Santiago era un hombre de puerto, de los que estaban acostumbrados al sol, al salitre, y a las peleas de bares, pero no era tan estúpido como para no darse cuenta de que no podía solo contra cuatro hombres, o al menos que, si podía, no iba a salir particularmente ileso.
—¿Qué quieren en mi propiedad? —medio preguntó y medio gritó en dirección a los tipos que se acercaban.
Aunque estaban bastante arreglados, tenían aspecto de malhechores y no era difícil imaginar quién los enviaba. A fin de cuentas, no había ninguna razón para que aquella familia tuviera problemas con nadie del área.
—Nos han dicho que para el día de hoy estas casas estarían desocupadas —aseguró uno de ellos, mientras Santiago arrugaba el entrecejo.
—¿Desocupadas? —bufó.
—Pues sí ¿no? ¿La s
—¿Qué quieres decir con que no se presentó? —la voz de Anthea denotaba más rabia que impresión, pero definitivamente no se podía negar que estaba sorprendida—. Es una citación legal, no una invitación a un maldito baile. ¡Tienen que venir, por supuesto que tienen que venir! —gritó golpeando la mesa con la Palma de la mano.—¡Pues no lo van a hacer! Mi abogado acaba de llamar para decirme que la jueza ha desestimado la demanda —le gritó Giordano de regreso—. Ni siquiera nos informaron, pero al parecer se hizo la presentación de una prueba de paternidad en respuesta, una prueba de paternidad obviamente positiva, ¡y ahora resulta que estos cobardes de la corte no quieren meterse en un conflicto internacional porque el mocoso no es italiano!Anthea rodó los ojos y se echó atrás en su silla.—¿Pero
—No consigo encontrar nada, absolutamente nada —murmuró Mía, apoyando la barbilla en las manos y los codos sobre la mesa, y mirando a aquella computadora con expresión asesina—. ¿Por qué no me arroja nada de este condenado sistema?—¿Cómo que no te arroja nada? Algo tiene que haber, al menos el número de Folio, de Tomo, de inscripción… pero algo tiene que haber —dijo Leo sentándose junto a ella, muy cerca, y enfocándose también en la pequeña pantalla de la computadora.—Ya sé que tiene que haber algo —respondió Mía—, pero no me lo arroja, no me lo enseña. ¿Qué quieres que haga?—No te preocupes —dijo Leo besando su sien y acariciándole el brazo—, todavía tenemos algunos días para resolver esa parte. Ya es tarde, ¿por qué mejo
Leo se acercó a ella despacio, dejando que sus dedos corrieran sobre la cara externa de sus muslos, provocándole gemidos que hacían de aquel momento un paraíso perfecto para él.Verla allí, provocándolo, invitándolo, era aun más perfecto de lo que había imaginado. Esa era su mujer, su Mía, y siempre sería inútil tratar de alejarse de él. Sus manos se encontraron, sus cuerpos se encontraron, y el choque fue violento y devastador.Mía sintió su erección golpeando nuevamente contra su entrada, y buscó su boca porque estaba segura de que iba a necesitarla. Leo jugueteó con aquel pequeño botón de placer durante algunos segundos y luego simplemente… empujó.Empujó con fuerza y sintió cómo su miembro empezaba a desaparecer en el interior de Mía. La escucho ahogar un grito contra la c
Mia sonrío mirando a Leo—¿Es en serio? ¿Esos dos? —preguntó levantando las cejas con expresión sorprendida.—Bueno… no sería la primera vez —respondió Leo sirviéndole café, y Mía lo empujó hacia uno de los sofás, haciendo que se sentara.—De verdad tienes que contarme todo eso, absolutamente todo.El resto de la mañana pasó aparentemente sin contratiempos, mientras Sam se escondía de Guido, Guido se escondía de ellos, Santiago aparecía con los panecitos del desayuno y Liam esbozaba algo parecido a su primera sonrisita, ¡sabía Dios por qué justo en aquel momento!Leo y Mía estaban embobados mirándolo cuando de repente sintieron la atmósfera cargada, un aura de oscura autoridad, y se dieron la vuelta solo para encontrarse con la figura cruzada de brazos pe
Era el momento justo y preciso para que a Giordano se le escapara la mejor de las carcajadas, pero por alguna extraña razón estaba bastante seguro de que no debía reír en ese momento. De las muchas cosas que podían hacerle, documentos que podían reclamarle, o ataques que podía recibir de parte de aquella gente, en ningún momento le pasó por la cabeza que le pidieran algo tan absurdamente sencillo como su acta de matrimonio. Echó atrás una mano en dirección a sus abogados, demandando aquel simple documento, pero después de cinco segundos su mano se cerró vacía.Su cabeza giró noventa grados para interrogar con la mirada a uno de sus abogados, sin embargo el hombre solo abrió mucho los ojos y apretó los labios en un gesto de incomodidad.—El acta de matrimonio —demandó Giordano girándose hacia los otros dos abogados, pero
El rostro de Anthea se había petrificado justo en el momento en que los labios de Malena habían pronunciado el nombre de su hijo. A lo largo de los años había desarrollado muchos sentimientos negativos con respecto a los Di Sávallo, unos más oscuros que otros, sin embargo la sola mención de Leandro había hecho que afloraran todos a la vez, y de la forma más terrible y oscura posible.Junto a ella, Giordano estaba a punto de perder la poca cordura que le quedaba, y enfrentarse nada menos que a la bestia expectante en que se había convertido Leo Di Sávallo. Era más que evidente que aquellos dos se traían ganas, pero también era más que evidente cuál de los dos saldría perdiendo en un enfrentamiento. Al primer paso que Giordano intentó dar, sintió el golpe seco, aunque no doloroso, del bastón de Anthea contra su pecho, deteniéndolo.
Contarle a Ángelo Di Sávallo que su hija menor, su princesita, su angelito, su florecita… había sido deshojada nada menos que por aquel remedo de Tarzán, le iba a provocar algo bastante parecido un infarto.Pero más peligroso que eso fue cuando Alessandro, con singular alegría, agarró a Leo y a Guido por las nucas y los paró frente a Malena y Ryan respectivamente.—A responder, muchachos. —fue lo único que dijo mientras los veía bajar las cabezas, medio avergonzados; pero la siguiente hora pasó entre explicaciones que por suerte terminaron en algunas palmadas en la espalda, amenazas, advertencias, y otra botella de vino.Sin embargo, la conclusión de aquellas conversaciones había sido tristemente la misma. Leo y Guido se miraron con los ojos llenos de incertidumbre, porque no sabían exactamente en qué punto estaban ni con Mía ni con
Tenía miedo. Mía tenía miedo y eso era imposible de ocultar, incluso cuando estaba sumida y concentrada en aquel beso con que Leo se hacía dueño de su boca.—Lo siento, no puedo ahora —murmuró—. De verdad no puedo, Leo, perdóname…Estaba lista para muchas cosas menos para enfrentar una conversación de índole emocional. Él vio sus ojos humedecidos y la dejó marchar, porque el día del bautizo de Liam no era precisamente el día para tener una discusión, y muchos menos para hacerla sentirse triste.Se quedó unos minutos pensativo en aquel mirador, dándose cuenta de cuán difícil sería reconquistar el amor y la confianza de la madre de su hijo, pero tenía la paciencia y el tiempo necesarios para lograrlo. Después de todo, Mía y él habían soportado demasiado como para separarse a