Cuando aquella mujer entró por la puerta de su despacho, a Giordanno Massari le vino a la boca ese regusto agrio que provocaba el asco por una comida, solo que en este caso se trataba de ella.
Lo había contactado cuando él había salido del hospital, después de medio año de jurar que iba a vengarse de Mía, y sobre todo de ese hombre que lo había puesto en aquel estado tan deplorable. El problema era que no sabía quién era… o no lo había sabido, porque aquella mujer había puesto frente a él una foto de su «antes» y su «después», y le había dicho el nombre con todas sus letras: Leo Di Sávallo.
Giordano había vomitado el hígado ese día, solo de imaginarse a aquellos dos acostándose, hasta que Anthea Voulgaris le había explicado con pelos y señales cuál era
Leo se asomó a la puerta para ver cómo Mía mecía con suavidad a su hijo en su canasta. Ya se pasaba de su hora regular de sueño, pero en el último par de días la vida de todos había estado tan revolucionada que era imposible que no le afectara.—Se parece mucho a ti —dijo entrando con paso casi felino para no molestarlo.—Te agradezco el intento de halago, pero los dos sabemos que es una calca tuya —se rio ella.Leo sonrió también, acercándose mientras se palmeaba los muslos, un poco nervioso.—¿Puedo cargarlo? —preguntó.—Claro que sí —respondió Mía.Leo lo levantó, acunándolo con suavidad y tratando de no hacerle todas las muecas y los mimos que quería, porque a esa hora lo mejor era no alborotarlo.—¿No se supone que deber&iacu
Sam se acercó, silenciosa como un fantasma y le quitó el teléfono para ponerlo a un lado. En los últimos días Guido lo había tenido tan pegado a la mano que a veces parecía más una extensión de su brazo que un cachivache electrónico. Había estado ocupándose de la seguridad de las villas, los sistemas de alarmas y todo lo que se necesitara, y Sam podía verlo caer dormido -cuando conseguía dormir-, en cualquier lado.Como ahora, que roncaba su cansancio con una pierna sobre y la otra por fuera del sofá. Tomó una manta para cubrirlo porque apenas había amanecido y había frialdad, pero cuando fue a taparlo se dio cuenta de que tenía los ojos abiertos, y por el nerviosismo acabó tirándosela a la cara.—Gracias, justo ahí era que tenía frío —gruñó Guido enojado viendo c&
Mía alargó la mano con los ojos cerrados y se levantó de golpe cuando no encontró a su hijo.Aquello hizo que Leo se incorporara también de un tirón, como si lo hubieran abofeteado, y los dos miraron al centro de la cama donde había una hoja blanca escrita en grandes letras con marcador rojo:«Hoy los tíos van a cuidar a Liam.Ustedes descansen.Sam y Guido»Mía se dejó caer boca arriba en la cama de nuevo y suspiró de alivio mientras escuchaba a Leo reírse. Giró la cabeza hacia él y apretó los labios para aguantar la carcajada. Ella achicó los ojos y se miraron con desconfianza por un segundo, evaluándose.—¿De qué te ríes? —le preguntó Leo.—¿De qué te ríes tú? —respondió ella haciendo una mueca infantil.&mdash
Leo la vio bajar del coche con el semblante oscurecido, pero la detuvo de un brazo antes de que llegara a la casa. —¡Oye! Espera… espera —Mía se soltó con brusquedad y él solo se puso delante de ella para que no pudiera avanzar, pero no la tocó—. Sabes que no puedes transmitirle todo eso a Liam, quédate aquí, un momento, solo un momento. Cálmate.Mía cerró los ojos. Sabía que tenía razón, no podía llegar enojada y proyectarlo cerca de su bebé, él no tenía la culpa de sus frustraciones. Enredó los dedos en los mechones mojados de su cabello y respiró profundo. Cuando estaba a punto de convertirse de nuevo en una persona razonable escuchó a Leo preguntar: —¿Puedes decirme qué pasó en el puerto? ¿Eso quiere decir que ya no te vas a casar con él?
Mía se lanzó por el teléfono la primera vez que lo escuchó sonar. El número en la pantalla era el de su madre, y por más que la inquietara aquella conversación con ella, se dio cuenta de que era inevitable. Había pasado las últimas 3 horas revisando de arriba abajo y de adelante hacia atrás aquellos documentos, y seguía sin encontrar un solo motivo razonable para que Giordano interpusiera una demanda de aquel tipo. Un divorcio quizás, incluso una demanda por abandono de hogar, pero aquella demanda por paternidad sobre un hijo que no era suyo era por completo ilógica.—¿Mamá? ¿Cómo estás? ¿Cómo están los gemelos?Al otro lado de la línea sólo se escuchó un suspiro cansado, Malena era una mujer excepcionalmente fuerte, pero no dejaba de ser una persona con emociones y sobre todo una madre, y justo en
—Siéntate, ya fue suficiente, tienes que descansar.Leo le quitó a Mía la taza de la mano y la obligó a sentarse un momento. Llevaba toda la noche dando vueltas por la habitación, aunque no era la única. Sam tenía más ojeras que una lechuza, Guido tenía el cabello completamente revuelto, y Liam había armado una fiesta a las tres de la madrugada. Finalmente cuando estaba casi amaneciendo se lanzaron los cuatro sobre los sofás del salón.—Bien, vamos a repasar todo esto —declaró Guido—, tenemos tres horas para alistarnos, el departamento de Medicina Legal de Valencia nos va a recibir a las ocho de la mañana, y tu entrevista debe estarse transmitiendo cerca de las seis de la tarde —aseguró dirigiéndose a Leo.—¿Estás seguro de que quieres hacer esto? —preguntó Mía mirándolo tambi
—¿Qué mierda se supone que es esto? —gritó Giordi viendo en uno de los canales de televisión internacional cómo una periodista se llevaba los méritos de la noticia estelar de las seis, por haber logrado entrevistar a uno de los magnates más escurridizos y más exitosos de la industria naviera en toda Europa.Era un ícono, tal como lo había sido su abuelo o mejor dicho, como acababa de revelarle al mundo: tal como lo había sido su padre. Por primera vez en años el magnate Leo Di Sávallo había accedido a dar una entrevista en televisión abierta internacional, y la periodista había logrado sacarle -o al menos eso le habían hecho creer al mundo- toda la información de su adopción.Por supuesto, mientras la entrevista se desarrollaba, eran decenas los periodistas que iniciaban una investigación acerca de su procedencia y, tal
El departamento de Medicina Legal de la provincia de Valencia los recibió con las puertas abiertas y, gracias a Dios, con pocos trámites burocráticos; a fin de cuentas, no había una disputa entre los padres del bebé, al contrario, sólo querían constancia de la paternidad de Liam, y lo hacían de mutuo acuerdo.—¿No deberíamos estar haciendo esto en Milán? —preguntó Mía mientras el estrés se reflejaba en su rostro—. La demanda de paternidad la hicieron desde Italia —añadió.—Pueden haberla hecho desde la misma China —replicó Guido—, pero Liam nació en España, las leyes de este país son las que lo protegen, las únicas para determinar su paternidad o situación legal, son las instancias españolas, lo cual por supuesto es excelente para nosotros.Mía solo asinti