Gracias por leer. Estoy escribiendo los últimos capítulos sin una computadora, pero los estoy escribiendo, decepcionante sería que no los escribiera. Yo jamás dejo un libro sin terminar y no acepto los tipos de mensajes que me mandan. Por otro lado, a quienes siempre me han leído, les mando abrazos y gracias por la paciencia. Este libro me ha costado porque sin computadora es un triple esfuerzo que debo hacer.
Los días siguientes fueron como empezar desde cero, y aunque Ana Paula de a poco fue más receptiva a la presencia de Santos, todavía se sentía extraña. Una tarde, cuando el especialista se fue, él entró a su habitación. — ¿Cómo te has sentido estos días? — le preguntó. Ella acababa de dormir al pequeño César, así que lo recostó en su cuna y después lo miró. — Bien, aunque… — se mordió el interior de la mejilla y jugó con sus dedos. Él se acercó. — ¿Aunque, qué? — Bueno, lo que pasa es que… no recuerdo mucho de las últimas semanas. — Es normal, no te presiones. — Lo sé, es solo que me gustaría recordar. Tú… eres bueno otra vez conmigo y no entiendo por qué — suspiró —. La última vez… — Esa última vez que recuerdas fui un hombre del que me he arrepentido cada segundo desde entonces — expresó sincero y se acercó un poco más. Ella se tensó, así que él paró —. An, prometí que sería paciente, pero esto está enloqueciéndome. En la isla tú y yo… — ¿Por qué estábamos en ese lugar? —
Ana Paula se quedó mirando aquella carta con ojos nublados y el corazón chiquitito. “Querida An. Tener que escribir esto me deja sin saber qué decirte, pues ha sido inesperado. Para cuando leas esto… yo ya estaré de camino a Barcelona. Es lo mejor. No puedo concebir una vida sin ti… ya no, no desde que sé que te amo desde lo más profundo de mi ser. Te hice un daño y merezco tu indiferencia y desprecio. Merezco incluso que me borres de tu memoria completamente, si al menos eso podría darte consuelo. No deseo volver a causarte más dolor, al contrario, espero saberte feliz en el futuro. Echaré de menos a César, ese pequeño me robó el corazón desde el primer día. También te echaré de menos a ti… como un loco. Por otro lado, no te preocupes por nada. Dentro de veinticuatro horas tendrás una cuenta habilitada a tu nombre legal con una suma de dinero que espero no rechaces, hazlo por César. Pero como sé que no querrás quedarte de manos cruzadas, puedes seguir con el trabajo…” Ella no pudo
Ella nunca había salido del país, y la idea de hacerlo por en busca del hombre que amaba, provocó que su corazón entero experimentara una adrenalina similar a saltar en paracaídas desde lo más alto. Miró su armario. No supo qué empacar, pero en ese momento eso era lo de menos, así que tomó lo más rápido que pudo y un par de minutos más tarde ya estaba en la planta baja. — ¿Está segura de que puede cuidar de César? — preguntó a Julia, que tenía al pequeño en brazos y parecía muy tranquilo. La mujer sonrió y acarició su mejilla. — Querida, sabes que este pequeño alegra mis días, no tienes ni que preguntarme. Ella torció el gesto, un tanto indecisa. — Lo sé, pero… — Estaremos bien, así que vete y dile a Santos que me llame cuando estén juntos. ¡Esperaré ansiosa! Con una sonrisa de alivio, ella asintió, se despidió de besos, abrazos y estrechó a su hijo por última vez antes de salir. Leonas ya tenía el auto listo, y media hora después de camino, ya estaban en el aeropuerto. El vu
El arrebato de aquel beso se sintió como si el mundo a su alrededor se hubiese detenido, como si todo hubiese al fin desaparecido y ahora la felicidad la estaban alcanzando con sus propias manos. Se separaron por la falta de aliento y recargaron la frente contra la del otro mientras sonreían. — No puedo creer que de verdad estés aquí — musitó, con el pecho subiéndole y bajando de la eufórica, de la emoción. Ella se ocultó un pequeño mechón detrás de la oreja. — Si quieres, me voy — dijo a modo de juego e intentó separarse. Él la tomó fiero y posesivo de la cintura. — Ni lo pienses, ahora que sé que te tengo, no te dejaré escapar. — De hecho… no pensaba irme a ningún lado… ya no — sonrió, feliz —. Quiero estar aquí, así, por siempre. Los ojos del CEO brillaron de emociones inesperadas. — No sabes lo feliz que me hace escucharte decir eso, An — dijo sincero, acunando sus mejillas y robándole un nuevo y casto beso. Ella se saboreó los labios —. Vamos a sentarnos, quiero que me cu
Ella respondió de la misma forma, y de un segundo a otro, sus cuerpos se frotaban entre sí, ansiando que pronto desapareciera la ropa. Y así fue. Despacio, Santos escondió una mano debajo de la delicada prenda femenina, y ascendió hasta capturar entre sus dedos uno de sus suaves y firmes pechos, luego el otro. Jugo con ellos. Los apretó y consintió, hasta que no fue suficiente y le arrancó la camisa y el sujetador, dejándola completamente expuesta para él. La última vez que había visto aquellos pechos no daban aún de lactar, y eran jodidamente preciosos, pero, en ese momento… en ese momento eran perfectos. Ana Paula gimió ante la exposición de su desnudez frente a sus ojos, y como estos se iluminaban de increíble deseo, así que pasó un trago, excitada y entregada a la vorágine de sensaciones que comenzaban a expandirse por todo su cuerpo… y también deseó tocarlo. Fue exactamente lo que hizo. Con gesto atrevido, ancló sus dedos a su camisa y se la retiró lentamente, deslizando las
— Eres maravillosa — le dijo él después de recuperar el aliento —. Eres perfecta. Eres... un sueño, An. Eres mi sueño. Ella estiró la mano y alcanzó su mejilla, enamorada. — Jamás me sentí de esta forma — dijo en un todo quedó. Se le quebró la voz —. Me siento tan feliz. — An, no llores, ven aquí. Todo está bien, ¿no es así? — la pegó contra su pecho. — Todo es… increíble — suspiró, dibujando figuras sin sentido en su pecho desnudo. Después alzó la vista y lo miró fascinada —. ¿Santos? — ¿Mm? — Sé que fuiste mi donante — mencionó. Él se tensó de pronto y bajó el rostro. La miró con el ceño fruncido y después recargó la cabeza contra la almohada. Cerró los ojos y negó. — Le dije a mi madre que no te dijera nada. — Lo sé, pero… no fue su culpa — musitó, al tiempo que él se incorporaba. Ella se alzó sobre sus codos —. Tenía derecho a saberlo. ¿Por qué te molesta? — No es eso — dijo, serio, dándole la espalda. Tomó el bóxer del piso y se lo colocó. Ella lo siguió. Se había queda
Volvieron a Brasil dos días después. Habían aprovechado el tiempo nunca. Llegaron a la mansión agarrados de la mano y riendo de cualquier cosa. Al verlos así de juntos y felices, las mujeres de aquella maravillosa familia se mostraron encantadas, sobre todo Julia Torrealba, que al fin podía ver que la tranquilidad reinaba alrededor de ese par de enamorados. — ¡Me alegra tanto verlos así de felices y unidos! — expresó con felicidad —. ¡Espero que su relación se fortalezca más a partir de ahora! La pareja se miró. Estaban tan embelesados con el otro. — De hecho, madre, ya no hay nada que nos separe, sobre todo con la noticia que les tenemos — comentó el CEO. — ¿Qué noticia? — preguntó Elizabeth, que traía al pequeño César en brazos después de una siesta. Ana Paula tomó al pequeño contra su cálido pecho y le dio un dulce beso en la cabecita. Lo había echado de menos como una loca. — Bueno… le he pedido a Ana Paula que… nos volvamos a casar. — Y yo he dicho que sí — secundó ella, s
El día siguiente, dieron el “Sí, quiero” más que decididos, acompañados de las personas más importantes de sus vidas. La madre de Ana Paula los felicitó por el enlace y se mostró satisfecha de la familia que había ganado su hija. Ciertamente, hubo risas y alegrías, pero también lágrimas, pues habían tenido que pasar mucho para llegar a ese momento de dicha. — Me hace feliz saberte realizada, hija — le dijo la madre de Ana Paula, al final de la noche. — Tú también eres parte de mi felicidad. Eres mi madre. La mujer la estrechó en sus brazos y le acarició la espalda. Ella se dejó consentir. — Ya debo irme. — ¿A dónde irás? Pensé que te quedarías un poco más. En eso, apareció Santos. — Tu madre se instalará en una pequeña propiedad cerca de nuestra nueva casa. Ana Paula alzó el rostro. — ¿Propiedad? ¿Nuestra nueva casa? — preguntó, desconcertada. — Santos me pidió ayuda para comprar la casa de tus sueños. Esa junto a la playa con la que tanto soñaste. Los ojos de Ana Paula bri