—¡Pregunté a dónde crees que vas!
Mía se dio la vuelta para enfrentar el rostro desencajado de Giordano Massari, y se dio cuenta de que, a pesar de haber estado con él por los últimos dos años, era un completo desconocido para ella.
No contestó, se fijó absolutamente en todas las señales que su esposo enviaba, tal como le había enseñado su madre que debía hacer cuando necesitara defenderse.
Giordi estaba borracho, eso era evidente, pero no lo suficiente como para no constituir un peligro. Lo vio avanzar y retrocedió instintivamente, alejándose de la baranda y de la escalerilla por la que pretendía bajar a la base de popa, desde donde podía abordar la pequeña lancha.
—¿Estabas escapando?
Mía negó con suavidad, pero procurando mantenerse al menos a dos metros de Giordi.
—No, solo es
—Ma… ¿mamá? —tartamudeó Mía, viendo con ojos desorbitados cómo Malena se ponía de pie y se acercaba a ella—. ¿Qué… qué hace aquí?Malena la envolvió en un abrazo apretado.—Solo quería asegurarme de que estabas bien —dijo acariciando su rostro con ternura.Mía tragó en seco y se retorció los dedos sin saber exactamente qué decir. Había esperado cualquier cosa menos que la encontraran a menos de doce horas de haber decidido escapar… pero después de todo estaba hablando de escapar de Malena Di Sávallo, el mismo diablo tendría que ayudar al que pretendiera eso.Mía se quedó estática, sin saber muy bien qué decirle.—Hija, escucha, no estoy aquí para hacerte un interrogatorio —aseguró Malena con un
Guido arrugó la nariz en cuanto puso el primer pie en aquella habitación. Toda la suite olía como si hubiera sido asaltada por cestos de basura.Se fue tranquilamente al baño, puso un recipiente grande bajo la llave del agua helada y luego cariñosamente fue a lanzárselo a la cara a su mejor amigo.Leo se levantó de un salto al sentir el golpe del agua fría, mirando a todos lados como si estuviera listo para pelear.Se había pasado la última semana ahogado en alcohol, en la misma suite de Génova que había pagado para asistir a la boda de Mía. Apenas era consciente de qué día era y menos de dónde estaba, pero de lo que sí estaba seguro era de que tenía el corazón roto y ninguna fuerza para seguir.Durante tres días Guido y él habían movido cielo y tierra para encontrar a Mía, pero todo había
Nunca, en todos los años que llevaba conociéndolo, Guido había podido decir que Leo Di Sávallo era un hombre descontrolado. Lo había visto conservar la calma aún en las peores situaciones, aún frente a provocaciones descaradas, pero no le había sorprendido en absoluto su reacción ante el imbécil de Massari.Guido también sentía que faltaban muchas piezas en aquel asunto, pero después del escándalo en Capitanía de Puerto, ya no había mucho que pudieran hacer en Niza. No estaban seguros de si Giordano le había hecho algo a Mía, pero lo cierto era que no volvería a lastimar a nadie en mucho tiempo.Instalarse en las oficinas de la naviera de Marsella había sido muy fácil después de eso. Los dos preferían no regresar por el momento a ningún lugar en el que hubieran tenido contacto regular con A
Tenía ganas de darle la trompada que se merecía, ¡por bruto! pero se aguantó porque no iba a resolver absolutamente nada con eso ahora.Le quitó el estuche a Leo de nuevo y se lo llevó a la terraza. Lo sentó de vuelta en la butaca, le sirvió otro vaso de whisky y lo instó a empezar.—No omitas ni un solo detalle, muchas cosas dependen de esto. —Leo hizo ademán de preguntar pero su amigo lo calló—. No, no preguntes, no voy a decirte nada hasta que termines de contar, de lo contrario vas a parcializar tu historia inconscientemente, y quizás la adaptes a mi hipótesis, y así no puede ser. ¡Ahora bebe y cuenta! ¡Ya!Leo asintió, respirando hondo para concentrarse.—¿Por dónde empiezo?—Empieza por el día exacto en que Mía llegó a Ushuaia —pidió Leo
Mía sonrió delante de aquella habitación llena de regalos. Estaba absolutamente emocionada y asustada a la vez, pero todo el mundo le decía que era bastante normal sentirse así.Por más extraño que pudiera parecer, sentía que había tomado la mejor decisión para su vida y la de su hijo. Sí, su hijo. Había tardado un doctor menos de diez minutos para confirmar en una ecografía que estaba muy embarazada, y Mía solo pudo sonreír al recordar la cara de felicidad que habían puesto su madre y su tío.Después de eso había aceptado aquel viaje por carretera con Ryan, y poco más de una semana después habían llegado a Altea, donde su tío tenía una villa de descanso frente al mar.Las semanas siguientes se habían dedicado a amueblarla, acondicionarla y sobre todo a disfrutarla. La peque&n
Nunca, en toda su vida, Mía había sentido un dolor como aquel, porque no era un dolor físico. Durante todo su embarazo Mía había sonreído. Era cuestión de práctica: recordar todo lo bueno que tenía, dejarse consentir por su familia, preparar todo para la llegada de su bebé, hacer nuevos amigos…Tenía tantas cosas buenas que se obligaba a poner las malas en un segundo plano, como el hecho de que guardaba el peor de los secretos y de que se sentía absolutamente abandonada aun estando en medio de tantas personas. Y sobre todo eso estaba su hijo. Por su bien se había obligado a ser honesta con su doctor, no sin antes, por supuesto, hacerlo firmar un acuerdo cerrado de confidencialidad.El hecho de que Leo y ella fueran familia podía complicar las cosas para la vida del bebé. Con cada ecografía Mía esperaba alguna mala noticia, y luego
Una jaula. Era exactamente como Leo se sentía, en una jaula. Desde que Guido le había puesto los pies sobre la tierra, su vida se había convertido en un maldito infierno, o mejor dicho, se había transformado en un infierno peor, porque desde hacía ocho años sentía que había vivido condenado.Una semana… Guido le había prometido respuestas en una semana, y Leo tenía plena confianza en él, pero ya habían pasado ocho días y se estaba volviendo loco. Si era cierto, si Mía había escapado porque estaba embarazada… ¿qué habría hecho? ¿Habría conservado el bebé aun sabiendo las consecuencias que podía tener? ¿O al menos las que ella creía que podía tener…? porque al final no eran familia…Recordó el momento en que la había vuelto a ver, despué
—Hijo, si no puedo hacer que confíes en mí, sería el peor padre del mundo… y de hecho ya me he sentido así por ocho años —confesó Alessandro—. Sí, de verdad quiero saber qué fue lo que pasó.Leo tomó aire como si llenarse los pulmones pudiera darle un poco de tranquilidad.—La verdad no hay mucho que contar, viejo. Me enamoré de Mía, y ella se enamoró de mí.—¿De verdad? —Los ojos de Alessandro brillaban con una extraña emoción.—De verdad. Pero yo he creído toda la vida que era tu hijo así que… no podía ser. Así que preferí irme —explicó Leo bajando la mirada—. Creí que si me quedaba, tarde o temprano Mía y yo no podríamos controlar lo que estaba pasando, y que la familia entera lo sabría