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Cap. 1 La vida de Mare

Mare vivía en un pequeño departamento junto con una compañera, está miraba en su laptop unas notificaciones.

—Maldita sea, puro bagre trae el río.

—¿Qué tienes?

—Quiero una cita, algo especial, con el sujeto indicado y no hay nada.

—No hay buenos hombres en el mundo.

—Dímelo a mí, suelo atraer a los peores especímenes —entonces la miró detenidamente—, en cambio, tú deberías hacer algo por tu vida sentimental.

Mare sonrió y le respondió.

—Estoy bien así.

July no se daría por vencida y le indicó.

—En serio, Mare, tienes un empleo de m****a y cero vida social.

—Me gusta mi empleo, hoy entregué un pastel.

—Dios, te ascendieron a repartidora —lo pensó un poco y le dijo—. Eso no es un ascenso, es decadencia.

—Me siento feliz así.

—Nadie puede ser feliz de ese modo.

Ella no quería ser feliz, solo deseaba mantenerse segura y nadie la movería de su zona con facilidad. Entró en su habitación y cerró con llave, procedió a mirarse en el espejo de su cuarto y a quitarse la prótesis con mucha destreza. Acarició su rostro, lo cierto es que eso la ayudaba a no ser vista, ni reconocida.

A la mañana siguiente bajó con la funda de basura y se acomodó su gorra bajándola un poco más, todo cuidado era poco, miró a todos lados y cuando vio que todo era seguro caminó hacia donde tenía su auto.

Eso de mirar por encima de su hombro se había vuelto una costumbre y un pesar. Llegó a su trabajo y colocó su tarjeta, sonrió al personal y la supervisora la llamó a un lado.

—Enviaron una felicitación y algo para ti.

Ella miró el sobre y no entendió, entonces al abrirlo eran 100 dólares. Al principio no entendió hasta que recordó al sujeto del cumpleaños y le dijo a su superior.

—No puedo aceptarlos.

—Escucha, el cliente es muy especial, siempre compra aquí y esto es un halago, tómalo como tal.

Ella se metió el sobre en el pantalón y comenzó su trabajo en el área de decorado. Era un trabajo arduo, pero al menos le daba para vivir. Luego tomaba su almuerzo y pasaba por la guardería a mirar a los pequeños hijos de sus compañeras.

—¿Te gustan los niños?

—Sí, estudié… Bueno, quise estudiar para cuidado de niños.

—Aquí sería de mucha ayuda.

Se fue a refrescar en el baño del trabajo, se miró la prótesis, era molesta, pero de tanto usarla se había acostumbrado, su rostro quedaba bastante raro, abrió el grifo y podía ver el agua correr y recordar cómo el frío calaba sus huesos. Sacudió su cabeza, ahora tenía que continuar y mirar al frente.

Las cocinas siempre estaban activas y salían desde desayunos ejecutivos, pasteles, postres y demás. Una de sus compañeras pasó diciendo.

—Día de pago, el más feliz de todos.

Algunas ya tenían su quincena comprometida y ella la recibió en efectivo.

—¿Te vas de fiesta loca?

Sabía que se burlaban de ella, por su apariencia, y respondió con un simple.

—Algo así.

Debía contribuir para el departamento y para pagar el internet, comprar comida decente y seguir adelante ahorrando algo.

Salió a las siete y debía realizar sus compras de la semana. Al salir se acomodó el abrigo, se subió las solapas y acomodó su gorra, cabeza baja y perfil bajo. Una mecha de cabello cubriendo el lado que daba a la calle y por ende el de su cicatriz, pasos firmes y decididos.

A su mente vino la voz de Philip.

—Nunca des a notar quién eres en el mundo real. La gente es entrometida, habla poco, no crees lazos con nadie.

Trataba de seguir la regla al pie de la letra.

—Cobra en efectivo, busca empleos en sitios que apoyen a madres solteras o mujeres en riesgo. Recuerda, usa el efectivo.

Entró en el supermercado y jaló un carrito y compró lo básico: leche, cereal, fideos instantáneos; nunca esperó que le terminaran gustando. Algo de dulce, miró los enlatados, caviar, lo analizó, se pasaba de su presupuesto, pero le encantaba.

Lo dejó a un lado y continuó. Siempre debía moverse y no quedarse estancada.

—Esto es para que no vean tu rostro detenidamente, la cicatriz ayudará, pero en ciertas personas llamará la atención.

Fue rumbo a casa y se movió lo más rápido que pudo, sin detenerse. Esa era su rutina. Cuando su compañera no estaba tenía por costumbre andar por la casa descalza y sin la prótesis, esa noche el gato de la señora Godines estaba en su puerta.

—¡Hola, Caramelo!

El gato maulló y ella lo acarició, abrió y él entró, quería un poco de jamón, sonrió al verlo saltar al mueble, era como un pequeño dueño y lo vio estirarse caprichoso y esperar su premio.

—Te gusta que te den premios por nada.

Ingresó a la cocina y entonces recordó que ella siempre fue la persona que tuvo premios solo por existir.

—Entonces yo sería la más descarada de todas.

Le dio su pedazo de jamón y le comentó.

—Vivía premiada solo por existir, recuerdo los vestidos de fiesta… —decía soñadora—. Si hubieras sido vestida por Valentino, o Chanel, Roubiosa, o Valka Tomás, te chiflarás.

Recordaba cómo se peleaban para que ella usara sus vestidos en eventos de moda.

—Me enviaban sus diseños y yo solo tenía que elegir el que más me gustaba y siempre iba radiante.

El gato se acicalaba después de aquel delicioso bocado y ella le dijo entonces.

—Ni uno menos de tres cifras, a veces hasta de cuatro.

El gato la miró pesarosa.

—Vivir era un lujo y ahora sobrevivir lo es más.

Corrió discretamente las cortinas y vio los demás departamentos con sus ventanas cerradas.

—Siempre mirando por encima del hombro, solo para que el hombre malo no me encuentre.

El hombre malo

Zeus miraba unos relojes, tenía fijación por ellos, eran su punto débil, se había enviado a diseñar uno a una prestigiosa casa de moda y ahora admiraba su obra.

—Es perfecto.

—La luna es con un material que ni la bala le entraría.

—Sería un buen escudo.

—Tiene todo: control de ritmo cardiaco, temperatura, acceso a internet y luce muy elegante y viril —dijo el sujeto—. Como usted.

—Me encanta, en verdad me encanta.

Canceló en efectivo y sonrió al ver su nuevo juguete en su mano y miró a uno de sus hombres.

—¿Alguna novedad?

—Ninguna, señor, lo siento.

—¿En verdad lo sientes?

Revisó en internet.

—Dicen que un cuerpo puede descomponerse en agua helada hasta doce meses, y solo de esa mujer encontraron un vestido.

Golpeó su escritorio y entonces le dijo a su subalterno.

—¿Cómo puedo estar de duelo si no hay un cuerpo?

El subalterno estaba mudo y él prosiguió.

—El lema de un asesino es sin un cuerpo, no hay nada, entonces, siguiendo ese lema, no tengo nada.

—Señor, se hicieron las respectivas investigaciones y la señorita Mareska murió…

—¿Y el cuerpo?

—Pudo ser arrastrado hasta el océano, señor.

—Puede, puede, pero no lo sé, hay algo que me molesta de todo esto.

Un hombre entró en esos momentos y Zeus esbozó una sonrisa.

—Tío, ¿te sientes bien?

El sujeto asintió y le dijo en tono recomendador.

—Zeus, deja esa payasada, cuando alguien se muere, pasa eso, se muere.

—Es que…

—Escucha, cuando las cosas pasan de forma inesperada, nos sorprendes, pero nunca deben de atarnos. Las ataduras son malas para la cabeza.

El bello mancebo le dijo entonces.

—Era mi prometida.

—Tú lo has dicho, era y ahora es comida de peces, solo déjala morir en paz, los muertos cuando se los azuza pueden volver.

Sonrió con una malicia hiriente y Zeus lo miró de forma venenosa.

—Entonces el muerto se te carga encima y te va chupando la puta vida hasta que solo quedas en la m****a. Mírame, pensar en mis muertos me ha llevado a esto.

Zeus se quedó en silencio, entonces los recuerdos de esa fatídica noche acudieron a su mente, como si su inconsciente le pidiera explicación de sus acciones.

Mareska, una chica demasiado bella, su cabello con esos tonos grises le daba un plus, era como si la experiencia tocara con la inocencia. La recordó muy dócil esa noche, con ese precioso vestido bordado en piedras y largo hasta los tobillos, no esperó verla deslumbrante con un collar de perlas en su precioso cuello de garza. Pensó que la estaba impresionando, hasta que ese estúpido camarero se tropezó y tiró las copas y él lo tiró de un patazo metros atrás y ella comenzó a gritarle.

—¡Eres un estúpido! ¡No debes tratar así a las personas!

Siempre fue un volado, un irracional, cuando arruinaban su momento y empujó a la chica, solo que no esperó que cayera al agua. Cuando fue a verla, ella se hundía en las gélidas aguas del río Támesis. Su vestido la llevaba hasta el fondo.

Zeus movió su cabeza de un lado a otro, tenía que superar lo de Mareska antes de hundirse en el agua junto con ella.

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