SAMANTA
Boston, Massachusetts
¡Fuego!
Mi cuerpo ardía y temblaba a la vez.
Esos ojos… esos ojos que me taladraban y causaban espasmos que no sabía podía experimentar; espasmos de placer, de tortura exquisita y un vaivén de emociones que jamás había vivido.
Un tacto que quemaba con cada roce, unas manos firmes que conducían a mi cuerpo al delirio del placer.
—¡Ahhh! —gemí ansiosa al sentir unos dedos adentrarse entre mis muslos. Palpaban mi sexo que estaba insólitamente mojado.
Mi cuerpo parecía pegado a la cama, amarrado con hilos invisibles que me impedían moverme para verlo a la cara. Mi rostro de lado, sobre la almohada de plumas y fundas blancas, deseaba con fervor poder voltear para que sus orbes se fundieran con los míos de nuevo. Estaba rendida, bocabajo, con las manos enlazadas al cabezal del lecho, suplicando por más.
Sus dedos dejaron de torturarme en mi punto y subieron de modo sensual por mi espalda, hundiéndose en mi cuello, enredando a su mano mi cabellera azabache; jalaba y metía un par de dedos en mi boca.
—¡Dios! —grité—. ¿Quién eres? —pregunté extasiada.
—Shhh… —fue su respuesta.
Sus dedos entraban y salían de mi boca con cuidado, humedecían mis labios de vez en vez.
Él disfrutaba, gozaba al convertirme en una mansa gatita al ritmo de sus manos y las caricias que dibujaba sobre mi piel.
¡Frío!
De repente, un frío inexplicable invadió mi cuerpo, logró así que, como la niebla, se esfumara aquel hombre. Solo su mirada de un color zafiro salvaje quedó como evidencia en mis recuerdos de que estuvo aquí.
Ahogo.
Por Dios. ¡Me estaba ahogando!
Un hondo suspiro precedió a la abertura de mis párpados. Mis labios se entreabrieron para emitir un grito ensordecedor y escuché enseguida las carcajadas de alguien que conocía a la perfección.
—¡Oh! —Respiré hondo y me incorporé de la cama, frotándome el rostro—. Pero ¡¿qué te sucede?! —le reclamé. La rubia que estaba sentada a unos metros de mí, seguía riendo a mi costa—. No es gracioso, Linda. ¡Pudiste haberme ahogado!
—¡No lo creo! —replicó al mismo tiempo que secaba las lágrimas que le causaron las risas—. Es más, creo que necesitas ser arrojada a una alberca para que puedas recuperarte de ese sueño demasiado húmedo que estabas teniendo.
—Tú y tus bromas. Un día de estos de verdad que me matarás. —Caminé hacia el tocador para secarme el rostro.
—¡Vamos! Fue una simple broma. —Me siguió y se recostó en el marco de la puerta—. Mejor dime qué estabas soñando y con quién… —susurró, provocativa, y me sonrojé.
—Con nadie, Linda. Ni siquiera recuerdo qué soñaba —mentí.
Más bien falseé a medias porque recordaba a la perfección el sueño que acababa de tener, pero en absoluto sabía de quién se trataba el hombre de ojos hipnóticos que me ha perseguido de forma constante estos últimos dos meses en mis sueños.
—¿Tal vez con Frank?
La sola mención del nombre de mi novio puso mis pies en la tierra de nuevo.
—No lo recuerdo, Linda. Tal vez era Frank —repliqué nerviosa.
—Está bien. Si no quieres decirme, ya no te molestaré. —Me sentí un tanto culpable. Linda era mi mejor amiga y nunca nos ocultábamos nada.
Suspiré profundo y tiré de su mano para que ambas tomáramos asiento en el borde de la cama.
—Te lo diré, pero no te burles de mí —advertí y asintió—. Desde hace un par de meses tengo sueños… digamos eróticos, demasiados recurrentes en los que alguien hace de mi cuerpo lo que se le place. —Se cubrió la boca queriendo reír y yo quise hacer lo mismo—. Sin embargo, siempre que intento ver su rostro, desaparece, y no sé de quién se trata. Quizá seguir siendo virgen a mis veintiún años está alborotando demasiado a mis hormonas. —Caí de espaldas sobre el lecho entre bufidos.
—Esa es una decisión personal, Sam. Son tus ideales y no deberías de cambiarlos por nada ni nadie. ¡Ni siquiera por un tonto sueño húmedo!
—¿Tú crees?
Linda se recostó a mi lado.
—Estoy segura de que, si es lo que sientes, está bien.
—No sé qué responderle a Frank… —susurré apenas; me refería a su propuesta de matrimonio—. Hemos salido por casi dos años, y él cree que es el momento oportuno para un compromiso, ya que su padre le cederá el mando de la compañía en unos meses.
—Sam, si no estás segura de que Frank es el indicado, no tienes por qué aceptar su propuesta de matrimonio. ¿No puedes decirle simplemente que quieres esperar un poco más? Aún falta un año para que termines tu carrera, y puedes utilizar esa excusa para pensar en el paso que deseas dar.
—Todos esperan que nos casemos; mi tío John, sus padres… Además, sé perfectamente que nadie me interesará como para darle más vueltas al asunto.
—¿De verdad no existe ninguna posibilidad para que te enamores de otro hombre? —indagó con seriedad y mi pecho se detuvo. Vislumbré con fijeza el techo de mi habitación y oí en la lejanía sus palabras—. ¿En serio crees que jamás te enamorarás, Samanta Richmond? Porque si de algo estoy segura, es que no amas a Frank.
Enamorarme…
Esa simple palabra solo me hacía pensar en él y solo me llevaba a un viaje de recuerdos con los que mucho tiempo luché para arrancarlos de mi corazón y mi memoria.
Todavía recuerdo como si hubiera sido ayer el primer día que lo vi… hace más de trece años. Apenas era una niña de ocho que perdió a sus padres en un trágico accidente, quedando bajo el cuidado de sus abuelos y su único tío.
Él, conmovido por mi pérdida y siendo el mejor amigo de quien consideraba mi padre desde nuestra desgracia familiar, siempre buscaba sacarme una sonrisa para hacerme feliz. Por aquellos detalles, quise creer que Richard Jones sería mi príncipe azul alguna vez, cuando creciera lo suficiente. No obstante, los años pasaron y la vida fue trazando su camino lejos de mí.
Pero aquello no fue suficiente para que me quitara esas ideas estúpidas e infantiles de la cabeza. A ciencia cierta creí que alguna vez él sería mi «felices para siempre».
Ya cuando cumplí los catorce años y estaba segura de que mis sentimientos eran demasiado reales como para darle razón a mi tío John, quien insistía que se trataba de un amor platónico que se me pasaría al conocer chicos de mi edad, Rick se casó y desapareció de nuestras vidas para siempre. Al menos de la mía, porque sabía que con mi tío mantuvo contacto, aunque él nunca lo mencionara.
Sacudí la cabeza e intenté arrancar de nuevo su nombre de mi memoria y hacer lo menos evidente posible para mi propio corazón, en el que aún existían resquicios de aquellos absurdos sentimientos.
Lo mejor sería tomar una decisión razonable de una vez en cuanto a la propuesta de Frank, y aceptarlo resultaba lo más sensato.
—¿Sam? ¿Me estás escuchando? —Linda pasó sus dedos delante de mis ojos. Parpadeé y regresé a la realidad.
—Lo siento. Creo que lo mejor para mí y para todos… es aceptar su propuesta. Solo estaría perdiendo mi tiempo al esperar algo que nunca ocurrirá —murmuré más para mí que para ella.
—¿A qué te refieres con perder tu tiempo por algo que nunca ocurrirá? —curioseó.
Solo negué.
—En volver a enamorarme, Linda. ¡Eso nunca ocurrirá! —dije sin querer.
Ella me vio, sorprendida.
—¡¿Eso quiere decir que te has enamorado?! —increpó con absoluta incredulidad.
—No fue lo que quise decir… —corregí de inmediato, pero fue en vano.
—¡Oh, sí! Fue exactamente lo que dijiste.
—Linda, es algo complicado y demasiado estúpido como para mencionarlo. Pasó hace mucho tiempo, cuando ni siquiera sabía lo que significaba enamorarse. Fue más como una admiración exagerada, que otra cosa —traté de explicar para que me dejara de cuestionar.
—Creo que lo que perturba tus pensamientos y te hace dudar, es precisamente ese algo o alguien.
—Mejor dejemos de hablar de esas cosas y elígeme un vestido para esta noche. Sabes que soy pésima en eso. —Me puse de pie, caminé hacia el vestidor y Linda me siguió.
—Está bien, pero esta conversación no ha terminado —advirtió al señalarme con un dedo.
¡Qué manera de comenzar el día!
La mañana había trascurrido agitada, entretanto, mi mejor amiga hacía todo su esfuerzo por escoger un bonito vestido para mí, cosa difícil de encontrar en mi armario por los celos excesivos de mi tío, quien fiscalizaba siempre mi atuendo antes de que saliera, a pesar de mi edad.
Era absurdo, mas esa era una de las reglas que debía cumplir para vivir con él. Sin embargo, había pasado tanto tiempo desde la muerte de mis padres y la partida de mis abuelos, que mi tío John se convirtió en mi pilar y mi techo, siendo la única persona a la que deseaba jamás decepcionar, tanto que llevaba la misma carrera que él y hasta trabajaba en la misma oficina, así que cumplir con sus reglas no era cosa con la que no pudiera lidiar.
«Algún día, pequeña, tú serás la dueña de todo esto, y debes estar preparada», había mencionado tantas veces refiriéndose a la empresa familiar, que terminé por hacerme la idea de que tenía el destino trazado y el futuro arreglado.
Pensaba en lo feliz que se pondría cuando le comunicara mi intención de aceptar la propuesta de Frank. Sabía que haría una fiesta con todas las letras.
—¡Tu armario es un asco, Sam! —se quejó Linda sin remedio, trayéndome a cuenta de mis pensamientos—. ¡¿Cómo es posible que solo esté lleno de trajes aburridos y vaqueros?! ¡No tienes un solo vestido decente para asistir a la gala de esta noche! —Reí por su dramatismo.
—Sabes que a mi tío no le gusta que vista demasiado provocativa. —Me crucé de brazos.
—¡Esa no es excusa! Él ni siquiera está aquí durante gran parte del día y apuesto a que es un ogro en todos los sentidos. Es increíble que en los tres años que tengo de venir a tu casa… nunca lo hubiera conocido.
—Es un hombre muy ocupado y no es un ogro; es demasiado apuesto para su propio bien —dije sugerente. Enarqué una ceja y ella negó.
—Ver para creer, Sam. Lo que importa en estos momentos es que no tienes nada que ponerte. Ahora mismo saldremos de compras. —Tiró de mí sin siquiera permitirme protestar.
De inmediato fuimos al centro comercial Copley Place, donde rezongué como chiquilla mientras Linda escogía prendas demasiado reveladoras para el gusto de mi tío y que no me conformaban, hasta que vi un precioso vestido negro con trasparencias delicadas y finas terminaciones.
Fui directo a él y sin probármelo, le pedí a la dependienta que me lo pusiera para llevar.
Linda asintió conforme.
Comimos algo en un pequeño restaurante que nos quedaba de camino y luego cada una siguió su propio rumbo.
La noche había llegado y terminaba de arreglarme para acompañar a mi tío a una gala benéfica a la que prometió asistir. Siempre hacía de su acompañante cuando se cansaba de sus novias de turno, y esa noche no sería la excepción.
No tomé muy en cuenta su advertencia recurrente en cuanto a mi atuendo y, por primera vez, me vestí con algo que yo misma escogí a gusto.
Mientras secaba mi cuerpo desnudo delante del espejo de cuerpo entero que tenía en mi habitación, no podía evitar imaginar esas manos que en la mañana habían recorrido con sensualidad mi piel, aunque fuera solo un tonto sueño húmedo, como bien mencionó Linda.
Cerré mis ojos e intenté darle un rostro a aquellos zafiros que me veían con deseo cada noche en mis sueños. Suspiré con resignación, imaginando que lo que ocurría cada vez que cerraba mis párpados, jamás se haría realidad.
—Tu realidad, Sam, se llama Frank Müller; un muchacho demasiado apuesto, atento, cariñoso y locamente enamorado de ti, que te ha propuesto matrimonio. No lo olvides —le hablé a mi reflejo para que no se me olvidara por un tonto sueño y un hombre que tal vez solo existía en mi imaginación.
Tomé la cajita de terciopelo negro en la que guardaba la sortija que me había entregado Frank junto con su propuesta. La abrí despacio y, con algo de pesar, me lo deslicé por el dedo anular izquierdo.
Mi decisión estaba tomada.
—Pequeña, ¡se nos hace tarde! —gritó mi tío del otro lado de la puerta.
—¡Ya casi estoy lista! —respondí. Me di un último vistazo en el espejo y tomé el pequeño ridículo que hacía juego con mi vestido. Estaba segura de que daría el grito al cielo cuando me viera vestida de esta manera.
Al salir, mi tío estaba de espaldas y no sintió mi presencia.
—Ya estoy lista, tío. ¿Nos podemos ir? —cuestioné con la voz temblorosa por la reacción que pudiera tener.
—Claro, pequeña —contestó sin dejar de teclear en su móvil—. Solo déjame enviar un correo y... —Levantó lentamente el rostro y se quedó sin habla al verme ataviada en aquel vestido demasiado revelador y provocativo—. ¡¿Pero qué es esto, Samanta?! —bramó furioso—. ¡Te dejé bien claro que nunca quería exponerte delante de toda esa gente! ¡Y mira —me señaló de arriba abajo—, lo primero que provocarás es que me mate a golpes con el que quiera sobrepasarse contigo! —Se masajeó las sienes y miró su reloj—. Llamaré y diré que no podré asistir. De ninguna manera te llevaré conmigo vestida de esa manera —sentenció rojo de la ira. No obstante, me armé de valor para enfrentarlo.
—¡Por favor, tío! —De verdad era un exagerado—. Confía en mí. Ya tengo veintiún años y sé perfectamente cómo poner en su lugar a las personas —reproché con seguridad.
Suspiró elevando el rostro al techo y acercándose a mí despacio.
—Por Dios, Sam. ¿Por qué me haces esto, pequeña? —inquirió preocupado—. Sabes perfectamente que en el mundo donde nos movemos los hombres poderosos acostumbran a tener todo lo que desean, y si te desean a ti, harán hasta lo imposible por tenerte. —Me tomó de las manos y me vio a los ojos—. Mi pequeña, eres demasiado ingenua. ¿Aún no te das cuenta de que eres una mujer demasiado hermosa y de lo que provocas en los hombres? —Aquello causó que se removiera algo en mi pecho.
—Confía en mí, tío John —respondí—. ¿Acaso no seré yo quien te suceda en la empresa? —interrogué, recordándole sus propias palabras—. ¿Cómo haré que me respeten si siempre me estás sobreprotegiendo y no dejas que yo misma les deje en claro que con un Richmond no se juega?
—¿Estás segura de que eres capaz de hacerlo, Sam? ¿Estás segura de que los lujos, el dinero y el poder, no harán que aceptes ninguna propuesta indecente?
—Muy segura —contesté con satisfacción. Mi tío cedería—. Además, eso se vería muy mal en una mujer comprometida con el hijo de Francesco Müller —repliqué en tono divertido. Le enseñé la sortija que llevaba en mi dedo anular y me vio, sorprendido.
—No me digas… ¿no me digas que Frank te propuso matrimonio? —Asentí y se abalanzó sobre mí, feliz por la buena nueva—. ¡Por Dios, pequeña, esa es una gran noticia! Frank es un chico con suerte.
—Realmente lo es… —concedí divertida.
—¡Me acompañarás! —sentenció por fin, con el mejor humor que le había visto jamás—. Nadie se atrevería a posar sus ojos en la prometida del hijo de Müller.
Solo asentí, dándole la razón, mientras que por dentro sentía una rara sensación de agobio.
Llegando a la fiesta, numerosos periodistas estaban agolpados en la entrada del evento y posamos muy sonrientes para ellos. A cada paso que dábamos, llovían los elogios para mí, pero mi tío cortaba cualquier tipo de adulación sin mencionar que era su sobrina.
Llevaba puesto un vestido largo de color negro con mangas, provisto de trasparencias por entero, el cual cubría solo lo justo. El escote delantero llegaba hasta casi el ombligo y el largor de la falda tocaba el piso. Sin embargo, tenía un tajo profundo que dejaba ver una de mis piernas. La tela transparente se camuflaba con piedras incrustadas. El pelo me lo sujeté en una cola baja y como accesorio, llevaba un collar y unos pendientes que hacían juego con mi atuendo.
Por primera vez me miraba preciosa, sexy, y sentía con cada cumplido que destilaba sensualidad por donde pasaba. Oía el murmullo de los hombres, preguntándose quién era yo, y el de las mujeres elogiando mi vestido.
La noche pasó mientras trataba asuntos de negocios con los demás invitados que eran socios comerciales de Richmond Innovation Group, una de las empresas de bienes raíces más prósperas del país, que contaba con innumerables propiedades, entre ellas almacenes, centros comerciales y hoteles cinco estrellas en diferentes puntos del mundo.
—John —escuché de fondo. Él se disculpó, dejándome en compañía de las personas con las que estábamos conversando acerca de sus hoteles, pero por el tono demasiado alto de voz que utilizaba aquella mujer rubia y atractiva, fue imposible que no me volteara a verla, y más aún al comprender que se dirigía a mí.
—No sabía que a John le gustaran las niñas de kínder —lanzó con malicia.
—¿Disculpe? —pregunté confundida. De inmediato pude reconocerla como la tía de mi mejor amiga.
—Jennifer... —oí la voz de mi tío detrás de ella.
—Le estaba diciendo a tu amante que no sabía sobre tus gustos hacia personas mucho menores que tú. —Mis ojos se abrieron al oír su insinuación.
—No te permito que te refieras a ella de esa manera —masculló entre dientes para que nadie se diera cuenta del espectáculo que la tía de Linda estaba dando—. Estás ebria.
—Piensa lo que quieras. Ahora comprendo por qué no querías comprometerte —replicó la mujer, después tragó saliva y sus orbes comenzaron a tener un brillo melancólico.
—Tío... —Quise intervenir, pero John me silenció con la mirada. Sin embargo, pude escuchar la respuesta a aquel reclamo.
—Fuiste tú quien no quiso esperar.
La mujer iba a continuar con la discusión, pero una voz la interrumpió a tiempo.
—Disculpen a mi tía, yo me encargaré —dijo una rubia muy parecida a ella, tomándola por el brazo y tratando de llevársela. De inmediato comprendí que se trataba de Linda y se veía endiabladamente bella.
—Linda… —dije sonriente.
Ella me observó, asombrada.
—Samanta, ¡por Dios! Te ves estupenda. —Me escrutó de pies a cabeza con aprobación—. Mírate; no te reconocí.
—No exageres y ven… —La tiré del brazo hasta llegar frente a John—. Te presentaré a mi tío de una vez por todas. Tío John —llamé su atención y de inmediato se volteó—, quiero presentarte a Linda, una compañera de la universidad y mi mejor amiga. —Pude notar cómo vio a Linda con sorpresa—. Linda, él es el famoso tío John. Después de tres años al fin los puedo presentar —comenté, entusiasmada.
—Un gusto conocerlo, señor —exclamó Linda, nerviosa y extraña, estirando la mano a modo de saludo.
—El placer es todo mío, Linda. —Agarró su mano y la mantuvo más de lo debido entre la suya.
—¿También vas a coquetear con mi sobrina? —intervino de nuevo aquella mujer.
Linda de inmediato se deshizo del agarre de John y se dirigió a su tía.
—Mejor vamos, te llevaré a casa. —Le restó importancia a las palabras de su tía y caminaron hacia la salida. Jennifer se tambaleaba y Linda la sostenía como podía.
La vi con pena. Comprendí que había sido algo importante en la vida de John y que quedaron heridas abiertas que aún no sanaban.
Después del incidente, pasamos casi toda la noche conversando con empresarios. John no perdía oportunidad para promocionar su negocio. Cuando ya estábamos a punto de marcharnos, una voz nos interrumpió y mi corazón comenzó a palpitar exageradamente aun sin saber de quién se trataba.
—John, amigo, ¡tanto tiempo! —Él estaba de pie frente a mí y sonrió cuando vio al dueño de aquella voz.
Mi cuerpo se paralizó y no me volteé.
No quería confirmar lo que sospechaba. Era absurdo, estúpido y patético lo que me imaginaba. Mi tío avanzó, pasando por mi lado, y escuché cómo se saludaba eufóricamente con el dueño de dicha voz. Lo único que deseaba era desaparecer en ese mismo instante al sentir cómo mi estómago se cerraba y la piel se me erizaba.
Con la respiración errática y mi pulso acelerado, solo cerré los ojos antes de voltearme.
«Por favor, no, que no sea él…».
RICHARD JONESEn medio de una crisis de llanto de Erín, tomé aquel avión en el aeropuerto de Londres. Emily, mi ex esposa, había manipulado a mi pequeña hija para que llorara a mares y la culpa no me dejara partir.Apenas había salido la sentencia del divorcio y era oficial; estaba soltero legalmente, aunque desde hace dos años vivíamos separados. Cada quien hacía su vida a su modo.Las cosas entre Emily y yo no resultaron desde un principio, así que no quería siquiera pensar en la idea de volver a tener a alguien en mi vida de una manera formal a pesar de tener tan solo treinta y cuatro años.Llegué a Boston renovado por completo, sintiéndome liberado de una vida a la que mucho tiempo me até por mi pequeña, pero en la que ya me sentía ahogado, asfixiado por tener a Emily respirándome en
SAMANTAMe levanté ese día con unas tremendas ojeras, pues no concilié para nada el sueño. Volver a ver a Rick me había afectado demasiado, tanto que estaba muy sorprendida porque creí que era algo del pasado, algo insulso que no podría sacudir mi interior como cuando era una simple adolescente.Necesitaba olvidar ese estúpido amor de infancia o perdería algo más que la cordura en presencia de ese hombre ya maduro y, para qué negar, demasiado sensual. Con el simple halo de su voz y la evidente experiencia que destilaba por cada poro de su piel, alborotó sin dudas mis hormonas como nunca las había sentido.Como una tonta quinceañera, marqué de inmediato el número de Frank y lo invité a almorzar para, por lo menos, tener la excusa de no dejar caer la baba por Rick.«¡Tonta! ¡
RICKCuando llegué a casa de John, oí las felicitaciones efusivas que le propinaba al muchacho que estaba con Samanta. Al fin conocería al susodicho noviecito y tendría un mejor panorama de lo que me esperaba con esa belleza que quería para mí.De todas maneras, era evidente que no deseaba casarse con ese joven y, mucho menos, estaba enamorada, por lo que le estaría haciendo un favor y no otra cosa.Ladeé mi rostro, viéndolo por detrás de la silueta de John. No podía negar que no estaba nada mal. Sin embargo, estaba seguro de que salía ganando en experiencia, y es que la diferencia entre él y yo era que a mí no me interesaban las rosas y corazones. Solo quería deleitarme y saciar mis ganas con aquella mujer que dejó de ser «la pequeña Sam», como John se empeñaba en llamarla.
RICKLlegué a mi departamento con bastante tensión en el cuerpo por mis pensamientos poco inocentes hacía Samanta. El lugar se trataba de un ático bastante lujoso con una habitación principal y tres habitaciones para las visitas. Del elevador, marcando el código del departamento, se accedía directamente al vestíbulo que le correspondía y dividía la entrada al salón principal mediante una puerta de cristal. La estancia era impresionante por las vistas que ofrecía. El piso era de madera de roble lustrado, al punto de poder contemplar en él mi propio reflejo. El salón era muy amplio y se dividía en tres ambientes. El primero; una sala principal decorada con sillones de cuero marrón, mesa centro de cristal, una chimenea moderna y un mobiliario que ostentaba en él un enorme televisor con consola y en uno de los costados
RICKCuando John me dio las nuevas coordenadas, supuse que se debía a que una de sus aventuras se encontraría allí, y mi intuición me decía que tal vez se trataba de la amiga de Samanta.Sonreí con satisfacción, imaginándola nerviosa al verme también allí, provocándola a ella y al muchacho que tenía por novio.Sin embargo, al llegar al lugar, grande fue mi sorpresa de hallarla sola. No podría escudarse detrás de aquel niñato, ni muchos menos tendría a su tío John para sacarla del apuro al que la sometería.La había visto llegar, beber apenas una cola y luego bajar a la pista principal para danzar como el mismísimo diablo… Provocó, incitó y movió su delicado y sensual cuerpo de sirena sin que supiera que la estudiaba desde la terraza, donde beb&ia
SAMANTAEntré con prisa y con el cuerpo trémulo al piso que compartía con John. Al cerrar la puerta, emití un hondo suspiro. Me recosté en la lisa superficie y cerré los ojos para intentar procesar todo lo que acababa de ocurrir en casa de Rick.«¡Estuve en casa de Rick! Pero ¿qué demonios me ocurrió para haber accedido marcharme con él?», pensé en mis adentros, completamente sobrepasada por todo lo que ese hombre causó en mí, tan así que solo empleé unas cuantas palabras.Inhalé y exhalé varias veces, tratando de olvidar su cálido aliento en mi nuca y en la piel de mis hombros mientras afirmaba con total convicción que el motivo por el que no tenía entusiasmo alguno por mi matrimonio con Frank… se debía a que estaba interesada en él
SAMANTAOí el despertador y, por primera vez en mi vida, no deseaba desprenderme de las sábanas. Con pereza, comencé a removerme en la cama. Intenté espabilarme y abrir los ojos sin mucho éxito. Era lunes y debía acudir a la oficina, más aún porque durante la mañana presentarían a un nuevo socio comercial que aportaría un capital importante para un nuevo proyecto en Europa y Las Vegas.—¡Sam! —oí a mi tío gritar tras la puerta—. ¡Pequeña, levántate!—¡Ya voy, tío! —Puse una almohada sobre mi cabeza.Sin mucho afán, me metí en la ducha y dejé caer el chorro de agua caliente sobre mi piel. Sentía ciertas molestias en mi sexo por lo que había pasado con Frank. Tal vez no lo amaba como debía, pero estaba segura de que, si pon&iacu
RICKCon una sonrisa que Samanta no había podido ver, salí de su oficina dejándola picada con mis insinuaciones. Pero era la verdad, y aunque ella me gustaba demasiado, no mentiría para meterla a mi cama. Ella tendría que ser consciente de que, si venía a mí, sería por su propia voluntad y sabiendo que conmigo podría tenerlo todo, excepto una relación como la que tenía con ese muchacho.Las cosas marchaban tal y como lo planeé: con ella sintiéndose acorralada por lo que sentía hacia mi persona.Cuando en mi piso reaccionó de tal forma por afirmarle con absoluta convicción que en ella vivía un sentimiento que la llevaba a mí, comprendí que solo le faltaría un pequeño empujón para que comenzara a ablandarse, ceder a sus impulsos y deseos más pecaminosos. La hab&