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— ¡Señora, por favor! ¡Es importante lo que voy a decirle! Elizabeth miró a uno de los hombres que le desgraciaron la vida con odio profundo. Después alzó el rostro y observó a su hermano. — Llévatelo de aquí. — ¡Señora, yo pagaré por lo que hice! ¡Déjeme hablar con usted y luego aplíquenme el castigo que sé que merezco! — pidió sincero, consiguiendo que Elizabeth pasara un trago, lo pensara y terminara asintiendo. — Bien, te escucharé. — Beth… — advirtió Santos. — Solo deja que hable y después que vengan por él. Sin más remedio, su hermano asintió. El hombre se incorporó, avergonzado, y se acercó a Elizabeth a la distancia que ella permitió. — ¿Qué quieres? — Señora… no sé qué cambie esto para usted, pero, es respecto a lo que pasó hace años — cuando mencionó aquello, los horribles recuerdos asaltaron a una Elizabeth que hizo un increíble esfuerzo por apartarlos —. Y quiero decirle que estoy profundamente arrepentido, y que enfrentaré a la justicia por el daño irremediable q
Como todos decidieron pasar la noche en el hospital hasta saber que la pequeña Raquel estuviese fuera de peligro, Santos Torrealba alquiló varias suites para la comodidad de su familia. — ¿Estás segura de que vas a estar bien aquí? — preguntó a Ana Paula, que cambiaba a su bebé. Ella asintió con una suave sonrisa. — ¿Cómo está Raquel? ¿Qué dicen los médicos? — Está fuera de peligro ya, pero permanecerá en observación para evaluar su progreso. La joven madre suspiró, aliviada. — Me alegro. Es una niña inocente que no merecía pasar por algo así. ¿Cómo un padre puede hacerle eso a su propia hija? — se preguntó, de verdad desconcertada. Santos terminó de entrar a la habitación. — En realidad… acabamos de enterarnos de algo — ella alzó el rostro —. Renato no es el padre de Raquel. Los ojos de Ana Paula se abrieron. Enseguida él la puso al tanto de todo. — Entonces… ¿Leonas es el verdadero padre de Raquel? — él asintió, todavía era una noticia que procesar — ¿Y qué pasará con Renat
Una semana y media después, la pequeña Raquel ya presentaba afortunadas mejorías, y tan solo un par de días más tarde, les dieron la noticia: Estaba oficialmente fuera de peligro. — Entonces… ¿Ya puedo volver a casa, doctor? — preguntó la niña con alegría, recostada sobre sus almohaditas. El doctor y Elizabeth y rieron. — Sí, pequeñita, pero debes cuidarte mucho e ir con calma. — ¡Yupi, sí, ya quiero volver a casa con mi abuelita, mi bisa, mi tío Santos, mi tía Pauli y mi primito César! — incluyó a cada uno con emoción. En eso, entró Leonas. Él no se había movido de ese hospital por ningún motivo, y cuando lo hacía, no demoraba en volver. Los ojos de la dulce Raquel se iluminaron en cuanto lo vieron. — ¡Leonas! — estiró los brazos — ¿Si escuchaste lo que dijo el doctor? ¡Ya podré volver a casa! — Eso es una excelente, noticia, pequeña — besó su frente y alzó una pequeña bolsa —. Mira lo que te traje. Helado, galletas y su fruta favorita. Detrás de él… un gran peluche que hicie
Después de ese día, Santos Torrealba se había propuesto reconquistar el corazón de la mujer que amaba, y por eso, sin falta, cada mañana desde entonces, llamaba a su puerta antes del desayuno para invitarla a compartir la mesa en el jardín solo ellos tres. Julia Torrealba, quien fue cómplice de aquella romántica idea, se encargó de tenerlo todo listo para ellos, con diferentes aperitivos y una preciosa decoración a la sombra de un gran árbol que incluía un pequeño corral para César en el césped, y todo lo necesario para que tuvieran una mañana agradable. El primer día, Ana Paula se mostró asombrada y de mejillas rojas. — ¿Esto es para nosotros? — preguntó al ver las dos sillas. Una en cada extremo de la pequeña mesa. — Sí, a menos que no quieras y… — No, no, está perfecto. Me gusta. El corazón del CEO se infló, así que sin perder tiempo, la invitó a sentarse, y además de los panecillos, el jugo y la fruta, compartieron risas y comentarios sobre lo rápido que estaba creciendo el p
Después de una hora y media de camino, llegaron a un pequeño bote a la orilla de un lago. — ¿Qué es esto? ¿Qué hacemos aquí? — le preguntó ella, un tanto desconcertada al bajar del asiento copiloto del auto. — Confía en mí — le pidió, extendiéndole la mano. Ella lo miró por un microsegundo, después aceptó el contacto de aquellos firmes dedos entre los suyos y se dejó guiar por él. De repente, el bote se movió ligeramente con el peso de ambos y un pequeño chillido salió de la femenina, causando que el CEO soltara una pequeña risa. — ¡No te rías! ¿Esto es seguro? — quiso saber, con los ojos abiertos, mirando solo agua a su alrededor. — Tranquila, solo sujétate de mí y estarás bien. — Pero esto se mueve. — Es normal, estamos sobre el agua. — Sí, pero… — antes de que pudiera terminar de hablar, él ya había acunado su barbilla y obligado a mirarlo. — Conmigo nada te pasará — le prometió —. No te traería hasta aquí si no supiera que es seguro para ambos, sobre todo para ti. Más re
Minutos más tarde, estaban sentados en una pequeña y discreta mesa a la luz de la luna que entraba tímida y plateada por una de las ventanas. — ¿Qué se te antoja? — le preguntó él. Ya había servido las copas. Ella miró los platillos con deleite. — No lo sé, todo se ve delicioso. — María es una excelente cocinera — reconoció —. Déjame servirte un poco de todo. — Te ayudo — al intentar incorporarse, él colocó su mano sobre la suya y la miró con adoración. — Yo me encargo por esta noche. — Pero… — An, por favor — le rogó con dulzura —. Cuando te invité a cenar, lo hice con la intención de que no tuvieses que mover un dedo en toda la noche. Permite que sea yo quien se encargue, ¿sí? — Bueno, pero yo quiero servir el postre — propuso. — Me parece bien — aceptó, complacido, y entonces empezaron a compartir y a deleitarse de los alimentos servidos. Todo estuvo delicioso, opinaron sobre cada aperitivo y coincidieron con que ninguno de los dos había probado manjares tan exquisitos.
Fue una velada maravillosa, rieron sin parar y nunca hubo espacio para el silencio, al contrario, hablaron de todo y nada y se mostraron relajados, viviendo el presente, ajenos a cualquier diferencia o problema que hubiese existido en el pasado. Incluso bailaron. — Gracias por aceptar mi invitación a cenar — le dijo él, en algún punto de la noche. Sabía que pronto volverían a la ciudad. Tomó sus manos entre las suyas. Ella lo miraba a los ojos — Y no quiero presionarte respecto a nosotros, pero de verdad no puedo guardarme más lo que siento. Ella parpadeó. — ¿Lo… qué sientes? Él asintió. — Te amo, An — confesó abiertamente, sin reservas, provocando que el corazón de Ana Paula se saltara un latido —. Y jamás le he dicho esto a otra mujer. Tú eres la primera y única. Sé que no volveré a sentir esto por nadie más. — Santos, yo… — No digas nada ahora — le pidió con cariño —. No te traje aquí para esto. Solo… necesitaba que supieras que estoy dispuesto a redimirme toda la vida por t
Salió de la habitación porque nadie pudo detenerse. Su madre, abuela y hermana estaban allí. Se incorporaron en cuanto lo vieron. Habían estado esperando ansiosas por tener noticias de él. — ¡Hijo! — sollozó Julia Torrealba, estrechando a su primogénito en brazos. — Madre — la tomó de los hombros y la miró a los ojos —. ¿Qué sabes de Ana Paula? Me dicen que está grave. No puede ser cierto. La mujer acunó su mejilla. — Cariño, es cierto. Estuvimos al pendiente de ella, pero… no nos dan noticias aún. En ese momento, apareció un doctor por el pasillo, preguntando por familiares de la joven paciente. — ¡Es mi esposa! — dijo él con orgullo — ¿Cómo está? El doctor les explicó a detalle sobre su estado. No había sufrido quemaduras; sin embargo, estaba herida de gravedad, como le había comentado su amigo. — Uno de sus pulmones ha sido comprometido — espetó el hombre, serio — ¿Eso… que significa? — exigió saber, enseguida. — Necesitamos un donante vivo que pueda donar una parte de su