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Mientras se acercaba a la habitación, se escuchaban lamentos y sollozos. — ¡Mi bebé! ¿Dónde está mi bebé? Santos entró a la habitación, notando cómo dos doctores intentaban mantenerla en control. — ¡Déjenla! — exigió, molesto de que le pusieran una mano encima. Los doctores hicieron paso — ¡No pago una fortuna en este hospital para este tipo de trato! — Solo intentamos tranquilizarla por su bien, señor. — Me importa un carajo — gruñó antes de acercarse a ella. — ¿Qué hicieron con mi bebé? — sus ojos grises estaban inundados de lágrimas y miedo. — Tranquila, está bien, tuvieron que hacerte una cesárea porque te complicaste — le explicó con cariño. Ella lo miró recelosa. — ¿Y por qué no me dejan verlo? ¿Dónde está? ¡Por favor tráemelo! — Está en una incubadora. Pero es por su bien. — ¿Qué? Pero… ¿Por qué? ¡No! ¡Quiero verlo! ¡Quiero ver a mi bebé! — Tranquila, por favor, no te hace bien. Pronto podrás verlo, pero si sigues así de alterada, solo atrasarás ese momento. Te prome
El siguiente par de días que Ana Paula se mantuvo en observación, las mujeres Torrealba estuvieron allí, acompañándola, sobre todo Julia, que se mostró feliz por el nacimiento del bebé y preocupada por su estado de salud a partes iguales. Le llevaron todo lo necesario para que ella pudiera asearse y estuvieron a su disposición todo el tiempo, sobre todo cuando le llevaban al bebé por algunas horas durante el día; sin embargo, la joven madre primeriza apenas quería separarse de su bebé cuando gozaba de la maravillosa oportunidad de tenerlo en brazos. Para el tercer y cuarto día, ya la habían trasladado a una habitación con más comodidades que parecía más bien una pequeña suite y fue alquilada por su esposo, aunque eso, por órdenes de él, ella no lo sabía. Para el quinto día le dieron la noticia. Podría dar pecho a su bebé porque ya no iban a administrarle más medicamentos, y aunque fue un acto de puro instinto, se le complicó un poco, incluso le dolió, pero en ella estuvo toda la dis
Después de las últimas observaciones del doctor, volvieron a la mansión. La madre del CEO decidió irse con el chofer y dejó que el joven matrimonio volviera juntos con la esperanza de que pudieran hablar y arreglar sus diferencias. Cosa que no sucedió. Santos se mostró todo el tiempo reservado e indiferente. Ella tampoco dijo una sola palabra en todo el camino, y decidió ir en la parte de atrás porque no quería perderse un solo segundo lejos de su bebé. Estaba tan embelesada. Todavía no podía creer que había traído al mundo al ser más hermoso y perfecto que hubiese visto jamás en su vida. Era un sueño. Un sueño hecho realidad. — Sí, eres perfecto — le decía con cálida voz, rebosada de dulzura, ajena a que él la observaba por el espejo retrovisor con amor envenenado. Tan pronto llegaron a la mansión, Laura y Elizabeth ya los esperaban, también la pequeña Raquel, que estaba feliz por conocer al fin a su primo. — Vamos adentro, querida, debes estar cansada. Traer un hijo al mundo e
Más días pasaron y ella se recuperaba con increíble rapidez. Parecía haber florecido. Su belleza se había transformado y ya no era la misma, pues aquella nueva etapa de su vida definitivamente le había sentado de maravilla. Él no pudo evitar notarlo, y a pesar de que había puesto una enorme barrera entre ellos y procuraba evitarla todo el tiempo, por las noches era distinto. Asaltaba su habitación cuando la sabía dormida y la contemplaba como un idiota por horas interminables. Entre las seis y siete de la noche, que era cuando ella iba a su habitación para ducharse y cambiarse de ropa, él aprovechaba para pasar tiempo con el pequeño; de resto, era ella quien acaparaba todas las horas. Matilde había sido de gran ayuda. Las mujeres de su familia también. Estaban fascinadas con el bebé y lo visitaban a diario. Ana Paula nunca se mostró egoísta o recelosa, incluso, algunas veces, él la escuchaba reír de cualquier cosa con su hermana, abuela y madre. Por otro lado, el vínculo y la conex
Un horrible escalofrío recorrió la piel de Ana Paula. Se giró horrorizada. — ¿Qué? — ¿Pensabas que ibas a irte con el niño? — inquirió de forma irónica, aunque en el fondo dolido, asustado por cómo serían sus días sin esa cínica mujer. — Es mi hijo — sentenció con fuerza —. No me lo quitarás. — No, porque fuiste tú quien me lo cedió. — ¿Qué? ¡No! ¡Yo jamás hice eso! — Esto dice lo contrario — alzó el sobre que tenía en su mano y se lo mostró —. Ábrelo. Temerosa, Ana Paula obedeció. Sacó del interior un papel que enseguida se puso a leer, y no se escandalizó hasta ver su firma al final, donde señalaba que entregaría a su hijo al nacer y ella se desentendería completamente. Alzó el rostro y lo miró asustada. — ¿Qué… qué es esto? ¡Yo no firmé esto! — Lo hiciste el día de nuestra boda. — ¡No! ¡Pero…! — ahogó un jadeo al recordar. Había firmado varias páginas sin leer detenidamente, pues pensó que solo era un trámite — ¡No, no, no! ¡No puedes hacerme esto! ¡Me llevaré a mi bebé!
Ana Paula abandonó la mansión completamente turbada, con el corazón desgarrado y la última con el recuerdo de la última imagen de su bebé doliéndole por montones. Era eso o la cárcel, le había dicho él, y aunque cualquier cosa hubiese sido mejor que arrebatarle al hijo de sus entrañas, sabía que tras las rejas, acusada por los delitos de los que sabía era inocente, no conseguiría pelear por su bebé. Caminó durante horas, perdida y silenciosa, arrastrando el alma con las suelas de sus zapatos y una horrible desazón, quemando lo más profundo de su ser. Se detuvo a los pies de su nuevo edificio con la esperanza de que aún no hubiesen alquilado la habitación en la que solía vivir, pero al parecer el antiguo dueño había vendido la propiedad y ahora su antiguo “hogar” era una pequeña bodega de almacenamiento. ¿Y ahora qué haría? No tenía nada. Estaba tan sola. Se sentó a la orilla de las escaleras de aquel viejo y desgastado edifico y comenzó a revisar sus pertenencias esperando consegu
Esa noche, ninguno de los dos pudo conciliar el sueño, y es que a pesar de estar viviendo cada uno su propia realidad, compartían el mismo sufrimiento. Santos se refugió en la habitación de su hermano durante horas, completamente descompuesto, no podía creer que todo aquello estuviese siendo ocurriendo. Estaba viviendo una pesadilla. Por su lado, Ana Paula no se sentía muy diferente, y es que desde que esa mujer le contó una parte de su vida que ni ella misma sabía, todo empeoró. — ¿Por qué no descansas un poco, muchacha? En la habitación tienes toalla y sábanas limpias — le había dicho aquella mujer después de haberla estado observando durante un largo rato por la ventana, abrazada a sí misma. Ana Paula se limpió las lágrimas que aún rodaban por sus mejillas y alzó el rostro. — Todavía no puedo creer todo lo que me ha dicho — murmuró, desconcertada. La amable mujer suspiró y le pasó un té caliente que le había preparado. Ella lo aceptó por cortesía, pero la realidad es que nada
Con asombrosa rapidez, el corazón del CEO Torrealba comenzó a latir desmesuradamente, y con cada línea que leía, su visión se volvió más borrosa. Se tuvo que aferrar al respaldo de una silla para no caer.Despacio, alzó el rostro, sus ojos estaban abiertos de par en par.— ¿Leonas? — llamó, no, más fue una advertencia — ¡Explícame qué diablos significa esto! Leonas negó con la cabeza; avergonzado, sin saber que decir. Se sentía culpable. Demasiado.— Ya se lo dije, señor, he cometido un grave error y creo que usted mismo puede verlo — dijo entre dientes.Santos pasó un trago y evitó mirarlo por un segundo, intentando concentrarse y controlar el ritmo adecuado de su respiración, pues sentía que iba a sufrir de un jodido paro cardiaco en ese momento. — No, no, no puede ser cierto — musitó en un tono de voz que se llevó el viento, y encolerizado, tomó a su jefe de seguridad del cuello — ¡Dime que no es verdad lo que dice allí! ¡Dime que Ana Paula ha sido todo lo que la he acusado duran