Pasión Ardiente "En las llamas del amor"
Pasión Ardiente "En las llamas del amor"
Por: Karerina
EL CONTRATO

—¡Firme el contrato! —me ordena con voz firme, el hombre trajeado elegantemente.

—¿Quiero saber con quién me caso? —pregunto en voz alta.

El hombre me mira con enojo, luego ladea su boca con una sonrisa impregnada de arrogancia.

—¿Cambiará en algo que lo sepa? —interroga haciendo una mueca de disgusto.— ¿Tan condicionado es el amor y la abnegación que siente por su padre? —agrega.

Sin más opciones, que la de firmar aquel documento, me resigno a aceptar el contrato.

—Está bien, firmaré. —tomo la plumilla dorada estampo mi nombre, luego colocó con firmeza el bolígrafo sobre la mesa y deslizó hacia él, la carpeta donde reposa el contrato.

—Perfecto, recibirá el dinero en apenas unos minutos. —dice y me entrega un sobre blanco pequeño.— Allí tiene su boleto de avión y una tarjeta a su nombre para los gastos básicos que necesite durante el vuelo.

—¿Boleto de avión? ¿Pero de qué está hablando? No dice por ningún lado que debo viajar a otro lugar. —refuto.

—Aceptó casarse con mi hermano, entonces al ser su futura esposa, debe estar donde él esté. ¡Es parte del contrato! —esgrime; luego hace una breve pausa— Bueno eso si realmente le importa salvar a su padre —afirma risueño sumándole más presión a mi angustia.

—Es usted un ser insensible y detestable. —espeto y su sonrisa se desvanece en el acto.

—Tenga cuidado con lo que dice, puedo deshacer el contrato en un par de minutos y no sólo perderá la oportunidad de salvar a tu padre, sino que la echaré a la calle.

Sus palabras me obligan a tragarme la poca dignidad que me queda.

—El vuelo está pautado para esta misma noche. —dice mientras guarda la carpeta y cierra cuidadosamente su maletín.— ¿Entendido?

—Pero… —antes de que yo termine de hablar, se gira, me da la espalda y sale dejándome con la palabra en la boca del piso donde alquilo.

Me siento en el sofá de dos puestos y cubro mi rostro con mis manos. Es imposible explicar lo que siento en ese momento, las lágrimas se deslizan incontenibles sobre mis mejillas sin poder evitarlo. Era eso o dejar que…

El móvil suena una y otra vez, lo tomó de encima de la mesa de centro; es el médico de mi padre, seco mis lágrimas y atiendo la llamada.

—Sí doctor, dígame.

—Se nos acaba el tiempo, Rebecca.

—No se preocupe Dr Manrique, en una hora estaré allí con el dinero.

—Me alegra que lo hayas conseguido.

—¡Sí! —contesto en un hilo se voz que se hace cada vez más delgado.

—Mandaré a prepararlo todo para la operación. Te estaré esperando.

—Gracias doctor. Allí estaré sin falta.

Finalizo la llamada. Me llega una notificación del banco en la que muestra que acabo de recibir dinero en mi cuenta bancaria. Ese dinero es justo para cancelar los gastos de la operación que mi padre necesita.

No sé a qué costo pude vender mi dignidad, pero como lo dijo ese hombre, soy una hija abnegada, se trata de mi padre y yo, yo estoy dispuesta a todo por salvarle la vida al costo que sea, incluso a costas de mi propia felicidad.

Me levanto del sofá y voy hasta mi habitación. Siento mi rostro acartonado por las lágrimas, no he parado de llorar desde anoche cuando mi padre se desvaneció frente a mis ojos. En ese preciso instante, pensé que lo perdería y eso me ha obligado a aceptar aquella propuesta.

Un mes atrás…

—Srta Cervantes, venga a mi oficina —me indica el CEO de la empresa en la que llevo dos meses trabajando.

—Dígame Sr Ferrer.

—Siéntate —responde parcamente sin dejar de mirarme de pie a cabeza.— ¿Cómo sigue tu padre? —me pregunta. –Él sabe que he tenido que ausentarme de la empresa en dos oportunidades por la delicada situación de salud de mi padre.

—Recuperándose, señor. —Le respondo, me observa en silencio esperando que continúe mi relato.— El médico me ha dicho que debe operarse lo antes posible, pero no tengo esa cantidad de dinero para la operación.

—¡Hummm! —exclama mientras acaricia su mentón con su mano.— ¿Qué estarías dispuesta a hacer para salvarle la vida, Rebecca? —Me pregunta.

—Lo que sea, Sr Ferrer. Sé que llevo poco tiempo trabajando en su empresa, y también que apenas soy una simple empleada de limpieza, pero la verdad es que me gradué como psicóloga y no he conseguido empleo. Si usted me diera-

—¿Psicóloga? ¿Quién en este mundo actual estudia algo como eso? —me interrumpe usando un tono despectivo, lo cuál me enoja.

—Estudié lo que me gustaba señor, una carrera con la cual ayudar a otra personas en cuestiones emocionales.

—¡Jajajaja! —su risa estruendosa me irrita aún más.

—¿Qué le parece tan gracioso, eh?

—No te enojes, linda. Realmente en pleno siglo de la era digital y tecnológica, nadie estudia algo así. Pero bien —se pone de pie y camina hacia mí— lo que quiero proponerte es algo que tal vez pueda ayudarte con lo de tu padre. —se detiene frente a mí, se recuesta del escritorio y me mira fijamente.

Cubro mi pecho con mi mano al ver sus ojos puestos sobre el escote de mi uniforme.

—¿Proponerme? ¿Cómo qué? —pregunto elevando mi rostro e irguiendo mi pecho. –Si algo me ha enseñado mi padre es a tener dignidad.

—Bien… mi hermano, el jefe de esta empresa necesita una esposa y pienso que serías una buena opción.

—¿Qué dice? ¿De qué está hablando?

—Tú necesitas un dinero que yo puedo pagarte. Mi hermano necesita una esposa. ¿Qué tantas explicaciones necesitas para aceptar esta propuesta?

—No soy una mujer que se vende al mejor postor. —esgrimo en defensa de su ataque inmoral.

—La dignidad no sirve de nada, Rebecca; menos cuando se trata de salvar la vida de quienes amamos —refiere.

—Mi padre es todo para mí, pero no aceptaré venderme.

—Como quiera señorita. Veo que para usted hay cosas más importantes.

—¡Así es, Sr Ferrer! Ahora con su permiso.

Salgo de la oficina totalmente aturdida. Aunque mi padre esté enfermo no puedo aceptar aquella propuesta. Eso sería ir en contra de mis principios y también una forma de fallarle al único hombre que lo ha dado todo por mí sin pedirme nada a cambio.

Sin embargo, la vida me llevaría a hacer lo que menos deseaba, venderme al mejor postor.

***

Termino de arreglarme, tomo mi bolsa y salgo del edificio. Afuera está estacionado el taxi, subo al auto y me distraigo con el paisaje mientras me dirijo al hospital. Sólo espero que la operación sea rápida y pueda ver a mi padre antes de salir de la ciudad.

—Doctor, aquí estoy. —me paro frente a él.

—Rebecca, ya está todo listo. —coloca su mano sobre mi hombro— Pase por administración para que llene los datos y podamos ingresar a su padre al quirófano, cada minuto que perdamos cuenta para salvarlo.

—Sí, doctor. Ahora mismo lo hago.

Camino por el largo pasillo, llego a la taquilla de administración donde me recibe la recepcionista. Me entrega la planilla y comienzo a llenarla.

—Debe firmar ambas páginas, señorita —Me devuelve el documento y estampo por segunda vez mi firma.

—Gracias —dejo el bolígrafo sobre la superficie de mármol y arrastro el documento hacia ella.

Voy hasta la sala de espera, tomo asiento. Las horas pasan indetenibles, veo mi reloj y aún no sé nada de mi padre. Comienzo a sentirme angustiada y ansiosa. Algo debe estar pasando. Se supone que serían apenas dos horas y ya han transcurrido cuatro.

Un extraño escalofrío me recorre por completo. Me levanto del asiento y camino hacia la puerta del quirófano. Amago a tocar la puerta frente al hablador que claramente dice: Zona restringida.

La puerta se abre abruptamente, la enfermera sale angustiada y por el altoparlante escucho que solicitan a otro médico. “Dra Correia se le solicita en el área de emergencia. Dra Correia apersonarse con urgencia.”

En ese instante todo es confusión, personas entran y salen de sala de cirugía.

—¿Qué está pasando, señorita? —Me acerco a una de las enfermeras, quien me mira con preocupación.

—Ha surgido una complicación. —responde parcamente y se aleja dejándome con un nudo en la garganta.

Intento ver hacia dentro del quirófano pero la puerta se cierra ante mis ojos.

—Dios —clama mi voz— Cuida de mi padre, te lo ruego.

Me regreso al asiento. Veo el reloj, en un par de horas debo estar en el aeropuerto para chequear mi boleto. Sin embargo, lo único que me importa en ese instante, es estar con mi padre.

Apoyo mi rostro en mis manos, mis piernas se mueven de un lado a otro de forma ansiosa. Veo una sombra parada frente a mí, levanto el rostro.

—¿Sr Ferrer? —murmuro con asombro.

—Es hora de irte. —me sujeta del brazo y me levanta.

—¿Qué está haciendo? No puedo irme aún, mi padre está en el quirófano.

—Firmaste un acuerdo y debes cumplirlo.

—No me iré sin saber como está mi padre. —advierto con firmeza.

El hombre chasquea sus dedos y dos guardaespaldas me sujetan de los brazos obligándome a salir a rastras del hospital…

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