Capítulo 5. Nerviosa

Hedda despertó por la luz del sol que entraba en la habitación. Intentó mover su cuerpo, pero los brazos que rodeaba su cuerpo se lo impidieron. Cuando su mente al fin se aclaró recordó el lugar en donde estaba, lo sucedido el día y la noche anterior. No podía negar que había dormido profundamente, algo que creyó que no era posible. Los labios del príncipe descansaban sobre su frente permitiéndole sentir su respiración acompasada, entonces supo que él aún dormía. Arqueó su cuello para poder ver su rostro y le dio gusto ver que estaba relajado, se hubiera sentido culpable si así no fuera.

No había visto o quizás no quería hacerlo, pero tenía que reconocer que el príncipe era un hombre realmente atractivo. Sintió el impulso de acariciar su rostro, pero reprimió ese deseo tan pronto apareció. No quería arriesgarse a que él despertara y no veía forma de salir de la cama sin que se diera cuenta.

Se preguntó si Karl la habría ido a buscar al mismo lugar de siempre. Habían pasado casi cuatro semanas desde última vez que lo vio. Aunque le dijo que estaría de viaje, había estado esperando que volviera pronto. «¿Qué pensará cuando se entere de su matrimonio?» Solo esperaba que entendiera que no tenía más opción. Ese era su destino.

—¿En qué piensas? —La voz del príncipe la sorprendió sacándola de sus divagaciones. Estaba tan sumida en sus pensamientos que no se dio cuenta cuando él despertó. Lo miró por unos segundos antes de contestar. Y claro, no le diría lo que estaba pensando…, o mejor dijo en quien.

—Debería levantarme —respondió.

—¿Por qué, no estás cómoda? —Se dijo que debería tener cuidado con lo que responde.

—Necesitas comer. —El príncipe desvió su mirada de su rostro a otra parte de su cuerpo. Hedda llevaba un camisón de seda, este se había deslizado por un costado dejando uno de sus hombros al descubierto. Erik no pudo evitar inclinarse. Acarició con sus dedos su piel y luego depositó un beso en su hombro que duró unos segundos. Hedda sintió como su rostro y su cuerpo se calentaba a sentir sus cálidos labios sobre su piel. Sin poder evitarlo se estremeció.

—Está bien —dijo él. Ella tuvo que esforzarse para recordar de qué estaban hablando. Desenredó sus brazos de su cuerpo para dejarla ir. Ella se levantó con prisa y desapareció en el cuarto de baño.

Minutos después salió, se había arreglado un poco y se había puesto un vestido. Caminó hasta la puerta y dio un par de órdenes a los guardas para que trajeran el desayuno del príncipe. Luego volvió hasta donde estaba Erik sentado en la cama.

—¿Cómo te sientes? —preguntó ella.

—No estoy seguro.

—¿Te duele la cabeza?

—Un poco. —Ella tomó su rostro y miró sus ojos.

—¿Sientes mareos? ¿náuseas?

—No —Quitó la venda de su cabeza y observó la herida.

—Está sanando —dijo— Le cambiaré el vendaje.

Un rato después ambos estaban desayunando. El balcón era bastante grande y había una pequeña mesa redonda ahí.

—Príncipe, ¿podría dejar de verme de esa forma? —Hasta hace un momento las cosas habían estado sin ninguna incomodidad, pero al parecer él estaba empeñado en hacerla sentir intimidada y no pudo evitar hacérselo saber.

—No sé de lo que hablas.

—Estoy segura de que sí lo sabe.

—¿Entonces, no quieres que te mire?

—No fue lo que dije, es solo… —Ella hizo una pausa, ya no estaba segura de hablar.

—¿Entonces? —Ambos se miraron a los ojos—. Dímelo, princesa, no te reprimas. ¿Te molesta?

—Erik… —Era la primera vez que la escuchaba decir su nombre. No podía negar que gustaba.

—Si tanto te molesta tenerme cerca, no debiste quedarte anoche.

«¿Qué? ¿Acaso no recuerda cómo me pidió que me quedara?» —pensó ella. Aunque fue ella la que decidió quedarse en un principio, fue él quien la besó e hizo que durmieran juntos. Hedda solo quería decirle que su forma de verla la intimidaba porque sentía como si se le lanzara encima en cualquier momento y eso la hacía estar incómoda.

» Y tampoco deberías de estar aquí —Hedda soltó un suspiro silencioso—, se puede ir, princesa —dijo Erik; se puso de pie y caminó hacia la habitación. Ella también se colocó de pie y lo siguió. Debería gritarle lo estúpido que es, pero se contuvo.

—Príncipe, yo nunca dije nada de lo que está asumiendo. Solo trataba de decir que la forma en cómo me miraba hace un rato me estaba haciendo sentir… nerviosa —trató de explicarse y él sonrió.

—¿Nerviosa? —Le cuestionó. Ella frunció el ceño—. ¿Te sentías así, con el hombre con quien te mirabas?

«No», era su respuesta. Karl nunca la hizo sentir de esa forma. No tenía idea de lo que eso significaba y prefería no saberlo.

» No te preocupes, no volveré a incomodarte —dijo después de que ella no respondiera nada. Hubo un corto silencio.

—Debo quedarme hasta que Kaira venga a examinarlo.

—Hay otras personas que pueden atenderme —Respondió él.

El príncipe se acostó en la cama dándole la espalda a ella. Él sí la confundía, por un momento actuaba como si ella le importara y luego era indiferente; aun así, volvió a sentir ganas de abrazarlo, pero debía poner en orden sus pensamientos y dejar de estarse sintiendo como si necesitara de él o como si él necesitara de ella.

No pasó mucho tiempo para que Kaira llegara, y se sintió aliviada por eso. Luego llegaron los padres y hermanos del príncipe. Hedda no se dio cuenta de en qué momento la habitación se llenó, y aquel silencio incómodo que se había instalado se vio interrumpido por las voces de los recién llegados.

—¡Hedda! —Una joven como de unos quince años se lanzó a abrazarla, ella logró corresponderle de inmediato.

—Hola, princesa —saludó ella. Astrid era la hija menor de los reyes.

—¿Dónde estabas? —le cuestionó Hedda, recordó que no la había visto desde el banquete en el que se había anunciado su matrimonio. La joven se le había pegado como si llevara conociéndola toda la vida. Era tan dulce y amable.

—En el palacio de mis padres. Es que aquí solo intentan enseñarme a usar una espada o un arco —respondió la jovencita en un susurro como si le estuviera revelando un secreto. Hedda sonrió.

—Escuché eso —dijo Erik—, no intentes escapar esta semana —le advirtió.

—Ahora podemos pasar más tiempo juntas —dijo Astrid, ignorando las palabras de su hermano mayor.

—Eso me encantaría —alguien detrás de ellas se aclaró la garganta.

—Hedda, él es mi hermano Raner.

Ya tenía algunos días ahí y no había conocido a toda la familia de su futuro esposo. «Vaya, ¿ahora lo llamaba esposo?»

—Qué gusto conocerla al fin, princesa Hedda. —Raner se acercó a ella y tomando su mano, se inclinó para besar el dorso de su mano.

—El placer es mío —respondió. Según el nombre de Raner, significaba que era el guerrero de los dioses—. Eres un guerrero ¿cierto?

—El mejor —La sonrisa de Raner era contagiosa—; Porsupuesto, después de mi hermano. —Dijo Raner, refiriéndose a Erik. Raner era el segundo hijo del rey y al igual que el príncipe Erik era un experto en batalla y había elegido servirle a su hermano mayor en lugar de dirigir su propio ejército o sentarse a discutir asuntos en la corte. Pasaba gran parte del tiempo en la frontera sur la cual era resguardada por el ejército de Erik.

Al sur de Basian se encontraba el reino Slarin. Rara vez habían tenido acuerdos de paz con ese reino, por lo que no podían descuidarse ni un momento. debían evitar cualquier conflicto con ese reino. Al norte estaba el reino de Hedal con quien tenían un acuerdo de paz desde hace siete años, un matrimonio entre el príncipe Erik Nordin, heredero al trono de Basian, y la princesa Hedda Franzén, nieta del rey Harald.

—Es un gusto volver a verla princesa —dijo Haakon; a diferencia de Raner, Haakon era más serio y calmado y era el más apegado a su padre y le ayudaba con los asuntos de la corte real.

Los cuatro hermanos se parecían mucho, rubios y de ojos azules, pero había una diferencia con los de Erik, estos eran de un color azul más intenso, mientras que sus hermanos los tenían un poco más claros.

—Igualmente, príncipe Haakon —respondió Hedda.

Miró hacia donde estaba Erik y él hablaba con sus padres, no le había dirigido ni una mirada desde que habían tenido aquella pequeña discusión. Una chica se acercó a ellos. No se dio cuenta de en qué momento entró a la habitación. Saludó a los reyes y luego a Erik. La chica tomó la mano de Erik y le sonrió con dulzura. Un sentimiento desconocido para ella se instaló en su interior. Pero lo hizo a un lado y volvió su atención a lo que sea que Raner estaba diciendo. Los últimos días había estado experimentando diferentes sensaciones y sentimientos, y ninguno de ellos parecía tener lógica para ella.

—Cuñada, ella es Maija. —Raner había arrastrado a la joven que había visto junto a Erik hasta donde estaban ellos para presentársela. La chica de cabello castaño y ojos marrones hizo una leve reverencia.

—Es un gusto conocerte, Maija —dijo Hedda. Pudo notar que ella no se veía tan emocionada como Astrid y Raner, pero Hedda no lo pensó mucho. Maija era hija de Howard, él había sido un gran general del ejército de Besian, además de un gran amigo del rey.

—El gusto es mío, princesa —respondió Maija.

—Retírense —dijo Erik un tiempo después, con esa voz que dejaba lugar a discusión. Sus padres ya se habían marchado y solo quedaba Raner, Maija y ella.

—¿Nos estás echando? —cuestionó su hermano.

—Sí.

—Qué grosero.

—Ya tuve suficiente por hoy —se defendió Erik—, me gustaría descansar.

—Está bien, pero hazlo de verdad. —dijo su hermano.

—Lo haré. —Raner se giró hacia ella, primero para agradecerle por cuidar de su testarudo hermano.

Hedda miró detrás de Raner la forma tan cercana y amable con la que Maija hablaba con Erik, luego le dio un beso en la mejilla para despedirse. Volvió su atención a Raner antes de que la atraparan observándolos.

—¿De acuerdo? —le preguntó Raner. Si le hubiera puesto atención hubiera sido genial. Se limitó a asentir, porque no tenía idea de que le había estado hablando; y sería vergonzoso si él se enterara de que no escuchó nada de lo que le dijo.

—Hedda, también puedes irte —dijo Erik cuando los demás estaban saliendo de la habitación.

—Si necesitas algo…

—No te preocupes, alguien más se hará cargo. —La miró por apenas un segundo y fue la mirada más fría que había recibido de él. No tenía caso seguir ahí, y no sabía por qué se estaba preocupando de que él quedara solo.

—Está bien. —Se dio la vuelta y caminó hacia la puerta.

—Hedda —la detuvo él—, tenemos una conversación pendiente, hablaremos mañana. —Ella volvió a girarse para verlo.

—De acuerdo, ya tengo mi decisión. —Ella iba a girarse nuevamente, pero él volvió a detenerla antes de que lo hiciera.

—¿Qué decidiste?

—Creí que había dicho que hablaríamos mañana. —El príncipe no respondió nada. Hoy, mañana, daba igual, ella no cambiaría su decisión. No es como si tuviera de dónde elegir. Hedda caminó hasta quedar nuevamente frente a él.

—Le daré un hijo, príncipe. —Hedda pudo ver por un momento un brillo diferente es sus ojos, pero rápidamente fue reemplazado por la duda.

—¿Te irás después de eso?

—Esa fue su propuesta, ¿no? Darle un heredero para poder liberarme de este matrimonio. —Erik apretó su mandíbula y sus puños. Hedda pudo notar su reacción. En ese momento deseó saber lo que pasaba por su cabeza.

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