—¿Estás mejor? —preguntó Zack. Tenía a Sheily abrazada de la cintura. —Sí... pero no quiero salir todavía o se darán cuenta de que estuve llorando y no estoy de humor para darle explicaciones a nadie. ¿Puedo quedarme aquí un momento? —Eso ni siquiera tienes que preguntarlo. ¿Quieres agua? Sheily asintió. Mientras Zack llenaba un vaso, ella fue al baño privado que había en un extremo de la oficina y se lavó la cara y peinó. Estaba más que presentable al salir. —Gracias —dijo al recibir el vaso que Zack le ofreció. Fue a sentarse frente al escritorio y allá fue él también, que había imaginado algunos arrumacos en el sillón—. Estuve en los laboratorios y quiero hacer una presentación para intentar revocar la decisión de reducir el presupuesto para investigación. Zack se sorprendió de que empezara a hablar de trabajo como si nada hubiera ocurrido. —Sheily, ya se realizó la votación. —Lo sé, pero tengo muy buenos argumentos basados en antecedentes que debieron conocerse antes de r
Envuelta en su bata, Sheily hacía su crucigrama cuando un mensaje de Zack la desconcentró.Zack B: ¿Tienes tiempo para una visita? Ella escribió la respuesta sonriendo y en quince minutos estuvo besándose con Zack en el sillón. —Eres tan suave —decía él, acariciándola por entre la bata. No se refería solo a su piel, cuando la tenía entre sus brazos era como una ovejita—. Quien te apodó la «dragona» era un imbécil que no sabía nada de nada.—¡¿Yo soy la dragona?! Creí que era Beatriz, de logística. Tiene una halitosis terrible. ¿Cómo te enteraste? —Lo escuché por ahí, da igual. Hay cosas peores. Tenías razón, nadie te quiere —le deslizó la bata desde los hombros y disfrutó besando y chupando sus turgentes y tiernos pechos—. Estás sola contra la corriente. —Y en un barco que se hunde —suspiró ella—. No dejes que se hunda, Zack. —No lo haré, cariño —siguió besando hacia el sur. Ya había llegado al monte de Sheily—. También tenías razón en que la junta directiva es una banda de chupa
En cuanto Sheily y Zack entraron al salón se separaron y cada uno fue por su lado para saludar al resto de asistentes y mezclarse con ellos. Él no tuvo que avanzar mucho, todos querían saludarlo; ella fue por un trago y luego se acercó a Jorge y Lili. —Hola, ¿cómo están? —besó la mejilla de Lili y estrechó la mano de Jorge. Ellos dijeron que estaban bien y le sonrieron—. ¿El nuevo socio no ha llegado? —Todavía no —respondió Lili—. Tu vestido es hermoso, parece hecho a tu medida. —Le hice algunos arreglos. El color del tuyo te sienta muy bien, Lili, te hace ver vibrante y juvenil —halagó Sheily y Lili sonrió, azorada. —A mí me gusta cómo quedó tu cabello —comentó Jorge—. Deberías peinarlo así para ir a la compañía —se quedó esperando que Sheily lo halagara también, pero ella sólo le dio las gracias. Amadeo llegó junto a ellos. Estrechó la mano de Jorge y saludó de beso a Lili y a Sheily, pese a que ella le tendió la mano, gesto que él ignoró completamente. —Dicen que el nuevo
*—Días sin escándalos de Sheily: sesenta y cuatro. Estás postulando para ser la empleada del mes —le dijo Edward. Ella había ido a su oficina para hablar sobre temas de presupuestos, pero destacar los avances en el control de sus arrebatos era un incentivo positivo.—Pues considerando que la asistente que me asignaste es una verdadera simia, he avanzado bastante. Sé que lo hiciste a propósito. No sabe de tildes, de haches y entre las be y uve empiezo a creer que escoge al azar. —Una prueba a tu perfeccionismo patológico que estás superando con éxito —reconoció él.—Trabajar con documentos escritos con impecable ortografía no es patológico, sino una obligación moral. Revisa estos documentos y dime si no es placentero leerlos, están perfectos —dejó una pila de papeles sobre el escritorio, pero él los hizo a un lado, sin mirarlos. —Un buen trabajo debe ser recompensado y te mereces un premio. —Otra asistente —dijo Sheily de inmediato—, una que esté a mi nivel para no tardar horas en c
Sheily regresó a la mesa y se sintió más relajada, incluso cuando Williams volvió. —Nadie supera mi swing —presumía Tudor. Cada charla con él acababa en sus andanzas en el campo de golf—. Zack no juega, ¿juegas tú, Johannes? —No cuento con mucho espacio en mi agenda para el ocio, pero mis pasatiempos incluyen actividades de mayor impacto y exigencia física que el golf y sus carritos. El año pasado escalé el monte Everest. A Tudor ya no le quedaron más ganas de presumir y Sheily se vio sonriendo sin proponérselo.—No debe quedarte mucho tiempo para la familia, ¿eres casado? —preguntó Melanie, que no perdía oportunidad para jugar sus cartas.Sheily no se imaginaba a la turgente Melanie siendo castigada hasta la extenuación por el portentoso hombre que conquistaba los picos más elevados del mundo. Qué aburrido debió ser en comparación juntarse a hacer indecencias con ella. —Estoy soltero. ¿Por qué casarse si con menos atributos una mujer puede desempeñar la misma función? —soltó Joha
Zack intentó cargarla al llegar a casa, pero ella se despertó y quiso andar por su cuenta. Rechazó el café y se fueron directo a la habitación. Entre besos y caricias se fueron desnudando. Cuando estaba sólo con sus bragas, Sheily se dio la vuelta y llevó las manos a la espalda.—Átamelas —pidió y Zack suspiró.—Pensé que ya no querías castigos.—Esto no será un castigo, sino un premio —aseguró ella. Zack miró a su alrededor. El cinturón era muy rígido así que cogió la corbata y con ella le ató las muñecas. Un premio. A él seguía pareciéndole un castigo, pero prefirió no pensar en eso, haría lo que ella deseara.Pese a la atadura, las manos de Sheily se las arreglaron para acariciarlo y comprobar su dureza. Ella sonrió al sentirlo tan empalmado.—Esto también te gusta, ¿no? —musitó, inclinando la cabeza hacia atrás para besarlo.—No, Sheily. Lo que me gusta es que a ti te guste. Estoy dispuesto a perderme en tus sensaciones y a hundirme en tus fantasías. ¿Debo ser rudo y cogerte como
«Quien no tiene voluntad, no guarda culpa por nada».***Sala de reuniones de la compañía farmacéutica Bertram, una mañana cualquiera desde la llegada de Zack. —¡¿Quién tuvo la brillante idea de hacer esto?! ¡¿Un mono?! ¡¿Desde cuándo contratamos monos?! —preguntaba Sheily Bloom, mirando hacia arriba como si interrogara a Dios y éste le debiera explicaciones. Liliana, su asistente, miró la hora. Llevaban exactamente doce minutos oyendo sus gritos y ella ni cansada se veía. Debía tener cuerdas vocales de hierro y pulmones de cantante de ópera. —¡No cambiamos de contratistas a mitad de año! ¡Eso no se hace! Repitan conmigo, ¡No... se... hace!Jorge, uno de los ejecutivos, le dio un codazo a Liliana y tuvo su atención.—A la jefa le hace falta polla —le susurró, con una sonrisa ladina. Ella se escandalizó por instantes. —Si te llega a escuchar, te mata —respondió ella entre risitas.Los gritos de Sheily continuaron hasta que el «mono» se puso de pie y dio sus razones para la decisión
La sonrisa de Sheily, no una de auténtica felicidad, sino más bien la de cortesía social, duró en su rostro hasta que se bajó del ascensor en el piso donde estaba su oficina. Hasta allí llegaba un penetrante aroma que le causó picor en la nariz y la hizo querer devolverse por donde había venido. —¿Qué es esa pestilencia? —preguntó con fastidio. El lugar olía a tugurio hippie. Liliana se levantó de un brincó y fue a recoger el abrigo de Sheily. Lo guardó en el armario junto a la ventana. —Es incienso, esta mañana Zack repartió en todos los departamentos, los trajo de su último viaje a la India. ¿La India? Esas porquerías las vendían en cualquier feria de barrio, pensó Sheily. Pero si él, para presumir de sus viajes, los había repartido en todos los departamentos significaba que no habría rincón del edificio donde pudiera estar a salvo de ese molesto olor a flores quemadas. ¿Cómo había gente que podía tolerarlo y hasta les gustaba? Fue a abrir la ventana, mientras Liliana inhalaba