Hedda miró hacia abajo; esa sería una caída de varios metros de altura, ese castillo era realmente enorme. Si no moría al caer, quedaría con muchos o todos sus huesos rotos. Se sostuvo con todas sus fuerzas, pero temía que estaba vez las cosas no saldrían como las había aplaneado.
Todo iba bien hasta que resbaló; el plan era perfecto: subir al balcón, llegar a las enormes ramas de los árboles, luego descender hasta el suelo. Estaba seguro que así podría huir de aquel lugar. Era algo sencillo para ella, lo podía hacer desde niña, subir y bajar de los árboles sin ningún problema.
—Al parecer la suerte no está de mi lado en esta ocasión. —Dijo casi al borde del llanto.
«¿Por qué tuvo que pasar esto? ¿Por qué mi padre tenía que darme en matrimonio con alguien que ni conozco?» —pensó.
Quizás a muchas personas no les importaba si conocías o no, con quién ibas a casarte, los intereses de por medio eran lo verdaderamente importante para las familias, en especial para una como la de ella. Aun así, no esperaba que sus padres le hicieran eso.
Su vida era perfecta, feliz, sus padres la amaban o al menos eso parecía. Y sus hermanos tampoco hicieron nada por ayudarla. Ahora ellos la habían abandonado en aquel palacio. Sus lágrimas corrían por sus mejillas al pensar en cómo estaba a punto de terminar su vida. Sus fuerzas se estaban debilitando y sus manos ya no podrían sostenerla por mucho tiempo. Ella solo deseaba estar con la persona que su corazón quería de verdad y algún día casarse con él. Pero si su destino era otro, «quizás terminar así sea lo mejor» —pensó, antes de darse por vencida.
Justo en ese momento sintió unas manos fuertes y cálidas sostener sus brazos, miró hacia arriba y se encontró con los ojos azules del hombre que sería su esposo. Erik Nordin, príncipe de Besian.
En aquel entonces existían ocho reinos, los cuales dominaban el mundo, unos más grandes que otros: Besian, Hedal, Slarin, Okaris, Ceseon, Truven, Zehan y Qaven. También había algunos reinos pequeños vasallos de los más grandes.
Pero el reino que sobresalía, el reino más poderoso y al que casi todos, le tenían respeto, era el Reino de Besian. Su rey, Melker Nordin, había reinado más de cuarenta años. Era muy joven cuando se sentó en aquel trono del cual irradiaba luz y esperanza, llevando en sus hombros el peso de mantener la paz entre todos los reinos, una tarea bastante difícil, y casi lo había conseguido, pero ya era viejo y estaba cansado. El rey Melker presentía que pronto esa carga pasaría a los hombros de su primogénito, el príncipe Erik.
Aun así, estaba feliz porque que su hijo sería un gran rey y que posiblemente lo iba a superar; tal vez eso debería de darle celos, pero solo podía sentir paz. El príncipe Erik había ganado muchas batallas incluso sin su consejo. Había terminado con una serie de enemigos rebeldes en su propio reino. Había aceptado un matrimonio por intereses políticos, con tal de mantener la paz con el reino vecino. Su prometida, una princesa que nunca había visto. Y eso no era todo, debía esperar unos siete años para casarse, porque ella era aún muy joven. Y nunca lo escucho quejarse sobre ninguna de sus obligaciones como príncipe. Tal vez tenga varios defectos, pero no tenía dudas de que era el heredero perfecto para mantener la dinastía de su imperio. El príncipe tenía a toda la corte de su lado. Bastaba con que él quisiera ser rey en cualquier momento, y lo sería, incluso desde hace mucho tiempo, pero esa nunca fue una opción para él.
El hombre que la sostenía de sus brazos evitó que cayera.
Erik ni siquiera hizo uso de todas sus fuerzas, y en un movimiento ágil y seguro tiró de ella para sostenerla de su cintura y luego… todo fue muy rápido, ella cerró sus ojos y chilló por la sorpresa y cuando volvió a abrirlos se encontró con su mirada.
—¿Estás bien? —preguntó Erik.
Ambos habían caído al piso del balcón, ella encima de él y un jarrón yacía roto en el piso. En ese momento la puerta de la habitación se abrió, y la reina Signy Hassan entró.
—¿Qué están haciendo? —preguntó la reina al ver la escena frente a ella.
Erik ayudó a Hedda a levantarse. Ella lo vio con los ojos bien abiertos y, con algo de culpa. Decidió dejar que Erik respondiera; si el la delataba, de seguro estaría perdida. Aun así, no sabe por qué esperaba que él le ayudara, su mente estaba en blanco y no se le ocurría nada que decir.
Por un momento sintió miedo, había escuchado que el príncipe era muy serio, casi nunca sonreía; además de ser demasiado estricto, era tan intimidante. «¿Cómo podría soportar vivir con una persona así? Ella, que siempre había sido libre, bueno… casi. Pero nunca tenía problemas en expresarse, hasta ahora»
—Estábamos ensayando nuestro baile, resbalé y nos caímos. —La voz y el rostro de Erik eran tan tranquilos que si no fuera porque ella sabía lo que en realidad pasó, también le hubiera creído.
Hedda lo vio sorprendida, y al ver su determinación en fingir, sonrió algo avergonzada para confirmar su versión, mientras le hacía reverencia a la reina.
—Oh, ya veo —dijo la reina.
Él no estaba seguro de si le había creído o no, su madre era una mujer impredecible y muy perspicaz. Y él había heredado eso de ella
» Pero al parecer deben practicar mucho. —La reina entrecerró sus ojos mientras lo decía.
—Por supuesto, madre —Aceptó Erik.
—Bien, solo quería despedirme de ambos —respondió su madre. Se dirigió hacía Hedda—. Bienvenida a la familia real, eres realmente hermosa y espero que no lo defraudes. —La reina de verdad era directa. Después de decir esas palabras, salió de la habitación.
Erik y Hedda aún estaban en el balcón. Él se quedó en silencio un momento mirando hacia el horizonte con sus brazos entrelazados en su espalda.
—Así que intentando escapar a unas semanas de nuestra boda, princesa. —No era una pregunta, el príncipe lo estaba afirmando. No lo hubiera sabido si no hubiera visto un pequeño bolso en una de las ramas del árbol. Además, la ropa y la capa que Hedda llevaba puesta no eran precisamente para ir a dormir, si tomaba en cuenta que ella se retiró del banquete con la excusa de ir a descansar.
Hedda había llegado al palacio del Príncipe Erik hacía apenas dos días, debía aprender todo el protocolo real del reino de Besian; para poder convertirse en la esposa del príncipe Erik y futura reina. Pero eso estaba lejos de ser lo que ella quería. Su matrimonio había sido anunciado esa mañana, y recién terminaba el banquete que el príncipe había ofrecido para la familia real y la nobleza.
—Por favor, rompa este compromiso y envíeme a casa de mis padres —suplicó ella con tristeza. Él la miró sin ninguna expresión en su rostro. Luego sonrió.
—Eso no es posible. Su familia ha firmado un acuerdo. —Erik entró a la habitación y caminó hacia la puerta.
—¿Eso es lo que soy? ¿Un acuerdo? —cuestionó ella mientras lo seguía. Él se volvió para verla.
—Lamento que lo vea de esa forma, princesa —hizo una pausa—, dime, ¿por qué crees que desde tus 13 años estás en este reino? —Hedda guardó silencio. Según sus padres, se habían mudado hace varios años a Wison, ciudad principal del reino Besian, para sellar la paz entre el reino de Besian y Hedal. Siendo ellos parte de la familia real Hedalis, se vieron obligados a hacerlo.
«Pero, ¿qué tenía que ver eso con ella? ¿Acaso ella era…?» —Su mente llegó a una conclusión que la dejó aún más perpleja.
» No me digas que no lo sabes. —Ella levantó su mirada para verlo y entendió todo.
—Soy la garantía de ese acuerdo de paz —Musitó con tristeza. No era una pregunta, pero igual el príncipe se lo confirmó.
—Así es. Si este matrimonio no se realiza, su familia quedará como rehenes por no cumplir el acuerdo. El rey Harald y su pueblo tendrán que defenderse de Besian. ¿Es eso lo que quieres para tú familia y el reino de Hedal?
Cerró sus ojos, ella no sabía qué responder, ella no sabía nada. Su padre nunca mencionó que ella tendría que casarse para mantener esa paz. Su familia había logrado mantenerla en el corazón de Besian durante siete años sin que ella pudiera darse cuenta; hasta que, su padre fue a dejarla al palacio del príncipe Erik. Había sido algo inesperado que, ni siquiera tuvo tiempo de asimilar la noticia.
Tenía muchos sentimientos encontrados, no sabía cómo sentirse, prácticamente estaba siendo sacrificada.
» Si su familia está dispuesta a sacrificarse por usted para que sea feliz con la persona que ama, entonces rompamos este acuerdo. —Hedda volvió a mirarlo—. Si lo que quiere es dejar que sea su familia y todo su pueblo los que se sacrifiquen por usted, venga conmigo. —Erik le extendió la mano, pero ella no la tomó, entonces él la sujetó de la muñeca y se dirigió hacia la puerta. Hedda tiró de él haciendo que se detuviera.
—¿A dónde vamos? —preguntó ella.
—A romper el acuerdo con su familia para que pueda casarse con la persona que ama, ¿no es eso lo que quiere?
—¿Cómo… cómo sabe sobre eso? —se atrevió a cuestionar ella.
Esa mañana Erik había ido a su habitación para ver cómo estaba, pero se detuvo antes de entrar. Escuchó a Hedda discutir con su madre y ahí se dio cuenta de que ella estaba enamorada de otro hombre. Erik había mandado decorar sus habitaciones al estilo de su reino. Con alfombras en los pisos y algunos detalles que él mismo se encargó de averiguar. Él quería saber si la habitación era de su agrado, pero desistió de entrar cuando la escuchó hablar de otro hombre.
—Sé muchas cosas, princesa. ¿Entonces qué quiere hacer? ¿Ir con su familia y terminar con esto? ¿O quedarse? —Hedda bajó su cabeza. Cerrando sus ojos en un intento por detener las lágrimas que empezaban a empañar su vista.
—Yo… no sé…—Su voz se quebró y ya no pudo evitar derramar sus lágrimas—. Puedes tener a la mujer que quieras, ¿por qué yo? —Erik suspiró, se acercó a ella tomándola de los hombros, quería decirle que a la que quería era a ella.
—Escucha… —musitó él. Hizo que ella levantara su rostro tomando su mentón con sus dedos. Eso fue un error porque se perdió en sus hermosos ojos grises, estaban llenos de lágrimas. Quería borrarlas de su rostro. Su piel era blanca y su cabello tan negro como la noche. Sus labios ligeramente enrojecidos, toda ella era hermosa. En ese momento deseó tanto besarla, al igual que la primera vez que la vio.
Tomó una decisión, no estaba dispuesto a perderla sin antes luchar por ella y obtener su corazón. Llevaba años esperando poder al fin casarse con ella.
» El rey Harald y el rey Melker firmaron un acuerdo de paz. Me haré cargo de mantener esa paz entre ambos reinos si decides quedarte, pero si decides irte, no te detendré, pero debes tener presente cuáles serán las consecuencias y no será mi decisión. Mi padre no perdonará a tu abuelo. Y antes de que decidas, te propongo un acuerdo, solo entre tú y yo.
Hedda vio al hombre frente a ella y parecía tener a otra persona diferente a la que le había hablado hace un momento. Su rostro cambió de ser frío a cálido, sus ojos azules estaban fijos en ella, se estremeció ante esa mirada, no había visto a nadie con ese azul tan profundo o «¿tal vez sí?». No, eso era imposible. Su piel se erizó cuando se dio cuenta de su tacto.—¿Qué…, qué acuerdo? —Preguntó limpiando sus mejillas humedecidas por las lágrimas.—Nos casaremos y cumpliremos con nuestras obligaciones. Si en dos años, como máximo, aún quieres irte, lo aceptaré y te dejaré ir.—¿Qué? ¿De qué habla, príncipe? —Cuestionó.—De una oportunidad para todos, tu familia, tu pueblo, y tú…, tú podrás elegir lo que quieras después de un año. Te doy mi palabra.Hedda seguía dudando, no estaba segura de si eso era posible. «¿Pero en que estaba pensando el príncipe Erik? Era una locura»; aun así, él se miraba tan seguro y por un momento quiso confiar él, ¿podría hacerlo? Deseaba tanto que así fuera.
Tenía que aceptar que intentar escapar había sido su mayor estupidez.El beso que Erik le dio apagó todo pensamiento, se mordió el labio porque la sensación de aquel beso aún permanecía en sus labios. Su perfume era exquisito y el toque de sus manos hacía que su cuerpo experimentara una especie de hormigueo, y no respondiera a lo que su mente le dictaba. Era como si la hubiera estado controlando. Hedda sacudió su cabeza como si de esa forma pudiera hacer que esos pensamientos salieran de su mente, el rumbo que estaban tomando no era el que debían.—¡Hedda! —Se sobresaltó con la voz aguda de Nilsa.—¿Qué sucede? ¿Por qué gritas? —reclamó Hedda.—Te he estado hablando desde hace tiempo. ¿Qué te sucede? Desde anoche estás distraída. —Ella quería hablar con su amiga y contarle sobre lo que le había dicho el príncipe anoche, pero él le advirtió que sería solo entre ellos dos. Y entendía el motivo.—Tengo que hablar con Karl —dijo en lugar de lo que estaba pensando. No porque pensara que aú
—¡Lo encontré! —gritó un soldado. Su mirada estaba puesta en el suelo. Levantó la cabeza de inmediato e intentó ir hacia ahí. Pero la persona que la sostenía de su brazo no la dejó. Frunció el ceño y volteó a ver, era Kaira.—No se preocupe, princesa, lo traerán hasta aquí —dijo la joven sanadora.«¿Estaba preocupada por el príncipe?»Trató de convencerse de que era porque no quería ver morir a nadie, ni siquiera a él. Pero su corazón parecía empeñado en hacerle saber algo más. Sus ojos volvieron a ponerse acuosos cuando vio a varios hombres que cargaban el cuerpo de Erik. Esta vez nadie la detuvo y corrió hacia él. Tomó su mano mientras lo colocaban en una especie de camilla.Se colocó de rodillas a un costado de su cuerpo, mientras al otro lado Kaira empezó a examinarlo. Hedda tomó el rostro del príncipe en sus manos.—Príncipe —musitó mientras limpiaba la tierra de su rostro—, Erik —volvió a llamarlo ella, pero no obtuvo ninguna respuesta.—Presiona aquí —Le pidió Kaira, Hedda sin
Hedda despertó por la luz del sol que entraba en la habitación. Intentó mover su cuerpo, pero los brazos que rodeaba su cuerpo se lo impidieron. Cuando su mente al fin se aclaró recordó el lugar en donde estaba, lo sucedido el día y la noche anterior. No podía negar que había dormido profundamente, algo que creyó que no era posible. Los labios del príncipe descansaban sobre su frente permitiéndole sentir su respiración acompasada, entonces supo que él aún dormía. Arqueó su cuello para poder ver su rostro y le dio gusto ver que estaba relajado, se hubiera sentido culpable si así no fuera.No había visto o quizás no quería hacerlo, pero tenía que reconocer que el príncipe era un hombre realmente atractivo. Sintió el impulso de acariciar su rostro, pero reprimió ese deseo tan pronto apareció. No quería arriesgarse a que él despertara y no veía forma de salir de la cama sin que se diera cuenta.Se preguntó si Karl la habría ido a buscar al mismo lugar de siempre. Habían pasado casi cuatro
—Príncipe, si se da cuenta de que no tengo opción, ¿verdad?—¿Te irás dejando atrás a tu hijo?—No, no quiero hacer eso. —Ella no se ve dando a luz a una criatura y luego abandonarla. «¿Qué clase de madre sería? Jamás haría algo así» Vio nuevamente ese brillo en sus ojos. Hedda entrelazó sus dedos algo nerviosa, aún no estaba segura de nada. Pero, si no estaba equivocada, él la quería a su lado, ya sea porque tenía sentimientos por ella o por algún instinto de posesividad, como sea—. Déjeme preguntarle algo, su alteza. ¿Usted desea que yo me quede?—Quiero tener a mi esposa e hijo conmigo —contestó él.Había algo que Hedda no podía pasar por alto. El príncipe salvó su vida cuando intentó escapar, no se desquitó con ella ni con su familia por faltar a su acuerdo. Además, le estaba dando la oportunidad de dejarlo si así lo quería dentro de un año, lo menos que podía hacer era darle una oportunidad a él también. No tenía idea de donde había salido eso, pero recién lo había decidido.—Tie
La mujer mayor se dio la vuelta para volver a llamarles la atención.—Ustedes no… —Pero sus palabras quedaron atoradas en su garganta. Hedda estaba de pie en la entrada de la cocina, las chicas que estaban hablando antes vieron su reacción, se giraron para ver detrás de ellas y sus rostros se pusieron pálidos.—Se… señora —Jonna hizo una reverencia y las demás sirvientas la imitaron—. ¿Puedo ayudarla en algo? —preguntó nerviosa.—Solo necesito un poco de agua —contestó fingiendo estar tranquila. Y la mujer mayor casi corrió para servir el agua a la recién llegada, que pronto sería la dueña del palacio, si es que no lo era ya. Hedda tomó el jarro con agua, agradeció para luego dar media vuelta y salir. Einar fulminó con la mirada a las mujeres antes de salir también de la cocina detrás de Hedda.Hedda llegó a su habitación y mientras tomaba agua no pudo evitar pensar en todo lo que había escuchado en la cocina.—No tiene concubinas, pero sí amantes —Dijo apenas en un susurro. Tal vez d
Erik entró a toda prisa a su habitación mientras llevaba a Hedda en sus brazos, la depositó con mucho cuidado en la cama.—Einar. ¿Dónde está Kaira? —Gritó sin poder quitar la mirada de Hedda. Apenas había entrado con ella al palacio, hizo que todo el mundo corriera en busca de ayuda. Cuando la encontró tirada en el suelo, su corazón se detuvo, y dolía tanto como si le estuvieran clavando una espada.—Viene en camino, señor.—Ve y tráela, ahora —Ordenó. Einar salió corriendo de la habitación.—Con la caída se torció el tobillo, tiene unos raspones en sus brazos, no hay herida en su cabeza —decía Kaira, mientras la examinaba—. Esto deberá despertarla —acercó a su nariz una especie de pañuelo. A los pocos segundos, Hedda empezó a mover su cabeza y fruncir su ceño.El príncipe parecía estar muy impaciente, soltó un suspiro cuando la vio despertar.Hedda, abrió los ojos, pero volvió a cerrarlos mientras se quejaba del dolor. Estaba confundida y toso era borroso. No reconoció el lugar, per
—Espere un momento, señorita —Le dijo un guarda, Maija se sorprendió, pero no lo pensó mucho, tal vez el príncipe estaba ocupado y dio orden de no ser molestado. Después de un rato la dejaron pasar.Al entrar lo saludó como de costumbre. Erik fue amable también, y la invitó a sentarse.—Me enteré sobre el accidente de la princesa Hedda, lo siento. —Erik, que parecía estar concentrado en unos documentos, alzó su mirada para ver a Maija.—Afortunadamente no fue grave, ella está bien, no te preocupes. —Bueno, no estaba muy preocupada. «¿Será muy egoísta de su parte sentirse así?», pensó.—Lamento que ella escuchara los comentarios que…—Oh, está bien. Tú no tienes por qué disculparte. Ya resolví esos malentendidos de una vez.—Erik, yo… sabes que te quiero… —dijo ella estirando su mano para tocar la de él.—Maija… —La interrumpió Erik; él sabía de sus sentimientos, aunque nunca los había confesado, pero tampoco era buena ocultándolos—. Eres como una hermana para mí.—Pero yo no quiero s