Caminaron sin detenerse ni hacer pausas para turnarse de descanso alguno, Neylan conducía la marcha con obstinación, ansiosa por dejar atrás los territorios de Diyat cuanto antes. Asya la seguía de cerca, siempre recelosa pero disciplinada, Elif en cambio parecía a punto de desfallecer a cada paso, sin poder evitar esporádicos quejidos y lloriqueos que irritaban a sus compañeros.— ¡Ya cállate de una maldita vez! —estalló finalmente Halik en una de las tantas veces que Elif comenzó a gemir— ¡Nunca en mi vida había escuchado a una mujer tan irritante y quejumbrosa! ¿Es que nunca aprendiste el valor del silencio? —Gritó, incapaz de soportar a su propia hija.— ¡No me hables así, padre! —Elif se volvió hacia él con ojos encendidos— ¿Crees que es fácil para mí arrastrar estos pies delicados por interminables...?— ¡Basta los dos! —la voz de Neylan se escuchó cortante como un cuchillo, silenciándolos— ni un sonido más o seremos presa fácil de algún grupo rebelde, necesitamos conservar fu
Al ser conducida ante los bandidos fuera de la tienda, Neylan caminó con la frente en alto, aparentando una seguridad y arrogancia que estaba muy lejos de sentir realmente. Su semblante estaba demacrado y amoratado por los abusos, pero sus ojos ardían con determinación, era casi una llama de locura nacida de la desesperación.Cuando la llevaron ante uno de los cabecillas, un hombre de rostro brutal y mirada codiciosa, ella se detuvo y lo encaró con una sonrisa desdeñosa que desconcertó a todos.— ¿Así que tú eres el más grande de estas bestias? —Le escupió con desprecio— pensé que serías más imponente al mandar sobre tanto esclavo obediente.El hombre se puso en pie y la abofeteó con fuerza, haciéndola trastabillar. Sin embargo, Neylan se reincorporó enseguida, riendo a carcajadas como una posesa.— ¿Eso es todo? ¡Vaya decepción! —Se burló mirándolo desafiante— pensé que los hombres de verdad podrían inspirar más temor en una dama, no lloriqueos como bebés malcriados.Una exclamación
Un silencio gélido como un suspiro de muerte se extendió entre los presentes. Mehmet ya no se burló ni reaccionó más, simplemente permaneció inmóvil procesando la sentencia. Kerem se adelantó y posó una mano en su hombro, con la mirada ensombrecida. — Lo siento, Mehmet —murmuró con voz ronca—. Ojalá todo hubiera sido diferente, quizás así nos hubiéramos ahorrado este trágico final...Ante la sorpresa y el desconcierto de todos, Mehmet se echó a reír entonces. Pero esta vez no era una risa burlona o desquiciada, sino una carcajada lúgubre, cargada de hiel y amargura, como si finalmente la derrota hubiera terminado por enloquecerlo.— ¿Diferente, dices? —preguntó a Kerem sin dejar de reír— ¿Acaso imaginabas que tendríamos un "final feliz" como en tus ridículos sueños? ¡No, hermano, este desenlace estaba predestinado. ¡Has cavado tu propia tumba y la de todos estos cobardes, te lo juro!Entonces, como si ya nada más le importara, Mehmet se puso de pie desafiante y avanzó hacia Kerem, a
Las siguientes semanas transcurrieron en relativa calma aparente, Kerem y los ancianos trabajaron sin descanso para diseñar y sancionar las nuevas leyes que instituirían el cambio en las costumbres y estilo de vida de la gente de Diyat.En su mayoría, eran normas de carácter moderado, destinadas a ir erosionando poco a poco el sistema obsoleto de castas y tradiciones arcaicas. No podían arriesgarse a cambiar las cosas drásticamente para evitar mayor turbulencia social.— Sé que para algunos parecerán simples reformas sin sentido alguno —se disculpó Kerem ante sus más allegados una tarde— pero es mejor progresar poco a poco y con equilibrio, aún no estamos listos para una revolución total.— Lo comprendemos, hijo —lo tranquilizó İzmir con severidad— un pueblo que ha apegado totalmente a las viejas tradiciones durante generaciones no puede cambiar su rumbo de la noche a la mañana, procede con cautela y sabiduría. — Además, estas nuevas leyes ya comienzan a acarrear ciertos beneficios
Habían pasado poco más de dos años desde que las reformas de Kerem habían comenzado a transformar Diyat. Una tarde soleada, Kerem y Zeynep paseaban tomados del brazo por los huertos comunitarios con su hijo Noah, correteando a su alrededor.— ¡Mira mamá! —exclamó el pequeño señalando el follaje— ¡Las mujeres están cosechando las frutas que tanto nos gusta comer! — Así es, mi niño —respondió Zeynep sonriéndole enternecida— gracias a la libertad que ahora tienen, ellas pueden trabajar y proveernos de manjares deliciosos.— Sé cuánto has luchado por esa libertad, Zeynep —Kerem la miró con amor— y me siento honrado de ser tu esposo y ver los frutos que estás logrando. — Oh Kerem —Zeynep se ruborizó complacida y besó su mejilla— es tuyo también este logro, por creer en mí y en nuestras mujeres.Noah los observó enternecido y se acercó dando saltitos.— ¡Yo quiero verlas trabajar de cerca! Corrió a donde las mujeres trabajaban, ajeno a las sonrisas repletas de adoración que sus padre
El sol caía a plomo sobre el árido paisaje de Anatolia, dos hermosas chicas se encontraban en el aeropuerto de Mardìn.La emoción teñía sus rostros mientras se aventuraban en un viaje a lo desconocido: el pueblo de Diyat, un lugar del que Zeynep solo había escuchado en las historias de su tía.Después de un rato, por fin pudieron tomar un taxi, cuando iban a abordar, un prepotente hombre las hizo a un lado para abordarlo, una de las chicas lo enfrentó molesta.—Eres un majadero, las damas son primero. —Gritó furiosa, el hombre se detuvo por un momento, se dio vuelta, bajó un poco sus gafas oscuras, se le quedó viendo fijamente, la chica sintió escalofríos al encontrarse con su mirada penetrante, tenía los ojos más negros que había visto.—No en mi país. —Dijo con una ronca voz, la chica pudo notar un extraño acento, después el hombre subió al auto azotando la puerta.—Planta de majadero, no sé qué es lo que se ha creído. —Exclamó mientras veía como el vehículo se alejaba.—Cálmate ami
Zeynep caminaba como un autómata, siguiendo a su amiga y a la mujer que las guiaba con prisa. Al salir de la casa, un grupo de personas los esperaba. El sonido de tambores y otros instrumentos resonó en el aire, llenando el ambiente de una energía frenética. La mujer le indicó a Zeynep que debía montar un hermoso caballo que allí estaba, sin comprender lo que estaba sucediendo, obedeció sin rechistar. Se sentía atrapada en una vorágine de locura, rodeada por una multitud de desconocidos.Su primo, el mismo que la había amenazado en la habitación, la guió sobre el caballo. Sara caminaba a su lado, tan confundida como ella. Los hombres que los acompañaban lanzaban gritos guturales, intensificando el caos.Llegaron a otra casa aún más grande que la anterior. Un hombre vestido de traje los recibió en la entrada. Cuando él volteó a verla, Zeynep se quedó helada, era el barbaján del aeropuerto. Su primo le entregó la rienda del caballo y el hombre extendió su mano para ayudarla a bajar.
El hombre comenzó a subir las escaleras, Zeynep no pudo evitar admirar su porte imponente. Era joven y de una belleza casi salvaje. Su cabello y ojos negros como la noche contrastaban con la incipiente barba que le daba un aire de rudeza. Su complexión atlética, producto de una evidente dedicación al ejercicio, su apariencia intimidaba.Era considerablemente más alto que ella, superando sin duda el metro noventa. Zeynep, por su parte, era bajita, de apenas un metro sesenta.Su rostro, era pequeño, de proporciones delicadas, estaba enmarcado por un espeso flequillo que resaltaba sus ojos color avellana.Su largo cabello castaño llegaba abajo de su cintura, y su cuerpo bien proporcionado, era fruto de horas interminables en el gimnasio.Zeynep se maldijo internamente por haberse fijado en el físico de aquel hombre. Subieron al tercer piso, donde una sala central separaba dos enormes terrazas. Los coloridos tapetes que adornaban el suelo le recordaban la riqueza y el lujo de la famili