Capítulo 36

 

Sin que se lo ordenara, fue mi propio cuerpo el que se dirigió directamente hasta el epicentro mismo de la plaza. Allí, donde mi melliza fue atacada.

Contemplé en un silencio sepulcral las baldosas donde ella luchó por su vida.

Levanté la mirada y divisé a cada uno de los que habían estado allí en aquel horroroso día. Eran cinco. Podía verlos frente a mí. Entre ellos un niño y una mujer cuya cabellera pelirroja era la que más resaltaba en aquel recuerdo gris.

— Y tres muchachos más…— cerré mi puño con fuerza mientras los estudiaba cuidadosamente.

Al que le dirigía todo mi odio era al chupasangre de ojos claros que retenía a mi hermana. Lo miré despiadadamente hasta que su imagen se desvaneció frente a mis ojos en aquel escenario,

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