Después de algunos días, se había convertido en algo normal ver pasar a Mía como una sombra. Siempre buscaba la manera de dejar a Liam un rato con Alessandro para que pudiera disfrutarlo, pero cada vez que Leo llegaba se aseguraba de desaparecer hasta que se hubiera ido.
Primero a Leo le había parecido gracioso. Después le había preocupado. Luego se había puesto incómodo y finalmente le había costado, pero se había dado cuenta de que Mía no quería estar cerca de él. No quería hablar con él, no quería entender, escuchar o arreglar nada. Ni siquiera se había tomado el trabajo de preguntarle por qué se había mudado a la villa de al lado, como si nada le importara.
La única constante era que cada vez que amanecía, la veía regresar de aquel muelle, con el monitor para escuchar a Liam en una mano y una
—¿Liam Di Sávallo? —llamó la enfermera sosteniendo la tablilla de las citas, y su sonrisa se borró en cuanto vio a cuatro personas levantarse detrás del bebé—. Eeeeh… ¿la mamá y el papá?Mía y Leo levantaron cada uno una mano rápidamente, como si estuvieran pidiendo permiso para hablar en clase y la enfermera levantó las cejas con una expresión risueña que no carecía de un poquito de ironía.—¡Primerizos… maravilloso! —murmuró haciendo que Sam y Guido se rieran al unísono y luego se miraran con odio—. Por aquí, por favor.Leo y Mía pasaron a la consulta del pediatra, que los recibió con la misma sonrisa tranquilizadora con que trataba a todos los papás primerizos. Le hizo algunas preguntas a Mía, pesó y talló al bebé, bromeando
—¿Papa? ¡Papá!—¿Sam? ¿Tío?Leo y Mía entraron agarrados de las manos. No sabían por qué, pero no eran capaces de soltarse, como si una noticia como aquella requiriera de todas las fuerzas de los dos.Finalmente los encontraron a todos en la casa de Leo, con los rostros desencajados y las miradas un poco perdidas.Samantha trataba de calmar a Liam, que con todo aquel alboroto parecía haberse alterado un poco. La pobre estaba tan agobiada que ni siquiera había protestado por Guido, que parado detrás de ella, acariciaba sus brazos arriba y abajo en un gesto tranquilizador.Ryan tecleaba en su teléfono sin parar y Alessandro hablaba por el suyo dando vueltas por toda la sala de estar. Finalmente colgó y se acercó a ellos con una expresión llena de dolor.—Hijo, lo siento, pero tengo que irme.—¿Qu&
Cuando aquella mujer entró por la puerta de su despacho, a Giordanno Massari le vino a la boca ese regusto agrio que provocaba el asco por una comida, solo que en este caso se trataba de ella.Lo había contactado cuando él había salido del hospital, después de medio año de jurar que iba a vengarse de Mía, y sobre todo de ese hombre que lo había puesto en aquel estado tan deplorable. El problema era que no sabía quién era… o no lo había sabido, porque aquella mujer había puesto frente a él una foto de su «antes» y su «después», y le había dicho el nombre con todas sus letras: Leo Di Sávallo.Giordano había vomitado el hígado ese día, solo de imaginarse a aquellos dos acostándose, hasta que Anthea Voulgaris le había explicado con pelos y señales cuál era
Leo se asomó a la puerta para ver cómo Mía mecía con suavidad a su hijo en su canasta. Ya se pasaba de su hora regular de sueño, pero en el último par de días la vida de todos había estado tan revolucionada que era imposible que no le afectara.—Se parece mucho a ti —dijo entrando con paso casi felino para no molestarlo.—Te agradezco el intento de halago, pero los dos sabemos que es una calca tuya —se rio ella.Leo sonrió también, acercándose mientras se palmeaba los muslos, un poco nervioso.—¿Puedo cargarlo? —preguntó.—Claro que sí —respondió Mía.Leo lo levantó, acunándolo con suavidad y tratando de no hacerle todas las muecas y los mimos que quería, porque a esa hora lo mejor era no alborotarlo.—¿No se supone que deber&iacu
Sam se acercó, silenciosa como un fantasma y le quitó el teléfono para ponerlo a un lado. En los últimos días Guido lo había tenido tan pegado a la mano que a veces parecía más una extensión de su brazo que un cachivache electrónico. Había estado ocupándose de la seguridad de las villas, los sistemas de alarmas y todo lo que se necesitara, y Sam podía verlo caer dormido -cuando conseguía dormir-, en cualquier lado.Como ahora, que roncaba su cansancio con una pierna sobre y la otra por fuera del sofá. Tomó una manta para cubrirlo porque apenas había amanecido y había frialdad, pero cuando fue a taparlo se dio cuenta de que tenía los ojos abiertos, y por el nerviosismo acabó tirándosela a la cara.—Gracias, justo ahí era que tenía frío —gruñó Guido enojado viendo c&
Mía alargó la mano con los ojos cerrados y se levantó de golpe cuando no encontró a su hijo.Aquello hizo que Leo se incorporara también de un tirón, como si lo hubieran abofeteado, y los dos miraron al centro de la cama donde había una hoja blanca escrita en grandes letras con marcador rojo:«Hoy los tíos van a cuidar a Liam.Ustedes descansen.Sam y Guido»Mía se dejó caer boca arriba en la cama de nuevo y suspiró de alivio mientras escuchaba a Leo reírse. Giró la cabeza hacia él y apretó los labios para aguantar la carcajada. Ella achicó los ojos y se miraron con desconfianza por un segundo, evaluándose.—¿De qué te ríes? —le preguntó Leo.—¿De qué te ríes tú? —respondió ella haciendo una mueca infantil.&mdash
Leo la vio bajar del coche con el semblante oscurecido, pero la detuvo de un brazo antes de que llegara a la casa. —¡Oye! Espera… espera —Mía se soltó con brusquedad y él solo se puso delante de ella para que no pudiera avanzar, pero no la tocó—. Sabes que no puedes transmitirle todo eso a Liam, quédate aquí, un momento, solo un momento. Cálmate.Mía cerró los ojos. Sabía que tenía razón, no podía llegar enojada y proyectarlo cerca de su bebé, él no tenía la culpa de sus frustraciones. Enredó los dedos en los mechones mojados de su cabello y respiró profundo. Cuando estaba a punto de convertirse de nuevo en una persona razonable escuchó a Leo preguntar: —¿Puedes decirme qué pasó en el puerto? ¿Eso quiere decir que ya no te vas a casar con él?
Mía se lanzó por el teléfono la primera vez que lo escuchó sonar. El número en la pantalla era el de su madre, y por más que la inquietara aquella conversación con ella, se dio cuenta de que era inevitable. Había pasado las últimas 3 horas revisando de arriba abajo y de adelante hacia atrás aquellos documentos, y seguía sin encontrar un solo motivo razonable para que Giordano interpusiera una demanda de aquel tipo. Un divorcio quizás, incluso una demanda por abandono de hogar, pero aquella demanda por paternidad sobre un hijo que no era suyo era por completo ilógica.—¿Mamá? ¿Cómo estás? ¿Cómo están los gemelos?Al otro lado de la línea sólo se escuchó un suspiro cansado, Malena era una mujer excepcionalmente fuerte, pero no dejaba de ser una persona con emociones y sobre todo una madre, y justo en