—Hijo, si no puedo hacer que confíes en mí, sería el peor padre del mundo… y de hecho ya me he sentido así por ocho años —confesó Alessandro—. Sí, de verdad quiero saber qué fue lo que pasó.
Leo tomó aire como si llenarse los pulmones pudiera darle un poco de tranquilidad.
—La verdad no hay mucho que contar, viejo. Me enamoré de Mía, y ella se enamoró de mí.
—¿De verdad? —Los ojos de Alessandro brillaban con una extraña emoción.
—De verdad. Pero yo he creído toda la vida que era tu hijo así que… no podía ser. Así que preferí irme —explicó Leo bajando la mirada—. Creí que si me quedaba, tarde o temprano Mía y yo no podríamos controlar lo que estaba pasando, y que la familia entera lo sabría
CAPÍTULO 45.Si no hubiera sido por el respeto que le tenía, Mía le hubiera dicho a su padre que se limpiara la baba.Ángelo Di Sávallo estaba tan enternecido con su nieto que si hubiera tenido con qué, le habría dado el pecho él en vez de Mía.—¿Quién es el niño más lindo, más guapo, más playb…?—¡Papáaaaa!—¿…de esta familia? —terminó Ángelo haciéndole un guiño al pequeño Liam.—Él es el más lindo y tú eres el abuelo más bobo. ¿Lo sabías? —lo increpó Malena llegando a su lado, y Ángelo le dio una sonora nalgada antes de poner al bebé en su cuna y abrazar a su mujer.—¡Sí, pero te apuesto a que soy el abuelo más sexy que conoc
Alessandro pestañeó con fuerza un par de veces antes de dirigirse a la sobrecargo y pedirle amable y urgentemente que trajera la botella. Mandó a aquellos muchachos a callarse y beber con él y solo después del segundo vaso de cada uno, cuando el avión estaba ya en el aire, fue que les permitió abrir las bocas.—OK, yo pregunto, ustedes responden. ¿De acuerdo?Leo y Guido asintieron.—Esta es la pregunta más estúpida del mundo, pero quiero escuchar que me lo digan con todas sus letras. ¿Tuviste algo que ver con Mía?Su hijo tragó en seco y asintió, fijando la mirada en su vaso.—Sí… —admitió por fin—. Tres semanas antes de que se casara me… rastreó, por decirlo de alguna manera y… bueno… pasó.Los labios de Alessandro se convirtieron en una línea fina, se
Mía escuchó el llanto estridente de Liam en el monitor de bebé, y se apresuró hacia su cuarto, pero cuando llegó ya estaba siendo consentido por quien ella consideraba el nuevo tío de su vida.—¿Llevaba cambio de pañal? —le preguntó a Santiago, que reía tanto o más que su padre abrazando a Liam.—No, solo no le gusta estar solito —respondió Santiago—. Lleva más de una semana pasando por los brazos de todos, debe creer que somos su mejor cuna.Mía se apoyó en el marco de la ventana para ver cómo su amigo se sentaba en el sillón con su pequeño en brazos. Era gracioso el contraste de la piel entre los dos. Liam era tan o más blanco que ella, de un color casi alabastrino, de cabello rubio pálido y ojos muy claros. Liam había sido una dulzura rosada los primeros días, pero su cabe
Todavía era de día cuando el avión aterrizó en el aeropuerto de Valencia, pero ya había anochecido cuando los tres llegaron a Altea y leo estacionó aquel auto de renta en una de las calles principales.—¿Tienes la dirección? —le preguntó a Guido, pero su padre se echó hacia adelante desde el asiento trasero y lo detuvo.—Ni dirección ni nada —declaró—. Pareciera que no eres un estratega. Es de noche y no sabes lo que está pasando con ella. Lo único que sí sabes es que probablemente te bañe en aceite hirviendo cuando te vea, así que mejor vamos a comer algo, trazamos un plan y mañana temprano la buscas.Leo resopló con impaciencia, pero al final su padre tenía razón: llegarle a Mía por asalto sin saber bien lo que estaba sucediendo, no era lo mejor que podía hacer.&md
No podía respirar. Lo intentaba. Juraba por todos los dioses que lo intentaba pero parecía imposible. Todo aquello parecía imposible.Salir a mirar el mar como hacía todas las mañanas, darse la vuelta y ver a Leo…Ver aquel gesto en que la mochila simplemente caía de su hombro y él no se detenía, porque nada importaba, nada que no fueran ellos dos, reencontrándose en aquel momento único, en aquel instante.Sintió que temblaba mientras Leo llegaba y se quedaba a pocos centímetros de ella. la miraba como si fuera una alucinación, como aquel primer día en la cabaña de Ushuaia cuando ella había llegado a poner su vida de cabeza de nuevo.Apenas se atrevió a mirarlo. Había cambiado tanto en esos meses. Tenía más barba y el cabello largo y… y sin importar cómo se viera, ella lo habrí
Guido abrió un ojo, solo uno y se cubrió el rostro con el antebrazo para que el sol no le molestara. Sintió la resequedad en la garganta y se giró buscando la botella de agua que solía dormir siempre a la izquierda de su cama, pero en lugar de eso solo se encontró con el rostro de una chica a la que… ¿conocía…?¡Mierda! ¡Sí la conocía!La impresión le dio por retroceder en la cama y terminó revolcado en el suelo arrastrando la sábana y todo lo demás con él. Escuchó un grito asustado y no se movió. Le daba miedo mirar sobre la cama. Finalmente se armó de valor y se fue incorporando poco a poco, asomándose por el borde para encontrarse con un par de ojos tan impresionados como los suyos.La chica estaba hecha un ovillo, boca abajo, intentando esconder su cuerpo contra el colchón, pero fi
Leo parecía una estatua, de pie frente a aquella puerta. Adentro Santiago intentaba que Liam se mantuviera calmado, pero era difícil cuando él mismo estaba ansioso por la figura de aquel tipo que lo miraba como si estuviera a punto de decapitarlo de un momento a otro.Mía llegó a su lado, miró adentro y palideció aún más. Que Leo supiera del bebé era difícil, pero que lo encontrara en brazos de Santiago sería el comienzo de una guerra en la que nadie saldría ganando.—¡¿No hay nada aquí para mí, Mía?! —repitió Leo con la expresión cargada de una decepción tan grande que a Mía se le empañaron los ojos.—¡No, no hay nada! —respondió llamando a una furia que necesitaba, pero que era desbancada constantemente por la tristeza y la impotencia—. ¡Te
—Mírame. ¡Amor, por favor, mírame!El tono en la voz de Leo era ansioso y preocupado mientras despejaba el rostro de la muchacha de mechones de cabello y dejaba suaves besos sobre su mejilla y las comisuras de su boca.Mía sintió sus labios calientes sobre la piel, y el roce suave de su barba sobre su cara. Abrió los ojos como pudo, dándose cuenta de que Leo estaba literalmente sosteniéndola en vilo contra su cuerpo, sobre uno de sus brazos, mientras con el otro trataba de hacerla reaccionar.—Mía… Mía, por favor… mírame.Clavó los ojos en los suyos y Mía de verdad no supo en cuál de los dos había más tristeza. Afirmó los pies en el suelo y no dijo nada mientras él la ayudaba a recuperar el equilibrio poco a poco.—Lo siento… normalmente no soy tan débil —murmu