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El mar. Un yate. Desayuno postorgasmo en medio de cubierta, con mi jefe en medio de una videollamada luciendo sexy y todo un machoman poderoso y demandante, era el amanecer perfecto para un día perfecto en un perfecto momento de mi vida.

Habíamos pasado toda la noche anterior haciendo el amor. Llegados a ese punto, ya sin protección y dejando pasar todas las conversaciones que teníamos pendientes entre gritos, gemidos, rugidos y múltiples orgasmos.

Mordí mi trocito de piña sin dejar de mirar, mientras chupaba el juguillo de la fruta y el sonido que mis labios hacían llamaba la atención de mi jefe que mal intentaba ocultar una sonrisa, lo esculturalmente bueno que estaba él. Sin dejar de rememorar en mi mente toda la actividad sexual de la noche anterior.

Bebió agua y prosiguió con su reunión a la que no me dejó

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