SAMANTA
—Tío… yo…
Se acercó bruscamente a mí, tomándome del brazo y obligándome a caminar hasta el salón para dejarme caer sobre uno de los sillones.
—¿Qué está pasando, Samanta? ¿Alguien te está manipulando? —preguntó con desesperación mientras arrastraba hasta delante de mí la mesa de centro y se sentaba en ella—. No quieras mentirme a mí como le has mentido a Frank. ¡Dime quién es ese hombre para ir a matarlo con mis propias manos!
Negué con la cabeza; lágrimas salían de mis ojos.
—No quiero casarme con Frank —dije en un hilo de voz y me vio decepcionado—. No lo amo.
—¡Pero qué disparates estás diciendo, niña! —dio un potente grito y se puso de pie. Se pasó
SAMANTACuando llegamos a la empresa, el coche que nos seguía también se detuvo y un grupo de hombres vestidos de negro descendieron de él para seguirnos hasta la entrada de la compañía.—Louis —se dirigió a un hombre de un físico extraordinario, pero con canas que anunciaban que debía rondar los cincuenta—. Ella es Samanta, mi sobrina, y por quien debes preocuparte principalmente.—Buenos días, señorita —saludó el hombre.Por el enfado no devolví el gesto y solo caminé con prisa hasta entrar al edificio.Subimos al elevador.Al llegar a nuestro piso quise caminar en dirección a mi oficina, pero la voz de John me detuvo.—Trabajarás conmigo en mi oficina.—Pero… mis cosas…—Tus cosas ya las he mandado a mudar jun
SAMANTAAl día siguiente, luego de la oficina, Linda fue llegando a casa como si nada.—No pensé que tu tío esta vez se excediera tanto; el tipo de la entrada parece una montaña viviente —masculló mientras entrábamos a mi cuarto.—Está muy molesto. Será difícil salir de aquí sin que sepa a dónde voy.—Solo tengo que decirle algunas palabras y verás que nos dejará salir —se lanzó de espaldas a mi cama susurrando a modo de lamento aquellas palabras.Me recosté a su lado, curiosa.—¿Qué pasa entre ustedes, Linda? —Ella entrecerró los ojos y tragó con fuerza—. Dime que no te está lastimando…—Él… él no me ha lastimado, Sam. Yo misma soy quien se martiriza sintiendo lo que sien
SAMANTAPoco a poco fue aflojando aquel agarre firme y posesivo que empleó en mi espalda. Podía oír los latidos en su pecho como si un tambor amenizara una marcha. Su respiración lograba que su aliento llegara hasta mi garganta, haciéndome temblar por todo lo que para mí ese hombre significaba. Sabía que lo que sentía ya no tenía remedio y que por el resto de mi poco interesante vida lo único que se quedaría para siempre en mis recuerdos como lo más audaz y peligroso que he hecho serán estos momentos que le he robado al tiempo para compartir un momento de intimidad con mi hombre amado.No habría forma ni día de evitar que él estuviera pululando en mi mente con aquellas palabras salvajes y suaves que me dedicó en este corto tiempo. Lo mejor de todo es que presentía en mi corazón que Rick pensaba
SAMANTAEl mes pasó volando, como le había dicho a Rick, y me encontraba ansiosa porque John cumpliera su promesa. Faltaban apenas tres meses para el matrimonio y no deseaba alimentar más ilusiones en nadie. Durante las cuatro semanas tuve que rechazar a Frank de modo sutil las pocas veces que nos veíamos porque él se encontraba con muchas responsabilidades encima, ya que antes de la fecha fijada para nuestra boda su padre lo nombraría presidente de Müller Enterprise. Sin embargo, el corazón se me estrujaba cuando en su mirada vislumbraba la decepción y la tristeza por mi actitud. Con Rick conversaba a diario antes de dormir para que John no escuchara ni por casualidad la conversación y se diera por enterado de que portaba un móvil pese a que me arrebató el anterior. Al menos dos o tres veces por semana me escabullía de la casa de Linda para po
Cuando llegué a casa, John se encontraba sumamente concentrado en su ordenador con una sudadera y un pantalón deportivo. Se veía jovial. Reí en mi interior deseando que Linda pudiera verlo de este modo.Me acerqué hasta el sillón donde estaba hundido y tomé asiento a su lado.—Hola, pequeña. No te oí llegar. —Levantó la vista y se quitó las gafas—. ¿Estás bien?—Sí, tío, pero quería pedirte un favor. —Tomé aire mientras John se cruzaba de brazos aguardando a que le dijera lo que necesitaba—. Invité a cenar al hombre que amo y me haría muy feliz que lo recibieras de buena gana.Infló su boca con aire y se sacudió el pelo. Largó la respiración y asintió poco convencido. Aun así, una gran sonrisa se formó en mis labios y me lancé sobre &
Nuevamente transcurrieron dos semanas en las que seguí sin saber nada de él.Eso me hacía pensar en las noches que si no era yo quien lo hubiera buscado en todo este mes, de todos modos, él no habría vuelto a mí. No habría llamado tal como no lo hizo. No me habría respondido, aunque fuera un puto correo, pese a que en las madrugadas no me cansé de escribirle cientos de palabras de amor, de odio, de dolor y arrepentimiento por haber confiado tanto en él.Mi cabeza deliraba y maquinaba desde lo más peligroso que pudo haberle sucedido hasta lo más bajo que él me pudiera hacer. Las cosas solo caían por el peso de darles la razón a las personas que me decían que se arrepintió y decidió marcharse. Tal vez si al menos el conserje no me hubiera dicho que se marchó por su propio pie, con sus cosas en mano, habría creído lo peor, mas
SAMANTABoston, Massachusetts¡Fuego!Mi cuerpo ardía y temblaba a la vez.Esos ojos… esos ojos que me taladraban y causaban espasmos que no sabía podía experimentar; espasmos de placer, de tortura exquisita y un vaivén de emociones que jamás había vivido.Un tacto que quemaba con cada roce, unas manos firmes que conducían a mi cuerpo al delirio del placer.—¡Ahhh! —gemí ansiosa al sentir unos dedos adentrarse entre mis muslos. Palpaban mi sexo que estaba insólitamente mojado.Mi cuerpo parecía pegado a la cama, amarrado con hilos invisibles que me impedían moverme para verlo a la cara. Mi rostro de lado, sobre la almohada de plumas y fundas blancas, deseaba con fervor poder v
RICHARD JONESEn medio de una crisis de llanto de Erín, tomé aquel avión en el aeropuerto de Londres. Emily, mi ex esposa, había manipulado a mi pequeña hija para que llorara a mares y la culpa no me dejara partir.Apenas había salido la sentencia del divorcio y era oficial; estaba soltero legalmente, aunque desde hace dos años vivíamos separados. Cada quien hacía su vida a su modo.Las cosas entre Emily y yo no resultaron desde un principio, así que no quería siquiera pensar en la idea de volver a tener a alguien en mi vida de una manera formal a pesar de tener tan solo treinta y cuatro años.Llegué a Boston renovado por completo, sintiéndome liberado de una vida a la que mucho tiempo me até por mi pequeña, pero en la que ya me sentía ahogado, asfixiado por tener a Emily respirándome en