Me encanta la miel de estos dos... pero deben ocurrir cosas a partir de ahora para fortalecer ese amor y ver de que estan hechos. Gracias por leer. Pueden comentar, reseñar y dar likes.
La mañana siguiente, Ana Paula despertó gracias al rumor de varios toquecitos sobre la puerta. Una mucama entró con una amable sonrisa instantes después. — Buenos días, señora. Esto ha llegado para usted — le dijo la mujer, dejando un paquete sobre la mesita del café. Ella se incorporó extrañada. — ¿Para mí? ¿Qué es? ¿Quién lo envió? — ¿Por qué no lo revisa usted misma? — sugirió gentil — Creo que allí tiene una nota. Ana Paula asintió. — Gracias. — Con permiso. Cuando se quedó sola, revisó recelosa el interior del paquete, preguntándose qué podría ser. Pronto sus ojos se iluminaron y una sonrisa de asombro y felicidad partió de la comisura de sus labios. Lápices de colores, muchísimos, tantos que había diferentes tipos de tonos de cada uno de ellos. También había papel especial de dibujo y todo lo necesario para explayar la imaginación. Una pequeña risa la asaltó. Enseguida lo sacó todo, emocionada, incrédula. Por último tomó la nota y la leyó en voz baja, ajena a que sus p
— ¿Tienes más noticias de mi hermano? ¿Está herido? — preguntó Elizabeth a Leonas. Él fue quien le avisó de lo sucedido al enterarse. — Habla, muchacho, por favor. ¿Dónde está mi hijo? — quiso saber Julia, al borde de la angustia. — He perdido comunicación con el helicóptero de camino a la mansión. No puedo rastrearlo. Lo único que puedo asegurarles es que Santos está vivo, así que voy a pedirles que, por favor, mantengan la calma — explicó el jefe de seguridad de los Torrealba, mostrándose tranquilo. — Pero ¿cómo fue que ocurrió algo así? — preguntó la abuela del CEO, ahora más serena, pues lo único que importaba es que su nieto estuviese bien, con vida. — Al parecer, el helicóptero en el que se trasladaría de Río de Janeiro a São Paulo perdió rumbo a causa de un temporal, aún no sé con exactitud. Ana Paula negó con la cabeza, asustada. Las manos de Laura tomaron las suyas, buscando darle calor y consuelo. Pronto el salón de la mansión estaba cubierto por un manto de súplicas y
Santos volvió al mediodía como había prometido. Su familia se había despertado hace un par de horas, así que lo recibieron ansiosas y felices de saber que él de verdad se encontraba bien, aunque estaba lesionado. — Cariño, qué alegría tenerte en casa. Estábamos tan preocupadas. — Estoy bien, madre — le aseguró, recibiendo besos en las mejillas —. ¿Dónde está Ana Paula? Quiero verla. — Está en su habitación. No ha querido descansar nada, así que es probable que la encuentres despierta. — De acuerdo, iré a verla — besó la frente de su madre, abrazó a su abuela y hermana y se dirigió a la habitación de su esposa. Entró sin tocar. Para su sorpresa, ella estaba dormida, pero en una mala posición en el sofá junto a la ventana. Seguro se había quedado profunda a la espera. Negó con una sonrisa, entonces se acercó y pasó sus brazos por debajo de sus piernas. Un leve quejido de dolor hizo que Ana Paula abriera ligeramente los ojos. Al principio creyó que flotaba en una nube, y que estaba
Esa noche, hicieron el amor como si fuese la primera vez que coincidían. La entrega por parte de ambos no solo fue absoluta, sino mágica y enloquecedora. No hubo prisas, tampoco dudas, pues eso había quedado atrás. Él la trató con demasiada dulzura y cariño, también con cuidado. Su embarazo ya estaba avanzado y sabía que podían incomodarla algunas posiciones. — Dime si te duele o incomoda — le pidió en algún momento, clavado en su interior. Su mirada fiera perdida en la suya. Se movía suave y lento, amortiguando todo el peso de su cuerpo con los codos. Ella negó. — Estoy bien… estoy perfecta — admitió en un tono apenas audible, casi rasposo. Su pecho subiendo y bajando. Su aliento entremezclándose con el suyo. — ¿Segura? Si quieres que pare… solo tienes que decírmelo. No quiero lastimarte. — No, ah, Dioooos, no — jadeó largo. Se sentía poseída, hechizada por un ser superior a ella. Él la tomaba de una forma en la que nunca creyó sería posible. Se sentía tan adorada. — Eres perfe
— ¿No piensas decirme nada más? — preguntó, contenido, después de largos segundos en los que simplemente se miraron a la cara — Habla, Ana Paula, por favor — casi se vio a sí mismo rogando, suplicando, para que todo aquello tuviese una explicación. La pobre Ana Paula abrió la boca, de verdad estaba desconcertada. — Yo… yo… no entiendo nada. No entiendo qué hace ese mensaje allí. — ¿Y tampoco sabes cómo se enviaron las respuestas? — preguntó en un tono irónico, aunque dolido, y continuó leyendo — Las cosas están un poco tensas por aquí, debo fingir que estoy preocupada y unirme a la familia. — Pero yo… — Ah, y la mejor parte viene aquí — mencionó, riendo sin gracia —: Ciertamente debemos idear un nuevo plan que me convierta en la viuda de Torrealba cuanto antes. Ella negó. — Santos… — Solo dime que tienes una explicación lógica para esto, solo… dime algo — le pidió, pero ella solo lo miró sin saber qué decir —. Tu silencio es demasiado esclarecedor. — No es eso, es solo que… Sa
Durante el traslado, ella no paró de quejarse y llorar, provocando que con cada lamento el corazón del CEO se comprimiera más y más. — Me duele. Me duele mucho la cabeza. Auch, ya no aguanto — lloró, negando y sosteniéndose la cabeza con mucha fuerza. — Tranquila, tranquila. Estamos llegando — le susurró él, angustiado, importándole poco nada que no fuesen ella y el bebé en ese momento. Saberla sufriendo de ese modo, era insoportable, casi asfixiante. — ¡No puedo! ¡No puedo! ¡Ayúdame! — rogó, ya sin aliento. Todo el esfuerzo que estaba haciendo en ese momento era por su hijo. Su pequeña razón de ser. — Es lo que estoy haciendo — tomó sus manos y le besó con amor cada uno de los nudillos —. Solo aguanta un poco más, solo un poco. Ella asintió, pero todo de ella temblaba de dolor. Estaba haciendo un esfuerzo sobrehumano. Sentía que iba a desfallecer. — ¡Auch! ¡Auch! — seguía sollozando, mientras él la adornaba con caricias y besos suaves, tranquilizadores. Tan pronto llegaron, Br
Mientras se acercaba a la habitación, se escuchaban lamentos y sollozos. — ¡Mi bebé! ¿Dónde está mi bebé? Santos entró a la habitación, notando cómo dos doctores intentaban mantenerla en control. — ¡Déjenla! — exigió, molesto de que le pusieran una mano encima. Los doctores hicieron paso — ¡No pago una fortuna en este hospital para este tipo de trato! — Solo intentamos tranquilizarla por su bien, señor. — Me importa un carajo — gruñó antes de acercarse a ella. — ¿Qué hicieron con mi bebé? — sus ojos grises estaban inundados de lágrimas y miedo. — Tranquila, está bien, tuvieron que hacerte una cesárea porque te complicaste — le explicó con cariño. Ella lo miró recelosa. — ¿Y por qué no me dejan verlo? ¿Dónde está? ¡Por favor tráemelo! — Está en una incubadora. Pero es por su bien. — ¿Qué? Pero… ¿Por qué? ¡No! ¡Quiero verlo! ¡Quiero ver a mi bebé! — Tranquila, por favor, no te hace bien. Pronto podrás verlo, pero si sigues así de alterada, solo atrasarás ese momento. Te prome
El siguiente par de días que Ana Paula se mantuvo en observación, las mujeres Torrealba estuvieron allí, acompañándola, sobre todo Julia, que se mostró feliz por el nacimiento del bebé y preocupada por su estado de salud a partes iguales. Le llevaron todo lo necesario para que ella pudiera asearse y estuvieron a su disposición todo el tiempo, sobre todo cuando le llevaban al bebé por algunas horas durante el día; sin embargo, la joven madre primeriza apenas quería separarse de su bebé cuando gozaba de la maravillosa oportunidad de tenerlo en brazos. Para el tercer y cuarto día, ya la habían trasladado a una habitación con más comodidades que parecía más bien una pequeña suite y fue alquilada por su esposo, aunque eso, por órdenes de él, ella no lo sabía. Para el quinto día le dieron la noticia. Podría dar pecho a su bebé porque ya no iban a administrarle más medicamentos, y aunque fue un acto de puro instinto, se le complicó un poco, incluso le dolió, pero en ella estuvo toda la dis