—Mírame. ¡Amor, por favor, mírame!
El tono en la voz de Leo era ansioso y preocupado mientras despejaba el rostro de la muchacha de mechones de cabello y dejaba suaves besos sobre su mejilla y las comisuras de su boca.
Mía sintió sus labios calientes sobre la piel, y el roce suave de su barba sobre su cara. Abrió los ojos como pudo, dándose cuenta de que Leo estaba literalmente sosteniéndola en vilo contra su cuerpo, sobre uno de sus brazos, mientras con el otro trataba de hacerla reaccionar.
—Mía… Mía, por favor… mírame.
Clavó los ojos en los suyos y Mía de verdad no supo en cuál de los dos había más tristeza. Afirmó los pies en el suelo y no dijo nada mientras él la ayudaba a recuperar el equilibrio poco a poco.
—Lo siento… normalmente no soy tan débil —murmu
Si había alguien a quien Mía quisiera y admirara con todo su corazón, era a su tío Alessandro. Después de todo, él era quien le había enseñado todo lo que sabía de rescate y salvamento; era quien la había puesto por primera vez detrás de los comandos de una lancha o de un helicóptero y la había enseñado a vencer el miedo.Así que por muy avergonzada que estuviera, por muy mal que se sintiera, la sonrisa de Alessandro Di Sávallo siempre calaba hondo en su corazón. Lo vio abrir los brazos para recibirla y no dudó ni un segundo en refugiarse entre ellos.—¡Princesa! ¡Cómo te he extrañado! —dijo Alessandro rodeándole la cara con las manos—. ¡Estás hermosa, preciosa…! ¡Ahh! ¡Si fuera pirata y tuviera veinte años menos te robaba, pero por el momento
—¿Qué piensas hacer? —preguntó Guido dejándose caer junto a Leo en aquel muelle.El día había pasado de una forma extraña y apenas estaba atardeciendo, pero sentían como si les hubieran pasado muchos años por encima.—La verdad tengo tanto con qué lidiar que no sé por dónde comenzar —respondió Leo—. Mía no ha querido estar ni un momento a solas conmigo y la verdad no sabría ni por dónde comenzar a… ¿convencerla? ¿Se supone que tengo que convencerla?—Creo que «conquistarla» sería la palabra más adecuada —aseguró su amigo—. Y no creo que sea fácil teniendo en cuenta todo lo que pasó entre ustedes. Además está el asunto de su compromiso con el tal Santiago… aunque no le vi ningún anillo puesto.—&iqu
Después de algunos días, se había convertido en algo normal ver pasar a Mía como una sombra. Siempre buscaba la manera de dejar a Liam un rato con Alessandro para que pudiera disfrutarlo, pero cada vez que Leo llegaba se aseguraba de desaparecer hasta que se hubiera ido.Primero a Leo le había parecido gracioso. Después le había preocupado. Luego se había puesto incómodo y finalmente le había costado, pero se había dado cuenta de que Mía no quería estar cerca de él. No quería hablar con él, no quería entender, escuchar o arreglar nada. Ni siquiera se había tomado el trabajo de preguntarle por qué se había mudado a la villa de al lado, como si nada le importara.La única constante era que cada vez que amanecía, la veía regresar de aquel muelle, con el monitor para escuchar a Liam en una mano y una
—¿Liam Di Sávallo? —llamó la enfermera sosteniendo la tablilla de las citas, y su sonrisa se borró en cuanto vio a cuatro personas levantarse detrás del bebé—. Eeeeh… ¿la mamá y el papá?Mía y Leo levantaron cada uno una mano rápidamente, como si estuvieran pidiendo permiso para hablar en clase y la enfermera levantó las cejas con una expresión risueña que no carecía de un poquito de ironía.—¡Primerizos… maravilloso! —murmuró haciendo que Sam y Guido se rieran al unísono y luego se miraran con odio—. Por aquí, por favor.Leo y Mía pasaron a la consulta del pediatra, que los recibió con la misma sonrisa tranquilizadora con que trataba a todos los papás primerizos. Le hizo algunas preguntas a Mía, pesó y talló al bebé, bromeando
—¿Papa? ¡Papá!—¿Sam? ¿Tío?Leo y Mía entraron agarrados de las manos. No sabían por qué, pero no eran capaces de soltarse, como si una noticia como aquella requiriera de todas las fuerzas de los dos.Finalmente los encontraron a todos en la casa de Leo, con los rostros desencajados y las miradas un poco perdidas.Samantha trataba de calmar a Liam, que con todo aquel alboroto parecía haberse alterado un poco. La pobre estaba tan agobiada que ni siquiera había protestado por Guido, que parado detrás de ella, acariciaba sus brazos arriba y abajo en un gesto tranquilizador.Ryan tecleaba en su teléfono sin parar y Alessandro hablaba por el suyo dando vueltas por toda la sala de estar. Finalmente colgó y se acercó a ellos con una expresión llena de dolor.—Hijo, lo siento, pero tengo que irme.—¿Qu&
Cuando aquella mujer entró por la puerta de su despacho, a Giordanno Massari le vino a la boca ese regusto agrio que provocaba el asco por una comida, solo que en este caso se trataba de ella.Lo había contactado cuando él había salido del hospital, después de medio año de jurar que iba a vengarse de Mía, y sobre todo de ese hombre que lo había puesto en aquel estado tan deplorable. El problema era que no sabía quién era… o no lo había sabido, porque aquella mujer había puesto frente a él una foto de su «antes» y su «después», y le había dicho el nombre con todas sus letras: Leo Di Sávallo.Giordano había vomitado el hígado ese día, solo de imaginarse a aquellos dos acostándose, hasta que Anthea Voulgaris le había explicado con pelos y señales cuál era
Leo se asomó a la puerta para ver cómo Mía mecía con suavidad a su hijo en su canasta. Ya se pasaba de su hora regular de sueño, pero en el último par de días la vida de todos había estado tan revolucionada que era imposible que no le afectara.—Se parece mucho a ti —dijo entrando con paso casi felino para no molestarlo.—Te agradezco el intento de halago, pero los dos sabemos que es una calca tuya —se rio ella.Leo sonrió también, acercándose mientras se palmeaba los muslos, un poco nervioso.—¿Puedo cargarlo? —preguntó.—Claro que sí —respondió Mía.Leo lo levantó, acunándolo con suavidad y tratando de no hacerle todas las muecas y los mimos que quería, porque a esa hora lo mejor era no alborotarlo.—¿No se supone que deber&iacu
Sam se acercó, silenciosa como un fantasma y le quitó el teléfono para ponerlo a un lado. En los últimos días Guido lo había tenido tan pegado a la mano que a veces parecía más una extensión de su brazo que un cachivache electrónico. Había estado ocupándose de la seguridad de las villas, los sistemas de alarmas y todo lo que se necesitara, y Sam podía verlo caer dormido -cuando conseguía dormir-, en cualquier lado.Como ahora, que roncaba su cansancio con una pierna sobre y la otra por fuera del sofá. Tomó una manta para cubrirlo porque apenas había amanecido y había frialdad, pero cuando fue a taparlo se dio cuenta de que tenía los ojos abiertos, y por el nerviosismo acabó tirándosela a la cara.—Gracias, justo ahí era que tenía frío —gruñó Guido enojado viendo c&