La fría noche es una premonición del desastre que estar por ocurrir. Renata siente la garganta seca mientras camina hacía la motocicleta que ya la espera. Sus latidos retumban por todo su cuerpo. Se cierra hasta el tope su chamarra y se abraza así misma. El hombre que está a un lado de la moto esperándola tiene el casco puesto imposibilitando verle el rostro.—Debo de revisarla antes. —Anuncia y sin esperar el permiso de Renata comienza a revisarla. Al comprobar que no trae nada que pueda ser peligroso sube a la moto. —Suba. —Le ordena. Renata obedece.Avanzan unos cinco kilómetros y luego se detienen a lo que parece ser un pequeño parque público. La visibilidad es poca ya que las luces de los faroles son tenues. Como es de esperarse no hay absolutamente nadie. Son casi las tres de la mañana. El Hombre se detiene en medio del parque.—Bájese. —Ordena.Renata baja y el hombre arranca nuevamente, dejándola sola. Nerviosa como nunca mira hacia todos lados, pero el silencio es perturbador
Las luces blancas iluminan el quirófano donde Miguel demuestra con soltura sus habilidades. Canta mientras sus manos tocan muchos tejidos y nervios que al mínimo error podrían acabar con la vida del joven que le han confiado. —“They will not force us. —Canta fuerte. —They will stop degrading us. They will not control us. We will be victorious. (So come on) …” —Se detiene, alza las manos, retrocede unos pasos y hace movimientos de baile. Todos ríen. —Cada vez que haces eso me haces viajar en el tiempo. Retrocedo a cuando estábamos de internos. —Dice, Armando, asistiéndolo. —Llevamos ocho horas de pie. Mi cuerpo exige movimiento. —Vuelve a colocarse para continuar. De repente los latidos bajan. Todos se paralizan durante unos segundos, pero él analiza rápidamente la situación mientras los demás esperan una indicación suya. Toma el bisturí y hace una incisión. —Lo tengo. Succión, por favor. —Pide y Armando obedece. Lo latidos se regulan poco a poco. El ser un médico es olvidarse de sí
¿¡Por qué demonios acepto salir con él!? Siento que me consumo por dentro y no puedo impedírselo, me pasa por idiota. Sólo de pensar que puede rozarla si quiera, me hace querer salir corriendo detrás de ella y creo que es lo que haré, tal vez si la veo con otro se me salga de mi mente de una vez por todas. —¡Doctor! —la enfermera Mariela está tratando de llamar mi atención. —Las radiografías —pongo cara de no saber de qué demonios me habla —las radiografías del paciente que va a operar —asiento tomándolas. —Vaya que está complicado —digo viendo la terrible radiografía. —Creo que perderá la mano —me dice afirmando. —No, no la perderá —me ve asombrada. Sí, sí... tengo ese efecto e
El sábado llega pronto, nerviosa comienzo a buscar que ponerme. Es difícil encontrar algo que me quede bien, pues tengo caderas grandes y piernas gruesas; no tengo cuerpo de modelo, aunque mi amiga Edith diga que mi cuerpo es muy bonito, que tiene la forma de un reloj de arena y que estoy bien proporcionada por todas partes, yo más bien diría que estoy algo gordita, pero como dice mi madre "lo importante es estar sana". Como la mayoría de las mujeres tengo celulitis y evito usar shorts a menos que vaya a la playa, mi estatura no ayuda mucho, mido 1.58 cm y por eso me encanta usar tacones. No debería quejarme de mi cuerpo porque no soy fan de vivir metida en un gimnasio, me gusta más caminar o hacer yoga, pero lo hago muy de vez en cuando. Tengo poco busto por no decir nada, las describiría como dos naranjas pequeñas, pero en comparación con otras mujeres, soy copa 34 afortunadamente; ni
Miguel tomaba a Renata con desesperación y con un profundo miedo recorriéndole el cuerpo; miedo de perderla, de que olvidara sus besos, su cuerpo, de que lo olvidara a él para siempre. Los celos nunca habían formado parte de su vida, pero esa pelirroja lo tenía trastornado. Al principio creyó que podría soportarlo, pero a medida que pasaban las horas y los días, todo fue un calvario. A las seis en punto llegó al hospital, la operación que tenía programa sería hasta dentro de una hora, la enfermera Sonia le entregó papeles a firmar y fue entonces cuando se le ocurrió no firmar algunos. Así tendrían que llamar a Navarrete para interrumpirle su almuerzo, sabía que estaba actuando como un adolescente, pero era incapaz de reconocer que estaba enamorado. Recién terminaba de operar, cuando su guardaespaldas de confianza le mando una foto de
Miguel —¿Estas enfermo? Si quieres lo dejamos para mañana. —Creo que tengo algún virus —respondió Miguel bebiendo más agua, quedándose a mitad de la pelea al sentirse mareado —, es eso o estoy comenzando a padecer de presión arterial alta o hipotensión —comenzó a reír. —¿Por qué crees que es un virus? —preguntó Armando. —Pues porque he sentido nauseas, mareos y dolor de cuerpo. —Suenas como embarazado. —Si no fuera hombre, creería que sí —dijo sin importancia. —¿Ya te hiciste exámenes? —Mañana ten
Pasó una semana, Miguel no volvió a buscar a Renata, así que ella dedujo que todo había acabado por completo. Tendría a su hijo o hija sola, estaría rodeada muchas personas que lo amarían y eso le daba ánimos para enfrentar la vida sin él. Iban de camino con Edith al hospital, Renata no quería que su ginecólogo fuera de ahí pues era más fácil que Miguel se enterara y, si pensaba ocultarlo no era una buena idea que su médico fuera de ese hospital. Pero su terca amiga Edith insistía que era en ese hospital donde estaban los mejores médicos, pues no quería ni imaginar si le pasaba algo como lo que le pasó a ella cuando tuvo a sus gemelos, si iba a una clínica cualquiera. Edith no lo iba a permitir, sabía que Renata no podría negarse y en el fondo tenía razón. Entraron al hospital con sigilo, no se encontraron a nadie conocido, sonrieron cuando por fin estaban dentro del consultorio de la d
—¡Bien! ¡Espera! Déjame hablar antes con mis padres, no puedo desaparecer así nada más —él la coloco en el suelo. —No haríamos tal cosa, pensé que estarías lista y luego iríamos juntos a hablar con ellos —ella se sorprendió. —Dame 15 minutos —entró al apartamento, Miguel iba detrás de ella. Velozmente preparó una pequeña maleta con todo lo básico y fueron a casa de sus padres —. Déjame decirles lo del bebé primero —Miguel asintió. Sus padres estaban felices de verlos juntos, desde que Renata se lo presentó a toda su familia, él les agradó. Miguel volvía a ser el mismo de siempre con ellos, el padre de Renata reía con sus bromas. —Sabes hijo me tenías preocupada, pensé que habían terminado pues hace rato que no venias por acá