—¡¿MUERTO?! Al escuchar aquella noticia, es inevitable que rompa en llanto. Me negaba a pensar que luego de tanto luchar para estar juntos, el destino se empeñará en separarnos nuevamente y para siempre. Me ciego ante la idea de perderlo, al punto de olvidarme por completo del dolor que debía estar sintiendo Romina tras recibir la noticia de que su padre estaba muerto. En ese momento, pienso en que tal vez, no sea él. Sino…¡Sí! Quizás suene cruel de mi parte, pero Emilio, no podía estar muerto. ¡Él no! Román acelera el coche, sigue la ruta que muestra el GPS y en unos pocos minutos llegamos a aquel lugar solitario. Alrededor del galpón, hay varias patrullas custodiando el lugar, bajo del auto y corro hacia el detective Ramírez.—Dígame que no, que Emilio no está muerto, —Le suplico y me dejo caer de rodillas sobre la grama. —Sra Ferrer, levántese por favor. Lloro desconsolada, el dolor que siento es tal, que no alcanzo a escuchar lo que me dice. —El Sr Emilio, est
—¡Firme el contrato! —me ordena con voz firme, el hombre trajeado elegantemente. —¿Quiero saber con quién me caso? —pregunto en voz alta.El hombre me mira con enojo, luego ladea su boca con una sonrisa impregnada de arrogancia.—¿Cambiará en algo que lo sepa? —interroga haciendo una mueca de disgusto.— ¿Tan condicionado es el amor y la abnegación que siente por su padre? —agrega.Sin más opciones, que la de firmar aquel documento, me resigno a aceptar el contrato.—Está bien, firmaré. —tomo la plumilla dorada estampo mi nombre, luego colocó con firmeza el bolígrafo sobre la mesa y deslizó hacia él, la carpeta donde reposa el contrato.—Perfecto, recibirá el dinero en apenas unos minutos. —dice y me entrega un sobre blanco pequeño.— Allí tiene su boleto de avión y una tarjeta a su nombre para los gastos básicos que necesite durante el vuelo. —¿Boleto de avión? ¿Pero de qué está hablando? No dice por ningún lado que debo viajar a otro lugar. —refuto.—Aceptó casarse con mi he
Aunque intento resistirme, no puedo zafarme de su agarre. —¡Suéltenme o gritaré que me están secuestrando! —digo en un intento vano por convencerlos.—Es mejor que colabore señorita —me sugiere uno de los hombres.—Suélteme, por favor. Se lo suplico. No quiero irme, allí está mi padre. —Lo lamento, debo cumplir las órdenes de mi jefe. —dice sujetándome con mayor fuerza y obligándome a subir al auto.En ese instante, comienzo a arrepentirme de haber firmado aquel documento. Me siento como una especie de marioneta manipulada por Enzo Ferrer, prácticamente estoy a su merced. Mi vida depende exclusivamente de un contrato, no tengo voluntad propia, ni siquiera puedo decidir quedarme al lado de mi padre. Me invade la ansiedad por completo, la angustia se apodera de mí y permanece anclada en mi pecho sin dejarme respirar bien. Minutos después, el auto se detiene, los dos guardaespaldas bajan y me rodean, quisiera poder escapar de ellos pero sería en vano, en minutos estaría en s
—¿Hacia donde vamos? —retomo la conversación.—A Cabo de las huertas. —responde— ¿Ha venido a Alicante antes? —añade.—¡No! —Miró a los lados y puedo ver, bajo la luz de la luna, la hermosa playa que se tiende a lo lejos, resplandeciente.— Ni siquiera he salido de Madrid ¿Cómo es que voy a viajar por toda España? —espeto.—Yo tampoco he salido de Alicante, siempre he vivido aquí, así que estamos iguales. —sonríe mirándome desde el retrovisor. Por alguna razón, aquel joven me agrada, siento que puedo confiar en él, a pesar de que no se ha atrevido a hablarme de su jefe. —¿Falta mucho para llegar? Necesito hacer varias llamadas importantes.—Sólo algunos minutos. Pronto llegaremos. El coche toma una carretera de tierra, a lo lejos se ve una imponente mansión, un poco alejada de la ciudad. Transcurren cinco minutos y el auto se detiene frente a aquella lujosa construcción.—Hemos llegado, Srta… Cervantes. —Me llamo Rebecca, ese es mi nombre. —respondo con amabilidad ¿y tú co
—¿Sr Ferrer, está usted bien? —pregunta angustiada la empleada.—Déjame solo, te he dicho que no quiero ver a nadie.—Pero-—Lárgate Mercedes. —Como ordene señor. —se gira para salir, voltea hacia mí viendo hacia el piso.— Su prometida, ya está aquí. —¿Qué dices? —pregunto con hostilidad.—El Sr Enzo aviso que vendría. La boda está pautada para el sábado en la tarde, señor.—¡Joder! Quien le dijo a Enzo que quiero casarme. Dile a esa mujer que se vaya de aquí ahora mismo. —Señor, no puedo hacer eso. Esa chica no trajo ni equipaje. —Me importa un carajos, Mercedes. Dile que se vaya o la echaré yo mismo. —Creo que lo mejor es que se tranquilice señor. —Sácala o iré yo mismo. —Le advierto.—Como ordene señor.Mercedes sale de mi habitación, azoto la puerta. Camino hacia la ventana. Puedo sentir el frío erizarme la piel, tal cual como estaba la fría noche del accidente. El reflejo de mi rostro en el vidrio, me transporta a aquel momento.Un año atrás…—¿Qué te gustarí
—A-adelante —tartamudeo. La puerta se abre lentamente. Arreglo mi cabello y mi blusa para verme un poco mejor. —Disculpe, Srta Cervantes —se excusa la empleada mientras me incorporo para recibirla. —Dígame, Mercedes. ¿Qué se le ofrece? —Debo informarle que el Sr Ferrer ha pedido que le informe que debe regresarse a Madrid. —¿Qué? —trago en seco. —Dice que fue una arbitrariedad del Sr Enzo y que no desea casarse con una mujer como usted. —¿Qué dice? ¿En que se basa para referirse a mí de esa manera si ni siquiera a querido darme la cara —espeto. —¿Quién se cree que es usted para hablarme de esa manera y referirse al patrón de ese modo? —Me replica en voz alta. Guardo silencio por unos segundos, pienso en lo que acabo de decir y creo que ella tiene algo de razón. Me he excedido en mis palabras, por lo que decido disculparme: —Disculpe, Mercedes. Es que me siento como pelota de tenis, yendo de un lado a otro, sin merecer ni siquiera una explicación de parte de su patr
—¿Pregunté quién anda allí? —repite.Veo la sombra aproximarse cada vez más hacia donde me encuentro; no puedo moverme, si doy un paso es posible que me lastime con algún trozo de vidrio. Repentinamente tiran de la puerta del refrigerador y me encuentro con su rostro dejando escapar un grito de terror.—¡Ahhh! —¡Shhhh! Guarde silencio ¿Qué hace aquí? —Me interroga con voz ronca.—¡Nacho! —exhalo un suspiro— Eres tú. —Sí, ¿A quién esperaba Srta Cervantes? —Me pregunta confundido, pero luego me advierte— Tenga cuidado, no se mueva. —dice, mientras con su zapatos rueda los pedazos de vidrios esparcidos en el piso abriendo un camino para que pueda pasar sin hacerme daño.—Gracias, Nacho. Por un momento pensé que era tu jefe. —digo y camino hacia el otro lado de la cocina.—¿El Sr Emilio? Eso es difícil, realmente casi nunca sale de su habitación.—¿Qué es lo que le ocurre? —preguntó curiosa.—¿Aún no ha hablado con usted? —¡No! Y creo que no quiere verme. Me ha mandado a de
Esa mañana, Rebecca se levantó muy temprano. De hecho durmió poco. A cada instante despertaba sobresaltada y confundida con el repentino cambio de opinión de Emilio Ferrer, su prometido. Se duchó y vistió con la misma ropa que usó para el viaje. Se sentía algo incómoda pero no tenía muchas opciones de donde escoger.Mercedes le subió el desayuno hasta la habitación evitando retrasos para ese día. No sólo debía acompañar a la prometida de su patrón de compras sino verificar que todo lo referente a la celebración del compromiso saliera a la perfección. Luego de desayunar, Rebecca bajó hasta la sala principal donde Mercedes aguardaba por ella. Salieron de la mansión y subieron al coche. El chofer condujo hasta la ciudad, siguiendo las instrucciones de la empleada. Minutos más tarde, el auto se detuvo frente a una lujosa tienda. —Venga en una hora por nosotras, Nacho. —le ordena al joven.—¡Sí, Mercedes, como ordene! Ambas mujeres descendieron del coche y entraron a la tienda.