Las siguientes semanas transcurrieron en relativa calma aparente, Kerem y los ancianos trabajaron sin descanso para diseñar y sancionar las nuevas leyes que instituirían el cambio en las costumbres y estilo de vida de la gente de Diyat.En su mayoría, eran normas de carácter moderado, destinadas a ir erosionando poco a poco el sistema obsoleto de castas y tradiciones arcaicas. No podían arriesgarse a cambiar las cosas drásticamente para evitar mayor turbulencia social.— Sé que para algunos parecerán simples reformas sin sentido alguno —se disculpó Kerem ante sus más allegados una tarde— pero es mejor progresar poco a poco y con equilibrio, aún no estamos listos para una revolución total.— Lo comprendemos, hijo —lo tranquilizó İzmir con severidad— un pueblo que ha apegado totalmente a las viejas tradiciones durante generaciones no puede cambiar su rumbo de la noche a la mañana, procede con cautela y sabiduría. — Además, estas nuevas leyes ya comienzan a acarrear ciertos beneficios
Habían pasado poco más de dos años desde que las reformas de Kerem habían comenzado a transformar Diyat. Una tarde soleada, Kerem y Zeynep paseaban tomados del brazo por los huertos comunitarios con su hijo Noah, correteando a su alrededor.— ¡Mira mamá! —exclamó el pequeño señalando el follaje— ¡Las mujeres están cosechando las frutas que tanto nos gusta comer! — Así es, mi niño —respondió Zeynep sonriéndole enternecida— gracias a la libertad que ahora tienen, ellas pueden trabajar y proveernos de manjares deliciosos.— Sé cuánto has luchado por esa libertad, Zeynep —Kerem la miró con amor— y me siento honrado de ser tu esposo y ver los frutos que estás logrando. — Oh Kerem —Zeynep se ruborizó complacida y besó su mejilla— es tuyo también este logro, por creer en mí y en nuestras mujeres.Noah los observó enternecido y se acercó dando saltitos.— ¡Yo quiero verlas trabajar de cerca! Corrió a donde las mujeres trabajaban, ajeno a las sonrisas repletas de adoración que sus padre
El sol caía a plomo sobre el árido paisaje de Anatolia, dos hermosas chicas se encontraban en el aeropuerto de Mardìn.La emoción teñía sus rostros mientras se aventuraban en un viaje a lo desconocido: el pueblo de Diyat, un lugar del que Zeynep solo había escuchado en las historias de su tía.Después de un rato, por fin pudieron tomar un taxi, cuando iban a abordar, un prepotente hombre las hizo a un lado para abordarlo, una de las chicas lo enfrentó molesta.—Eres un majadero, las damas son primero. —Gritó furiosa, el hombre se detuvo por un momento, se dio vuelta, bajó un poco sus gafas oscuras, se le quedó viendo fijamente, la chica sintió escalofríos al encontrarse con su mirada penetrante, tenía los ojos más negros que había visto.—No en mi país. —Dijo con una ronca voz, la chica pudo notar un extraño acento, después el hombre subió al auto azotando la puerta.—Planta de majadero, no sé qué es lo que se ha creído. —Exclamó mientras veía como el vehículo se alejaba.—Cálmate ami
Zeynep caminaba como un autómata, siguiendo a su amiga y a la mujer que las guiaba con prisa. Al salir de la casa, un grupo de personas los esperaba. El sonido de tambores y otros instrumentos resonó en el aire, llenando el ambiente de una energía frenética. La mujer le indicó a Zeynep que debía montar un hermoso caballo que allí estaba, sin comprender lo que estaba sucediendo, obedeció sin rechistar. Se sentía atrapada en una vorágine de locura, rodeada por una multitud de desconocidos.Su primo, el mismo que la había amenazado en la habitación, la guió sobre el caballo. Sara caminaba a su lado, tan confundida como ella. Los hombres que los acompañaban lanzaban gritos guturales, intensificando el caos.Llegaron a otra casa aún más grande que la anterior. Un hombre vestido de traje los recibió en la entrada. Cuando él volteó a verla, Zeynep se quedó helada, era el barbaján del aeropuerto. Su primo le entregó la rienda del caballo y el hombre extendió su mano para ayudarla a bajar.
El hombre comenzó a subir las escaleras, Zeynep no pudo evitar admirar su porte imponente. Era joven y de una belleza casi salvaje. Su cabello y ojos negros como la noche contrastaban con la incipiente barba que le daba un aire de rudeza. Su complexión atlética, producto de una evidente dedicación al ejercicio, su apariencia intimidaba.Era considerablemente más alto que ella, superando sin duda el metro noventa. Zeynep, por su parte, era bajita, de apenas un metro sesenta.Su rostro, era pequeño, de proporciones delicadas, estaba enmarcado por un espeso flequillo que resaltaba sus ojos color avellana.Su largo cabello castaño llegaba abajo de su cintura, y su cuerpo bien proporcionado, era fruto de horas interminables en el gimnasio.Zeynep se maldijo internamente por haberse fijado en el físico de aquel hombre. Subieron al tercer piso, donde una sala central separaba dos enormes terrazas. Los coloridos tapetes que adornaban el suelo le recordaban la riqueza y el lujo de la famili
Kerem salió de la habitación con el ceño fruncido. Se dirigió a la entrada de la casa para recibir a sus padres, imaginando que la amiga de Zeynep los acompañaría. Sabía que sus padres y hermanos ya se habrían encargado de "ponerle las cosas claras" a la norteamericana.En su interior, un rencor sordo crecía contra las personas de esa nacionalidad. Su amargura se originaba en uno de ellos, un recuerdo que jamás olvidaría. Cinco años atrás, lo habían dejado plantado en el altar, convirtiéndolo en la burla del pueblo. Desde entonces, había buscado afanosamente por varios países a los culpables de su humillación.Su mente se llenó de imágenes del pasado: la alegría de los preparativos, la ilusión del día de la boda, la crueldad del abandono. Un puño de ira se cerró en su pecho, endureciendo su corazón.Desde aquel fatídico día, Kerem se había convertido en un hombre resentido, amargado.Una sombra de rencor teñía cada uno de sus actos, alejando a cualquier mujer que intentara acercarse
Un torrente de furia recorrió las venas de Zeynep. Apretó los labios con fuerza, conteniendo las palabras que pugnaban por salir de su boca. Estaba a punto de descargar toda su ira sobre la nefasta mujer que la atormentaba, pero un recuerdo la detuvo en seco. Las palabras de Kerem resonaron en su mente: si rompía las reglas, la azotarían en la plaza del pueblo. La humillación pública sería un precio demasiado alto.Tragando su coraje con amargura, Zeynep dio media vuelta y se dirigió hacia su habitación. Ignoró las órdenes de su suegra, que la llamaba a gritos para que regresara.—Zeynep, ¡regresa aquí de inmediato! ¡Te estoy hablando! —gritaba la mujer, furiosa por la desobediencia de su nuera.Zeynep continuó su camino, una sonrisa victoriosa se dibujaba en sus labios, disfrutaba del tormento que infligía a su suegra. Al llegar a la puerta de la habitación, una mano la detuvo con fuerza tomandola por la muñeca.—Ni se te ocurra hacerlo. —La voz de Kerem, áspera y dominante, la de
La noche fue la más larga de su vida, Kerem sentía la necesidad de hacerla suya, se recriminaba duramente, no podía creer que le estuviera sucediendo aquello, siempre había sido capaz de controlar sus deseos.Había estudiado en Estambul, todos los hijos de los jefes de los diferentes clanes lo hacían, tenían que prepararse muy bien por si era necesario que algún día tuvieran que estar al frente de su familia.En la gran ciudad como la llamaban, tuvo que vencer muchas tentaciones, en ese tiempo estaba comprometido, además de enamorado profundamente.Asya era una mujer muy bella, desde que lo plantó frente al altar su vida se había convertido en un infierno, le parecía verla en cada mujer que tenía algo parecido a ella, su cabello ondulado, sus ojos color café claro, no entendía porque lo había abandonado.Él la había tratado como si fuera la flor más preciada y delicada de su jardín, Kerem no estaba de acuerdo con ciertas costumbres de la tribu, por eso cuando su hermano murió y le fue