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CAPÍTULO 1: LA MUJER PERFECTA.

CADENCE

El incesante y estridente sonido del despertador me taladra los oídos.

Gruño extendiendo mi brazo desde la cama y tanteando sobre la mesa de noche, doy con el botón de apagado del dichoso aparato.

En momentos como éste, siento que de verdad odio a Caleb.

Ayer tuve que quedarme hasta las once de la noche en la empresa, intentando solucionar el problema que él con solo una firma podría haber solucionado.

Intenté por todos los medios resolver a mi nombre, pero al final, me vi obligada a falsificar su firma.

Sé que será un problema cuando sepa que falsifiqué su firma… ¿pero qué otra cosa podía hacer?

Decidida a comenzar mi día, me pongo de pie rápidamente, estirándome y sintiendo cómo mi cuerpo extraña a gritos la cama.

Son las 5 a.m.

De seguro Caleb regresó pasadas las 3 a.m.

Doy una mirada al patio trasero, fijándome en la fuente que tanto le encanta al Sr. John, es su lugar para pensar. A menudo lo veo allí, caminando de aquí para allá o sentado en la orilla de la fuente, disfrutando de un buen libro.

Mi mirada se mueve un poco a la derecha y se posa sobre el rosal de Jhyn.

No debe tardar en salir a atenderlo.

Sonrío al ver mi reflejo en el cristal de la ventana.

Me veo saludable y feliz.

Nada parecida a cómo lucía cuando comencé a tener problemas con Caleb.

Nuestra infancia fue la mejor, pienso y recuerdo las fotos que tengo en mi tocador.

Las observo suspiro al observar las fotos que nos tomaban a Caleb y a mí cada vez que avanzábamos de nivel en la secundaria.

Hay una fotografía en específico que me encanta.

Es la fotografía de nuestra graduación.

En ella, yo sostengo en una mano el ramo de rosas que me dio el abuelo Matthew y con la otra intento mantener el birrete en su lugar.

Caleb está a mi lado (sosteniendo también su birrete con una mano), una tierna sonrisa adorna su boca mientras es capturado viéndome.

Viéndome con… amor.

Amor.

Una palabra tan corta, pero que para los humanos significa tanto.

El sentimiento por el que seriamos capaces de morir y por el que hoy podemos vivir.

El que puede ser nuestra libertad y al mismo tiempo nuestra cárcel.

En mi caso, ha sido la segunda.

Desde la adolescencia he estado condenada a vivir en un irremediable enamoramiento hacia mi hermano de crianza.

¿Cómo no iba caer profundamente enamorada de él si en nuestra adolescencia fue mi príncipe azul?

Era caballeroso, atento, le encantaba escucharme y encima, parecía disfrutar del hecho de compartir cada día conmigo.

Pero de pronto, todo cambió.

El príncipe azul se convirtió en el dragón de esta historia, pienso con ironía.

Decidida a tener un buen día, sacudo el humo de pensamientos sobre Caleb de mi mente y me pongo en marcha. Una vez que me encuentro aseada, decido juntar mis implementos de trabajo; mi tableta, la agenda física y mi teléfono celular.

Cuando me he asegurado de tener todo lo que necesito, salgo de la habitación.

Toco la puerta de la habitación de Caleb de manera insistente, no recibo respuesta y asumo que ni siquiera ha llegado a casa.

Espero que no llegue tan tarde al trabajo.

Caleb es un idiota, pero sin importar qué tan buena sea la fiesta, jamás llega tarde al trabajo.

En una ocasión llegó directamente de la fiesta al trabajo, y ni siquiera así, consiguió romper su récord de puntualidad.

Justo cuando estoy llegando al primer escalón, me consigo con Caleb que viene subiendo los escalones.

Chocamos y mis manos como acto reflejo se posan en sus pectorales desnudos.

Me siento estremecer.

El frunce el ceño, mira mis manos con el ceño fruncido y luego me da una mirada socarrona.

Yo me alejo rápidamente y le doy un empujón. El casi pierde el equilibrio, pero vuelve a estabilizarse agarrándose de mis caderas firmemente.

Mi cuerpo se pone rígido y de pronto él ríe con fuerza.

Pienso en saludarlo o soltarle una frase venenosa, pero cualquier palabra muere en mi boca al verlo bien.

Trae su botella de agua en la mano y una toalla pequeña se sostiene en su hombro.

Pero no es ninguna de estas cosas la que me deja sin habla, sino el hecho de que parece venir del gimnasio de la casa y no está usando nada más que unos shorts de entrenamiento ligeros, que están lo suficientemente abajo en sus caderas como para ver su v muy marcada y lo suficientemente cortos como para ver el grosor de sus muslos.

Intento subir la mirada pero me encuentro con sus abdominales.

Santa Madre Teresa de Calcuta.

¿Morí y subí al cielo?

¿Caleb es mi ángel personal del pecado o algo así?

Sacudo la cabeza de un lado a otro, aclarando mi mente y dejando atrás mis pensamientos. Intento formular una frase inteligente para cubrir la falla de conexión de mis neuronas, pero cualquier intento muere en mi mente cuando miro hacia los lados y noto que Caleb ya no está.

¿Estoy imaginando cosas?

M****a, ¿hace calor aquí o soy yo?

Me quito el blazer (que estoy usando sobre el vestido) mientras bajo las escaleras, intentando no dejar caer mis herramientas de trabajo.

Siento cómo el aire frío refresca la piel de mi espalda, que de pronto se siente bastante húmeda.

Bajo a la cocina y el movimiento de los trabajadores me hace salir del festival de pensamientos que me satura de emociones.

Cálmate, Cadence.

Recuerda que Jhyn puede oler cualquier cosa.

Mentiras, sentimientos, dudas, amor y despecho… Todo.

Mientras me siento en el desayunador, y observo algunos detalles del proyecto que planeo proponerle a Caleb, escucho el movimiento de la cocina como si fuera una música de fondo.

Alguien me deja un plato con pancakes, mantequilla y miel, yo agradezco mientras sigo hojeando el proyecto.

De pronto recuerdos de cuando recién llegué aquí me abordan, haciéndome pensar en qué habría sido de mi si no tuviera tanta suerte.

De no ser por Jhyn y la bondad del Sr. John, no sé dónde estaría.

—Mierda, ¿Quién se comió la tela que iba en la espalda de tu vestido, mujer?— la voz ronca de Caleb suena preocupada detrás de mí y me giro para encontrarme con su ceño fruncido, su mirada posada en mi espalda.

¿Mujer?

—Se llama escote, Caleb… —suelto la burla en su dirección. —De vez en cuando las mujeres también queremos lucir nuestros atributos. —digo con seriedad y él suelta una carcajada, pasando a mi lado en dirección a la cocina. El traje se le ajusta en todos los lugares correctos y deseo con todas mis fuerzas que se ponga feo y le salga panza.

Odio que se ría, porque luce aún más guapo.

Y pensar que hace unos minutos, solo usaba shorts… Shorts mortales.

—¿Cuáles atributos, Caddie? Si apenas dejaste de entrar en la categoría de “niña”. —se burla y yo intento continuar con mi desayuno, aunque sin mucho éxito.

Ouch.

¿Quién mejor que Caleb para subirme el autoestima?

Pasan uno minutos en los que lo oigo pedir lo que quiere para el desayuno a las cocineras y de pronto, regresa con un plato y se sienta a mi lado.

—Sobre el proyecto, quería preguntarte si te parece bien…—comienzo a decir, pero ni siquiera me presta atención.—Caleb…—llamo de nuevo y ni siquiera parpadea.

—¿Pero qué?...— comienza a decir mirando a la pantalla del teléfono y de pronto suena algo como un golpe y Caleb suelta una carcajada.

—Caleb, ¿podrías prestarme atención? ¡Es sobre el proyecto!— exclamo sintiéndome enfadada.

Dejaré pasar que se burle de mi ropa, o de mis gustos… pero ¿que me ignore sobre algo tan importante?, ¡no!

Frunce el ceño ante algo que lee en la pantalla y yo suspiro enojada, rindiéndome ante su inmadurez.

Lo veo manipular su teléfono por unos momentos y mi nerviosismo va en aumento.

De seguro que el metiche de su…

—¿Cuándo se supone que firmé un permiso de rescate?— pregunta en un gruñido y se me cae del tenedor el trozo de pancake.

Observo su expresión sintiéndome regañada.

Es exasperante.

¿Qué otra cosa podía hacer para no molestarlo en su fiestecita?

—No lo hiciste, Caleb. Obviamente, si ayer cuando surgió el problema no estabas en la empresa, no pudiste haber firmado nada.— digo de mal humor en su dirección.

—Entonces, ¿quién firmó a mi nombre?—gruñe levantando la voz.

Interiormente me encojo un poco, aunque por fuera me mantengo apacible.

—Yo, porque como alguien andaba de fiesta, tuve que solucionarlo por mis propios medios.— respondo de forma sencilla y me encojo de hombros ante su mirada malhumorada.

—Estaba a una llamada de distancia, Cadence.—dice y deja caer el teléfono sobre la mesa.

Tomo mi teléfono y entro al registro de llamadas.

Le señalo donde indica que le intenté hacer treinta y cuatro llamadas ayer.

—De hecho, parece que estabas a más de treinta y cuatro llamadas de distancia...—suelto irónicamente y lo veo dirigir la mirada a la mesa. — Perdóname, pero no tenía el tiempo para dedicarte cien llamadas que no ibas a atender porque estabas muy ocupado.— digo subiendo la voz y lanzo mi teléfono justo al lado del suyo en la mesa.

Caleb me mira a los ojos, luciendo muy molesto.

—Sabes muy bien que es algo delicado. Que un permiso de rescate puede ser un arma de doble filo. Conoces las reglas sobre…—dice, haciendo énfasis en sus palabras con el dedo sobre la mesa.

—Sí, Caleb. Ya lo sé, ahora dime con sinceridad, ¿qué rayos te gustaría que hiciera en una situación como ésta?—pregunto irritándome.—¡Tu padre me educó para solucionar cualquier situación! ¡Mi trabajo es procurar permanentemente el óptimo funcionamiento de la empresa!—gruño, tragándome el mar de palabrotas que quiero soltarle en el rostro para que se ahogue con ellas.

Caleb me mira como si le sorprendiera mi respuesta.

—Pues, mira que se lo tenía guardadito, la mujer perfecta…— comienza a refutar y yo le doy una mirada de pocos amigos.

Atrévete a…

—Quisiera saber, ¿qué está pasando como para escuchar que alguien, en su sano juicio, le alzó la voz a la cosa más dulce de ésta casa?—pregunta el abuelo Matthew entrando en el comedor.

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