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Después de las últimas observaciones del doctor, volvieron a la mansión. La madre del CEO decidió irse con el chofer y dejó que el joven matrimonio volviera juntos con la esperanza de que pudieran hablar y arreglar sus diferencias. Cosa que no sucedió. Santos se mostró todo el tiempo reservado e indiferente. Ella tampoco dijo una sola palabra en todo el camino, y decidió ir en la parte de atrás porque no quería perderse un solo segundo lejos de su bebé. Estaba tan embelesada. Todavía no podía creer que había traído al mundo al ser más hermoso y perfecto que hubiese visto jamás en su vida. Era un sueño. Un sueño hecho realidad. — Sí, eres perfecto — le decía con cálida voz, rebosada de dulzura, ajena a que él la observaba por el espejo retrovisor con amor envenenado. Tan pronto llegaron a la mansión, Laura y Elizabeth ya los esperaban, también la pequeña Raquel, que estaba feliz por conocer al fin a su primo. — Vamos adentro, querida, debes estar cansada. Traer un hijo al mundo e
Más días pasaron y ella se recuperaba con increíble rapidez. Parecía haber florecido. Su belleza se había transformado y ya no era la misma, pues aquella nueva etapa de su vida definitivamente le había sentado de maravilla. Él no pudo evitar notarlo, y a pesar de que había puesto una enorme barrera entre ellos y procuraba evitarla todo el tiempo, por las noches era distinto. Asaltaba su habitación cuando la sabía dormida y la contemplaba como un idiota por horas interminables. Entre las seis y siete de la noche, que era cuando ella iba a su habitación para ducharse y cambiarse de ropa, él aprovechaba para pasar tiempo con el pequeño; de resto, era ella quien acaparaba todas las horas. Matilde había sido de gran ayuda. Las mujeres de su familia también. Estaban fascinadas con el bebé y lo visitaban a diario. Ana Paula nunca se mostró egoísta o recelosa, incluso, algunas veces, él la escuchaba reír de cualquier cosa con su hermana, abuela y madre. Por otro lado, el vínculo y la conex
Un horrible escalofrío recorrió la piel de Ana Paula. Se giró horrorizada. — ¿Qué? — ¿Pensabas que ibas a irte con el niño? — inquirió de forma irónica, aunque en el fondo dolido, asustado por cómo serían sus días sin esa cínica mujer. — Es mi hijo — sentenció con fuerza —. No me lo quitarás. — No, porque fuiste tú quien me lo cedió. — ¿Qué? ¡No! ¡Yo jamás hice eso! — Esto dice lo contrario — alzó el sobre que tenía en su mano y se lo mostró —. Ábrelo. Temerosa, Ana Paula obedeció. Sacó del interior un papel que enseguida se puso a leer, y no se escandalizó hasta ver su firma al final, donde señalaba que entregaría a su hijo al nacer y ella se desentendería completamente. Alzó el rostro y lo miró asustada. — ¿Qué… qué es esto? ¡Yo no firmé esto! — Lo hiciste el día de nuestra boda. — ¡No! ¡Pero…! — ahogó un jadeo al recordar. Había firmado varias páginas sin leer detenidamente, pues pensó que solo era un trámite — ¡No, no, no! ¡No puedes hacerme esto! ¡Me llevaré a mi bebé!
Ana Paula abandonó la mansión completamente turbada, con el corazón desgarrado y la última con el recuerdo de la última imagen de su bebé doliéndole por montones. Era eso o la cárcel, le había dicho él, y aunque cualquier cosa hubiese sido mejor que arrebatarle al hijo de sus entrañas, sabía que tras las rejas, acusada por los delitos de los que sabía era inocente, no conseguiría pelear por su bebé. Caminó durante horas, perdida y silenciosa, arrastrando el alma con las suelas de sus zapatos y una horrible desazón, quemando lo más profundo de su ser. Se detuvo a los pies de su nuevo edificio con la esperanza de que aún no hubiesen alquilado la habitación en la que solía vivir, pero al parecer el antiguo dueño había vendido la propiedad y ahora su antiguo “hogar” era una pequeña bodega de almacenamiento. ¿Y ahora qué haría? No tenía nada. Estaba tan sola. Se sentó a la orilla de las escaleras de aquel viejo y desgastado edifico y comenzó a revisar sus pertenencias esperando consegu
Esa noche, ninguno de los dos pudo conciliar el sueño, y es que a pesar de estar viviendo cada uno su propia realidad, compartían el mismo sufrimiento. Santos se refugió en la habitación de su hermano durante horas, completamente descompuesto, no podía creer que todo aquello estuviese siendo ocurriendo. Estaba viviendo una pesadilla. Por su lado, Ana Paula no se sentía muy diferente, y es que desde que esa mujer le contó una parte de su vida que ni ella misma sabía, todo empeoró. — ¿Por qué no descansas un poco, muchacha? En la habitación tienes toalla y sábanas limpias — le había dicho aquella mujer después de haberla estado observando durante un largo rato por la ventana, abrazada a sí misma. Ana Paula se limpió las lágrimas que aún rodaban por sus mejillas y alzó el rostro. — Todavía no puedo creer todo lo que me ha dicho — murmuró, desconcertada. La amable mujer suspiró y le pasó un té caliente que le había preparado. Ella lo aceptó por cortesía, pero la realidad es que nada
Con asombrosa rapidez, el corazón del CEO Torrealba comenzó a latir desmesuradamente, y con cada línea que leía, su visión se volvió más borrosa. Se tuvo que aferrar al respaldo de una silla para no caer.Despacio, alzó el rostro, sus ojos estaban abiertos de par en par.— ¿Leonas? — llamó, no, más fue una advertencia — ¡Explícame qué diablos significa esto! Leonas negó con la cabeza; avergonzado, sin saber que decir. Se sentía culpable. Demasiado.— Ya se lo dije, señor, he cometido un grave error y creo que usted mismo puede verlo — dijo entre dientes.Santos pasó un trago y evitó mirarlo por un segundo, intentando concentrarse y controlar el ritmo adecuado de su respiración, pues sentía que iba a sufrir de un jodido paro cardiaco en ese momento. — No, no, no puede ser cierto — musitó en un tono de voz que se llevó el viento, y encolerizado, tomó a su jefe de seguridad del cuello — ¡Dime que no es verdad lo que dice allí! ¡Dime que Ana Paula ha sido todo lo que la he acusado duran
“Querida esposa, perdóname”. Aquellas fueron las últimas palabras que escuchó Ana Paula antes de sentir que las fuerzas la abandonaban y perdiera el conocimiento. Minutos más tarde, despertó de a poco, completamente desorientada. Primero experimentó un pequeño dolor de cabeza y luego una sensación de pesadez. — Auch! — se quejó levemente, preguntándose qué le había ocurrido. — ¿Ana Paula? — alguien llamó, y tan pronto ella reconoció aquella voz, sus ojos se abrieron de infarto. — ¿Qué estás haciendo aquí? — preguntó al incorporarse, inspeccionando rápido a su alrededor. Estaban en la habitación. Se escandalizó — ¿Cómo llegué aquí? — Yo te traje. — ¿Por qué? ¿Con qué derecho? — Te has desmayado, ¿no recuerdas nada? — le preguntó él a cambio, seriamente preocupado. Hace apenas un día había dejado la mansión y parecía que fueron cien años los que pasaron sobre ella. Tenía ojeras profundas y una tristeza en los ojos que no iba a poder perdonarse jamás, pues todo era su culpa. Su
Tan pronto aquella preciosa joven entró a la habitación en la que se encontraba su pequeño hijo y lo tomó en brazos, sintió que el alma regresaba a su cuerpo. — Oh, mi pequeño — sollozó sin poder evitarlo, notando que estaba muy caliente, eso la inquietó muchísimo. Estaba tan pequeño e indefenso. Una enfermera se asomó por la puerta un segundo después. Ella alzó el rostro, informándole enseguida. — Tiene mucha temperatura — expresó con lágrimas en los ojos. — Ya le dimos lo necesario para bajarla. — ¿Hace cuánto? — quiso saber, desconfiada. — Treinta minutos, cuarenta quizás. Ella negó. — Debería haberle bajado desde entonces. Tienen que hacer algo más — pidió, asustada y nerviosa, meciendo a su bebé. La mujer la miró con recelo y suspiró largo. — ¿Intenta decir que no hacemos nuestro trabajo? — No, no he dicho eso, es solo que… — Es solo que está insinuando lo que no debe — interrumpió de forma áspera —. Entrégueme al bebé, por favor. — ¿Qué? ¿Por qué? — ¿Quiere que le