SAMANTA
Poco a poco fue aflojando aquel agarre firme y posesivo que empleó en mi espalda. Podía oír los latidos en su pecho como si un tambor amenizara una marcha. Su respiración lograba que su aliento llegara hasta mi garganta, haciéndome temblar por todo lo que para mí ese hombre significaba. Sabía que lo que sentía ya no tenía remedio y que por el resto de mi poco interesante vida lo único que se quedaría para siempre en mis recuerdos como lo más audaz y peligroso que he hecho serán estos momentos que le he robado al tiempo para compartir un momento de intimidad con mi hombre amado.
No habría forma ni día de evitar que él estuviera pululando en mi mente con aquellas palabras salvajes y suaves que me dedicó en este corto tiempo. Lo mejor de todo es que presentía en mi corazón que Rick pensaba
SAMANTAEl mes pasó volando, como le había dicho a Rick, y me encontraba ansiosa porque John cumpliera su promesa. Faltaban apenas tres meses para el matrimonio y no deseaba alimentar más ilusiones en nadie. Durante las cuatro semanas tuve que rechazar a Frank de modo sutil las pocas veces que nos veíamos porque él se encontraba con muchas responsabilidades encima, ya que antes de la fecha fijada para nuestra boda su padre lo nombraría presidente de Müller Enterprise. Sin embargo, el corazón se me estrujaba cuando en su mirada vislumbraba la decepción y la tristeza por mi actitud. Con Rick conversaba a diario antes de dormir para que John no escuchara ni por casualidad la conversación y se diera por enterado de que portaba un móvil pese a que me arrebató el anterior. Al menos dos o tres veces por semana me escabullía de la casa de Linda para po
Cuando llegué a casa, John se encontraba sumamente concentrado en su ordenador con una sudadera y un pantalón deportivo. Se veía jovial. Reí en mi interior deseando que Linda pudiera verlo de este modo.Me acerqué hasta el sillón donde estaba hundido y tomé asiento a su lado.—Hola, pequeña. No te oí llegar. —Levantó la vista y se quitó las gafas—. ¿Estás bien?—Sí, tío, pero quería pedirte un favor. —Tomé aire mientras John se cruzaba de brazos aguardando a que le dijera lo que necesitaba—. Invité a cenar al hombre que amo y me haría muy feliz que lo recibieras de buena gana.Infló su boca con aire y se sacudió el pelo. Largó la respiración y asintió poco convencido. Aun así, una gran sonrisa se formó en mis labios y me lancé sobre &
Nuevamente transcurrieron dos semanas en las que seguí sin saber nada de él.Eso me hacía pensar en las noches que si no era yo quien lo hubiera buscado en todo este mes, de todos modos, él no habría vuelto a mí. No habría llamado tal como no lo hizo. No me habría respondido, aunque fuera un puto correo, pese a que en las madrugadas no me cansé de escribirle cientos de palabras de amor, de odio, de dolor y arrepentimiento por haber confiado tanto en él.Mi cabeza deliraba y maquinaba desde lo más peligroso que pudo haberle sucedido hasta lo más bajo que él me pudiera hacer. Las cosas solo caían por el peso de darles la razón a las personas que me decían que se arrepintió y decidió marcharse. Tal vez si al menos el conserje no me hubiera dicho que se marchó por su propio pie, con sus cosas en mano, habría creído lo peor, mas
SAMANTABoston, Massachusetts¡Fuego!Mi cuerpo ardía y temblaba a la vez.Esos ojos… esos ojos que me taladraban y causaban espasmos que no sabía podía experimentar; espasmos de placer, de tortura exquisita y un vaivén de emociones que jamás había vivido.Un tacto que quemaba con cada roce, unas manos firmes que conducían a mi cuerpo al delirio del placer.—¡Ahhh! —gemí ansiosa al sentir unos dedos adentrarse entre mis muslos. Palpaban mi sexo que estaba insólitamente mojado.Mi cuerpo parecía pegado a la cama, amarrado con hilos invisibles que me impedían moverme para verlo a la cara. Mi rostro de lado, sobre la almohada de plumas y fundas blancas, deseaba con fervor poder v
RICHARD JONESEn medio de una crisis de llanto de Erín, tomé aquel avión en el aeropuerto de Londres. Emily, mi ex esposa, había manipulado a mi pequeña hija para que llorara a mares y la culpa no me dejara partir.Apenas había salido la sentencia del divorcio y era oficial; estaba soltero legalmente, aunque desde hace dos años vivíamos separados. Cada quien hacía su vida a su modo.Las cosas entre Emily y yo no resultaron desde un principio, así que no quería siquiera pensar en la idea de volver a tener a alguien en mi vida de una manera formal a pesar de tener tan solo treinta y cuatro años.Llegué a Boston renovado por completo, sintiéndome liberado de una vida a la que mucho tiempo me até por mi pequeña, pero en la que ya me sentía ahogado, asfixiado por tener a Emily respirándome en
SAMANTAMe levanté ese día con unas tremendas ojeras, pues no concilié para nada el sueño. Volver a ver a Rick me había afectado demasiado, tanto que estaba muy sorprendida porque creí que era algo del pasado, algo insulso que no podría sacudir mi interior como cuando era una simple adolescente.Necesitaba olvidar ese estúpido amor de infancia o perdería algo más que la cordura en presencia de ese hombre ya maduro y, para qué negar, demasiado sensual. Con el simple halo de su voz y la evidente experiencia que destilaba por cada poro de su piel, alborotó sin dudas mis hormonas como nunca las había sentido.Como una tonta quinceañera, marqué de inmediato el número de Frank y lo invité a almorzar para, por lo menos, tener la excusa de no dejar caer la baba por Rick.«¡Tonta! ¡
RICKCuando llegué a casa de John, oí las felicitaciones efusivas que le propinaba al muchacho que estaba con Samanta. Al fin conocería al susodicho noviecito y tendría un mejor panorama de lo que me esperaba con esa belleza que quería para mí.De todas maneras, era evidente que no deseaba casarse con ese joven y, mucho menos, estaba enamorada, por lo que le estaría haciendo un favor y no otra cosa.Ladeé mi rostro, viéndolo por detrás de la silueta de John. No podía negar que no estaba nada mal. Sin embargo, estaba seguro de que salía ganando en experiencia, y es que la diferencia entre él y yo era que a mí no me interesaban las rosas y corazones. Solo quería deleitarme y saciar mis ganas con aquella mujer que dejó de ser «la pequeña Sam», como John se empeñaba en llamarla.
RICKLlegué a mi departamento con bastante tensión en el cuerpo por mis pensamientos poco inocentes hacía Samanta. El lugar se trataba de un ático bastante lujoso con una habitación principal y tres habitaciones para las visitas. Del elevador, marcando el código del departamento, se accedía directamente al vestíbulo que le correspondía y dividía la entrada al salón principal mediante una puerta de cristal. La estancia era impresionante por las vistas que ofrecía. El piso era de madera de roble lustrado, al punto de poder contemplar en él mi propio reflejo. El salón era muy amplio y se dividía en tres ambientes. El primero; una sala principal decorada con sillones de cuero marrón, mesa centro de cristal, una chimenea moderna y un mobiliario que ostentaba en él un enorme televisor con consola y en uno de los costados