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Con asombrosa rapidez, el corazón del CEO Torrealba comenzó a latir desmesuradamente, y con cada línea que leía, su visión se volvió más borrosa. Se tuvo que aferrar al respaldo de una silla para no caer.Despacio, alzó el rostro, sus ojos estaban abiertos de par en par.— ¿Leonas? — llamó, no, más fue una advertencia — ¡Explícame qué diablos significa esto! Leonas negó con la cabeza; avergonzado, sin saber que decir. Se sentía culpable. Demasiado.— Ya se lo dije, señor, he cometido un grave error y creo que usted mismo puede verlo — dijo entre dientes.Santos pasó un trago y evitó mirarlo por un segundo, intentando concentrarse y controlar el ritmo adecuado de su respiración, pues sentía que iba a sufrir de un jodido paro cardiaco en ese momento. — No, no, no puede ser cierto — musitó en un tono de voz que se llevó el viento, y encolerizado, tomó a su jefe de seguridad del cuello — ¡Dime que no es verdad lo que dice allí! ¡Dime que Ana Paula ha sido todo lo que la he acusado duran
“Querida esposa, perdóname”. Aquellas fueron las últimas palabras que escuchó Ana Paula antes de sentir que las fuerzas la abandonaban y perdiera el conocimiento. Minutos más tarde, despertó de a poco, completamente desorientada. Primero experimentó un pequeño dolor de cabeza y luego una sensación de pesadez. — Auch! — se quejó levemente, preguntándose qué le había ocurrido. — ¿Ana Paula? — alguien llamó, y tan pronto ella reconoció aquella voz, sus ojos se abrieron de infarto. — ¿Qué estás haciendo aquí? — preguntó al incorporarse, inspeccionando rápido a su alrededor. Estaban en la habitación. Se escandalizó — ¿Cómo llegué aquí? — Yo te traje. — ¿Por qué? ¿Con qué derecho? — Te has desmayado, ¿no recuerdas nada? — le preguntó él a cambio, seriamente preocupado. Hace apenas un día había dejado la mansión y parecía que fueron cien años los que pasaron sobre ella. Tenía ojeras profundas y una tristeza en los ojos que no iba a poder perdonarse jamás, pues todo era su culpa. Su
Tan pronto aquella preciosa joven entró a la habitación en la que se encontraba su pequeño hijo y lo tomó en brazos, sintió que el alma regresaba a su cuerpo. — Oh, mi pequeño — sollozó sin poder evitarlo, notando que estaba muy caliente, eso la inquietó muchísimo. Estaba tan pequeño e indefenso. Una enfermera se asomó por la puerta un segundo después. Ella alzó el rostro, informándole enseguida. — Tiene mucha temperatura — expresó con lágrimas en los ojos. — Ya le dimos lo necesario para bajarla. — ¿Hace cuánto? — quiso saber, desconfiada. — Treinta minutos, cuarenta quizás. Ella negó. — Debería haberle bajado desde entonces. Tienen que hacer algo más — pidió, asustada y nerviosa, meciendo a su bebé. La mujer la miró con recelo y suspiró largo. — ¿Intenta decir que no hacemos nuestro trabajo? — No, no he dicho eso, es solo que… — Es solo que está insinuando lo que no debe — interrumpió de forma áspera —. Entrégueme al bebé, por favor. — ¿Qué? ¿Por qué? — ¿Quiere que le
— Dígame, doctor — dijo cuando entraron al consultorio. El hombre tomó una profunda respiración y se giró. — Su esposa tenía razón respecto a la enfermera — espetó, un tanto apenado. Santos entornó los ojos. — ¿A qué se refiere exactamente? Enseguida, el hombre lo puso al tanto de todo. La mujer había querido administrarle un líquido mortal al bebé. El pulso del CEO se disparó súbitamente. — ¡¿Cómo es posible que algo así suceda en un hospital de este nivel?! — exigió saber, molesto — ¡¿Dónde está?! ¡¿Dónde está esa mujer?! — No se preocupe, señor, ahora mismo las autoridades vienen de camino y los guardias la tienen retenida. — ¿Dónde? — Señor… — ¡Dígame! — La tienen en el cuarto de cámaras de vigilancia — confesó, y sin esperar a más, él se dirigió hasta allí. Entró como alma que llevaba el diablo. La mujer abrió los ojos ante la presencia masculina. — ¿Quién te mandó? — fue lo primero que preguntó, pues sabía que esto no podía ser obra de una simple enfermera. — Señor
El reencuentro entre Ana Paula y Braulio dio paso a una pequeña conversación que hizo que Santos Torrealba sintiera la sangre hervir por su torrente sanguíneo. Sin embargo, no fue aquello lo que tanto le fastidió, sino la dulce y genuina sonrisa de su esposa que ya no le dedicaba a él, sino a aquel supuesto doctorcito. — No volví a verte, de hecho, muchas veces te busqué, pero… más nunca supe de ti — comentó el hombre con nostalgia. Ana Paula torció el gesto y se ocultó un mechón de cabello detrás de la oreja. — Sí, bueno, lo que pasa es que… ya no pude seguir estudiando. — Entiendo, pero… ¿Qué ha sido de tu vida? ¿Es tu hijo? — preguntó, refiriéndose al pequeño César. — Sí, es mi bebé — respondió con orgullo. Braulio alzó las cejas, gratamente sorprendido. — Entonces… ¿Te casaste? — quiso saber, desesperanzado. Ana Paula abrió la boca y la cerró tan pronto sintió la posesiva mano de Santos rodearla por su cintura y pegarla fieramente a él. Ella intentó alejarse, pero él lo imp
Sin darse cuenta, en la habitación de su bebé, Ana Paula se quedó profundamente dormida. Despertó gracias al rumor de una canción de cuna. Se asombró al ver que Santos cargaba a su hijo en brazos, y lo mecía con muchísimo cariño. Al principio no pudo evitar quedarse atontada, mirándolo, hasta que sus ojos se cruzaron. Ella parpadeó, ruborizada. — Lo siento, me quedé dormida — murmuró, incorporándose. Él sonrió, maravillado. Se veía genuina y preciosa. — No te preocupes, te veías agotada y no quise molestarte. — ¿Tiene mucho rato que se despertó? — quiso saber, alzando el rostro. — Casi nada. ¿Quieres cargarlo? — le preguntó, sabiendo su respuesta. Ana Paula tomó a su bebé en brazos, pero antes, el pequeño vomitó un poco sobre la camisa del CEO. — Dios, lo siento — se disculpó ella, un tanto avergonzada —. Déjame limpiarte. — Tranquila, yo puedo hacerlo — dijo al tiempo que se sacaba la camisa por los hombros. Los ojos de Ana Paula barrieron la anatomía masculina sin poder ev
Llegó a la mansión minutos más tarde de aquella llamada. Parecía un león enjaulado. Un felino. Su corazón latía desmesurado y su mente daba vueltas, pensando lo peor. Tan pronto vio al guardia que lo llamó, se fue hacia él, y sin pensarlo, lo tomó del cuello de la camisa, eufórico. — ¡¿Dónde están Ana Paula y el niño?! — exigió saber. Al principio, el hombre se quedó pasmado y pasó un amargo trago. — ¡Señor, yo…! — ¡Tenías una sola cosa que hacer! ¡Te encomendé la seguridad de esta casa y mi gente! — lo zarandeó — ¡¿Cómo carajos ha podido suceder algo así, ah?! ¡¿Para eso les pago?! ¡Responde, con un demonio! Al ver que su guardia de seguridad no tenía respuesta alguna, lo soltó, sintiendo que le faltaba el aire. — ¡Hijo! ¡Hijo! — su madre bajaba las escalinatas. Estaba todavía en bata, asustada y llorando. Ya se había enterado de lo ocurrido — ¡Ana Paula y el niño! — sollozó al llegar hasta él. Santos hizo acopio de toda su entereza para no venirse abajo, pues en ese momento,
Santos Torrealba sintió que parte de su alma regresaba a su cuerpo cuando salió por la puerta y vio, a lo lejos, que Ana Paula y el bebé entraban por la verja. Corrió hacia ellos, y para su sorpresa, ella también lo hizo. — ¡Ana Paula! — llamó con fuerza. — ¡Santos! — ella saltó a sus brazos y se refugió entre lágrimas en sus brazos, rodeándolo con fuerza. — ¿Estás bien? ¿Les hicieron algo? — fue lo primero que necesitó saber, así que se alejó un par de centímetros y la tomó del rostro, examinándola rápidamente y extrañándose de pronto. Era como si fuese ella y su corazón no la reconociera. — Sí, sí, estoy bien, pero fue horrible — sollozó. En eso, se acercó la madre del CEO, quitándole al pequeño de los brazos. Ella no opuso resistencia, ni siquiera se inmutó o prestó atención a quien le arrebataba a su hijo, lo que inquietó más al hombre, pues sabía lo recelosa que era Ana Paula con Cesar ante quien sea. La miró profundamente a los ojos. Ella pasó un trago. — ¿Qué? ¿Qué pas