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Después de una hora y media de camino, llegaron a un pequeño bote a la orilla de un lago. — ¿Qué es esto? ¿Qué hacemos aquí? — le preguntó ella, un tanto desconcertada al bajar del asiento copiloto del auto. — Confía en mí — le pidió, extendiéndole la mano. Ella lo miró por un microsegundo, después aceptó el contacto de aquellos firmes dedos entre los suyos y se dejó guiar por él. De repente, el bote se movió ligeramente con el peso de ambos y un pequeño chillido salió de la femenina, causando que el CEO soltara una pequeña risa. — ¡No te rías! ¿Esto es seguro? — quiso saber, con los ojos abiertos, mirando solo agua a su alrededor. — Tranquila, solo sujétate de mí y estarás bien. — Pero esto se mueve. — Es normal, estamos sobre el agua. — Sí, pero… — antes de que pudiera terminar de hablar, él ya había acunado su barbilla y obligado a mirarlo. — Conmigo nada te pasará — le prometió —. No te traería hasta aquí si no supiera que es seguro para ambos, sobre todo para ti. Más re
Minutos más tarde, estaban sentados en una pequeña y discreta mesa a la luz de la luna que entraba tímida y plateada por una de las ventanas. — ¿Qué se te antoja? — le preguntó él. Ya había servido las copas. Ella miró los platillos con deleite. — No lo sé, todo se ve delicioso. — María es una excelente cocinera — reconoció —. Déjame servirte un poco de todo. — Te ayudo — al intentar incorporarse, él colocó su mano sobre la suya y la miró con adoración. — Yo me encargo por esta noche. — Pero… — An, por favor — le rogó con dulzura —. Cuando te invité a cenar, lo hice con la intención de que no tuvieses que mover un dedo en toda la noche. Permite que sea yo quien se encargue, ¿sí? — Bueno, pero yo quiero servir el postre — propuso. — Me parece bien — aceptó, complacido, y entonces empezaron a compartir y a deleitarse de los alimentos servidos. Todo estuvo delicioso, opinaron sobre cada aperitivo y coincidieron con que ninguno de los dos había probado manjares tan exquisitos.
Fue una velada maravillosa, rieron sin parar y nunca hubo espacio para el silencio, al contrario, hablaron de todo y nada y se mostraron relajados, viviendo el presente, ajenos a cualquier diferencia o problema que hubiese existido en el pasado. Incluso bailaron. — Gracias por aceptar mi invitación a cenar — le dijo él, en algún punto de la noche. Sabía que pronto volverían a la ciudad. Tomó sus manos entre las suyas. Ella lo miraba a los ojos — Y no quiero presionarte respecto a nosotros, pero de verdad no puedo guardarme más lo que siento. Ella parpadeó. — ¿Lo… qué sientes? Él asintió. — Te amo, An — confesó abiertamente, sin reservas, provocando que el corazón de Ana Paula se saltara un latido —. Y jamás le he dicho esto a otra mujer. Tú eres la primera y única. Sé que no volveré a sentir esto por nadie más. — Santos, yo… — No digas nada ahora — le pidió con cariño —. No te traje aquí para esto. Solo… necesitaba que supieras que estoy dispuesto a redimirme toda la vida por t
Salió de la habitación porque nadie pudo detenerse. Su madre, abuela y hermana estaban allí. Se incorporaron en cuanto lo vieron. Habían estado esperando ansiosas por tener noticias de él. — ¡Hijo! — sollozó Julia Torrealba, estrechando a su primogénito en brazos. — Madre — la tomó de los hombros y la miró a los ojos —. ¿Qué sabes de Ana Paula? Me dicen que está grave. No puede ser cierto. La mujer acunó su mejilla. — Cariño, es cierto. Estuvimos al pendiente de ella, pero… no nos dan noticias aún. En ese momento, apareció un doctor por el pasillo, preguntando por familiares de la joven paciente. — ¡Es mi esposa! — dijo él con orgullo — ¿Cómo está? El doctor les explicó a detalle sobre su estado. No había sufrido quemaduras; sin embargo, estaba herida de gravedad, como le había comentado su amigo. — Uno de sus pulmones ha sido comprometido — espetó el hombre, serio — ¿Eso… que significa? — exigió saber, enseguida. — Necesitamos un donante vivo que pueda donar una parte de su
La expresión de su rostro, al salir de la habitación, fue de absoluta incredulidad, pero no se movió de la puerta hasta que le diesen una explicación real de lo que estaba ocurriendo. Eso no fue hasta después de una hora, cuando al fin encaró a un doctor y le exigió una respuesta. — ¿Amnesia selectiva? El hombre asintió. — Sí, es muy común en pacientes que han sufrido eventos traumáticos. — ¿Significa que… ha perdido la memoria? — Temporalmente. — Explíquese, doctor, porque estoy a punto de volverme loco. El doctor le explicó con paciencia lo que había ocurrido. Ana Paula bloqueó de su mente los últimos recuerdos vividos. Ni siquiera podía recordar el incendio, o al menos una gran parte de él. Tampoco cómo había llegado allí. Mucho menos… los momentos maravillosos que había pasado a su lado esas últimas semanas. Santos se mesó el cabello con desespero y tomó una profunda respiración. — Va a tener que ser paciente con ella — le pidió el doctor —. El proceso de recuperación pod
Los días siguientes fueron como empezar desde cero, y aunque Ana Paula de a poco fue más receptiva a la presencia de Santos, todavía se sentía extraña. Una tarde, cuando el especialista se fue, él entró a su habitación. — ¿Cómo te has sentido estos días? — le preguntó. Ella acababa de dormir al pequeño César, así que lo recostó en su cuna y después lo miró. — Bien, aunque… — se mordió el interior de la mejilla y jugó con sus dedos. Él se acercó. — ¿Aunque, qué? — Bueno, lo que pasa es que… no recuerdo mucho de las últimas semanas. — Es normal, no te presiones. — Lo sé, es solo que me gustaría recordar. Tú… eres bueno otra vez conmigo y no entiendo por qué — suspiró —. La última vez… — Esa última vez que recuerdas fui un hombre del que me he arrepentido cada segundo desde entonces — expresó sincero y se acercó un poco más. Ella se tensó, así que él paró —. An, prometí que sería paciente, pero esto está enloqueciéndome. En la isla tú y yo… — ¿Por qué estábamos en ese lugar? —
Ana Paula se quedó mirando aquella carta con ojos nublados y el corazón chiquitito. “Querida An. Tener que escribir esto me deja sin saber qué decirte, pues ha sido inesperado. Para cuando leas esto… yo ya estaré de camino a Barcelona. Es lo mejor. No puedo concebir una vida sin ti… ya no, no desde que sé que te amo desde lo más profundo de mi ser. Te hice un daño y merezco tu indiferencia y desprecio. Merezco incluso que me borres de tu memoria completamente, si al menos eso podría darte consuelo. No deseo volver a causarte más dolor, al contrario, espero saberte feliz en el futuro. Echaré de menos a César, ese pequeño me robó el corazón desde el primer día. También te echaré de menos a ti… como un loco. Por otro lado, no te preocupes por nada. Dentro de veinticuatro horas tendrás una cuenta habilitada a tu nombre legal con una suma de dinero que espero no rechaces, hazlo por César. Pero como sé que no querrás quedarte de manos cruzadas, puedes seguir con el trabajo…” Ella no pudo
Ella nunca había salido del país, y la idea de hacerlo por en busca del hombre que amaba, provocó que su corazón entero experimentara una adrenalina similar a saltar en paracaídas desde lo más alto. Miró su armario. No supo qué empacar, pero en ese momento eso era lo de menos, así que tomó lo más rápido que pudo y un par de minutos más tarde ya estaba en la planta baja. — ¿Está segura de que puede cuidar de César? — preguntó a Julia, que tenía al pequeño en brazos y parecía muy tranquilo. La mujer sonrió y acarició su mejilla. — Querida, sabes que este pequeño alegra mis días, no tienes ni que preguntarme. Ella torció el gesto, un tanto indecisa. — Lo sé, pero… — Estaremos bien, así que vete y dile a Santos que me llame cuando estén juntos. ¡Esperaré ansiosa! Con una sonrisa de alivio, ella asintió, se despidió de besos, abrazos y estrechó a su hijo por última vez antes de salir. Leonas ya tenía el auto listo, y media hora después de camino, ya estaban en el aeropuerto. El vu