Comencé a escuchar un sonido que era verdaderamente muy molesto, para cuando logré despertarme del todo, entre la confusión que me invadía noté que alguien estaba tocando a la puerta. Caminé a la entrada de la habitación y tras abrirla encontré a un Esteban con aspecto preocupado.
— Ely nos contó sobre el golpe en la cabeza y nos pidió…
— Si, si… unas preguntas. — dije bostezando y saliendo afuera de la habitación noté que estaba todo a oscuras. Solo se veía el reflejo de la luna entrando por la ventana del pasillo iluminando escasamente el lugar.
— No quise encender las luces… cuando prendí las de las escaleras me quise morir de la ceguera que me dejó. No quería que te pasara lo mismo, mucho menos en tu estado.
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Fue en un abrir y cerrar de ojos lo que duró la calma. Cuando al fin estaba por conciliar el sueño, ya había alguien llamándome con insistencia.—Sol… Sol… Vamos dormilona, despierta. — era su voz… ¡Era ella!—¿Luna?—Sol, despierta. Son las cuatro de la mañana y tengo que hacerte unas preguntas. — me dijo Hernán mientras me sacudía un poco de los hombros.—Ah… Si, de acuerdo. — contesté mientras intentaba despabilarme, tragándome el recuerdo de la voz de mi propia hermana que por un instante había oído… o al menos eso me pareció por un breve y maravilloso instante.—Primera pregunta: ¿Cómo te llamas?—Sol Serazu. — le contest&eacut
Cuando fuimos hasta planta baja para desayunar, ya se encontraban Hernán, Esteban y Ada en el salón. La última nos recibió con la mano alzada tan pronto como nos vio atravesar la puerta del comedor. Verla haciendo eso me dejó sin palabras… “¿Por qué lo hace?” me cuestioné en mi foro interno. “¡Si somos los únicos en el comedor!” me dije a mí misma con ironía. A Ely, en cambio, no le importaba en lo absoluto, esa clase de gestos le provocaban gracia y ternura a tal punto que le seguía la corriente en cada una de sus ocurrencias. Incluso esa vez no perdió la oportunidad y le devolvió el saludo enérgicamente. Mi cara de negación fue bastante evidente, pero a ellas no les molestaba. Supongo que ya entendían mi forma de ser y luego retomé mis pasos hacia donde estaban reunidos. —Llegó la chica que se salvó del coma. — dijo divertido Esteban tan pronto como me senté. &n
Mi cuerpo relajado y hecho una seda se trasladaba casi flotando por los pasillos del instituto, esparciendo a su paso un aura apaciguadora. Después de la clase de pilates había quedado hecha una gelatina andante. Me alegré mucho cuando la clase terminó media hora antes. Gracias a eso pude aprovechar el tiempo para dejar listo todo el equipo de arquería.Mientras deambulaba por los corredores, me puse a pensar en algunas de las ventajas que tenía vivir en el instituto. Contábamos con baños privados, claro que aunque los compartiéramos entre los residentes, no dejaba de ser una especie de lujo.Tener mi habitación dentro del rango del Instituto, lo hacía tan cómodo como estar en casa. No fue difícil adaptarme, después de todo, no difería mucho del orfanato donde crecimos.—Otra vez…
Sin que se lo ordenara, fue mi propio cuerpo el que se dirigió directamente hasta el epicentro mismo de la plaza. Allí, donde mi melliza fue atacada.Contemplé en un silencio sepulcral las baldosas donde ella luchó por su vida.Levanté la mirada y divisé a cada uno de los que habían estado allí en aquel horroroso día. Eran cinco. Podía verlos frente a mí. Entre ellos un niño y una mujer cuya cabellera pelirroja era la que más resaltaba en aquel recuerdo gris.—Y tres muchachos más…— cerré mi puño con fuerza mientras los estudiaba cuidadosamente.Al que le dirigía todo mi odio era al chupasangre de ojos claros que retenía a mi hermana. Lo miré despiadadamente hasta que su imagen se desvaneció frente a mis ojos en aquel escenario,
—Maldito hipócritas. — refunfuñé cerrando mi puño con fuerza.No podía creerlo, me negaba a quedarme de brazos cruzados pero el sólo ver que los ciudadanos de Cielo Azul se negaban a ver la realidad no hacía más que enfurecerme.Era frustrante, luego de recorrer hasta el último rincón de la biblioteca fui a los centros de información más cercanos, fui a la comisaría, visité tres museos históricos e incluso fui al congreso, y aunque me da algo de pena decirlo, tengo que confesar que de éste último lugar, prácticamente me sacaron a patadas.La verdad del asunto era terriblemente más espantosa de lo que estimaba. Nadie sabía nada y lo que era peor era que incluso tenían pánico cada vez que les mencionaba la palabra vampiro. Razón por la cual opté por llamarlos “nocturnos”. Sin embargo, ni aun así logré arrebatarles una pizca de información.Era como si se empeñaran en no saber l
Una vez más, sus ojos lucían desorbitados por la sorpresa al verme subir el colectivo para seguir el mismo camino que nos llevaría al Instituto.—¿Puedo sentarme allí? Me gusta ir del lado de la ventana. — preguntó acercándose a mi asiento.Lo miré con desprecio y solo pude contestarle lo obvio:—Tienes suficientes ventanas libres, ¿no te parece? — le dije mientras paseaba la mirada por el colectivo vacío.—No me gusta viajar solo. — sonrió.Ofuscadamente lo dejé pasar por mi lugar para que se sentara en el asiento vacío que tenía al lado y que daba justamente a la ventana.—¿Sos tan exasperante siempre?—La mayor parte del tiempo. — respondí a secas.&mda
—Deberías pedirles que te quitaran algunas de las tareas extras que te asignaron. — comentó Esteban mientras examinaba los puntos de mi cabeza.Estábamos en la enfermería, como ése día él estaba de turno, fue quien me atendió. Le llamó la atención cuando me vio llegar a la oficina sobre el horario de clases y tuve que explicarle sobre el aseo en el gimnasio.—Solo me tardé más de la cuenta. No pasa nada si me pierdo la primera clase, después de cenar iré a la próxima materia, ya está. Solo fue una clase. — le resté importancia al asunto ya que veía que se lo estaba tomando más apecho que yo misma.—Mh… Pero no fue cualquier clase. Fue la primera. No sé bien, pero tengo entendido que los Nocturnos son… &i
Su piel de porcelana, sus ojos brillantes y su cabellera perfectamente peinada… no me cabían dudas de que era una nocturna. Pero su comportamiento me decía lo contrario. La forma en que expuso su vulnerabilidad frente a mí me dejó pensando.— Veo que conociste a Guillermina. — se acercó a nosotros el muchacho de la parada del colectivo.— Izán, ella es mi compañera. — le comentó muy tranquila a aquel chupasangre.Él me volvió a mirar algo sorprendido y casi con una risita de picardía preguntó si era cierto.— No. — le aclaré tajantemente a la vez que una segunda voz también se levantaba diciendo:— Claro que sí. — exclamó la chica cuyo nombre era Guillermina.Nuestras respuestas se contradijeron.— ¡Veo que se llevan de maravillas! Bueno, las dejo porque me están llamando. Nos vemos más tarde. — se despidió al ver lo llamaban sus amigos al organizar su equipo.— Tengo que ir a cursar, ya suéltame. — le pedí con toda la cortesía que fui capaz de acumular.— No. — su contestación tan si