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Al llevarla de regreso a la habitación, las toallas ya estaban allí, así que la envolvió y buscó entre sus pertenencias una camisa y un pantalón de algodón que le quedase como pijama. La ayudó a vestirse y ella no opuso resistencia. — Quiero… ver… a mí… bebé — pidió en una súplica. — An… — Por favor — rogó, llorosa. — Está bien, tranquila, no llores. Pediré a mi madre que lo traiga. Ella asintió. Minutos más tarde, subieron al pequeño César. Él lo colocó delicadamente en sus brazos. — Dime si no puedes sostenerlo más y te ayudo, ¿de acuerdo? — le dijo, preocupado. Ella solo sonrió, y sacó fuerzas de donde no tenía para pegarlo a ella con protección y cariño. — Hola… bebé — musitó, más tranquila ahora que lo veía y lo sentía pegado a ella. Bruno llegó y subió a la habitación rápidamente. Santos le explicó lo ocurrido, y a pesar de que este se sorprendió, no perdió tiempo y comenzó a examinarla. Tenía el pulso muy débil y, por sus ojos, parecía drogada, así que le sacó una mue
La ayudó a alimentarse, y a pesar de que tenía el estómago revuelto y sentía que no podía pasar bocado, hizo un gran esfuerzo por llevarse a la boca más de un par de bocados. — Ya… no quiero más — musitó con dulzura. — Solo te falta un poco. — Pero… — Por favor, An — le pidió, sin poder evitar mirar sus ojos. Ella aceptó, obediente, un par de bocados más, hasta que sintió que si seguía le vendrían arcadas y él paró. — Gra…cias — le dijo ella con sinceridad. Él la miró un tanto extrañado. — ¿Por qué? — Creí que nunca regresaría… que no volvería a estar con mi hijo. Santos Torrealba miró a esa hada con nostalgia y culpa. Había pasado por tantas cosas… y muchas de ellas eran por su jodida culpa. Dejó el plato casi vacío en la mesilla y dedicó toda su atención a ella. — No pienses ya en eso — suspiró largo —. Nadie, ni siquiera yo… volverá a separarte de César. Eres su madre y nadie más que tú, tiene derecho sobre él. Ana Paula sintió tranquilidad ante aquellas palabras, y por
Cuatro semanas después, ella ya era la misma, incluso más alegre y llena de vida. El pequeño César había sido parte de aquella increíble recuperación, así como también las bondadosas mujeres de aquella familia, que después de largas y profundas conversaciones, descubrieron que todas habían sido unas víctimas de las atrocidades de otros. Ana Paula, por supuesto, sentía un poco de culpa por lo que había hecho su hermana; sin embargo, ellas todo el tiempo se encargaron de dejarle saber que no había nada por lo que sentirse culpable, al contrario, le pidieron que les contara como habían sido aquellos días con César, así lo sentían un poco más cerca. Físicamente, la preciosa joven se veía distinta. Sus mejillas habían recuperado ese sonrojo especial y aquellos ojos grises volvían a brillar. El juicio de Ana Leticia fue rápido. Todo la incriminaba y le dieron varios largos años de cárcel. No volvería a ser joven para vivir en libertad. Eso la tuvo días un tanto triste y afligida, pero se
Elizabeth no supo cuánto tiempo le tomó en reaccionar, pero, cuando lo hizo, sintió que le comenzaba a faltar el aire. Se llevó las manos al pecho, respirando con dificultad. — ¿Beth? — la voz de Leonas la hizo alzar el rostro — ¿Estás bien? Él la miró extrañado. Estaba pálida. Durante las últimas semanas había respetado su decisión de mantener las distancias; sin embargo, sus sentimientos por ella seguían allí, clavados en lo más profundo de su ser. — Mi… hija — consiguió decir. Leonas no comprendía, miró a su alrededor, prestando atención a los detalles. Sus ojos se abrieron ante la sospecha. — ¿Qué pasa con Raquel? ¿Dónde está? — Se la ha llevado — musitó, al borde del llanto —. ¡Renato se ha llevado a mi hija! ¡Me ha dejado un mensaje burlándose el muy desgraciado! A pesar de la conmoción que asaltó al jefe de seguridad de los Torrealba y la impotencia que lo sacudió, no perdió un segundo de tiempo. ¡Ese hijo de put4 había logrado escabullirse en la mansión! ¡No entendía có
La visita a la madre de Ana Paula, en el centro de rehabilitación, fue muy emocional. La mujer se mostró conmovida y feliz por conocer a su nieto, aunque arrepentida por haberle dado la espalda en un momento donde más su hija la necesitaba. — Hija, lamento tanto no haber estado para ti — se disculpó con lágrimas —. No fui una buena madre, pero… estaba tan asustada de ver que te pudieras convertir en la clase de persona que era yo — tomó sus manos. La jovencita también lloraba —. Me alegra que hayas encontrado tu camino y que no hayas terminado como tu hermana. Ana Paula torció el gesto. En eso, una enfermera llegó. La visita había terminado. — Vendré pronto a verte — le aseguró. — No te preocupes por mí. Yo estaré bien ahora que sé que tú lo estás… y que tienes personas a tu alrededor que te quieren — se refería a la familia Torrealba, pues ella misma le comentó que la habían acogido con mucho cariño. — De todas formas, quiero que salgas pronto de aquí. ¿Pondrás de tu parte para e
— ¡Señora, por favor! ¡Es importante lo que voy a decirle! Elizabeth miró a uno de los hombres que le desgraciaron la vida con odio profundo. Después alzó el rostro y observó a su hermano. — Llévatelo de aquí. — ¡Señora, yo pagaré por lo que hice! ¡Déjeme hablar con usted y luego aplíquenme el castigo que sé que merezco! — pidió sincero, consiguiendo que Elizabeth pasara un trago, lo pensara y terminara asintiendo. — Bien, te escucharé. — Beth… — advirtió Santos. — Solo deja que hable y después que vengan por él. Sin más remedio, su hermano asintió. El hombre se incorporó, avergonzado, y se acercó a Elizabeth a la distancia que ella permitió. — ¿Qué quieres? — Señora… no sé qué cambie esto para usted, pero, es respecto a lo que pasó hace años — cuando mencionó aquello, los horribles recuerdos asaltaron a una Elizabeth que hizo un increíble esfuerzo por apartarlos —. Y quiero decirle que estoy profundamente arrepentido, y que enfrentaré a la justicia por el daño irremediable q
Como todos decidieron pasar la noche en el hospital hasta saber que la pequeña Raquel estuviese fuera de peligro, Santos Torrealba alquiló varias suites para la comodidad de su familia. — ¿Estás segura de que vas a estar bien aquí? — preguntó a Ana Paula, que cambiaba a su bebé. Ella asintió con una suave sonrisa. — ¿Cómo está Raquel? ¿Qué dicen los médicos? — Está fuera de peligro ya, pero permanecerá en observación para evaluar su progreso. La joven madre suspiró, aliviada. — Me alegro. Es una niña inocente que no merecía pasar por algo así. ¿Cómo un padre puede hacerle eso a su propia hija? — se preguntó, de verdad desconcertada. Santos terminó de entrar a la habitación. — En realidad… acabamos de enterarnos de algo — ella alzó el rostro —. Renato no es el padre de Raquel. Los ojos de Ana Paula se abrieron. Enseguida él la puso al tanto de todo. — Entonces… ¿Leonas es el verdadero padre de Raquel? — él asintió, todavía era una noticia que procesar — ¿Y qué pasará con Renat
Una semana y media después, la pequeña Raquel ya presentaba afortunadas mejorías, y tan solo un par de días más tarde, les dieron la noticia: Estaba oficialmente fuera de peligro. — Entonces… ¿Ya puedo volver a casa, doctor? — preguntó la niña con alegría, recostada sobre sus almohaditas. El doctor y Elizabeth y rieron. — Sí, pequeñita, pero debes cuidarte mucho e ir con calma. — ¡Yupi, sí, ya quiero volver a casa con mi abuelita, mi bisa, mi tío Santos, mi tía Pauli y mi primito César! — incluyó a cada uno con emoción. En eso, entró Leonas. Él no se había movido de ese hospital por ningún motivo, y cuando lo hacía, no demoraba en volver. Los ojos de la dulce Raquel se iluminaron en cuanto lo vieron. — ¡Leonas! — estiró los brazos — ¿Si escuchaste lo que dijo el doctor? ¡Ya podré volver a casa! — Eso es una excelente, noticia, pequeña — besó su frente y alzó una pequeña bolsa —. Mira lo que te traje. Helado, galletas y su fruta favorita. Detrás de él… un gran peluche que hicie