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Estaba en casa... no me lo podía creer.

De vuelta a la casa de mis padres. En mi momento más vulnerable, donde necesitaba el cariño que solo mi mamá podía darme.

La llegada fue apoteósica. El mastín de mi padre casi me mata cuando intentó subirse encima de mí para saludar.

Los dos gatos castrados de mamá me rompieron los lazos de mis zapatillas con sus rumiantes saludos y como colofón mi señora madre, salió a la carga y entre gritos me cayó encima y terminamos aplastadas por korel, el mastín que se sumó a la lucha libre por alzar la bandera ganadora al mejor recibimiento del mundo.

—Mamá por dios, que me asfixian —me quejaba en el fondo de la pileta que habían hecho sobre mí. 

—¡Basta!—a buenas horas trataba ella de salvar a su única hija de una muerte por apla
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