¿¡Por qué demonios acepto salir con él!? Siento que me consumo por dentro y no puedo impedírselo, me pasa por idiota. Sólo de pensar que puede rozarla si quiera, me hace querer salir corriendo detrás de ella y creo que es lo que haré, tal vez si la veo con otro se me salga de mi mente de una vez por todas.
—¡Doctor! —la enfermera Mariela está tratando de llamar mi atención.
—Las radiografías —pongo cara de no saber de qué demonios me habla —las radiografías del paciente que va a operar —asiento tomándolas.
—Vaya que está complicado —digo viendo la terrible radiografía.
—Creo que perderá la mano —me dice afirmando.
—No, no la perderá —me ve asombrada. Sí, sí... tengo ese efecto en las mujeres.
—Prepare el quirófano cuatro y deje cupo para un sólo especialista —espero que al doctor Navarrete no se lo ocurra querer operar conmigo, porque tendré que enterrarle el bisturí y dejará plantada a Renata.
La cirugía dura cinco horas, Edith y Armando van a matarme. Corro a las duchas y dejo que el agua fría aclare mis pensamientos: hoy la veré de nuevo, después de dos largas semanas sin ver su hermoso rostro, ha sido casi insoportable la espera. Al salir, me encuentro a Vanessa esperándome en mi vestidor, camino para recoger mi ropa; ella se levanta y pone sus manos en mi pecho.
—¿Qué te parece si follamos rápido? Así vas relajado a casa —sonrío, aunque, es una propuesta que antes no hubiera rechazado ahora simplemente no puedo. ¿Por qué? Porque del único cuerpo del que tengo necesidad en este instante, es el de una pelirroja.
—Lo lamento, no puedo. Tengo un compromiso y no tengo tiempo —le digo apartando sus manos.
—No quería creerlo, pero definitivamente no eres el mismo, ¡te enamoraste! —la tomo violentamente por la cintura y con mi otra mano agarro su bonita cara.
—Yo no me enamoro y no me gusta que nadie opine de mi vida privada, ¿te quedó claro? —ella asiente nerviosa, la suelto ignorándola por completo.
"Hacienda Ríos"
Aparco mi coche y me apresuro a llegar. Todos están sentados en la enorme mesa vertical, veo a mi chica riendo de alguna locura que dijo, luce preciosa, pero al verme aparta la mirada y contesta su celular retirándose para hablar, seguramente es ese idiota que le llama.
—¡Cuñadita, estás hermosa! Y más con mis sobrinitos —digo abrazándola y poniendo una mano es su estómago.
—¿Por qué llegas tan tarde? —me pregunta molesta.
—No te enojes, estaba cubriendo una operación de tu esposo.
—¡Hermano! Llegas a tiempo —me abraza emocionado, jamás vi a un hombre tan feliz en un matrimonio como a él. Eso me llena el corazón, se lo merece.
—Esto es para mis sobrinos y este es para ti. ¡Feliz cumpleaños! —le doy una bolsita con tres cajitas, son dos pulseritas diminutas con las iniciales de los nombres de mis sobrinos y una cadenita para ella con las iniciales de ellos, espero le gusten.
—¡Gracias! —me abraza de nuevo. Edith es una mujer increíble, le tengo mucho cariño tanto como si fuera mi familia.
Me siento a comer y trato de sentarme cerca de Renata, pero ella cambia de sitio sentándose lejos ¡Dios!, me estoy muriendo por dentro y ella luce fresca como una lechuga, tanto era lo que me quería que ahora ni me dirige la mirada. Y yo no puedo ignorarla, siento hasta su olor ¡maldito viento!
La plática es amena, la familia de Edith es increíble. El karaoke comienza y después de cuatro brandys decido cantar, la verdad no me gusta cantar, pero ella tiene que entender que yo soy incapaz de amar, no porque ella no lo merezca, es porque mi corazón esta tan herido que no sabe amar.
"Algo me está pasando desde que te vi,
lo único que hago es escribir, sin razón.
Hablas de todo un poco cuando estás conmigo
Y cualquier tema es entretenido, si estás tú.
Cuéntame, cuéntame de todo y sin medida
Quiero descubrirte cada día, cada día...
Y trato, de descubrir lo que yo estoy sintiendo
De descifrar tus gestos conversando y riendo.
No, no puedo.
No puedo quererte, aunque me muera,
necesito pensar, aunque no quiera,
no puedo amarte, no puedo amarte
Ahora no".
Todos aplauden y ella por primera vez me ve, en su mirada hay dolor y rabia. Edith la toma del brazo y se alejan.
—¿Eres masoquista? —nos apartamos un poco de la gente.
—Tú más que nadie sabe que no puedo ofrecerle lo que ella quiere.
—¿Ah sí? ¿Y qué es lo que ella quiere?
—Lo que quieren todas las mujeres Armando, esposo y una familia —le digo exasperado.
—¿Y tú que quieres?
—Yo quiero estar con ella, pero ella quiere saber todo de mí. No puedo contarle los escombros de mi vida, estar en una relación así es desgastante. He hecho cosas por ella que jamás he hecho con otras mujeres y, aun así, no es suficiente.
—Mmmm hermano, ella no es cualquier mujer y bueno... eres valiente, sabes.
—¿Valiente?
—Sí, para dejar ir una mujer así, porqué si tú no le puedes dar lo que ella necesita, otro lo hará —se me congela el estómago solo de imaginarlo —. Yo jamás hubiera podido dejar a Edith, si hay algo que no pueda dárselo y ella lo necesita aprendería como hacerlo y la haría feliz, de paso sería feliz yo también, porque su felicidad es la mía —los gritos de Renata nos alertan y salimos corriendo con Armando.
—¿¡Qué pasa Renata!? —pregunta Armando, buscando a Edith con la mirada.
—Le- le duele el vientre, no puede moverse —Armando corre a buscarla y yo voy atrás de él mientras llamo al hospital para que estén listos a nuestra llegada.
—Mi amor, ¿qué pasa? —pregunta sosteniéndola, la cara de dolor de Edith me preocupa.
—Se me rompió la fuente, estoy mojada —miro a Armando y él me mira, nos entendemos perfectamente no hace falta que me diga una palabra y corro por el auto. Cuando paso por la mesa, Renata me frena tomándome del brazo, una chispa hace que nos soltemos.
—¿Edith, está bien? —me pregunta abrumada.
—Debemos ir al hospital —respondo sin perder tiempo.
De camino al hospital, la pobre Edith no deja de llorar está preocupada porque sólo tiene 32 semanas de embarazo, Armando la consuela diciéndole que los bebés que nacen en ese tiempo pueden nacer perfectamente sanos. Cuando llegamos, ya todos nos están esperando e ingresamos a Edith, le pido a Armando que espere afuera por mientras la examina la doctora Rivas y toma una decisión.
—¿¡Cómo me pides eso!?
—Armando, solo serán unos minutos.
—¡Es mi esposa carajo y trabajo en este hospital! ¡Por Dios! —esta angustiado y lo entiendo, yo estaría peor.
—Hermano, tu confías en mi como yo en ti... créeme que lo que te digo por el momento es lo mejor para ella, vigilaré que todo salga perfecto y regresaré a informarte, ¿bien?
—Sí, lo siento —me dice triste.
—Ni lo digas, todo va a estar bien —lo dejo con la familia de Edith en la sala de espera.
La doctora Rivas la examina minuciosamente.
—¿Dónde está mi esposo? ¡Miguel!, ¿dónde está Armando? —tomo su mano.
—Él ya viene, tienes que estar tranquila por tus hijos —ella asiente.
La doctora Rivas sale y salgo con ella.
—Los bebés deben nacer ahora, voy a preparar todo —asiento y voy por Armando.
Ya en la operación, asisto a la doctora Rivas y vigilo cada movimiento, debo admitir que es muy buena, excelente diría. Nace el primer bebé y vaya garganta, igualito al padre. Nace el segundo y es aún más fuerte el llanto, me quedo a ver como cierra esta operación Rivas y luego iré a ver a los bebés.
Inesperadamente los latidos de Edith bajan, se lo que ha ocurrido, miro la cara de preocupación de la doctora y sé que debo tomar el mando inmediatamente. Pido que saquen a Armando y le ordeno a ella que me ceda el espacio, no lo hago amablemente, no tengo paciencia pues la vida de Edith está en juego.
Luego de la exitosa operación y de haber avisado a Armando, aviso también a la familia. Todos se abrazan aliviados, dos nuevos miembros de la familia acaban de llegar al mundo. Intento acercarme a Renata, pero ella me esquiva, molesto entro de nuevo a emergencias.
Veo a los bebés en sus incubadoras están sanos y fuertes a pesar de ser prematuros, son hermosos, estarán en la incubadora unos días para monitorear que sus órganos estén funcionando bien. Uno de ellos aprieta fuerte mi dedo y siento tanto amor que brevemente el deseo de ser padre surge en mí, sacudo mi cabeza.
Después de casi cuatro horas, Edith está respondiendo bien y los bebés están perfectos. Salgo a la sala a informales, les digo que vayan a descansar pues ellos estarán unos días en el hospital para monitorearlos. Todos se van menos Renata y Beto, ella recoge sus cosas y yo como si tuviera un imán me muevo hacia ella.
—Renata —Beto nos mira a los dos.
—Te espero en el coche —dice y ella asiente.
—Escucha, yo quisiera que...
—Yo no quiero nada y menos si es de ti —me expresa fría, sus ojos casi grises no emiten ningún tipo de sentimiento.
—Pero, si yo no te he hecho nada Renata actúas como si te hubiera engañado —le digo frustrado.
—Bueno, creo que fuiste lo suficientemente claro conmigo, así que buenas noches —se da la vuelta, pero no puedo dejarla ir.
—Espera, yo no quiero que quedemos de enemigos —ella sonríe de lado.
—No somos amigos, ni enemigos. ¡No somos nada! —la suelto de inmediato ante sus duras palabras, ella simplemente me da la espalda y se va. Me quedo parado unos segundos con sus palabras resonando en mi cabeza una y otra vez. "No somos nada..."
"Renata"
Luego de contarle todos los detalles a mi madre y a mi padre sobre mis sobrinitos hermosos, les doy el beso de las buenas noches. No paran de decir que cuándo los haré abuelos, que no quieren morirse sin verme casada, mi madre es una dramática y mi padre es un consentidor.
—¡Hija! Mira a Edith ya con sus hijitos y casada con un buen hombre, ¿no te dan ganas? —suspiro.
—¡No! No, madre mía —camino hacia la puerta para irme a mi apartamento que está en la parte de atrás.
Papá hizo dos apartamentos muy hermosos, uno para mi hermana Rocío y otro para mí, ambos con entradas independientes, pero también puedo ingresar por el patio de la casa de mis padres. Mi madre me sigue con el sermón de siempre.
—¡Mujer! Deja a la niña tranquila —mi padre como siempre de mediador, me doy la vuelta y beso la frente de cada uno.
—¡Los amo! Buenas noches —sigo mi camino, escucho mamá bufar molesta y sonrío.
Al entrar a mi cuarto, me quito la ropa y me meto a la ducha, necesito relajarme. Le digo a la loca de Alexa que ponga música relajante, mi mente no deja de pensar en Miguel, sinceramente no sé cómo pude siquiera imaginar que un hombre como él se iba a enamorar de mí, corrí el riesgo y perdí; duele... duele mi pecho, mi alma y mi amor propio. Abro el grifo y el agua tibia comienza a caer en mi cuerpo, lejos de relajarme como creí, mi mente me traiciona recordando el primer día que hablamos.
Flashback
—¡Gracias doctora! No pensé que lo mío tenía solución —comenta Raquel, mi paciente con fractura de corona. Sonrío, el sonido de mensajes de mi celular llama mi atención.
Número desconocido: ¡Hola!
Despido a mi paciente e ignoro el mensaje, pero segundos después cae otro.
Número desconocido: ¿Quieres comer conmigo? No te arrepentirás pequitas.
Yo: ¿Perdón? ¿Quién eres? No salgo con desconocidos.
¿Pequitas? Ningún amigo mío me llama así. Además, de que este es mi número personal, no me escribió al de la clínica así que descarto que sea algún paciente.
Número desconocido: Pero si me conoces.
Yo: ¿Ah sí? ¿De dónde?
Número desconocido: De una cena, que por cierto te mirabas preciosa.
Yo: ¡Gracias! Entonces, si lo conozco bien podría decirme su nombre.
Número desconocido: L. M. Hunt
No me suena su apellido para nada, la curiosidad me invade.
Yo: Muy gracioso, ese es su apellido señor Hunt. ¡Feliz tarde! Tengo que seguir trabajando.
Número desconocido: Le quitas la emoción, bien pequitas te dejo trabajar... besos.
¿Besos? ¿Y este qué se cree? Continúo con mi trabajo y no respondo a ese último mensaje. Mi día se vuelve demasiado ocupado, tanto que mi asistente protesta por comer y le doy una señal con la cabeza de que puede irse, observo el reloj: las dos de la tarde, bien... terminaré con este paciente y buscaré algo que comer.
—Doctora Renata.
—¿No te habías ido a comer Erika? —respondo sin alzar la vista.
—Sí, pero le enviaron esto —me detengo y observo lo que tiene en sus manos, es comida y no cualquier comida. La miro extrañada.
—¿Quién lo envía? —dos suturas más y listo.
—¿Leo la tarjeta?
—¡Por favor!
—¡Buen provecho pequitas! L.M. Hunt —¡Dios me libre de un acosador! La comida viene sellada, es de un restaurante coreano, ¿cómo sabe que me gusta esa comida? Comienzo por preocuparme.
—Ponlo en la mesa y almuerza conmigo —mandó suficiente comida como para tres personas.
Yo: ¿Eres un psicópata?
Número desconocido: No lo soy pequitas.
Yo: Estas asustándome.
Número desconocido: ¿Una comida te asusta? No pareces una mujer temerosa. Es más, parece que podrías noquearme de un sólo golpe XD
Yo: Comeré, que sepas que mi asistente y guardia de seguridad también están comiendo. Espero todo este bien con la comida.
Número desconocido: ¡Buen provecho a los tres! ¿No serás tú la psicópata? En que me estoy metiendo.
Me río un buen rato, la comida esta deliciosa. Nos escribimos por dos semanas, me mandó flores y más almuerzos, no suelto información personal uno nunca sabe. Hemos de quedado de vernos el fin de semana y debo de decir que me tiene cautivada, tiene muy buen sentido del humor. Le comenté a Beto para que me acompañe de lejos, cualquier cosa le haré una señal y él irá a socorrerme, Edith está preocupada por la cita, extrañamente yo no lo estoy, más bien siento ansiedad.
El sábado llega pronto, nerviosa comienzo a buscar que ponerme. Es difícil encontrar algo que me quede bien, pues tengo caderas grandes y piernas gruesas; no tengo cuerpo de modelo, aunque mi amiga Edith diga que mi cuerpo es muy bonito, que tiene la forma de un reloj de arena y que estoy bien proporcionada por todas partes, yo más bien diría que estoy algo gordita, pero como dice mi madre "lo importante es estar sana". Como la mayoría de las mujeres tengo celulitis y evito usar shorts a menos que vaya a la playa, mi estatura no ayuda mucho, mido 1.58 cm y por eso me encanta usar tacones. No debería quejarme de mi cuerpo porque no soy fan de vivir metida en un gimnasio, me gusta más caminar o hacer yoga, pero lo hago muy de vez en cuando. Tengo poco busto por no decir nada, las describiría como dos naranjas pequeñas, pero en comparación con otras mujeres, soy copa 34 afortunadamente; ni
Miguel tomaba a Renata con desesperación y con un profundo miedo recorriéndole el cuerpo; miedo de perderla, de que olvidara sus besos, su cuerpo, de que lo olvidara a él para siempre. Los celos nunca habían formado parte de su vida, pero esa pelirroja lo tenía trastornado. Al principio creyó que podría soportarlo, pero a medida que pasaban las horas y los días, todo fue un calvario. A las seis en punto llegó al hospital, la operación que tenía programa sería hasta dentro de una hora, la enfermera Sonia le entregó papeles a firmar y fue entonces cuando se le ocurrió no firmar algunos. Así tendrían que llamar a Navarrete para interrumpirle su almuerzo, sabía que estaba actuando como un adolescente, pero era incapaz de reconocer que estaba enamorado. Recién terminaba de operar, cuando su guardaespaldas de confianza le mando una foto de
Miguel —¿Estas enfermo? Si quieres lo dejamos para mañana. —Creo que tengo algún virus —respondió Miguel bebiendo más agua, quedándose a mitad de la pelea al sentirse mareado —, es eso o estoy comenzando a padecer de presión arterial alta o hipotensión —comenzó a reír. —¿Por qué crees que es un virus? —preguntó Armando. —Pues porque he sentido nauseas, mareos y dolor de cuerpo. —Suenas como embarazado. —Si no fuera hombre, creería que sí —dijo sin importancia. —¿Ya te hiciste exámenes? —Mañana ten
Pasó una semana, Miguel no volvió a buscar a Renata, así que ella dedujo que todo había acabado por completo. Tendría a su hijo o hija sola, estaría rodeada muchas personas que lo amarían y eso le daba ánimos para enfrentar la vida sin él. Iban de camino con Edith al hospital, Renata no quería que su ginecólogo fuera de ahí pues era más fácil que Miguel se enterara y, si pensaba ocultarlo no era una buena idea que su médico fuera de ese hospital. Pero su terca amiga Edith insistía que era en ese hospital donde estaban los mejores médicos, pues no quería ni imaginar si le pasaba algo como lo que le pasó a ella cuando tuvo a sus gemelos, si iba a una clínica cualquiera. Edith no lo iba a permitir, sabía que Renata no podría negarse y en el fondo tenía razón. Entraron al hospital con sigilo, no se encontraron a nadie conocido, sonrieron cuando por fin estaban dentro del consultorio de la d
—¡Bien! ¡Espera! Déjame hablar antes con mis padres, no puedo desaparecer así nada más —él la coloco en el suelo. —No haríamos tal cosa, pensé que estarías lista y luego iríamos juntos a hablar con ellos —ella se sorprendió. —Dame 15 minutos —entró al apartamento, Miguel iba detrás de ella. Velozmente preparó una pequeña maleta con todo lo básico y fueron a casa de sus padres —. Déjame decirles lo del bebé primero —Miguel asintió. Sus padres estaban felices de verlos juntos, desde que Renata se lo presentó a toda su familia, él les agradó. Miguel volvía a ser el mismo de siempre con ellos, el padre de Renata reía con sus bromas. —Sabes hijo me tenías preocupada, pensé que habían terminado pues hace rato que no venias por acá
En sus brazos me sentía otra, el miedo se esfumó en cuanto sus manos me tocaron con amor, aun podía percibir su dolor, pero sobre todo su necesidad de estar conmigo. Ahora lo comprendía, él estaba roto por dentro con miedo de amar, no es fácil perder a las personas que piensas que siempre estarán a tu lado; le hago saber con mis besos que no voy a irme de su lado. Miguel toma mi cuerpo sin reservas y me besa apasionadamente, aunque el clima es fresco los dos estamos sudando, tiemblo como antesala al inminente orgasmo. —No cierres los ojos, mírame —sonó como un ruego, en vez de una orden. Me pierdo en sus hermosos ojos esmeralda. Él aprieta mis glúteos y se introduce en mí más fuerte, yo siento morir por el contacto piel a piel. Pasa su lengua mojada por todo mi cuello hasta llegar a mi boca, me muerde y hala el labio inferior.
Le dolían los pies horrores. ¿Por qué no se vistió deportiva? Es que amaba tanto los tacones, pero por primera vez comenzaba a odiarlos, llevaba más de una hora deambulando por calles desiertas, el frio era terrible, sentía que moriría de hipotermia. Deseaba estar con Miguel, abrazarlo y besarlo, eso la hizo recordar el primer beso con él. "Flashback" Entre más lo veo y platico con él, más aumentan mis ganas de querer besarlo. Esta es nuestra tercera cita, aún sigo sin saber nada de su vida, siempre que le pregunto tengo la mala suerte de que le cae una llamada del hospital o él hábilmente cambia de tema. Ya casi llegamos a mi apartamento, se puede percibir la fuerte atracción que hay en ambos, yo intento concentrarme viendo el camino. —¿Te gustó la cena pequitas? —pregunta con su sexy su voz grave y tan masculina. —Mucho, ¿y a ti? —esboza una media sonrisa. —Me gustó más tu compañía y m
Nuevamente, el sentirme sola hizo que me despertara, él no está a mi lado. Recuerdo que puso su cabeza en mi estómago, lo acaricié y luego debí quedarme dormida. Me levanto a asearme y colocarme mi pijama; un short de seda corto y una camisa de tirantes, después de cepillarme los dientes voy a buscarlo a su despacho, cuando estoy cerca disminuyo el paso al escuchar una voz de mujer. —¿¡No entiendo qué ha cambiado!? —se escucha molesta. Me acerco a la puerta un poco para escuchar mejor. —No hay nada que entender, siempre he sido claro contigo. —No me refiero a eso Miguel, yo siempre he sabido que te compartía y nunca te exigí nada. Te perdías por meses y yo siempre te esperaba, ¿qué ha cambiado? —Es mejor que te vayas, ya es muy ta