Gracias por leer, y para las que aun no han leído el mensaje que deje, mi computadora murio, asi que mientras la arreglan o compro una, estoy escribiendo desde el teléfono y es complicado. Espero normalizarme pronto. No olviden comentar, reseñar y dar like
Tan pronto aquella preciosa joven entró a la habitación en la que se encontraba su pequeño hijo y lo tomó en brazos, sintió que el alma regresaba a su cuerpo. — Oh, mi pequeño — sollozó sin poder evitarlo, notando que estaba muy caliente, eso la inquietó muchísimo. Estaba tan pequeño e indefenso. Una enfermera se asomó por la puerta un segundo después. Ella alzó el rostro, informándole enseguida. — Tiene mucha temperatura — expresó con lágrimas en los ojos. — Ya le dimos lo necesario para bajarla. — ¿Hace cuánto? — quiso saber, desconfiada. — Treinta minutos, cuarenta quizás. Ella negó. — Debería haberle bajado desde entonces. Tienen que hacer algo más — pidió, asustada y nerviosa, meciendo a su bebé. La mujer la miró con recelo y suspiró largo. — ¿Intenta decir que no hacemos nuestro trabajo? — No, no he dicho eso, es solo que… — Es solo que está insinuando lo que no debe — interrumpió de forma áspera —. Entrégueme al bebé, por favor. — ¿Qué? ¿Por qué? — ¿Quiere que le
— Dígame, doctor — dijo cuando entraron al consultorio. El hombre tomó una profunda respiración y se giró. — Su esposa tenía razón respecto a la enfermera — espetó, un tanto apenado. Santos entornó los ojos. — ¿A qué se refiere exactamente? Enseguida, el hombre lo puso al tanto de todo. La mujer había querido administrarle un líquido mortal al bebé. El pulso del CEO se disparó súbitamente. — ¡¿Cómo es posible que algo así suceda en un hospital de este nivel?! — exigió saber, molesto — ¡¿Dónde está?! ¡¿Dónde está esa mujer?! — No se preocupe, señor, ahora mismo las autoridades vienen de camino y los guardias la tienen retenida. — ¿Dónde? — Señor… — ¡Dígame! — La tienen en el cuarto de cámaras de vigilancia — confesó, y sin esperar a más, él se dirigió hasta allí. Entró como alma que llevaba el diablo. La mujer abrió los ojos ante la presencia masculina. — ¿Quién te mandó? — fue lo primero que preguntó, pues sabía que esto no podía ser obra de una simple enfermera. — Señor
El reencuentro entre Ana Paula y Braulio dio paso a una pequeña conversación que hizo que Santos Torrealba sintiera la sangre hervir por su torrente sanguíneo. Sin embargo, no fue aquello lo que tanto le fastidió, sino la dulce y genuina sonrisa de su esposa que ya no le dedicaba a él, sino a aquel supuesto doctorcito. — No volví a verte, de hecho, muchas veces te busqué, pero… más nunca supe de ti — comentó el hombre con nostalgia. Ana Paula torció el gesto y se ocultó un mechón de cabello detrás de la oreja. — Sí, bueno, lo que pasa es que… ya no pude seguir estudiando. — Entiendo, pero… ¿Qué ha sido de tu vida? ¿Es tu hijo? — preguntó, refiriéndose al pequeño César. — Sí, es mi bebé — respondió con orgullo. Braulio alzó las cejas, gratamente sorprendido. — Entonces… ¿Te casaste? — quiso saber, desesperanzado. Ana Paula abrió la boca y la cerró tan pronto sintió la posesiva mano de Santos rodearla por su cintura y pegarla fieramente a él. Ella intentó alejarse, pero él lo imp
Sin darse cuenta, en la habitación de su bebé, Ana Paula se quedó profundamente dormida. Despertó gracias al rumor de una canción de cuna. Se asombró al ver que Santos cargaba a su hijo en brazos, y lo mecía con muchísimo cariño. Al principio no pudo evitar quedarse atontada, mirándolo, hasta que sus ojos se cruzaron. Ella parpadeó, ruborizada. — Lo siento, me quedé dormida — murmuró, incorporándose. Él sonrió, maravillado. Se veía genuina y preciosa. — No te preocupes, te veías agotada y no quise molestarte. — ¿Tiene mucho rato que se despertó? — quiso saber, alzando el rostro. — Casi nada. ¿Quieres cargarlo? — le preguntó, sabiendo su respuesta. Ana Paula tomó a su bebé en brazos, pero antes, el pequeño vomitó un poco sobre la camisa del CEO. — Dios, lo siento — se disculpó ella, un tanto avergonzada —. Déjame limpiarte. — Tranquila, yo puedo hacerlo — dijo al tiempo que se sacaba la camisa por los hombros. Los ojos de Ana Paula barrieron la anatomía masculina sin poder ev
Llegó a la mansión minutos más tarde de aquella llamada. Parecía un león enjaulado. Un felino. Su corazón latía desmesurado y su mente daba vueltas, pensando lo peor. Tan pronto vio al guardia que lo llamó, se fue hacia él, y sin pensarlo, lo tomó del cuello de la camisa, eufórico. — ¡¿Dónde están Ana Paula y el niño?! — exigió saber. Al principio, el hombre se quedó pasmado y pasó un amargo trago. — ¡Señor, yo…! — ¡Tenías una sola cosa que hacer! ¡Te encomendé la seguridad de esta casa y mi gente! — lo zarandeó — ¡¿Cómo carajos ha podido suceder algo así, ah?! ¡¿Para eso les pago?! ¡Responde, con un demonio! Al ver que su guardia de seguridad no tenía respuesta alguna, lo soltó, sintiendo que le faltaba el aire. — ¡Hijo! ¡Hijo! — su madre bajaba las escalinatas. Estaba todavía en bata, asustada y llorando. Ya se había enterado de lo ocurrido — ¡Ana Paula y el niño! — sollozó al llegar hasta él. Santos hizo acopio de toda su entereza para no venirse abajo, pues en ese momento,
Santos Torrealba sintió que parte de su alma regresaba a su cuerpo cuando salió por la puerta y vio, a lo lejos, que Ana Paula y el bebé entraban por la verja. Corrió hacia ellos, y para su sorpresa, ella también lo hizo. — ¡Ana Paula! — llamó con fuerza. — ¡Santos! — ella saltó a sus brazos y se refugió entre lágrimas en sus brazos, rodeándolo con fuerza. — ¿Estás bien? ¿Les hicieron algo? — fue lo primero que necesitó saber, así que se alejó un par de centímetros y la tomó del rostro, examinándola rápidamente y extrañándose de pronto. Era como si fuese ella y su corazón no la reconociera. — Sí, sí, estoy bien, pero fue horrible — sollozó. En eso, se acercó la madre del CEO, quitándole al pequeño de los brazos. Ella no opuso resistencia, ni siquiera se inmutó o prestó atención a quien le arrebataba a su hijo, lo que inquietó más al hombre, pues sabía lo recelosa que era Ana Paula con Cesar ante quien sea. La miró profundamente a los ojos. Ella pasó un trago. — ¿Qué? ¿Qué pas
— ¿Qué? ¡No! ¡Pero…! — Ana Leticia intentó zafarse, pero el agarre del CEO fue más fuerte. La incorporó de mala gana. — ¡Vístete! — le ordenó. Al saberse descubierta, la mujer lo miró con desprecio y se comenzó a poner la ropa de mala gana. — No sé qué le viste a la insípida de mi hermana, pero puedo asegurarte que ella jamás te dará lo que yo sí. Él rio de forma burlona. No se desgastaría. Y en eso se escucharon las sirenas de la policía. Mientras tanto, en ese lugar oscuro, el frío seguía azotando el cuerpo de Ana Paula sin piedad. Con esfuerzos había conseguido llegar a la cama y cubrir sus hombros con una frazada, pero no era suficiente, su cuerpo no lo soportaba. ¿Qué clase de lugar era ese? Ya había anochecido, lo supo porque el último atisbo de claridad que entraba por una rendija de la ventana se había difuminado. De repente, en medio de aquel horrible silencio, en el que solo escuchaba sus labios castañear, escuchó pasos y voces. Alzó el rostro, alerta, y se arrastró
Al llevarla de regreso a la habitación, las toallas ya estaban allí, así que la envolvió y buscó entre sus pertenencias una camisa y un pantalón de algodón que le quedase como pijama. La ayudó a vestirse y ella no opuso resistencia. — Quiero… ver… a mí… bebé — pidió en una súplica. — An… — Por favor — rogó, llorosa. — Está bien, tranquila, no llores. Pediré a mi madre que lo traiga. Ella asintió. Minutos más tarde, subieron al pequeño César. Él lo colocó delicadamente en sus brazos. — Dime si no puedes sostenerlo más y te ayudo, ¿de acuerdo? — le dijo, preocupado. Ella solo sonrió, y sacó fuerzas de donde no tenía para pegarlo a ella con protección y cariño. — Hola… bebé — musitó, más tranquila ahora que lo veía y lo sentía pegado a ella. Bruno llegó y subió a la habitación rápidamente. Santos le explicó lo ocurrido, y a pesar de que este se sorprendió, no perdió tiempo y comenzó a examinarla. Tenía el pulso muy débil y, por sus ojos, parecía drogada, así que le sacó una mue