Todavía era de día cuando el avión aterrizó en el aeropuerto de Valencia, pero ya había anochecido cuando los tres llegaron a Altea y leo estacionó aquel auto de renta en una de las calles principales.
—¿Tienes la dirección? —le preguntó a Guido, pero su padre se echó hacia adelante desde el asiento trasero y lo detuvo.
—Ni dirección ni nada —declaró—. Pareciera que no eres un estratega. Es de noche y no sabes lo que está pasando con ella. Lo único que sí sabes es que probablemente te bañe en aceite hirviendo cuando te vea, así que mejor vamos a comer algo, trazamos un plan y mañana temprano la buscas.
Leo resopló con impaciencia, pero al final su padre tenía razón: llegarle a Mía por asalto sin saber bien lo que estaba sucediendo, no era lo mejor que podía hacer.
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No podía respirar. Lo intentaba. Juraba por todos los dioses que lo intentaba pero parecía imposible. Todo aquello parecía imposible.Salir a mirar el mar como hacía todas las mañanas, darse la vuelta y ver a Leo…Ver aquel gesto en que la mochila simplemente caía de su hombro y él no se detenía, porque nada importaba, nada que no fueran ellos dos, reencontrándose en aquel momento único, en aquel instante.Sintió que temblaba mientras Leo llegaba y se quedaba a pocos centímetros de ella. la miraba como si fuera una alucinación, como aquel primer día en la cabaña de Ushuaia cuando ella había llegado a poner su vida de cabeza de nuevo.Apenas se atrevió a mirarlo. Había cambiado tanto en esos meses. Tenía más barba y el cabello largo y… y sin importar cómo se viera, ella lo habrí
Guido abrió un ojo, solo uno y se cubrió el rostro con el antebrazo para que el sol no le molestara. Sintió la resequedad en la garganta y se giró buscando la botella de agua que solía dormir siempre a la izquierda de su cama, pero en lugar de eso solo se encontró con el rostro de una chica a la que… ¿conocía…?¡Mierda! ¡Sí la conocía!La impresión le dio por retroceder en la cama y terminó revolcado en el suelo arrastrando la sábana y todo lo demás con él. Escuchó un grito asustado y no se movió. Le daba miedo mirar sobre la cama. Finalmente se armó de valor y se fue incorporando poco a poco, asomándose por el borde para encontrarse con un par de ojos tan impresionados como los suyos.La chica estaba hecha un ovillo, boca abajo, intentando esconder su cuerpo contra el colchón, pero fi
Leo parecía una estatua, de pie frente a aquella puerta. Adentro Santiago intentaba que Liam se mantuviera calmado, pero era difícil cuando él mismo estaba ansioso por la figura de aquel tipo que lo miraba como si estuviera a punto de decapitarlo de un momento a otro.Mía llegó a su lado, miró adentro y palideció aún más. Que Leo supiera del bebé era difícil, pero que lo encontrara en brazos de Santiago sería el comienzo de una guerra en la que nadie saldría ganando.—¡¿No hay nada aquí para mí, Mía?! —repitió Leo con la expresión cargada de una decepción tan grande que a Mía se le empañaron los ojos.—¡No, no hay nada! —respondió llamando a una furia que necesitaba, pero que era desbancada constantemente por la tristeza y la impotencia—. ¡Te
—Mírame. ¡Amor, por favor, mírame!El tono en la voz de Leo era ansioso y preocupado mientras despejaba el rostro de la muchacha de mechones de cabello y dejaba suaves besos sobre su mejilla y las comisuras de su boca.Mía sintió sus labios calientes sobre la piel, y el roce suave de su barba sobre su cara. Abrió los ojos como pudo, dándose cuenta de que Leo estaba literalmente sosteniéndola en vilo contra su cuerpo, sobre uno de sus brazos, mientras con el otro trataba de hacerla reaccionar.—Mía… Mía, por favor… mírame.Clavó los ojos en los suyos y Mía de verdad no supo en cuál de los dos había más tristeza. Afirmó los pies en el suelo y no dijo nada mientras él la ayudaba a recuperar el equilibrio poco a poco.—Lo siento… normalmente no soy tan débil —murmu
Si había alguien a quien Mía quisiera y admirara con todo su corazón, era a su tío Alessandro. Después de todo, él era quien le había enseñado todo lo que sabía de rescate y salvamento; era quien la había puesto por primera vez detrás de los comandos de una lancha o de un helicóptero y la había enseñado a vencer el miedo.Así que por muy avergonzada que estuviera, por muy mal que se sintiera, la sonrisa de Alessandro Di Sávallo siempre calaba hondo en su corazón. Lo vio abrir los brazos para recibirla y no dudó ni un segundo en refugiarse entre ellos.—¡Princesa! ¡Cómo te he extrañado! —dijo Alessandro rodeándole la cara con las manos—. ¡Estás hermosa, preciosa…! ¡Ahh! ¡Si fuera pirata y tuviera veinte años menos te robaba, pero por el momento
—¿Qué piensas hacer? —preguntó Guido dejándose caer junto a Leo en aquel muelle.El día había pasado de una forma extraña y apenas estaba atardeciendo, pero sentían como si les hubieran pasado muchos años por encima.—La verdad tengo tanto con qué lidiar que no sé por dónde comenzar —respondió Leo—. Mía no ha querido estar ni un momento a solas conmigo y la verdad no sabría ni por dónde comenzar a… ¿convencerla? ¿Se supone que tengo que convencerla?—Creo que «conquistarla» sería la palabra más adecuada —aseguró su amigo—. Y no creo que sea fácil teniendo en cuenta todo lo que pasó entre ustedes. Además está el asunto de su compromiso con el tal Santiago… aunque no le vi ningún anillo puesto.—&iqu
Después de algunos días, se había convertido en algo normal ver pasar a Mía como una sombra. Siempre buscaba la manera de dejar a Liam un rato con Alessandro para que pudiera disfrutarlo, pero cada vez que Leo llegaba se aseguraba de desaparecer hasta que se hubiera ido.Primero a Leo le había parecido gracioso. Después le había preocupado. Luego se había puesto incómodo y finalmente le había costado, pero se había dado cuenta de que Mía no quería estar cerca de él. No quería hablar con él, no quería entender, escuchar o arreglar nada. Ni siquiera se había tomado el trabajo de preguntarle por qué se había mudado a la villa de al lado, como si nada le importara.La única constante era que cada vez que amanecía, la veía regresar de aquel muelle, con el monitor para escuchar a Liam en una mano y una
—¿Liam Di Sávallo? —llamó la enfermera sosteniendo la tablilla de las citas, y su sonrisa se borró en cuanto vio a cuatro personas levantarse detrás del bebé—. Eeeeh… ¿la mamá y el papá?Mía y Leo levantaron cada uno una mano rápidamente, como si estuvieran pidiendo permiso para hablar en clase y la enfermera levantó las cejas con una expresión risueña que no carecía de un poquito de ironía.—¡Primerizos… maravilloso! —murmuró haciendo que Sam y Guido se rieran al unísono y luego se miraran con odio—. Por aquí, por favor.Leo y Mía pasaron a la consulta del pediatra, que los recibió con la misma sonrisa tranquilizadora con que trataba a todos los papás primerizos. Le hizo algunas preguntas a Mía, pesó y talló al bebé, bromeando