Tenía que aceptar que intentar escapar había sido su mayor estupidez.
El beso que Erik le dio apagó todo pensamiento, se mordió el labio porque la sensación de aquel beso aún permanecía en sus labios. Su perfume era exquisito y el toque de sus manos hacía que su cuerpo experimentara una especie de hormigueo, y no respondiera a lo que su mente le dictaba. Era como si la hubiera estado controlando. Hedda sacudió su cabeza como si de esa forma pudiera hacer que esos pensamientos salieran de su mente, el rumbo que estaban tomando no era el que debían.
—¡Hedda! —Se sobresaltó con la voz aguda de Nilsa.
—¿Qué sucede? ¿Por qué gritas? —reclamó Hedda.
—Te he estado hablando desde hace tiempo. ¿Qué te sucede? Desde anoche estás distraída. —Ella quería hablar con su amiga y contarle sobre lo que le había dicho el príncipe anoche, pero él le advirtió que sería solo entre ellos dos. Y entendía el motivo.
—Tengo que hablar con Karl —dijo en lugar de lo que estaba pensando. No porque pensara que aún había una oportunidad con él, sino porque sentía que lo correcto era decirle de frente que se olvidara de ella.
—¡No Hedda, ni se te ocurra! —Le advirtió Nilsa—. Mi princesa —Nilsa la tomó de las manos e intentó persuadirla. La joven no sabía mucho sobre parejas, pero había visto a algunas de quienes no le había quedado dudas de que se amaban. Y la forma en cómo se miraban era la misma que había visto en los ojos del príncipe cuando miraba a su amiga. Solo que ella no se había dado cuenta de eso y conociendo lo terca que es, no se dará cuenta pronto—, usted se va a casar con el príncipe más guapo, fuerte y valiente —Hedda rodó los ojos—, tiene que concentrarse en eso de ahora en adelante.
—Pero… —Hedda dejó de hablar cuando vio a alguien acercarse hacía ellas. Era él. Después de lo de anoche no se sentía preparada para mirarlo a los ojos, mucho menos tenerlo tan cerca. No tenía más opción, así que debía afrontar lo que sería su vida de ahora en adelante.
—Es su príncipe, señorita —Escuchó a Nilsa susurrarle. «¿Mi príncipe?»
—Princesa Hedda —saludó Erik. Ella y Nilsa le hicieron una reverencia.
Él tomó la mano de Hedda y depositó un beso en su dorso. Igual que como le pasaba desde anoche, no sabría describir con palabras que conociera la forma en cómo se sintió cuando sus pieles se tocaron. Era como… cientos de hormiguitas recorriendo su cuerpo.
Erik no pudo evitar evaluarla mientras la miraba, si ella aún estaba aquí y había asistido a las lecciones de la señora Elina, era porque había decidido quedarse. Pensar en esa posibilidad lo hizo tener una esperanza.
Hedda sintió la mirada de Erik fija en ella y se dio el valor para mirarlo también directo a los ojos.
—¿Te dirigías a algún lugar? —preguntó él cuando ella lo miró.
—No, solo paseábamos —respondió ella.
—Entonces te acompañaré —ella asintió— ¿Te gustaron las rosas?
—Sí…, son muy lindas —respondió con sinceridad, pero algo hizo que se sonrojara. Ahora podía ver de dónde había sacado las rosas, su jardín estaba lleno de rosas y flores. Él aroma ahí era más que agradable, la podía transportar a algún lugar mágico, si existiera claro—. Por cierto, gracias por ayudarme ayer —dijo, cambiando de tema. Recordó que anoche ni siquiera le agradeció por ayudarla a que no cayera de su balcón y luego la cubrió frente a la reina Signy.
—Está bien, solo ten más cuidado la próxima vez que intentes escapar. —Ella lo miró e intentó discernir si hablaba en serio—. La verdad, espero que no lo vuelvas hacer.
—No se preocupe —musitó.
—¿Pensaste en lo que te dije anoche?
—Sí, yo…
—¡Príncipe! —La voz de un joven los interrumpió. Ambos se giraron para ver a la persona.
—Jensen. —Dijo Erik al ver al joven. El soldado se colocó sobre una rodilla y llevó su mano derecha a su pecho.
—Princesa —saludó Jensen. Se colocó de pie y se dirigió al príncipe—. Su alteza, perdón por molestarlo. Hay una emergencia en una de las minas. Un derrumbe. Y hay personas atrapadas. —Reportó el joven. Jensen ya había enviado soldados para ayudar, además de organizar la atención medica que necesitaban. Y eso era lo que Erik siempre esperaba de sus hombres. Ellos podían encargarse por sí solos, pero nunca dejaba de atender a aquellos que necesitaban de su atención.
—Que preparen mi caballo —ordenó Erik y el joven soldado se fue.
—Perdón, debo ir, hablaremos luego.
—¿Puedo ir con usted? Ayudaré a atender a los heridos. —Él lo pensó por un momento.
—¿Segura? —Le cuestionó. Ella asintió de inmediato. No era que dudara de su capacidad. El padre de Hedda venía de una familia con habilidades en medicina. Y era de esperarse que ella supiera cómo tratar una herida.
—Prometo que lo haré bien. —Él aceptó. La llevó hasta la salida del palacio, ahí tenían listo su caballo. Hedda no tuvo más opción que subir con él. Tendrá que recordar la próxima vez pedir que también le preparen un caballo para ella. Podía jurar que miró una sonrisa en sus labios antes de que él subiera detrás de ella, pero no podía asegurarlo.
Sus brazos la rodearon y una extraña sensación se instaló en su pecho, se dijo que ya tendría tiempo después para pensar en qué le estaba ocurriendo. Por ahora lo más importante era ayudar a las personas que necesitaban de ellos.
—No entres, espera a que saquen por completo a los heridos —ordenó él luego de que la ayudó a bajar del caballo. Ella asintió a su petición. Él se giró para irse, pero ella lo detuvo de su brazo.
—Usted…, cuídese. —Se miraron directo a los ojos por unos segundos. Él asintió antes de dar la vuelta y entrar a la mina. Hedda miró a su alrededor y pudo ver que la mayoría de los hombres ahí eran de su reino. Sus característicos cabellos largos y trenzados se lo podían confirmar. Todos ellos trabajaban en aquellas minas. Uno de ellos se levantó, doblo una rodilla e hizo una reverencia ante ella, luego lo siguió otro hombre y otro, hasta que todos la reverenciaron. La noticia del matrimonio entre ambos príncipes ya se había extendido incluso fuera de las fronteras.
Muchos de aquellos esclavos habían preferido quedarse en Besian, algunos porque habían hecho sus familias en este lugar, y otros porque el príncipe Erik les había ofrecido trabajar en las minas con beneficios como si fueran sus mismos ciudadanos.
Sabía por lo que había leído, gracias a que su padre la obligaba a leer sobre el reino de Besian, y ahora entendía el por qué. Hace unos años el rey Melker había liberado a todos los esclavos de guerra del reino de Hedal. En los libros que leyó nunca vio la fecha exacta de cuándo eso sucedió. Ahora tenía una sospecha de cuándo fue. Era seguro que desde que acordaron aquel matrimonio sellando la paz entre ambos reinos. Era de esperarse que aquellas personas la quisieran y la respetara porque piensan que gracias a ella son libres. Y de seguro esperan mucho más de ella.
No pudo evitar sentirse mal y avergonzada porque ella tenía planeado fallarles, no solo a ellos sino a todo su pueblo y familia. Podría defenderse diciendo que no sabía nada del acuerdo de paz, pero era una princesa y sabía muy bien cuáles eran sus obligaciones.
—Princesa —la llamó una mujer. Hedda salió de su aislamiento mental y puso su atención en ella. No se había dado cuenta de que estaba absorta en sus pensamientos.
—Sí, disculpe. —La chica se sorprendió por su disculpa—. ¿Puedo ayudarles? —ofreció Hedda. La mujer frente a ella asintió y la invitó a seguirla.
—Mi nombre es Kaira, princesa —se presentó la chica.
—Es un nombre bonito. Puedes llamarme Hedda —dijo.
—No sería correcto. —Hedda no insistió, porque sabía que era un caso perdido. Había visto que las reglas en Besian eran demasiado estrictas.
—¿Tienes familia trabajando aquí? —preguntó con curiosidad.
—Mi padre y yo trabajamos atendiendo a los heridos, ya sea en las minas o a los soldados. Vamos donde el príncipe nos necesite.
—Entiendo.
—Mi padre es de Hedal —dijo Kaira—, cuando era joven fue aprendiz en la academia de medicina de su familia, princesa. —Hedda se sorprendió.
—¿Entonces, también fue esclavo aquí? —preguntó ella.
—Sí, un tiempo.
—¿Y tú… también eras esclava? —Kaira sonrió.
—No, mi madre es de aquí. Por lo que yo tuve la suerte de nacer libre.
—Entiendo.
Pasaron alrededor de dos horas atendiendo a los que estaban más heridos. Fue un alivio que ninguno fue de gravedad. Y todo parecía transcurrir con tranquilidad, hasta que escucharon gritos en la entrada de la mina. Hedda levantó su mirada y miró a varios soldados moverse con rapidez. No sabría decir cómo ni por qué, pero su corazón pareció detenerse por un momento.
Minutos antes.
—Jensen, ¿cuántos quedan? —preguntó el príncipe cuando habían liberado casi a todas las personas atrapadas en los escombros.
—Quedan dos, su alteza. Pero está complicado —dijo señalando hacia arriba.
Jensen tomó al hombre herido y lo ayudó a salir, luego ayudó a su compañero que venía detrás. Estaba exhausto.
—Mi hijo está ahí adentro —dijo un hombre mayor detrás de ellos. Tenía un poco de sangre en su cabeza—, debo sacarlo de ahí. —Erik lo detuvo.
—No se preocupe, señor, nosotros lo sacaremos. —Le hizo señas a un soldado para que se llevara al anciano—. Iré por el chico —anunció Erik.
—No, príncipe, espere… —dijo un soldado, pero Erik ya se había adentrado en el pequeño espacio que abrieron para extraer a los hombres que estaban atrapados. Pasaron varios minutos y aún no veían salir a nadie. Jensen y los demás empezaron a llamarlo.
—Iré a por ellos —dijo Jensen cuando no obtuvieron respuestas. Antes de que él entrara miró un cuerpo arrastrarse, extendió sus manos y lo ayudó a salir. Era el joven que había quedado atrapado, detrás de él venía Erik. Jensen y los demás suspiraron con alivio cuando salió.
Algo de tierra cayó sobre la cabeza del príncipe, miró hacia arriba y supo que el techo se les venía encima.
—¡Salgamos! —ordenó. Todos se apresuraron hacia la salida. Algunas piedras empezaron a caer sobre ellos. Faltaban un par de metros para poder estar fuera. Erik empujó al último hombre delante de él, pero él no logró salir a tiempo.
—¡El príncipe! ¡El príncipe! —Escuchó Hedda que gritaban.
Se colocó de pie y, como si algo la estuviera llamando, empezó a caminar hacia la entrada de la mina de la cual salía una nube de polvo. Las personas corrían de un lado a otro sacando piedra por piedra. Alguien la sujetó del brazo y se vio obligada a quedarse ahí, esperando por él. Quería verlo salir caminando. Una lagrima corrió por su mejilla, se dio cuenta porque estaba empañando su visión. Frunció su ceño porque no estaba segura de lo que estaba sintiendo. Esa opresión en su pecho parecía que le estaba dificultando su respiración conforme pasaban los minutos.
—¡Lo encontré! —gritó un soldado. Su mirada estaba puesta en el suelo. Levantó la cabeza de inmediato e intentó ir hacia ahí. Pero la persona que la sostenía de su brazo no la dejó. Frunció el ceño y volteó a ver, era Kaira.—No se preocupe, princesa, lo traerán hasta aquí —dijo la joven sanadora.«¿Estaba preocupada por el príncipe?»Trató de convencerse de que era porque no quería ver morir a nadie, ni siquiera a él. Pero su corazón parecía empeñado en hacerle saber algo más. Sus ojos volvieron a ponerse acuosos cuando vio a varios hombres que cargaban el cuerpo de Erik. Esta vez nadie la detuvo y corrió hacia él. Tomó su mano mientras lo colocaban en una especie de camilla.Se colocó de rodillas a un costado de su cuerpo, mientras al otro lado Kaira empezó a examinarlo. Hedda tomó el rostro del príncipe en sus manos.—Príncipe —musitó mientras limpiaba la tierra de su rostro—, Erik —volvió a llamarlo ella, pero no obtuvo ninguna respuesta.—Presiona aquí —Le pidió Kaira, Hedda sin
Hedda despertó por la luz del sol que entraba en la habitación. Intentó mover su cuerpo, pero los brazos que rodeaba su cuerpo se lo impidieron. Cuando su mente al fin se aclaró recordó el lugar en donde estaba, lo sucedido el día y la noche anterior. No podía negar que había dormido profundamente, algo que creyó que no era posible. Los labios del príncipe descansaban sobre su frente permitiéndole sentir su respiración acompasada, entonces supo que él aún dormía. Arqueó su cuello para poder ver su rostro y le dio gusto ver que estaba relajado, se hubiera sentido culpable si así no fuera.No había visto o quizás no quería hacerlo, pero tenía que reconocer que el príncipe era un hombre realmente atractivo. Sintió el impulso de acariciar su rostro, pero reprimió ese deseo tan pronto apareció. No quería arriesgarse a que él despertara y no veía forma de salir de la cama sin que se diera cuenta.Se preguntó si Karl la habría ido a buscar al mismo lugar de siempre. Habían pasado casi cuatro
—Príncipe, si se da cuenta de que no tengo opción, ¿verdad?—¿Te irás dejando atrás a tu hijo?—No, no quiero hacer eso. —Ella no se ve dando a luz a una criatura y luego abandonarla. «¿Qué clase de madre sería? Jamás haría algo así» Vio nuevamente ese brillo en sus ojos. Hedda entrelazó sus dedos algo nerviosa, aún no estaba segura de nada. Pero, si no estaba equivocada, él la quería a su lado, ya sea porque tenía sentimientos por ella o por algún instinto de posesividad, como sea—. Déjeme preguntarle algo, su alteza. ¿Usted desea que yo me quede?—Quiero tener a mi esposa e hijo conmigo —contestó él.Había algo que Hedda no podía pasar por alto. El príncipe salvó su vida cuando intentó escapar, no se desquitó con ella ni con su familia por faltar a su acuerdo. Además, le estaba dando la oportunidad de dejarlo si así lo quería dentro de un año, lo menos que podía hacer era darle una oportunidad a él también. No tenía idea de donde había salido eso, pero recién lo había decidido.—Tie
La mujer mayor se dio la vuelta para volver a llamarles la atención.—Ustedes no… —Pero sus palabras quedaron atoradas en su garganta. Hedda estaba de pie en la entrada de la cocina, las chicas que estaban hablando antes vieron su reacción, se giraron para ver detrás de ellas y sus rostros se pusieron pálidos.—Se… señora —Jonna hizo una reverencia y las demás sirvientas la imitaron—. ¿Puedo ayudarla en algo? —preguntó nerviosa.—Solo necesito un poco de agua —contestó fingiendo estar tranquila. Y la mujer mayor casi corrió para servir el agua a la recién llegada, que pronto sería la dueña del palacio, si es que no lo era ya. Hedda tomó el jarro con agua, agradeció para luego dar media vuelta y salir. Einar fulminó con la mirada a las mujeres antes de salir también de la cocina detrás de Hedda.Hedda llegó a su habitación y mientras tomaba agua no pudo evitar pensar en todo lo que había escuchado en la cocina.—No tiene concubinas, pero sí amantes —Dijo apenas en un susurro. Tal vez d
Erik entró a toda prisa a su habitación mientras llevaba a Hedda en sus brazos, la depositó con mucho cuidado en la cama.—Einar. ¿Dónde está Kaira? —Gritó sin poder quitar la mirada de Hedda. Apenas había entrado con ella al palacio, hizo que todo el mundo corriera en busca de ayuda. Cuando la encontró tirada en el suelo, su corazón se detuvo, y dolía tanto como si le estuvieran clavando una espada.—Viene en camino, señor.—Ve y tráela, ahora —Ordenó. Einar salió corriendo de la habitación.—Con la caída se torció el tobillo, tiene unos raspones en sus brazos, no hay herida en su cabeza —decía Kaira, mientras la examinaba—. Esto deberá despertarla —acercó a su nariz una especie de pañuelo. A los pocos segundos, Hedda empezó a mover su cabeza y fruncir su ceño.El príncipe parecía estar muy impaciente, soltó un suspiro cuando la vio despertar.Hedda, abrió los ojos, pero volvió a cerrarlos mientras se quejaba del dolor. Estaba confundida y toso era borroso. No reconoció el lugar, per
—Espere un momento, señorita —Le dijo un guarda, Maija se sorprendió, pero no lo pensó mucho, tal vez el príncipe estaba ocupado y dio orden de no ser molestado. Después de un rato la dejaron pasar.Al entrar lo saludó como de costumbre. Erik fue amable también, y la invitó a sentarse.—Me enteré sobre el accidente de la princesa Hedda, lo siento. —Erik, que parecía estar concentrado en unos documentos, alzó su mirada para ver a Maija.—Afortunadamente no fue grave, ella está bien, no te preocupes. —Bueno, no estaba muy preocupada. «¿Será muy egoísta de su parte sentirse así?», pensó.—Lamento que ella escuchara los comentarios que…—Oh, está bien. Tú no tienes por qué disculparte. Ya resolví esos malentendidos de una vez.—Erik, yo… sabes que te quiero… —dijo ella estirando su mano para tocar la de él.—Maija… —La interrumpió Erik; él sabía de sus sentimientos, aunque nunca los había confesado, pero tampoco era buena ocultándolos—. Eres como una hermana para mí.—Pero yo no quiero s
—¿Puedo pasar? —Erik asomó su cabeza por la puerta—Es tu habitación, ¿no?—También es tuya.—Eso no es cierto. Llévame a mi habitación —demandó—Esta es tu habitación, nuestra habitación —corrigió Erik.—Entonces me iré por mi cuenta. —Hedda se sentó en la cama y se apoyó en su pie sano para levantarse, no dio ni un paso porque Erik la levantó en sus brazos.—¿Por qué no cedes un poco? —Se sentó en la cama con ella en sus regazos.—¿Por qué debería? Cuando lo intenté, enviaste a mi doncella a un calabozo sin ningún motivo.—Ya me disculpé por eso. Y prometí no volver hacerlo ¿No vas a perdonarme?—¿Lo hiciste? —Erik dedujo que ella no recordaba su corta conversación de anoche.—Sí, bueno, pero creo que estabas dormida.—Eso no cuenta, pero si de verdad no lo sientes. Es inútil que lo hagas.—De verdad lo siento. Nunca fue mi intensión lastimarla, y menos a ti. —Ella jamás pensó que miraría al príncipe pedir su perdón. Tenía que reconocer que tanto sus palabras como su mirada estaban
—No entiendo por qué insistes en hacer esto. —Erik estaba de rodillas frotando el tobillo de Hedda con un ungüento—. Nilsa lo puede hacer. Además, ya estoy bien, puedo caminar, Kaira dijo que podía dejar las medicinas. —Erik no respondió nada, en su lugar seguía concentrado en su tarea. Pasaron varios días de la misma manera. Él cuidándola y ella refutando lo exagerado que era. Solo cuando Erik tenía que salir le quitaba la vista de encima. Temía que se lastimara nuevamente y conociendo lo inquieta que ella era, lastimarse era una posibilidad.Fue un enorme alivio para el príncipe que la molestia que ella tenía con él quedara en el pasado y ella le permitiera volver a estar cerca. Aunque tenía que reprimir su deseo de besarla. Pero esperaría hasta que estuviera dispuesta nuevamente. Si no, era un hecho que no lo dejaría pasar en la noche de su boda, que por cierto ya faltaba muy poco.—Solo estoy cuidándote, bella —decía mientras se colocaba de pie y la ayudaba a ella a levantarse tam