Faltas de respeto

Kerem salió de la habitación con el ceño fruncido. Se dirigió a la entrada de la casa para recibir a sus padres, imaginando que la amiga de Zeynep los acompañaría. 

Sabía que sus padres y hermanos ya se habrían encargado de "ponerle las cosas claras" a la norteamericana.

En su interior, un rencor sordo crecía contra las personas de esa nacionalidad. Su amargura se originaba en uno de ellos, un recuerdo que jamás olvidaría. 

Cinco años atrás, lo habían dejado plantado en el altar, convirtiéndolo en la burla del pueblo. Desde entonces, había buscado afanosamente por varios países a los culpables de su humillación.

Su mente se llenó de imágenes del pasado: la alegría de los preparativos, la ilusión del día de la boda, la crueldad del abandono. Un puño de ira se cerró en su pecho, endureciendo su corazón.

Desde aquel fatídico día, Kerem se había convertido en un hombre resentido, amargado.

Una sombra de rencor teñía cada uno de sus actos, alejando a cualquier mujer que intentara acercarse.

Su ahora esposa, Zeynep, era una mujer de belleza incomparable, perteneciente a su mismo clan. Sin embargo, el destino los había unido de forma cruel e inesperada. Ella no era la mujer que él había deseado, ni él el hombre que ella había elegido.

Cinco años atrás, un par de meses antes de la boda de Kerem, su hermano mayor había muerto en un terrible accidente. 

Zeynep era su prometida, y la tradición dictaba que, al no haberse consumado el matrimonio, el compromiso pasaría al siguiente hermano soltero: Kerem.

En la habitación, al abrir el armario, Zeynep se encontró con un mar de tela que la desafiaba. Vestidos largos de mangas largas, faldas y blusas recatadas, todo en colores sobrios y tradicionales. 

Un conjunto de calcetas para cubrir sus tobillos, ocultando la piel que la tradición exigía mantener velada. 

Pañuelos para cubrir su cabello completaban el conjunto, un recordatorio constante de la cultura que ahora la envolvía. Un escalofrío de rebeldía recorrió su cuerpo.

—Están locos si creen que me vestiré con esto —murmuró con voz temblorosa.

Las prendas no eran feas, de hecho, algunas incluso le parecieron bonitas. Su tía, responsable de la selección, había tenido buen gusto. Pero no era su estilo, no era su forma de ser. Y no estaba dispuesta a renunciar a su identidad tan fácilmente.

Afortunadamente, habían traído su equipaje. En su maleta, tenía ropa que reflejaba su personalidad: jeans, camisetas, vestidos modernos. No estaba dispuesta a ceder a las imposiciones sin luchar.

Decidida, Zeynep comenzó a rebuscar en su maleta, buscando las prendas que la harían sentir ella misma. 

Tomó unos jeans y una playera, se calzó unos tenis y peinó su cabello en una cola alta, se vio al espejo y se sintió satisfecha, así era ella, y no tenía porque ser de diferente manera.

Decidió bajar a comer, tenía que tratar de llevar la fiesta en paz con esa gente lo más que pudiera.

Al bajar, se dio cuenta de que Sarah se encontraba en el comedor con sus tíos, las dos chicas al verse se apresuraron a abrazarse, algo que fue mal visto.

Zeynep antes que nada tenía que mostrar respeto por sus suegros, Kerem se levantó, se veía molesto, Sarah enseguida se alejó de su amiga.

De mala gana Zeynep se acercó para presentar sus respetos, pudo ver la molestia reflejada en la cara de su tía.

—Veo que no te ha gustado la ropa que elegí para ti hija —dijo intentando parecer afligida, pero sus ojos reflejaban la furia que la envolvía.

—Le agradezco mucho la intención, pero no es mi estilo.

La mujer volteó a ver a su hijo, él tomó del brazo a la chica y de mala manera se la llevó de ahí.

—Oye que te pasa, me lastimas. —Zeynep esperó a estar lejos de sus tíos para poder quejarse.

—Ha sido una grosería, una total falta de respeto hacia mi madre, si quieres que tu amiga esté aquí contigo, vas ahora mismo y te pones alguno de esos vestidos, también debes usar el pañuelo.

—Eres la peor persona que he conocido en mi vida.

 Kerem se le quedó viendo, mientras apretaba los puños, tenía demasiados problemas que solucionar en la tribu, y ahora también tendría que lidiar con esa rebelde.

Zeynep se dio la vuelta con decisión, subió las escaleras con paso firme, dirigiéndose hacia la habitación donde la ropa le esperaba.

De entre las prendas, seleccionó un vestido verde esmeralda con flores en color beige.Una capa de fina gasa caía sobre sus hombros.

Unas botas beige reemplazaron las calcetas, una pequeña victoria contra la tradición. 

Su cabello, suelto y libre, enmarcaba su rostro con naturalidad. Un pañuelo del mismo color del vestido completaba el atuendo, un guiño a la cultura sin renunciar a su estilo.

Al verse al espejo, una sonrisa se dibujó en sus labios. No se veía tan mal después de todo. La rebeldía y la belleza se combinaban en una imagen poderosa.

De vuelta en el comedor, las miradas se posaron sobre ella con sorpresa. Sus tíos, especialmente, no podían ocultar su impresión. 

La mujer de su hijo era una belleza, sin duda. Y pronto, esperaban, la casa se llenaría del sonido de risas de pequeños nietos, que de seguro serían preciosos.

La mirada de Kerem se clavó en ella, absorbiendo cada detalle. Un instante fugaz, apenas un segundo, en el que la sorpresa y la admiración se reflejaron en sus ojos. 

Luego, como si se quemara, desvió la vista hacia otro lado, fingiendo desinterés. No quería que ella, que se había criado como extranjera, la que era una intrusa, se diera cuenta de que lo había impresionado.

—Lo ves hija, te ves hermosa —comentó su madre, con satisfacción —después de todo, no tuve tan mal gusto al elegir tu vestuario.

Sarah también observaba a Zeynep, admirando la forma en que la ropa resaltaba su belleza natural.

Sin embargo, una sombra de preocupación nublaba su mirada. En tan solo unos días, parecía que Kerem ya estaba empezando a ejercer control sobre ella.

La rubia, aguardaba impaciente una oportunidad para hablar a solas con Zeynep. 

Kerem, por su parte, libraba una batalla interna. Se recriminaba por la fascinación que Zeynep despertaba en él. 

No creía posible que ella ignorara su compromiso, un acuerdo sellado con el intercambio de dinero durante años, desde la muerte de sus padres.

Su belleza era innegable, un fuego que ardía en sus ojos y una sensualidad que se manifestaba en cada movimiento. 

Pero Kerem la consideraba una amenaza. Sabía que, tarde o temprano, sucumbiría a la tentación de seducirlo, buscando las ventajas que conllevaba ser la esposa del jefe de la tribu.

Después de todo, ella había llegado hasta allí por su propio pie, su padre, previsor, había dispuesto todo para traerla por la fuerza en caso de que su tía no lograra convencerla.

En Estados Unidos, la tía de Zeynep se encontraba sumida en un mar de lágrimas, la culpa la consumía.

Obedecer al jefe había sido la única opción para evitar que enviaran por ella y la castigaran, dejando a su sobrina desde pequeña a merced de la tribu. 

La hubieran llevado consigo para criarla bajo sus estrictas leyes y tradiciones. Al menos, esos años en otro país le habían permitido a Zeynep ser libre. Ahora, esa libertad se había esfumado.

Su corazón se partía al imaginar el odio que Zeynep sentiría hacia ella. No poder hablar con ella claramente, no poder advertirle sobre los peligros de escapar, la atormentaba. Si el matrimonio ya se había consumado, la situación era aún más grave.

No dudarían en enviar a sus hombres por ella para castigarla. La sentencia para una mujer que osaba escapar de la tribu era la muerte. 

La tía solo podía rezar por la seguridad de Zeynep, implorando que el destino le concediera la fuerza para afrontar las pruebas que le aguardaban.

En Diyat, la noche volvió a envolver la habitación, y Zeynep se resignó a dormir una vez más en el frío suelo. 

Su espalda le dolía, protestando por la incomodidad de las mantas que intentaban en vano suplir un colchón. Y como si la incomodidad física no fuera suficiente, su esposo, Kerem, parecía disfrutar atormentándola.

Esa noche, salió del baño con una simple toalla a la cintura, dejando que pequeñas gotas de agua recorrieran su musculoso torso. 

Zeynep, fingiendo indiferencia, lo observó de reojo mientras buscaba algo en un cajón. Sabía que él lo hacía a propósito, exhibiendo su cuerpo con descaro.

La ropa y todo lo necesario se encontraban en el vestidor, al que podía acceder sin pasar por la habitación.

Su mirada se fijó en una pequeña gota de agua que resbalaba por la espalda de Kerem, justo en la línea media. En ese instante, él se giró y la encontró observándolo, una mueca burlona se dibujó en sus labios.

—¿Se te ha perdido algo? —La chica se ruborizó al sentirse descubierta.

—Eres un pesado. —Fue lo único que atino a decir, para después cubrirse por completo con la manta.

Kerem disfrutaba al molestarla, quería que se diera cuenta que un hombre como él, jamás querría tocarla.

A la mañana siguiente, al despertar Zeynep, vio que su querido esposo ya no estaba, se vistió con su ropa habitual, salió de la habitación, sus tíos estaban desayunando.

—Ven aquí hija, siéntate a desayunar con nosotros. —Buscó a su amiga con la mirada, no la encontró por ningún lado, ya preguntaría dónde estaba.

Su tío la llamó amablemente, su tía no pudo ocultar la cara de molestia al ver que de nuevo no se había puesto ropa de la que había elegido para ella, la chica se acercó y con respeto beso la mano de su tío para después llevarla a la frente, tal como había hecho antes, cuando se acercó a la mujer para saludarla, está volteó la cara para evitarlo.

—No es necesario que me saludes cada vez que me veas, como quiera vivimos en la misma casa.

Zeynep apretó los puños, esa mujer si que era irritante.

—No seas grosera con nuestra nuera mujer, sabes que debes darle tiempo para acostumbrarse, ha crecido en un país con costumbres muy diferentes a las nuestras.

—Te lo advertí varias veces, debiste traerla a vivir con nosotros cuando murieron sus padres, así se hubiera criado bajo nuestras costumbres, las que por lo visto está renuente a seguir. —Dijo mientras la recorría con la mirada de arriba abajo.

—No hagas caso de esta mujer hija, siéntate a acompañarnos.

—Lo siento, muchas gracias, pero se me ha ido el hambre.

—No puedes despreciar de esa manera los alimentos, ni nuestra compañía, es tiempo de que te des cuenta de cuál es tu lugar en esta casa.

—Lo sé perfectamente, y créame que no me interesa tenerlo, si pudieran dar ese lugar a otra mujer y darme mi libertad, se los agradecería eternamente.

La obesa mujer se le quedó viendo furiosa, no podía creer tal falta de respeto, se levantó de su lugar, y sin que Zeynep lo viera venir, le dio una fuerte bofetada.

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