amiga Edith insistía que era en ese hospital donde estaban los mejores médicos, pues no quería ni imaginar si le pasaba algo como lo que le pasó a ella cuando tuvo a sus gemelos, si iba a una clínica cualquiera. Edith no lo iba a permitir, sabía que Renata no podría negarse y en el fondo tenía razón. Entraron al hospital con sigilo, no se encontraron a nadie conocido, sonrieron cuando por fin estaban dentro del consultorio de la d
—¡Bien! ¡Espera! Déjame hablar antes con mis padres, no puedo desaparecer así nada más —él la coloco en el suelo. —No haríamos tal cosa, pensé que estarías lista y luego iríamos juntos a hablar con ellos —ella se sorprendió. —Dame 15 minutos —entró al apartamento, Miguel iba detrás de ella. Velozmente preparó una pequeña maleta con todo lo básico y fueron a casa de sus padres —. Déjame decirles lo del bebé primero —Miguel asintió. Sus padres estaban felices de verlos juntos, desde que Renata se lo presentó a toda su familia, él les agradó. Miguel volvía a ser el mismo de siempre con ellos, el padre de Renata reía con sus bromas. —Sabes hijo me tenías preocupada, pensé que habían terminado pues hace rato que no venias por acá
En sus brazos me sentía otra, el miedo se esfumó en cuanto sus manos me tocaron con amor, aun podía percibir su dolor, pero sobre todo su necesidad de estar conmigo. Ahora lo comprendía, él estaba roto por dentro con miedo de amar, no es fácil perder a las personas que piensas que siempre estarán a tu lado; le hago saber con mis besos que no voy a irme de su lado. Miguel toma mi cuerpo sin reservas y me besa apasionadamente, aunque el clima es fresco los dos estamos sudando, tiemblo como antesala al inminente orgasmo. —No cierres los ojos, mírame —sonó como un ruego, en vez de una orden. Me pierdo en sus hermosos ojos esmeralda. Él aprieta mis glúteos y se introduce en mí más fuerte, yo siento morir por el contacto piel a piel. Pasa su lengua mojada por todo mi cuello hasta llegar a mi boca, me muerde y hala el labio inferior.
Le dolían los pies horrores. ¿Por qué no se vistió deportiva? Es que amaba tanto los tacones, pero por primera vez comenzaba a odiarlos, llevaba más de una hora deambulando por calles desiertas, el frio era terrible, sentía que moriría de hipotermia. Deseaba estar con Miguel, abrazarlo y besarlo, eso la hizo recordar el primer beso con él. "Flashback" Entre más lo veo y platico con él, más aumentan mis ganas de querer besarlo. Esta es nuestra tercera cita, aún sigo sin saber nada de su vida, siempre que le pregunto tengo la mala suerte de que le cae una llamada del hospital o él hábilmente cambia de tema. Ya casi llegamos a mi apartamento, se puede percibir la fuerte atracción que hay en ambos, yo intento concentrarme viendo el camino. —¿Te gustó la cena pequitas? —pregunta con su sexy su voz grave y tan masculina. —Mucho, ¿y a ti? —esboza una media sonrisa. —Me gustó más tu compañía y m
Nuevamente, el sentirme sola hizo que me despertara, él no está a mi lado. Recuerdo que puso su cabeza en mi estómago, lo acaricié y luego debí quedarme dormida. Me levanto a asearme y colocarme mi pijama; un short de seda corto y una camisa de tirantes, después de cepillarme los dientes voy a buscarlo a su despacho, cuando estoy cerca disminuyo el paso al escuchar una voz de mujer. —¿¡No entiendo qué ha cambiado!? —se escucha molesta. Me acerco a la puerta un poco para escuchar mejor. —No hay nada que entender, siempre he sido claro contigo. —No me refiero a eso Miguel, yo siempre he sabido que te compartía y nunca te exigí nada. Te perdías por meses y yo siempre te esperaba, ¿qué ha cambiado? —Es mejor que te vayas, ya es muy ta
—¿Por qué me ves así mi Mérida? —dice divertido el muy cabrón. —Por nada —contesto con valentonería, sin darme cuenta de mi gran error, mi clítoris comienza a vibrar fuertemente. Me muerdo el labio aguantándome los gemidos y cuando estoy a punto de correrme, él se detiene nuevamente. Lo miro con frustración y odio. —Vámonos —me toma de la mano y salimos casi corriendo del restaurante. Subimos al coche ante la mirada de algunos, arranca rápido el coche y me mira de reojo de vez en cuando, de nuevo activa el maldito vibrador y yo me agarro del asiento del coche, pero esta vez gimo para torturarlo; escucho como su respiración se vuelve más pesada y la manera que me ve con ganas de poseerme. Cuando estoy a punto del orgasmo, otra vez para y me acalambro sin poder terminar, un leve dolor