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El reencuentro entre Ana Paula y Braulio dio paso a una pequeña conversación que hizo que Santos Torrealba sintiera la sangre hervir por su torrente sanguíneo. Sin embargo, no fue aquello lo que tanto le fastidió, sino la dulce y genuina sonrisa de su esposa que ya no le dedicaba a él, sino a aquel supuesto doctorcito. — No volví a verte, de hecho, muchas veces te busqué, pero… más nunca supe de ti — comentó el hombre con nostalgia. Ana Paula torció el gesto y se ocultó un mechón de cabello detrás de la oreja. — Sí, bueno, lo que pasa es que… ya no pude seguir estudiando. — Entiendo, pero… ¿Qué ha sido de tu vida? ¿Es tu hijo? — preguntó, refiriéndose al pequeño César. — Sí, es mi bebé — respondió con orgullo. Braulio alzó las cejas, gratamente sorprendido. — Entonces… ¿Te casaste? — quiso saber, desesperanzado. Ana Paula abrió la boca y la cerró tan pronto sintió la posesiva mano de Santos rodearla por su cintura y pegarla fieramente a él. Ella intentó alejarse, pero él lo imp
Sin darse cuenta, en la habitación de su bebé, Ana Paula se quedó profundamente dormida. Despertó gracias al rumor de una canción de cuna. Se asombró al ver que Santos cargaba a su hijo en brazos, y lo mecía con muchísimo cariño. Al principio no pudo evitar quedarse atontada, mirándolo, hasta que sus ojos se cruzaron. Ella parpadeó, ruborizada. — Lo siento, me quedé dormida — murmuró, incorporándose. Él sonrió, maravillado. Se veía genuina y preciosa. — No te preocupes, te veías agotada y no quise molestarte. — ¿Tiene mucho rato que se despertó? — quiso saber, alzando el rostro. — Casi nada. ¿Quieres cargarlo? — le preguntó, sabiendo su respuesta. Ana Paula tomó a su bebé en brazos, pero antes, el pequeño vomitó un poco sobre la camisa del CEO. — Dios, lo siento — se disculpó ella, un tanto avergonzada —. Déjame limpiarte. — Tranquila, yo puedo hacerlo — dijo al tiempo que se sacaba la camisa por los hombros. Los ojos de Ana Paula barrieron la anatomía masculina sin poder ev
Llegó a la mansión minutos más tarde de aquella llamada. Parecía un león enjaulado. Un felino. Su corazón latía desmesurado y su mente daba vueltas, pensando lo peor. Tan pronto vio al guardia que lo llamó, se fue hacia él, y sin pensarlo, lo tomó del cuello de la camisa, eufórico. — ¡¿Dónde están Ana Paula y el niño?! — exigió saber. Al principio, el hombre se quedó pasmado y pasó un amargo trago. — ¡Señor, yo…! — ¡Tenías una sola cosa que hacer! ¡Te encomendé la seguridad de esta casa y mi gente! — lo zarandeó — ¡¿Cómo carajos ha podido suceder algo así, ah?! ¡¿Para eso les pago?! ¡Responde, con un demonio! Al ver que su guardia de seguridad no tenía respuesta alguna, lo soltó, sintiendo que le faltaba el aire. — ¡Hijo! ¡Hijo! — su madre bajaba las escalinatas. Estaba todavía en bata, asustada y llorando. Ya se había enterado de lo ocurrido — ¡Ana Paula y el niño! — sollozó al llegar hasta él. Santos hizo acopio de toda su entereza para no venirse abajo, pues en ese momento,
Santos Torrealba sintió que parte de su alma regresaba a su cuerpo cuando salió por la puerta y vio, a lo lejos, que Ana Paula y el bebé entraban por la verja. Corrió hacia ellos, y para su sorpresa, ella también lo hizo. — ¡Ana Paula! — llamó con fuerza. — ¡Santos! — ella saltó a sus brazos y se refugió entre lágrimas en sus brazos, rodeándolo con fuerza. — ¿Estás bien? ¿Les hicieron algo? — fue lo primero que necesitó saber, así que se alejó un par de centímetros y la tomó del rostro, examinándola rápidamente y extrañándose de pronto. Era como si fuese ella y su corazón no la reconociera. — Sí, sí, estoy bien, pero fue horrible — sollozó. En eso, se acercó la madre del CEO, quitándole al pequeño de los brazos. Ella no opuso resistencia, ni siquiera se inmutó o prestó atención a quien le arrebataba a su hijo, lo que inquietó más al hombre, pues sabía lo recelosa que era Ana Paula con Cesar ante quien sea. La miró profundamente a los ojos. Ella pasó un trago. — ¿Qué? ¿Qué pas
— ¿Qué? ¡No! ¡Pero…! — Ana Leticia intentó zafarse, pero el agarre del CEO fue más fuerte. La incorporó de mala gana. — ¡Vístete! — le ordenó. Al saberse descubierta, la mujer lo miró con desprecio y se comenzó a poner la ropa de mala gana. — No sé qué le viste a la insípida de mi hermana, pero puedo asegurarte que ella jamás te dará lo que yo sí. Él rio de forma burlona. No se desgastaría. Y en eso se escucharon las sirenas de la policía. Mientras tanto, en ese lugar oscuro, el frío seguía azotando el cuerpo de Ana Paula sin piedad. Con esfuerzos había conseguido llegar a la cama y cubrir sus hombros con una frazada, pero no era suficiente, su cuerpo no lo soportaba. ¿Qué clase de lugar era ese? Ya había anochecido, lo supo porque el último atisbo de claridad que entraba por una rendija de la ventana se había difuminado. De repente, en medio de aquel horrible silencio, en el que solo escuchaba sus labios castañear, escuchó pasos y voces. Alzó el rostro, alerta, y se arrastró
Al llevarla de regreso a la habitación, las toallas ya estaban allí, así que la envolvió y buscó entre sus pertenencias una camisa y un pantalón de algodón que le quedase como pijama. La ayudó a vestirse y ella no opuso resistencia. — Quiero… ver… a mí… bebé — pidió en una súplica. — An… — Por favor — rogó, llorosa. — Está bien, tranquila, no llores. Pediré a mi madre que lo traiga. Ella asintió. Minutos más tarde, subieron al pequeño César. Él lo colocó delicadamente en sus brazos. — Dime si no puedes sostenerlo más y te ayudo, ¿de acuerdo? — le dijo, preocupado. Ella solo sonrió, y sacó fuerzas de donde no tenía para pegarlo a ella con protección y cariño. — Hola… bebé — musitó, más tranquila ahora que lo veía y lo sentía pegado a ella. Bruno llegó y subió a la habitación rápidamente. Santos le explicó lo ocurrido, y a pesar de que este se sorprendió, no perdió tiempo y comenzó a examinarla. Tenía el pulso muy débil y, por sus ojos, parecía drogada, así que le sacó una mue
La ayudó a alimentarse, y a pesar de que tenía el estómago revuelto y sentía que no podía pasar bocado, hizo un gran esfuerzo por llevarse a la boca más de un par de bocados. — Ya… no quiero más — musitó con dulzura. — Solo te falta un poco. — Pero… — Por favor, An — le pidió, sin poder evitar mirar sus ojos. Ella aceptó, obediente, un par de bocados más, hasta que sintió que si seguía le vendrían arcadas y él paró. — Gra…cias — le dijo ella con sinceridad. Él la miró un tanto extrañado. — ¿Por qué? — Creí que nunca regresaría… que no volvería a estar con mi hijo. Santos Torrealba miró a esa hada con nostalgia y culpa. Había pasado por tantas cosas… y muchas de ellas eran por su jodida culpa. Dejó el plato casi vacío en la mesilla y dedicó toda su atención a ella. — No pienses ya en eso — suspiró largo —. Nadie, ni siquiera yo… volverá a separarte de César. Eres su madre y nadie más que tú, tiene derecho sobre él. Ana Paula sintió tranquilidad ante aquellas palabras, y por
Cuatro semanas después, ella ya era la misma, incluso más alegre y llena de vida. El pequeño César había sido parte de aquella increíble recuperación, así como también las bondadosas mujeres de aquella familia, que después de largas y profundas conversaciones, descubrieron que todas habían sido unas víctimas de las atrocidades de otros. Ana Paula, por supuesto, sentía un poco de culpa por lo que había hecho su hermana; sin embargo, ellas todo el tiempo se encargaron de dejarle saber que no había nada por lo que sentirse culpable, al contrario, le pidieron que les contara como habían sido aquellos días con César, así lo sentían un poco más cerca. Físicamente, la preciosa joven se veía distinta. Sus mejillas habían recuperado ese sonrojo especial y aquellos ojos grises volvían a brillar. El juicio de Ana Leticia fue rápido. Todo la incriminaba y le dieron varios largos años de cárcel. No volvería a ser joven para vivir en libertad. Eso la tuvo días un tanto triste y afligida, pero se