CAPÍTULO 59. LO ENTENDÍ

Leo se asomó a la puerta para ver cómo Mía mecía con suavidad a su hijo en su canasta. Ya se pasaba de su hora regular de sueño, pero en el último par de días la vida de todos había estado tan revolucionada que era imposible que no le afectara.

—Se parece mucho a ti —dijo entrando con paso casi felino para no molestarlo.

—Te agradezco el intento de halago, pero los dos sabemos que es una calca tuya —se rio ella.

Leo sonrió también, acercándose mientras se palmeaba los muslos, un poco nervioso.

—¿Puedo cargarlo? —preguntó.

—Claro que sí —respondió Mía.

Leo lo levantó, acunándolo con suavidad y tratando de no hacerle todas las muecas y los mimos que quería, porque a esa hora lo mejor era no alborotarlo.

—¿No se supone que deber&iacu

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