Era el momento justo y preciso para que a Giordano se le escapara la mejor de las carcajadas, pero por alguna extraña razón estaba bastante seguro de que no debía reír en ese momento. De las muchas cosas que podían hacerle, documentos que podían reclamarle, o ataques que podía recibir de parte de aquella gente, en ningún momento le pasó por la cabeza que le pidieran algo tan absurdamente sencillo como su acta de matrimonio. Echó atrás una mano en dirección a sus abogados, demandando aquel simple documento, pero después de cinco segundos su mano se cerró vacía.
Su cabeza giró noventa grados para interrogar con la mirada a uno de sus abogados, sin embargo el hombre solo abrió mucho los ojos y apretó los labios en un gesto de incomodidad.
—El acta de matrimonio —demandó Giordano girándose hacia los otros dos abogados, pero
El rostro de Anthea se había petrificado justo en el momento en que los labios de Malena habían pronunciado el nombre de su hijo. A lo largo de los años había desarrollado muchos sentimientos negativos con respecto a los Di Sávallo, unos más oscuros que otros, sin embargo la sola mención de Leandro había hecho que afloraran todos a la vez, y de la forma más terrible y oscura posible.Junto a ella, Giordano estaba a punto de perder la poca cordura que le quedaba, y enfrentarse nada menos que a la bestia expectante en que se había convertido Leo Di Sávallo. Era más que evidente que aquellos dos se traían ganas, pero también era más que evidente cuál de los dos saldría perdiendo en un enfrentamiento. Al primer paso que Giordano intentó dar, sintió el golpe seco, aunque no doloroso, del bastón de Anthea contra su pecho, deteniéndolo.
Contarle a Ángelo Di Sávallo que su hija menor, su princesita, su angelito, su florecita… había sido deshojada nada menos que por aquel remedo de Tarzán, le iba a provocar algo bastante parecido un infarto.Pero más peligroso que eso fue cuando Alessandro, con singular alegría, agarró a Leo y a Guido por las nucas y los paró frente a Malena y Ryan respectivamente.—A responder, muchachos. —fue lo único que dijo mientras los veía bajar las cabezas, medio avergonzados; pero la siguiente hora pasó entre explicaciones que por suerte terminaron en algunas palmadas en la espalda, amenazas, advertencias, y otra botella de vino.Sin embargo, la conclusión de aquellas conversaciones había sido tristemente la misma. Leo y Guido se miraron con los ojos llenos de incertidumbre, porque no sabían exactamente en qué punto estaban ni con Mía ni con
Tenía miedo. Mía tenía miedo y eso era imposible de ocultar, incluso cuando estaba sumida y concentrada en aquel beso con que Leo se hacía dueño de su boca.—Lo siento, no puedo ahora —murmuró—. De verdad no puedo, Leo, perdóname…Estaba lista para muchas cosas menos para enfrentar una conversación de índole emocional. Él vio sus ojos humedecidos y la dejó marchar, porque el día del bautizo de Liam no era precisamente el día para tener una discusión, y muchos menos para hacerla sentirse triste.Se quedó unos minutos pensativo en aquel mirador, dándose cuenta de cuán difícil sería reconquistar el amor y la confianza de la madre de su hijo, pero tenía la paciencia y el tiempo necesarios para lograrlo. Después de todo, Mía y él habían soportado demasiado como para separarse a
Mía sintió un toque suave sobre la piel de su hombro y abrió los ojos medio sobresaltada, haciendo que Leo reforzara su abrazo, apretándola contra él. Acuclillada delante de la cama estaba Sam, con un dedo sobre los labios en señal de que hiciera silencio.—Voy a llevarme a Liam abajo —le dijo en un susurro—. Descansen ustedes un rato.—Gracias, Sam —murmuró Mía en respuesta—. Liam dio una noche difícil.Su amiga le hizo un breve gesto de asentimiento y luego tomó el bambineto para dirigirse hacia la puerta, que ya Guido mantenía abierta sin que absolutamente nadie se lo hubiera pedido.Mía apoyó de nuevo la cabeza en la almohada y dejó ir un suspiro. Liam era un bebé excelente, pero seguía siendo un bebé, que se despertaba cada dos horas con hambre, y que una vez despierto y alimentado, estaba m&
Mía sostuvo las dos manos sobre el timón del barco mientras Leo, parado a sus espaldas. La abrazaba, dejándola dirigir el barco.—Me molestaba tanto que fueras mejor que yo navegando un velero —se rio.—Era mayor que tú, y era más fuerte también —respondió Leo—. No podías esperar otra cosa. Pero te convertiste en una mujer muy capaz, Mía. Eres una mujer increíble en todos los sentidos.Le dio la vuelta, apoyando la curva de su trasero en el timón mientras él era el que navegaba.—Te prometo que esto va a ser maravilloso. Vamos a tener una vida increíble juntos —le aseguró—, pero primero hay algunas cosas que quiero hacer.—¿Cosas como qué? —quiso saber ella.—Son sorpresas, todas —respondió él, haciendo que se girara de nuevo para que dejara de pr
Mía sintió sus manos recorriendo cada centímetro de su cuerpo, y se hizo uno con el de Leo, abrazándolo, atrayéndolo hacia su boca para besarlo. Le encantaba que fuera mucho más alto que ella, le encantaba que pudiera levantarla como si fuera una pluma, le encantaban aquellos brazos poderosos que la aprisionaban y la excitaban.—Leo… —el nombre salió de su boca, no supo si como una petición o como una súplica, pero aquella descarga de electricidad que bajaba desde su vientre hasta su entrepierna, y a través de su sexo con un latigazo, solo podía calmarse teniéndolo a él.—¿Qué quieres, amor? —susurró Leo contra sus labios, haciéndole cosquillas con la barba, mientras Mía echaba atrás la cabeza y se sostenía de sus brazos, porque las piernas ya no respondían—. Dime qué quieres&helli
Debían ser cerca de las diez de la mañana cuando uno de los coches de la compañía dejó a Leo y a Guido en el estacionamiento privado de las oficinas de Marsella. El gerente a cargo los estaba esperando en la sala de conferencias, para responder por todas y cada una de las cosas que habían sucedido, pero no fueron a verlo inmediatamente.En lugar de eso, Leo y Guido se dirigieron al astillero, a ver con sus propios ojos el destrozo que se había causado. Pasaron un par de horas revisando hasta el último metro del lugar, y la conclusión fue la misma para los dos, parecía «demasiado» un accidente.—No lo entiendo —murmuró Leo interrogando a su mejor amigo con la mirada, como hacía cada vez que estaban listos para lanzarse a la tormenta de ideas e hipótesis sobre cualquier tema--. Muller me mandó las cifras y las pérdidas por este barco fuer
Mía cortó la llamada y miró a Sam, que también terminaba la suya con Guido. Le había quedado bastante claro que Samantha y Guido no habían hablado antes de que él se fuera, y estaba segura de que había sido ella la primera en posponerlo.—¿Estás preocupada? —preguntó Sam sentándose a su lado en el sofá de la terraza.—Bastante —admitió Mía—. Al parecer encontraron algo sospechoso y van a demorarse un poco más. Eso no me gusta nada.—No tienes nada que temer, todos estamos aquí contigo y con Liam…—No tengo miedo por nosotros, sé que estamos perfectamente protegidos, pero no puedo decir lo mismo de ellos. Me inquieta que de verdad haya sido un atentado contra la naviera, eso significa que hay alguien que los quiere lastimar.Sam suspiró, se levantó y fue al bar, d