—¡Firme el contrato! —me ordena con voz firme, el hombre trajeado elegantemente.
—¿Quiero saber con quién me caso? —pregunto en voz alta. El hombre me mira con enojo, luego ladea su boca con una sonrisa impregnada de arrogancia. —¿Cambiará en algo que lo sepa? —interroga haciendo una mueca de disgusto.— ¿Tan condicionado es el amor y la abnegación que siente por su padre? —agrega. Sin más opciones, que la de firmar aquel documento, me resigno a aceptar el contrato. —Está bien, firmaré. —tomo la plumilla dorada estampo mi nombre, luego colocó con firmeza el bolígrafo sobre la mesa y deslizó hacia él, la carpeta donde reposa el contrato. —Perfecto, recibirá el dinero en apenas unos minutos. —dice y me entrega un sobre blanco pequeño.— Allí tiene su boleto de avión y una tarjeta a su nombre para los gastos básicos que necesite durante el vuelo. —¿Boleto de avión? ¿Pero de qué está hablando? No dice por ningún lado que debo viajar a otro lugar. —refuto. —Aceptó casarse con mi hermano, entonces al ser su futura esposa, debe estar donde él esté. ¡Es parte del contrato! —esgrime; luego hace una breve pausa— Bueno eso si realmente le importa salvar a su padre —afirma risueño sumándole más presión a mi angustia. —Es usted un ser insensible y detestable. —espeto y su sonrisa se desvanece en el acto. —Tenga cuidado con lo que dice, puedo deshacer el contrato en un par de minutos y no sólo perderá la oportunidad de salvar a tu padre, sino que la echaré a la calle. Sus palabras me obligan a tragarme la poca dignidad que me queda. —El vuelo está pautado para esta misma noche. —dice mientras guarda la carpeta y cierra cuidadosamente su maletín.— ¿Entendido? —Pero… —antes de que yo termine de hablar, se gira, me da la espalda y sale dejándome con la palabra en la boca del piso donde alquilo. Me siento en el sofá de dos puestos y cubro mi rostro con mis manos. Es imposible explicar lo que siento en ese momento, las lágrimas se deslizan incontenibles sobre mis mejillas sin poder evitarlo. Era eso o dejar que… El móvil suena una y otra vez, lo tomó de encima de la mesa de centro; es el médico de mi padre, seco mis lágrimas y atiendo la llamada. —Sí doctor, dígame. —Se nos acaba el tiempo, Rebecca. —No se preocupe Dr Manrique, en una hora estaré allí con el dinero. —Me alegra que lo hayas conseguido. —¡Sí! —contesto en un hilo se voz que se hace cada vez más delgado. —Mandaré a prepararlo todo para la operación. Te estaré esperando. —Gracias doctor. Allí estaré sin falta. Finalizo la llamada. Me llega una notificación del banco en la que muestra que acabo de recibir dinero en mi cuenta bancaria. Ese dinero es justo para cancelar los gastos de la operación que mi padre necesita. No sé a qué costo pude vender mi dignidad, pero como lo dijo ese hombre, soy una hija abnegada, se trata de mi padre y yo, yo estoy dispuesta a todo por salvarle la vida al costo que sea, incluso a costas de mi propia felicidad. Me levanto del sofá y voy hasta mi habitación. Siento mi rostro acartonado por las lágrimas, no he parado de llorar desde anoche cuando mi padre se desvaneció frente a mis ojos. En ese preciso instante, pensé que lo perdería y eso me ha obligado a aceptar aquella propuesta. Un mes atrás… —Srta Cervantes, venga a mi oficina —me indica el CEO de la empresa en la que llevo dos meses trabajando. —Dígame Sr Ferrer. —Siéntate —responde parcamente sin dejar de mirarme de pie a cabeza.— ¿Cómo sigue tu padre? —me pregunta. –Él sabe que he tenido que ausentarme de la empresa en dos oportunidades por la delicada situación de salud de mi padre. —Recuperándose, señor. —Le respondo, me observa en silencio esperando que continúe mi relato.— El médico me ha dicho que debe operarse lo antes posible, pero no tengo esa cantidad de dinero para la operación. —¡Hummm! —exclama mientras acaricia su mentón con su mano.— ¿Qué estarías dispuesta a hacer para salvarle la vida, Rebecca? —Me pregunta. —Lo que sea, Sr Ferrer. Sé que llevo poco tiempo trabajando en su empresa, y también que apenas soy una simple empleada de limpieza, pero la verdad es que me gradué como psicóloga y no he conseguido empleo. Si usted me diera- —¿Psicóloga? ¿Quién en este mundo actual estudia algo como eso? —me interrumpe usando un tono despectivo, lo cuál me enoja. —Estudié lo que me gustaba señor, una carrera con la cual ayudar a otra personas en cuestiones emocionales. —¡Jajajaja! —su risa estruendosa me irrita aún más. —¿Qué le parece tan gracioso, eh? —No te enojes, linda. Realmente en pleno siglo de la era digital y tecnológica, nadie estudia algo así. Pero bien —se pone de pie y camina hacia mí— lo que quiero proponerte es algo que tal vez pueda ayudarte con lo de tu padre. —se detiene frente a mí, se recuesta del escritorio y me mira fijamente. Cubro mi pecho con mi mano al ver sus ojos puestos sobre el escote de mi uniforme. —¿Proponerme? ¿Cómo qué? —pregunto elevando mi rostro e irguiendo mi pecho. –Si algo me ha enseñado mi padre es a tener dignidad. —Bien… mi hermano, el jefe de esta empresa necesita una esposa y pienso que serías una buena opción. —¿Qué dice? ¿De qué está hablando? —Tú necesitas un dinero que yo puedo pagarte. Mi hermano necesita una esposa. ¿Qué tantas explicaciones necesitas para aceptar esta propuesta? —No soy una mujer que se vende al mejor postor. —esgrimo en defensa de su ataque inmoral. —La dignidad no sirve de nada, Rebecca; menos cuando se trata de salvar la vida de quienes amamos —refiere. —Mi padre es todo para mí, pero no aceptaré venderme. —Como quiera señorita. Veo que para usted hay cosas más importantes. —¡Así es, Sr Ferrer! Ahora con su permiso. Salgo de la oficina totalmente aturdida. Aunque mi padre esté enfermo no puedo aceptar aquella propuesta. Eso sería ir en contra de mis principios y también una forma de fallarle al único hombre que lo ha dado todo por mí sin pedirme nada a cambio. Sin embargo, la vida me llevaría a hacer lo que menos deseaba, venderme al mejor postor. *** Termino de arreglarme, tomo mi bolsa y salgo del edificio. Afuera está estacionado el taxi, subo al auto y me distraigo con el paisaje mientras me dirijo al hospital. Sólo espero que la operación sea rápida y pueda ver a mi padre antes de salir de la ciudad. —Doctor, aquí estoy. —me paro frente a él. —Rebecca, ya está todo listo. —coloca su mano sobre mi hombro— Pase por administración para que llene los datos y podamos ingresar a su padre al quirófano, cada minuto que perdamos cuenta para salvarlo. —Sí, doctor. Ahora mismo lo hago. Camino por el largo pasillo, llego a la taquilla de administración donde me recibe la recepcionista. Me entrega la planilla y comienzo a llenarla. —Debe firmar ambas páginas, señorita —Me devuelve el documento y estampo por segunda vez mi firma. —Gracias —dejo el bolígrafo sobre la superficie de mármol y arrastro el documento hacia ella. Voy hasta la sala de espera, tomo asiento. Las horas pasan indetenibles, veo mi reloj y aún no sé nada de mi padre. Comienzo a sentirme angustiada y ansiosa. Algo debe estar pasando. Se supone que serían apenas dos horas y ya han transcurrido cuatro. Un extraño escalofrío me recorre por completo. Me levanto del asiento y camino hacia la puerta del quirófano. Amago a tocar la puerta frente al hablador que claramente dice: Zona restringida. La puerta se abre abruptamente, la enfermera sale angustiada y por el altoparlante escucho que solicitan a otro médico. “Dra Correia se le solicita en el área de emergencia. Dra Correia apersonarse con urgencia.” En ese instante todo es confusión, personas entran y salen de sala de cirugía. —¿Qué está pasando, señorita? —Me acerco a una de las enfermeras, quien me mira con preocupación. —Ha surgido una complicación. —responde parcamente y se aleja dejándome con un nudo en la garganta. Intento ver hacia dentro del quirófano pero la puerta se cierra ante mis ojos. —Dios —clama mi voz— Cuida de mi padre, te lo ruego. Me regreso al asiento. Veo el reloj, en un par de horas debo estar en el aeropuerto para chequear mi boleto. Sin embargo, lo único que me importa en ese instante, es estar con mi padre. Apoyo mi rostro en mis manos, mis piernas se mueven de un lado a otro de forma ansiosa. Veo una sombra parada frente a mí, levanto el rostro. —¿Sr Ferrer? —murmuro con asombro. —Es hora de irte. —me sujeta del brazo y me levanta. —¿Qué está haciendo? No puedo irme aún, mi padre está en el quirófano. —Firmaste un acuerdo y debes cumplirlo. —No me iré sin saber como está mi padre. —advierto con firmeza. El hombre chasquea sus dedos y dos guardaespaldas me sujetan de los brazos obligándome a salir a rastras del hospital…Aunque intento resistirme, no puedo zafarme de su agarre. —¡Suéltenme o gritaré que me están secuestrando! —digo en un intento vano por convencerlos.—Es mejor que colabore señorita —me sugiere uno de los hombres.—Suélteme, por favor. Se lo suplico. No quiero irme, allí está mi padre. —Lo lamento, debo cumplir las órdenes de mi jefe. —dice sujetándome con mayor fuerza y obligándome a subir al auto.En ese instante, comienzo a arrepentirme de haber firmado aquel documento. Me siento como una especie de marioneta manipulada por Enzo Ferrer, prácticamente estoy a su merced. Mi vida depende exclusivamente de un contrato, no tengo voluntad propia, ni siquiera puedo decidir quedarme al lado de mi padre. Me invade la ansiedad por completo, la angustia se apodera de mí y permanece anclada en mi pecho sin dejarme respirar bien. Minutos después, el auto se detiene, los dos guardaespaldas bajan y me rodean, quisiera poder escapar de ellos pero sería en vano, en minutos estaría en s
—¿Hacia donde vamos? —retomo la conversación.—A Cabo de las huertas. —responde— ¿Ha venido a Alicante antes? —añade.—¡No! —Miró a los lados y puedo ver, bajo la luz de la luna, la hermosa playa que se tiende a lo lejos, resplandeciente.— Ni siquiera he salido de Madrid ¿Cómo es que voy a viajar por toda España? —espeto.—Yo tampoco he salido de Alicante, siempre he vivido aquí, así que estamos iguales. —sonríe mirándome desde el retrovisor. Por alguna razón, aquel joven me agrada, siento que puedo confiar en él, a pesar de que no se ha atrevido a hablarme de su jefe. —¿Falta mucho para llegar? Necesito hacer varias llamadas importantes.—Sólo algunos minutos. Pronto llegaremos. El coche toma una carretera de tierra, a lo lejos se ve una imponente mansión, un poco alejada de la ciudad. Transcurren cinco minutos y el auto se detiene frente a aquella lujosa construcción.—Hemos llegado, Srta… Cervantes. —Me llamo Rebecca, ese es mi nombre. —respondo con amabilidad ¿y tú co
—¿Sr Ferrer, está usted bien? —pregunta angustiada la empleada.—Déjame solo, te he dicho que no quiero ver a nadie.—Pero-—Lárgate Mercedes. —Como ordene señor. —se gira para salir, voltea hacia mí viendo hacia el piso.— Su prometida, ya está aquí. —¿Qué dices? —pregunto con hostilidad.—El Sr Enzo aviso que vendría. La boda está pautada para el sábado en la tarde, señor.—¡Joder! Quien le dijo a Enzo que quiero casarme. Dile a esa mujer que se vaya de aquí ahora mismo. —Señor, no puedo hacer eso. Esa chica no trajo ni equipaje. —Me importa un carajos, Mercedes. Dile que se vaya o la echaré yo mismo. —Creo que lo mejor es que se tranquilice señor. —Sácala o iré yo mismo. —Le advierto.—Como ordene señor.Mercedes sale de mi habitación, azoto la puerta. Camino hacia la ventana. Puedo sentir el frío erizarme la piel, tal cual como estaba la fría noche del accidente. El reflejo de mi rostro en el vidrio, me transporta a aquel momento.Un año atrás…—¿Qué te gustarí
—A-adelante —tartamudeo. La puerta se abre lentamente. Arreglo mi cabello y mi blusa para verme un poco mejor. —Disculpe, Srta Cervantes —se excusa la empleada mientras me incorporo para recibirla. —Dígame, Mercedes. ¿Qué se le ofrece? —Debo informarle que el Sr Ferrer ha pedido que le informe que debe regresarse a Madrid. —¿Qué? —trago en seco. —Dice que fue una arbitrariedad del Sr Enzo y que no desea casarse con una mujer como usted. —¿Qué dice? ¿En que se basa para referirse a mí de esa manera si ni siquiera a querido darme la cara —espeto. —¿Quién se cree que es usted para hablarme de esa manera y referirse al patrón de ese modo? —Me replica en voz alta. Guardo silencio por unos segundos, pienso en lo que acabo de decir y creo que ella tiene algo de razón. Me he excedido en mis palabras, por lo que decido disculparme: —Disculpe, Mercedes. Es que me siento como pelota de tenis, yendo de un lado a otro, sin merecer ni siquiera una explicación de parte de su patr
—¿Pregunté quién anda allí? —repite.Veo la sombra aproximarse cada vez más hacia donde me encuentro; no puedo moverme, si doy un paso es posible que me lastime con algún trozo de vidrio. Repentinamente tiran de la puerta del refrigerador y me encuentro con su rostro dejando escapar un grito de terror.—¡Ahhh! —¡Shhhh! Guarde silencio ¿Qué hace aquí? —Me interroga con voz ronca.—¡Nacho! —exhalo un suspiro— Eres tú. —Sí, ¿A quién esperaba Srta Cervantes? —Me pregunta confundido, pero luego me advierte— Tenga cuidado, no se mueva. —dice, mientras con su zapatos rueda los pedazos de vidrios esparcidos en el piso abriendo un camino para que pueda pasar sin hacerme daño.—Gracias, Nacho. Por un momento pensé que era tu jefe. —digo y camino hacia el otro lado de la cocina.—¿El Sr Emilio? Eso es difícil, realmente casi nunca sale de su habitación.—¿Qué es lo que le ocurre? —preguntó curiosa.—¿Aún no ha hablado con usted? —¡No! Y creo que no quiere verme. Me ha mandado a de
Esa mañana, Rebecca se levantó muy temprano. De hecho durmió poco. A cada instante despertaba sobresaltada y confundida con el repentino cambio de opinión de Emilio Ferrer, su prometido. Se duchó y vistió con la misma ropa que usó para el viaje. Se sentía algo incómoda pero no tenía muchas opciones de donde escoger.Mercedes le subió el desayuno hasta la habitación evitando retrasos para ese día. No sólo debía acompañar a la prometida de su patrón de compras sino verificar que todo lo referente a la celebración del compromiso saliera a la perfección. Luego de desayunar, Rebecca bajó hasta la sala principal donde Mercedes aguardaba por ella. Salieron de la mansión y subieron al coche. El chofer condujo hasta la ciudad, siguiendo las instrucciones de la empleada. Minutos más tarde, el auto se detuvo frente a una lujosa tienda. —Venga en una hora por nosotras, Nacho. —le ordena al joven.—¡Sí, Mercedes, como ordene! Ambas mujeres descendieron del coche y entraron a la tienda.
Al llegar a la mansión, intenté conversar con Nacho, pero por alguna extraña razón, Mercedes evitaba dejarnos a solas; usaba cualquier excusa para mantenernos distantes. “Sube los paquetes a la habitación” “Ve a revisar el coche” hacia todo lo necesario con tal de no dejarme hablar con él. ¿Acaso imaginaba lo que él me había dicho? —Es mejor que suba a descansar, Srta Cervantes. —Me pide.—No estoy cansada, Mercedes. No se preocupe. —Le contesto y ella rueda los ojos poniéndolos en blanco. —Nacho necesito que hagas unas vueltas en la tienda de Gabino. —ordena.—Pero si acabamos de venir de la ciudad, Mercedes. —Él replica.—¿Y eso que tiene que ver? El patrón necesita algunas cosas, así que debes ir. ¿O tienes algo más importante que hacer que cumplir las órdenes de tu jefe? Nacho baja la mirada y niega con su cabeza.—No, nada es más importante. —Entonces apresúrate antes de que cierre a mediodía. —dice y luego se dirige hacia mí— Srta Cervantes, vaya a descansar, le av
Regreso a mi habitación para descansar y prepararme para la gran noche. Una noche donde soy protagonista de un sueño que nunca tuve y con alguien que no se atreve a darme la cara. Las dos copas de vino parecen a verme hecho efecto, un bostezo escapa de mi boca, me siento algo relajada. Me recuesto en la cama y sin proponérmelo fácilmente me quedo rendida. No sé cuánto tiempo estuve dormida, sólo sé que despierto al escuchar la voz de Mercedes llamándome y tocando la puerta. Me incorporo agitada. Tomo el móvil de la mesa de noche y veo la hora. —Aguarde —digo mientras me levanto para abrirle. Junto a ella hay un hombre rubio y exageradamente vestido.— ¿Qué ocurre Mercedes? —Vengo con el estilista, él es François y se encargará de arreglar su cabello y maquillarla. —Bien, sólo me lavo el rostro y bajo. —¡No te preocupes querida! Traigo todo para hacerte una limpieza de cutis antes de maquillarte. —dice y entra a la habitación rodando la maleta negra con una mano, mientr