—Erik… Él estaba viendo por la ventana, no la escuchó porque su voz era muy débil y su garganta estaba reseca. Ella hizo un esfuerzo por abrir sus ojos, le pesaban, pero podía sentirlo y oler su perfume, sabía que él estaba cerca. Observó el techo y las paredes y se dio cuenta de que no estaba en la habitación que compartía con su esposo. —Erik —dijo un poco más alto, cuando logró observarlo. Él se giró de inmediato y dando grandes pasos llegó hasta ella. —¡Bella! —él se sentó a su lado tomando una de sus manos—, al fin despertaste. —Ambos sonrieron. —Agua —pidió ella, y él de inmediato le dio de tomar con mucho cuidado. Retiró el vaso cuando ella acabó. —¿Estás bien? —preguntó ella, aún preocupada. Era ella quien estaba luchando por su vida y la de su hijo; aun así, estaba preocupada por él. —Lo estoy —depositó un beso en el dorso de su mano y le sonrió. —Gracias al cielo —exclamó—, no podría vivir si algo te sucede. —¿Y crees que yo podría vivir sin ti? —Erik acunó su rostro
La nieve no era mucha en el norte, pero si no emprendían de regreso su viaje a la capital, podrían quedar atrapados en una tormenta que probablemente llegaría en las próximas horas, y eso los atrasaría demasiado, no se perdonaría si le fallaba a su hermano y a su cuñada. Habían estado buscando casi toda la mañana en aquella montaña a las orillas de aquel rio. No fue hasta que llegaron a una enorme catarata, él la había visto antes y siempre se quedaba maravillado por lo imponente y majestuosa que se miraba. —¡La encontré! —Gritó Maija; dejó de observar la catarata para concentrarse en su prometida, ella estaba del otro lado del río. Cruzó de inmediato sobre las rocas, el agua no era profunda, pero la evitó porque de seguro estaba demasiado fría. Se unieron en un abrazo lleno de felicidad y esperanza. Tomaron la cantidad que necesitaban y las guardaron dentro de su bolso. Aunque el lugar era hermoso, tenían una misión que concretar y un largo camino. —Bajaremos por este lado, el cami
—¿Estás seguro? —Erik se acercó más a su padre y lo tomó por los hombros. —No le había dicho esto antes porque necesitaba más información; descubrimos movimientos sospechosos en el sur, alguien está tramando algo, puede que esto tenga que ver con Soren y he enviado a averiguar. Pero necesito a mi hermano primero, antes de tomar una decisión. Melker creyó que su hijo se rehusaba solo por no alejarse de su esposa, pero ahora podía ver que tenía razón, no podía irse con todo su ejército y dejar a Besian desprotegido; aun en medio del caos, estaba pensando en su pueblo. —Está bien —su padre también lo tomó de sus hombros—, cuida de mi nieto y su madre. —Gracias, padre. —Cuando el rey se marchó, Einar entró a la sala, no había podido hablar con el príncipe, porque no se había separado de Hedda, entonces el general aprovechó para darle su informe. —Lo encontraste —dijo Erik tomando aquel sello en forma de anillo. —Sí —contestó el general, orgulloso de sí mismo—. Al parecer, el príncip
Hace dos días que su esposo se había marchado. El día estaba un poco gris; aun así, quiso caminar por el jardín, mientras leía su carta. Ahora que estaba al tanto de la situación y la muerte de sus tíos, no solo le preocupaba la seguridad de Erik y su pueblo, sino el caos que podría estar en su reino sin ninguno de los príncipes que debían heredar el trono de su familia y, peor aún, con su abuelo enfermo. Debido a la situación de guerra en Hedal, no pudieron asistir al funeral de los príncipes Hedalis y tampoco podía estar con su abuelo hasta que la guerra terminara. Aquel acuerdo de paz, sellado con su matrimonio, había sido lo mejor que le había pasado, no solo para ella, sino para todo su pueblo también, el apoyo de Besian era la mayor esperanza para Hedal. Por otro lado, Raner ansiaba estar recuperado y así unirse a la batalla junto a su hermano. Erik no le había permitido participar en nada hasta que estuviera totalmente recuperado, y mientras eso sucedía, aprovechó para hablar
Reino de Hedal. —General Frans. —Príncipe Gerd —Ambos hombres se saludaron—. ¿Dónde está el príncipe Erik? —cuestionó. Según la carta que recibió del rey Melker, él enviaría a su hijo con su ejército para apoyarlos en la batalla contra Slarin. —Su ejército está detrás de nosotros —mintió por supuesto. Si al general Frans le pareció algo extraño, no lo demostró. Al final, ya tenía lo que necesitaban y eso era el apoyo de Besian—. Ahora vayamos a hablar con ellos y a ofrecerle que se rindan —Sugirió Gerd, su intención era hacerles saber que el ejército de Besian estaba ahí. Usó una de las armaduras de Erik y ocultó su rostro. Después de que Gerd les dijera amablemente que se rindieran, el general que dirigía a los soldados de Slarin no dijo ni una palabra, dio la vuelta y se marchó a su campamento. Una vez que supo que el príncipe Erik se había sumado a la batalla, envió un mensaje a su rey, este le había ordenado que se mostrara cada día con intenciones de atacar, pero sin hacerlo
Algunos días después. Hedda corrió a sus brazos apenas lo vio llegar. —Cuidado, bella, puedes lastimarte. —Sé que no dejarías que eso suceda. —Tienes razón. —Erik la había atrapado en sus brazos sin que tocara el suelo mientras la besaba y por supuesto que nunca volvería a permitir que algo le hiciera daño, ni siquiera él. Todo el tiempo ella se había mantenido en calma mientras esperaba por él. En parte, era su confianza en su esposo y, también sabía que su padre le daba algún té que la hacía estar tranquila. Erik volvió a colocarla en el suelo, se inclinó hacia delante y colocando una rodilla en el suelo acarició su vientre, luego depositó un beso— ¿Cómo se ha comportado nuestro hijo? —preguntó. —No me ha dado muchos problemas. —Me da gusto saberlo. Es hora de volver a casa, mi bella de ojos grises —dijo antes de volver a besar sus labios—. Te amo. —Y yo a ti. Había muchas cosas por hacer, y unas de ellas eran las bodas de sus amigas. Primero, la de su querida Nilsa, la cual
Hedda miró hacia abajo; esa sería una caída de varios metros de altura, ese castillo era realmente enorme. Si no moría al caer, quedaría con muchos o todos sus huesos rotos. Se sostuvo con todas sus fuerzas, pero temía que estaba vez las cosas no saldrían como las había aplaneado.Todo iba bien hasta que resbaló; el plan era perfecto: subir al balcón, llegar a las enormes ramas de los árboles, luego descender hasta el suelo. Estaba seguro que así podría huir de aquel lugar. Era algo sencillo para ella, lo podía hacer desde niña, subir y bajar de los árboles sin ningún problema.—Al parecer la suerte no está de mi lado en esta ocasión. —Dijo casi al borde del llanto.«¿Por qué tuvo que pasar esto? ¿Por qué mi padre tenía que darme en matrimonio con alguien que ni conozco?» —pensó.Quizás a muchas personas no les importaba si conocías o no, con quién ibas a casarte, los intereses de por medio eran lo verdaderamente importante para las familias, en especial para una como la de ella. Aun
Hedda vio al hombre frente a ella y parecía tener a otra persona diferente a la que le había hablado hace un momento. Su rostro cambió de ser frío a cálido, sus ojos azules estaban fijos en ella, se estremeció ante esa mirada, no había visto a nadie con ese azul tan profundo o «¿tal vez sí?». No, eso era imposible. Su piel se erizó cuando se dio cuenta de su tacto.—¿Qué…, qué acuerdo? —Preguntó limpiando sus mejillas humedecidas por las lágrimas.—Nos casaremos y cumpliremos con nuestras obligaciones. Si en dos años, como máximo, aún quieres irte, lo aceptaré y te dejaré ir.—¿Qué? ¿De qué habla, príncipe? —Cuestionó.—De una oportunidad para todos, tu familia, tu pueblo, y tú…, tú podrás elegir lo que quieras después de un año. Te doy mi palabra.Hedda seguía dudando, no estaba segura de si eso era posible. «¿Pero en que estaba pensando el príncipe Erik? Era una locura»; aun así, él se miraba tan seguro y por un momento quiso confiar él, ¿podría hacerlo? Deseaba tanto que así fuera.