Aunque intento resistirme, no puedo zafarme de su agarre.
—¡Suéltenme o gritaré que me están secuestrando! —digo en un intento vano por convencerlos. —Es mejor que colabore señorita —me sugiere uno de los hombres. —Suélteme, por favor. Se lo suplico. No quiero irme, allí está mi padre. —Lo lamento, debo cumplir las órdenes de mi jefe. —dice sujetándome con mayor fuerza y obligándome a subir al auto. En ese instante, comienzo a arrepentirme de haber firmado aquel documento. Me siento como una especie de marioneta manipulada por Enzo Ferrer, prácticamente estoy a su merced. Mi vida depende exclusivamente de un contrato, no tengo voluntad propia, ni siquiera puedo decidir quedarme al lado de mi padre. Me invade la ansiedad por completo, la angustia se apodera de mí y permanece anclada en mi pecho sin dejarme respirar bien. Minutos después, el auto se detiene, los dos guardaespaldas bajan y me rodean, quisiera poder escapar de ellos pero sería en vano, en minutos estaría en sus manos. Ambos me llevan hasta la avioneta, subo casi a empujones. Se cercioran de que esté dentro y me dirija hasta mi asiento. Veo mi ticket, es de primera clase, avanzo por el pasillo. Aquella avioneta es sumamente lujosa a pesar de ser pequeña. La azafata nota mi torpeza, se acerca hasta donde estoy. Nunca he subido a un avión ¿Cómo sabría cual es la zona VIP? —Permítame su boleto, señorita. —Se lo muestro, lo toma y sonríe— Sígame por favor. —Afirmo con mi cabeza y ella me conduce hasta los asientos principales. Tomo asiento, la azafata me observa sin moverse del lugar. —¿Qué? —pregunto en tono hostil. —Su cinturón de seguridad, por favor. Ruedo mis ojos en señal de tedio. Obedezco sus instrucciones. Ella se aleja, toma su lugar y da la información al resto de los pasajeros. Veo desde la ventanilla a lo lejos, a ambos hombres de brazos cruzados observando desde la zona de embarque. No puedo creer que esto me esté pasando. El avión despega, mi corazón late apresuradamente. Trato de relajarme pero no lo logro. Minutos después aparece la azafata y me ofrece una cóctel. —No gracias, no quiero. —Como usted diga, señorita Ferrer. Me sorprende la manera en que me nombra, reviso el ticket y verifico que el boleto ha sido comprado con un apellido que ni siquiera me pertenece. Me siento literalmente como un objeto, como si firmando aquel contrato hubiese vendido mi vida a un costo mayor del que imaginé. —Aguarde —le pido. Ella se devuelve. —Dígame, en qué puedo ayudarle. —Acepto el cóctel —la mujer sonríe y me entrega la bebida. Aguardo a que se retire, ella se aleja por el pasillo. Veo el contenido del envase, lo olfateo: —¡Por lo menos huele bien! —murmuro. Aunque no suelo beber alcohol siento que lo necesito en ese instante. Quizás me sirva para calmarme un poco, pienso. Bebo el trago de un sólo sorbo; el sabor cítrico mezclado con el licor pasa por mi garganta quedándome por dentro. —¡Joder! —exclamo. Soplo un par de veces para calmar el ardor. Me reclino en el asiento tratando de enfocarme en mi nueva realidad, intentando aceptar que hice ‘lo correcto’ pero no puedo dejar de pensar en mi padre y en el futuro de mi hermanita Sofía. —¡SOFI! —susurro. Había olvidado avisarle a mi madrina todo lo ocurrido. Las cosas habían pasado de forma tan apresurada que olvidé llamarle. Reviso mi bolso, saco el móvil y le hago una video llamada. —Rebecca, hija. Por fin apareces. Llevo dos días sin saber de ti, y Sofi no deja de preguntar cuando vendrás por ella. —Lo siento madrina, han pasado cosas terribles. Mi padre tuvo una recaída ayer, pensé que se moría y hoy lo están operando. —Virgen santa. ¿Cómo está? —No lo sé. —No entiendo, ¿Dónde estás tú, Rebe? —Es largo y difícil de explicar en este momento, madrina. Por ahora te enviaré dinero para que compres lo que necesiten y viajes a la capital. Necesito que te ocupes de mi padre. —¿Qué dices? No entiendo Rebecca. Sabes bien cuál es mi situación con Ignacio. —Lo sé y es por ello que te ruego que no lo dejes solo. Madrina no tengo a nadie más a quien recurrir. Sólo tú puedes apoyarme. —Sabes que haría todo por ti, como me lo pidió Marta, pero- —No hablemos de ella. No en este momento. —la Interrumpo. —¿Nunca la perdonarás? Guardo silencio, prefiero no contestar y callar mi opinión con respecto a mi madre. —Te hablaré en lo que llegue a Alicante. —¿Alicante? —Sí, madrina. Te llamo al llegar, ¿Vale? —Dios te proteja, hija. Poco tiempo después, el avión hace su aterrizaje, el viaje ha sido bastante corto. En una hora ya estoy en aquel lugar. Una pregunta surge en mi cabeza de pronto ¿Pero como sabré a donde debo ir? Como si hubiese escuchado mi pregunta, justo me llega un mensaje del Sr Ferrer, abro el chat y lo leo. “Mi chofer aguardará por usted para llevarla justo al lugar donde está mi hermano.” “Gracias” le contesto parcamente. Efectivamente al bajar de la avioneta, en una elegante camioneta Volvo negra, un joven delgado de facciones finas se aproxima hacia mí: —¿Señorita Cervantes? —interroga. —Sí, soy yo. —Le respondo. —Acompáñeme. —dice y mira a todos lados, supongo buscando detrás de mí, el equipaje. —No traigo mis maletas, no me dio tiempo ir por ellas. Todo gracias a su jefe, el Sr Ferrer. —Mi tono es recriminatorio y hostil. El joven sonríe levemente. Luego me dice: —Venga conmigo. Gentilmente me abre la puerta de atrás, subo al elegante vehículo. Me siento mientras él pone en marcha el coche y conduce en absoluto silencio. Puedo ver que de vez en cuando me observa desde el retrovisor y en su mirada hay rastros de cierta preocupación y también de compasión. —¿Ocurre algo? —Me aventuro a preguntar. —No, señorita. Disculpe. —¿Por qué me mira así, como con lástima? —Le insisto. —¿Conoce usted al Sr Ferrer? —Me pregunta sin responder a mis dudas. —¿Se refiere al Sr Enzo Ferrer? —No, me refiero a su futuro esposo. —aclara con voz ronca. —¡Sí! —Miento para no darle explicaciones sobre mi vida personal. —Es usted una gran mujer. —suspira y siembra en mí, la duda. —¿Por qué lo dice? —Porque luego que el Sr Ferrer tuvo aquel accidente, ya no es el mismo. —responde parcamente. —¿Accidente? —pregunto curiosa. —¿No sabe del accidente? —Le niego con mi cabeza. El joven exhala un suspiro, aplana los labios y guarda silencio. —¡Hey! ¿Te pregunté, cuál accidente? —Lo siento, creo que hablé más de lo que debía. Achico mis ojos confundida. ¿Qué misterio rodeada a aquel desconocido? ¿Por qué el Sr Enzo no me había mostrado por lo menos una fotografía de mi futuro esposo? ¿Por qué aquel joven guardaba silencio? ¿Qué estaba pasando? ¿En qué rollo me había metido?—¿Hacia donde vamos? —retomo la conversación.—A Cabo de las huertas. —responde— ¿Ha venido a Alicante antes? —añade.—¡No! —Miró a los lados y puedo ver, bajo la luz de la luna, la hermosa playa que se tiende a lo lejos, resplandeciente.— Ni siquiera he salido de Madrid ¿Cómo es que voy a viajar por toda España? —espeto.—Yo tampoco he salido de Alicante, siempre he vivido aquí, así que estamos iguales. —sonríe mirándome desde el retrovisor. Por alguna razón, aquel joven me agrada, siento que puedo confiar en él, a pesar de que no se ha atrevido a hablarme de su jefe. —¿Falta mucho para llegar? Necesito hacer varias llamadas importantes.—Sólo algunos minutos. Pronto llegaremos. El coche toma una carretera de tierra, a lo lejos se ve una imponente mansión, un poco alejada de la ciudad. Transcurren cinco minutos y el auto se detiene frente a aquella lujosa construcción.—Hemos llegado, Srta… Cervantes. —Me llamo Rebecca, ese es mi nombre. —respondo con amabilidad ¿y tú co
—¿Sr Ferrer, está usted bien? —pregunta angustiada la empleada.—Déjame solo, te he dicho que no quiero ver a nadie.—Pero-—Lárgate Mercedes. —Como ordene señor. —se gira para salir, voltea hacia mí viendo hacia el piso.— Su prometida, ya está aquí. —¿Qué dices? —pregunto con hostilidad.—El Sr Enzo aviso que vendría. La boda está pautada para el sábado en la tarde, señor.—¡Joder! Quien le dijo a Enzo que quiero casarme. Dile a esa mujer que se vaya de aquí ahora mismo. —Señor, no puedo hacer eso. Esa chica no trajo ni equipaje. —Me importa un carajos, Mercedes. Dile que se vaya o la echaré yo mismo. —Creo que lo mejor es que se tranquilice señor. —Sácala o iré yo mismo. —Le advierto.—Como ordene señor.Mercedes sale de mi habitación, azoto la puerta. Camino hacia la ventana. Puedo sentir el frío erizarme la piel, tal cual como estaba la fría noche del accidente. El reflejo de mi rostro en el vidrio, me transporta a aquel momento.Un año atrás…—¿Qué te gustarí
—A-adelante —tartamudeo. La puerta se abre lentamente. Arreglo mi cabello y mi blusa para verme un poco mejor. —Disculpe, Srta Cervantes —se excusa la empleada mientras me incorporo para recibirla. —Dígame, Mercedes. ¿Qué se le ofrece? —Debo informarle que el Sr Ferrer ha pedido que le informe que debe regresarse a Madrid. —¿Qué? —trago en seco. —Dice que fue una arbitrariedad del Sr Enzo y que no desea casarse con una mujer como usted. —¿Qué dice? ¿En que se basa para referirse a mí de esa manera si ni siquiera a querido darme la cara —espeto. —¿Quién se cree que es usted para hablarme de esa manera y referirse al patrón de ese modo? —Me replica en voz alta. Guardo silencio por unos segundos, pienso en lo que acabo de decir y creo que ella tiene algo de razón. Me he excedido en mis palabras, por lo que decido disculparme: —Disculpe, Mercedes. Es que me siento como pelota de tenis, yendo de un lado a otro, sin merecer ni siquiera una explicación de parte de su patr
—¿Pregunté quién anda allí? —repite.Veo la sombra aproximarse cada vez más hacia donde me encuentro; no puedo moverme, si doy un paso es posible que me lastime con algún trozo de vidrio. Repentinamente tiran de la puerta del refrigerador y me encuentro con su rostro dejando escapar un grito de terror.—¡Ahhh! —¡Shhhh! Guarde silencio ¿Qué hace aquí? —Me interroga con voz ronca.—¡Nacho! —exhalo un suspiro— Eres tú. —Sí, ¿A quién esperaba Srta Cervantes? —Me pregunta confundido, pero luego me advierte— Tenga cuidado, no se mueva. —dice, mientras con su zapatos rueda los pedazos de vidrios esparcidos en el piso abriendo un camino para que pueda pasar sin hacerme daño.—Gracias, Nacho. Por un momento pensé que era tu jefe. —digo y camino hacia el otro lado de la cocina.—¿El Sr Emilio? Eso es difícil, realmente casi nunca sale de su habitación.—¿Qué es lo que le ocurre? —preguntó curiosa.—¿Aún no ha hablado con usted? —¡No! Y creo que no quiere verme. Me ha mandado a de
Esa mañana, Rebecca se levantó muy temprano. De hecho durmió poco. A cada instante despertaba sobresaltada y confundida con el repentino cambio de opinión de Emilio Ferrer, su prometido. Se duchó y vistió con la misma ropa que usó para el viaje. Se sentía algo incómoda pero no tenía muchas opciones de donde escoger.Mercedes le subió el desayuno hasta la habitación evitando retrasos para ese día. No sólo debía acompañar a la prometida de su patrón de compras sino verificar que todo lo referente a la celebración del compromiso saliera a la perfección. Luego de desayunar, Rebecca bajó hasta la sala principal donde Mercedes aguardaba por ella. Salieron de la mansión y subieron al coche. El chofer condujo hasta la ciudad, siguiendo las instrucciones de la empleada. Minutos más tarde, el auto se detuvo frente a una lujosa tienda. —Venga en una hora por nosotras, Nacho. —le ordena al joven.—¡Sí, Mercedes, como ordene! Ambas mujeres descendieron del coche y entraron a la tienda.
Al llegar a la mansión, intenté conversar con Nacho, pero por alguna extraña razón, Mercedes evitaba dejarnos a solas; usaba cualquier excusa para mantenernos distantes. “Sube los paquetes a la habitación” “Ve a revisar el coche” hacia todo lo necesario con tal de no dejarme hablar con él. ¿Acaso imaginaba lo que él me había dicho? —Es mejor que suba a descansar, Srta Cervantes. —Me pide.—No estoy cansada, Mercedes. No se preocupe. —Le contesto y ella rueda los ojos poniéndolos en blanco. —Nacho necesito que hagas unas vueltas en la tienda de Gabino. —ordena.—Pero si acabamos de venir de la ciudad, Mercedes. —Él replica.—¿Y eso que tiene que ver? El patrón necesita algunas cosas, así que debes ir. ¿O tienes algo más importante que hacer que cumplir las órdenes de tu jefe? Nacho baja la mirada y niega con su cabeza.—No, nada es más importante. —Entonces apresúrate antes de que cierre a mediodía. —dice y luego se dirige hacia mí— Srta Cervantes, vaya a descansar, le av
Regreso a mi habitación para descansar y prepararme para la gran noche. Una noche donde soy protagonista de un sueño que nunca tuve y con alguien que no se atreve a darme la cara. Las dos copas de vino parecen a verme hecho efecto, un bostezo escapa de mi boca, me siento algo relajada. Me recuesto en la cama y sin proponérmelo fácilmente me quedo rendida. No sé cuánto tiempo estuve dormida, sólo sé que despierto al escuchar la voz de Mercedes llamándome y tocando la puerta. Me incorporo agitada. Tomo el móvil de la mesa de noche y veo la hora. —Aguarde —digo mientras me levanto para abrirle. Junto a ella hay un hombre rubio y exageradamente vestido.— ¿Qué ocurre Mercedes? —Vengo con el estilista, él es François y se encargará de arreglar su cabello y maquillarla. —Bien, sólo me lavo el rostro y bajo. —¡No te preocupes querida! Traigo todo para hacerte una limpieza de cutis antes de maquillarte. —dice y entra a la habitación rodando la maleta negra con una mano, mientr
—Emilio, aquí tienes a tu prometida. Lentamente él se gira hacia mí. Es Emilio Ferrer, mi prometido. Nuestras miradas se cruzan y me encuentro con la frialdad de unos ojos grises ocultos tras la máscara de medio rostro que resalta sus ojos intensos, pero que apenas muestra el lado izquierdo de su cara. —Bienvenida, Rebecca —dice y extiende su mano. Me sorprende que lleve guantes negros, quizás es parte de su atuendo. Tardo en reaccionar, el Sr Enzo, aproxima su rostro a mi oído y murmura: —Todos la están mirando, Srta Cervantes. —Sus palabras me regresan de isofacto a la realidad. —¡Hola! —apenas digo. Trago en seco y siento su mano rodearme por la cintura y hacerme girar de frente a los invitados. —Como todos sabrán, mi querido hermano Emilio Ferrer, acaba de tomar la decisión más sabia que todo hombre puede tomar, casarse y formar una linda familia. —hace un gesto con su mano para ordenar a los camareros que repartan las copas de champagne.— ¡Pido un aplauso para